Me pregunto por qué un libro que aparece en la web de Casa del libro (al menos la edición de Lumen) como ‘no disponible’ genera, de repente, tantos comentarios en la redes sociales. Bueno, “tantos”…, o sea, unos cuantos. Digamos que me encuentro, en pocos días, con demasiada gente que lo acaba de leer, gente a la que, dicho sea de paso, le ha encantado porque claro, esta chica es como la hostia o algo. Pienso, en su momento, que habrá sido reeditado o que habrá salido una edición de bolsillo pero parece que no o al menos yo no encuentro nada de esto. Pienso… pero no, no puede ser. No. La gente no lee libros pirateados, no? O sea, es... es otra gente la gente la que hace eso. O no. Lo busco y, sorpresa, lo encuentro. Y parece, mira tú por dónde, como queriendo darme una vez más la razón, que está recién salido del horno, recién subidito a la red. Entiendo que la moda viene de ahí. Eso o que estar ahí te obliga a estar de moda, que para el caso es lo mismo.
Conclusión: si quieres que te lean, piratéate.
Hasta aquí la enseñanza del día, pequeños saltamontes.
(También puede ser que realmente sobre este libro, oh casualidad, pese una bendición, pero tal pensamiento no conduce a nada bueno).
(También puede ser que realmente sobre este libro, oh casualidad, pese una bendición, pero tal pensamiento no conduce a nada bueno).
Yo, que estoy por encima del bien y del mal, lo leo, también, pero para hacerlo más emocionante no les diré en qué formato y ya deciden ustedes si se rasgan las vestiduras o se las dejan enteras.
El caso es que leo, que es de lo que se trata, y esto es lo que pasa.
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De Samanta Schweblin hablamos aquí no hace mucho con motivo de una novelita chiquitita llamada Distancia de rescate que publicó, también hace nada, Mondadori. Tienen aquí la reseña, pero ya les hago yo un resumen: la cosa iba de un misterio. Una mujer hablaba desde un lugar por determinar de hechos que habían llegado a su fin. Su interlocutor la interrogaba con la intención de descubrir un detalle que parecía fundamental por alguna razón que no llega a quedar del todo clara. Es decir, que la novela era, en cierto sentido, un poco bastante tramposa pero tenía una virtud que obligaba (entre comillas, esto) a valorarla muy positivamente: y es que se devora. Literalmente. La novela, breve como un suspiro, no da respiro a un lector que es perfectamente capaz de leérsela del tirón. De hecho, es hasta recomendable hacerlo.
Pues bien, los relatos de Schweblin, son en su mayoría, más de lo mismo. Similar intensidad, similar exigencia/recomendación. Se adivina una pauta, pues. Les comento alguno y van sacando ustedes las conclusiones.
Del primero no hablaré, por flojo. El segundo, Mujeres desesperadas, sí da una idea mucho más aproximada de lo que nos vamos a encontrar. En él una mujer es abandonada por su marido en el campo, el mismo día de su boda. Allí conocerá a otra mujer, también abandonada, también el día de su boda. Pero no son las únicas: «En el campo voces y llantos de mujeres quejumbrosas repiten los nombres de sus maridos una y otra vez». Tampoco ella será la última. Buena intriga, buen final. Un buen relato.
El siguiente, En la estepa, arranca también con un misterio y un páramo casi desolado. Una pareja vive en la estepa, un espacio alejado de la civilización. Hablan, entre ellos, de… algo, de encontrar algo, algo vivo que buscan desesperadamente a horas intempestivas. Hablan de recetas de fertilidad y uno piensa en un bebé pero también hablan de salidas nocturnas, cacerías, linternas, redes… En fin. Que si tuviese que apostar apostaría que alguien quiere cazar un pokemon. Conocen a otra pareja que sí lo ha conseguido. Van a cenar a su casa. Y, bueno, bien, pero más allá de la historia o su resolución, está el misterio que, a fuerza de no revelarse, mantiene una tensión constante. Ahí su mérito. Otra vez.
Pájaros en la boca es el siguiente. En él una niña come pajaritos. Pajaritos, sí, pajaritos vivos. Se sienta en un sillón del que no se levanta ni para mear si no es para abrir la jaulita que su mami repone, diligentemente, para comerse, cual asilvestrado lindo gatito, un lindo pajarito con sus plumitas y sus huesecillos y su todo visceral y poner cara después de circunstancias, de ups qué he hecho no sé qué me pasa que no puedo controlarme. El tema, parece, es qué no haría un padre por una hija. ¿Querés pajaritos, nena?; pues comé pajaritos. Y así. Superdramático, todo.
El resto de relatos van en la misma línea. Algunos, como Perdiendo velocidad, La verdad acerca del futuro o El cavador no tienen especial interés, tal vez por su brevedad, al menos en el primer caso. En general no invitan a gran cosa. Otros se quedan en aprobado justito, y serán recordados tal vez dos días, tal vez tres. Venga, una semana; dos, si son ustedes de poco leer. Pienso, por ejemplo, en Matar a un perro, re-corte de noir con perro de fondo o Cabezas contra el asfalto, sobre un hombre que dibuja… pues eso, cabezas contra el asfalto para hacer caja y terapia al tiempo.
Hacia un civilización alegre recuerda demasiado a Mujeres desesperadas (por aquello de gente abandonada en páramos desolados), pero en esta ocasión el misterio tiende a lo kafkiano. Comparten un acertado final que deja muy buen sabor de boca. Mismo caso (buen final, dosis justa de intriga) para Conservas, donde se deja para la frase final, pese a verse venir, el momento sonrisa del relato (al menos para el lector). Y, buscando parecidos, del estilo de Conservas es La medida de las cosas: en los dos el misterio reside en que la naturaleza invierte su ritmo natural. Por previsible, al montón.
Papa Noel duerme en casa, relato en el que la depresión tiene cierta importancia, no pasa de simplemente divertido. Puestos a elegir depresiones, me quedo con la situación que plantea Mi hermano Walter, un relato que trata el mismo asunto con más acierto al explotar toda la punta que se le puede sacar al efecto que produce una persona deprimida en el entorno familiar. Cuando Schweblin se pone en modo crítica social le salen unos relatos bastante cachondos; tal vez algo descafeinados, pero francamente divertidos. Léase, por ejemplo, La pesada maleta de Benavides (furibundo ataque al mundo del arte) para confirmar esta afirmación.
Y menciones especiales (es decir, relatos a la altura de los primeros) para La furia de las pestes (duro relato sobre el hambre) o Bajo tierra, donde la autora se adentra, yo creo que muy acertadamente, y sin abandonar en ningún momento el terreno de lo fantástico, en el terror más terrorífico. Sí, efectivamente: salen niños, hay tierra, ruidos. ¿Qué mas quieren?
En definitiva, relatos de extensión adecuada (a excepción de La pesada maleta… en el que a la amiga Schweblin se le va la mano innecesariamente) que destacan por una correcta dosificación de la intriga. Su forma de combinar el fantástico, con el terror, con lo social, con el humor (negro, casi siempre) -y pese a que muchos finales no están a la altura de las expectativas creadas- es probablemente la receta de su éxito y el motivo del exceso de salivación de tanto crítico amateur y tanto delincuente reconvertido en pirata digital. Eso y el nivelón que nos gastamos de un tiempo (s. XIX) a esta parte (s.XXI). Bueno, lo que sea: entretenido.