miércoles, 30 de marzo de 2011

Salinger´s (I): The Ursinus Weekly


Al respecto del artículo de Manuel Vilas publicado recientemente en el ABC (clic) hay una pequeña intrascendencia en la biografía de J.D. Salinger que resulta, en comparación, muy divertida.
 


En 1938 Salinger se matriculó en el Ursinus College (Pensilvania). Tenía 19 años. A pesar de que sus notas eran buenas y su experiencia allí la recordaría siempre con agrado, abandonó los estudios a los seis meses (aunque a finales de ese mismo año tomaría clases de Escritura). (Había decidido ser escritor; vivir de la literatura. Pero esa es otra historia). Entre sus numerosas ocupaciones en la universidad estaba encargarse de la columna de críticas teatrales, y en ocasiones también elocuentes noticias de sociedad universitaria, del semanario del centro, el Urnisus Weekly, que sospecho sería el equivalente a tener un blog hoy en día. Primero la llamó “Meditaciones de un sofista social: el diploma arrojado” pero pronto quedó simplemente como “El diploma arrojado de J.D.S.” Aunque nunca pudo considerarse “literatura” la columna fue un vehículo ideal para desarrollar su vena sarcástica y nunca tuvo reparos en criticar las novelas por ser falsas. De Margaret Mitchell, la autora de “Lo que el viento se llevó” dijo: “Por el amor de Hollywood, sería mejor para la autora reescribir ciertas partes y proporcionarle a la señorita Scarlett O’Hara un ojo ligeramente bizco, un diente roto o una talla 40 de pie”. Tampoco Hemingway se libró de su pluma: “Hemingway ha terminado su primera obra teatral extensa. Esperamos que sea digna de él. A nuestro parecer, Ernest, ha trabajado poco y babeado mucho desde El sol sale también, Los asesinos y Adiós a las armas”. No está mal para un chaval que no tenía ni 20 años. 

Del artículo de Manuel Vilas en el ABC destaco por encima de todo el subtítulo, en este caso también conocido como “la promesa después incumplida de lo que se suponía que iba a tratar el artículo”: “Los blogs son ya una práctica habitual entre los escritores. Un arma de trabajo pero también un arma arrojadiza. La moderna trinchera de la que se sirven para dirimir sus disputas literarias”. Digo “incumplida” porque al leerlo (el subtítulo) pensé que me iba a encontrar con el despelleje de los blogs de escritores que tiraban a matar contra otros escritores en una suerte de guerra secreta de las letras españolas, algo tipo Rafael Reig vs Pérez-Reverte, para que me entiendan. Pero nada más lejos de la realidad: lo que me encontré –y lo que se pueden encontrar ustedes si lo visitasen (no lo hagan, ya les resumo yo)- fue una tontería supina carente de todo interés. Vilas se dedica a contarlos lo que (casi) todo el mundo sabe: que A, B y C tienen blogs, que los usan para hablar de lo bien que les va y lo simpáticos que son. Unos son más divertidos (estos son los favoritos de Vilas –y los míos- y supongo que por eso no hace otra cosa que leerme noche tras noche) que otros, que son mas eruditos y quieren competir en periodismo cultural a golpe de intelectualidad. Yo ese tipo de blogs los uso mucho para curarme el problema del insomnio. No voy a dar nombres porque ya lo hace Vilas y además no es un asunto criticable; cada uno hace con su blog lo que le place. Mírenme a mí, todo el día escribiendo chorradas. Lo que sí es criticable es que nos venga (Vilas) con que los blogs de los escritores “sirven para dirimir sus disputas literarias” cuando ni va a hablar de eso ni se lo cree. Lo que pasa entre los blogs de escritores es un peloteo continuo de yo te leo tú me lees nosotros nos leemos y si no nos gusta nos callamos (o lo disimulamos escribiendo artículos ininteligibles (ahora mismo pienso en uno que leí hace poco sobre el “Richard Yates” de Tao Lin)). 



Bueno, pues todo esto no viene a cuento de nada serio, es que tenía cinco minutos libres y me apetecía compartirlos con ustedes. Quiero decir que la crítica mordaz de verdad, la que pondrá a parir a los blogs literarios de escritores, no es esta. Esa la tengo todavía sin escribir porque cada vez que lo intento me da un ataque de risa y me tengo que ir corriendo al baño a mear para no hacérmelo encima. Pero para que no se vayan ustedes sin moraleja para casa les diré que de todas las críticas feroces de escritores o bloggers o columnistas o articulistas o simples pazguatos me quedo con las de Salinger, que no temía decirle las verdades a monstruos de la talla de Margaret Mitchell o Ernest Hemingway. Imagínense lo que hubiera hecho (de no morirse el pobre y vivir más cerca) con Javier Marías, Julia Navarro, Pérez-Reverte o Matilde Asensi, por poner cuatro ejemplos de escritores que todos conozcamos. Qué pena, qué pena. 





Mi relación con los susodichos: con Salinger tuve siempre -hasta que se me murió - una relación fantástica y estrechísima, como casi todo el mundo. Con Vilas no, y eso que está vivito y coleando. No lo conozco de nada: ni lo amo ni lo odio (aún siendo colaborador de Quimera). Sus electrocardiogramas no me interesan especialmente y lo único que le leí (España) me dejo entre frio y tiritando. Aún así, el mayor de los respetos para él.


martes, 29 de marzo de 2011

Salinger's: Una introducción


La cosa iba a ser más o menos así: yo leería la biografía de Salinger escrita por Kenneth Slawenski - editada este mismo año por Galaxia Guttenberg- y luego la comentaría más que menos extensamente en una magistral entrada. Lo de costumbre, vaya. El problema es que se me adelantó esa bestia parda que es Jordi Corominas que como no podía ser de otra manera escribió en su blog un estupendo artículo (breve como todos los suyos) que incluye un resumen perfecto lo que fue la controvertida vida de este escritor así como un elogio a la excelente narración de Slawenski. Es decir, que si quieren saber con todo lujo de detalle qué tal está el libro se pasan por su blog, que para eso está. Yo me limitaré a comentar, muy brevemente, lo que fue mi experiencia lectora y luego les cuento un proyecto que se pone en marcha en este mismo instante. 


"J.D. Salinger: Una vida oculta", Kenneth Slawenski

Lo he dicho tantas veces que aburre: mi recuerdo de Salinger fue siempre terrible. En el colegio me obligaron a leer “El guardián entre el centeno” en una lengua que no acostumbraba a utilizar y el esfuerzo de lo uno sumado a la juventud de lo otro (la mía) no pudieron dar peor resultado. Pero (prejuicios fuera!) el mes pasado me leí los “Nueve Cuentos” y claro, me enamoré, porque los cuentos dichosos son una auténtica maravilla. Entenderán que la biografía en cuestión, recién estrenada, no pudo ser más oportuna. Si los cuentos me enamoraron, el relato de su vida me tumbó a sus pies. Salinger personifica todo lo que yo admiro de un escritor (que no en una persona). Porque, egos y manías aparte, a Salinger lo que le importaba era la literatura por encima de todo; la perfección narrativa. Tenía una forma de trabajar realmente admirable (seguramente no pensaría lo mismo si hubiese estado casado con él); no había visto una entrega como la suya desde Tolstoi, pero tampoco es que sea un experto en biografías y lo mismo es una cosa de lo más normal. En cualquier caso la lectura de este libro fue un auténtico placer. Slawenski parece mucho más interesado en analizar pormenorizadamente su obra que en hablarnos de su persona (cuando no es tanto así). Al final creeremos saber tanto de Salinger como el propio Salinger y lo más probable es que (les) (nos) entren a todos unas ganas terribles de dejar de hacer el gilipollas con blogs o relatos o novelitas de mierda que no le cambiarán la vida a nadie. Cuando Salinger publicó “El guardián entre el centeno” cambio el mundo. Eso es un escritor. Eso es una novela. “El resto es humo”, que decía Aute. 


EL PROYECTO "Salinger's"

Fíjense en el título de esta entrada: Salinger's. La idea me la dio un amigo, Bolmangani, cuando le pedí ayuda a la hora de dar con un título adecuado para una serie de entradas que sin ser exclusivamente salingerianas sí tendrían mucho que ver con él y con reflexiones en las que de uno u otro modo parecen tener su vida y obra algo que ver. Esto es: todo aquello que me llamó la atención durante la lectura, que venga a cuento de alguna otra cosa y/o que me apetezca compartir con ustedes. Todo aquello digno de mención; o no, porque les confieso que no tengo mucha idea del rumbo que tomará todo esto ni cómo ni cuándo acabará. No sé cuantas entradas serán, ni su periodicidad. Tampoco sé mucho de los temas a tratar a excepción de los dos primeros que están actualmente en construcción y que me han impelido a publicar esta introducción; el primero se llamará “Salinger´s: The Ursinus Weekly”, y contará una divertida anécdota del escritor; el segundo, que lleva el provisional título de “Salinger´s (II): Fucking hipsters!”, hablará de algo que es pronto para confesar. Es probable (no seguro) que incluya también alguna entrada con mis opiniones sobre sus novelas y relatos porque hoy empiezo la (re)lectura de su obra completa aprovechando que ha sido enriquecida con los detalles incluidos en la biografía objeto de esta entrada. 

En definitiva, les propongo un largo (y esporádico) viaje por la vida, obra y milagros de uno de los mejores y más interesantes escritores del mundo mundial. Luego no me vengan con el cuento de que no me leen porque sólo comento libros raros.


miércoles, 23 de marzo de 2011

(una no-reseña que no voy a no-publicar)


(El de Javier Avilés no parece la clase de libro que pueda (deba) ser leído en dos días. Yo lo hice y seguramente ese fue mi error. Supongo que esto debería ser suficiente para inhabilitarme como comentarista. No ya como crítico sino como simple comentarista. A mi entender es imposible entender, en sólo días, un libro como es “Constatación brutal del presente”; un libro que habla de los delirantes mecanismos creativos de la mente enferma de Javier Avilés. Esta entrada es una venganza de mi orgullo herido; les ruego que no (me) (se) (nos) la tengan en cuenta.





Sembrando aquí una palabra, aquí otra, 
muestras desprendidas de la pieza principal, 
separadas, sin propósito, sin promesa, 
no estoy en la obligación de hacerlo bien, 
ni de mantenerme a mí mismo sin variación, cuando me place, 
y entregarme a la duda y a la incertidumbre, 
y a mi forma maestra, que es la ignorancia… 

Michel de Montaigne 



Mi problema con la reseña de este libro es el de no saber cómo enfrentarla. Esta es la octava vez que intento a escribirla. La octava. Me he jurado y perjurado que sería la última. Me lo juré también en la tercera y en la cuarta y puede también que en la quinta, pero entonces no estaba todavía curtido. Pensaba que sí, pero no. 

Sospecho que el libro de Javier, que por lo poco que pude entender hablaba de la aniquilación total de la literatura, sus mecanismos, su entorno y sus protagonistas, tiene la extraña propiedad de anular también cualquier tentativa de acercamiento. Cualquier aproximación, por tangencial que sea, está condenada al más estrepitoso de los fracasos. Ignoro si eso es algo digno de elogio. Decídanlo ustedes. A mí no me gusta. No poder hablar de un libro me molesta, me irrita. 

Recuerdo que en la página 82 me planté. Me estaba volviendo loco! Me aburría; no entendía nada. ¿Donde estaba la historia? Creía saber lo que Javier quería decir (gracias contraportada, gracias reseñas editoriales, gracias blogosfera literaria) pero mis procesos mentales son muy diferentes a los esquemas sobre los que se construye la novela de Javier, quizá porque el suyo es un artefacto imposible; un artefacto, por otro lado, que a pesar de carecer de columnas de sustentación tiene algo -quizá la voluntad del autor- que lo sostiene milagrosamente en el aire. Decía que en la página 82 lo dejé. Lo tiré de malos modos sobre el escritorio. Estaba harto. No tengo problemas con la experimentación léxica, ortográfica o estructural siempre que la contraprestación (el placer de la lectura) esté a la altura. Me enfrentaba a un libro, a una no-novela, que surgía de los infiernos de un escritor que parecía (y parece) entender la escritura como un acto necesaria e inevitablemente doloroso. No entiendo que alguien pueda escribir bajo esas circunstancias. No entiendo que alguien escriba para sí mismo como forma de exorcizar sus demonios y necesite compartirlo, exponerlo a la crítica, ¿esperar comprensión?: no, eso no lo entiendo. Si a mí me duele (la escritura) ni lo intento; me dedico a otra cosa. A leer, por ejemplo y a poner a parir a los demás. La horticultura es una buena alternativa también o la esgrima. Los deportes en general son siempre un buen recurso. El cine. ¿Pero escribir? ¿Sufriendo? No, yo sufriendo ni escribo ni leo ni voy a la playa y si me acabé el libro de Javier no fue tanto por interés como una cuestión de orgullo (alentado, quizá, por su manifiesto y manifestado deseo de ser criticado, de sufrir la inclemencia ajena). Me ayudaban a soportarlo, lo confieso, pequeñas pinceladas magistrales, de extremada lucidez, como cuando hablaba –de un modo relativamente claro (en comparación con el conjunto de la obra)- de (sus) los mecanismos ocultos tras la creación literaria o de la escasa o nula importancia que tiene el lector en dicho proceso -aún siendo el sujeto destinatario- o la dificultad de sumergirse cada mañana en la historia del día anterior, cuando los sueños nos han hecho trizas durante la noche. Quizá eso exculpe a Javier de este artefacto endemoniado que es la “Constatación brutal del presente” pero lo más probable



Nada.... es inútil, no me sale. No sale nada. Esto no conduce a ninguna parte. No se puede contener un libro que no tiene principio, ni final, que no tiene lectores ni escritores ni personajes. No puedo hablar bien ni mal de lo que no entiendo, ni puedo ser objetivo con lo que odio. Lo dejo. Esta reseña es una mierda. No se me ocurre nada con sentido. Sé lo que están pensando: ¿por qué publicarla entonces? ¡¿Y por qué publica Javier Avilés esta no-novela?! ¿Qué busca? ¿Qué pretende? Y yo... ¿qué pretendo yo? ¿Qué me lean? No, no... "esto" que me ha salido. ¿De qué sirve todo este esfuerzo (el suyo, el mío) si no nos arranca nada más que demonios de los dedos? Pero mirad, en el fondo yo ya lo sabía. Avilés también lo sabía cuando, en mitad del viaje, confiesa: “Todavía no sé cómo terminará. Ése es el problema. Las narraciones crecen y se desbordan y se demuestran inútiles.” Pero no es del todo cierto y lo sabe: “Ya no me interesa nada. Excepto mentir”. Sólo al final se permite la verdad, la única que le queda por confesar después de haberlo dado todo: “Así, en el límite de la nada, decide que sabe cómo terminó, que sabe que debe terminar, que las palabras están de más, que las excusa se ha convertido en motivo, que nada tiene sentido”. Comprenderán que así no hay manera. Comprenderán que así es imposible.
Lo siento Avilés pero te quedas sin reseña.)


lunes, 21 de marzo de 2011

"Plop" de Rafael Pinedo

La competencia sexual, metáfora del dominio del tiempo mediante la procreación, no tiene razón de ser en una sociedad en la que el sexo y la procreación están perfectamente separados; pero Huxley olvida tener en cuenta el individualismo. No supo comprender que el sexo, una vez disociado de la procreación, subsiste no ya como principio de placer, sino como principio de diferenciación narcisista. (“ Las partículas elementales”, Michel Houellebecq). 



Algo que me llamó mucho la atención en la adaptación cinematográfica de “La Carretera” de Cormac McCarthy fue la eliminación de una de las escenas más duras de la novela, cuando los protagonistas, padre e hijo observan, con la tranquilidad que da saber que no te descubrirán, a tres hombres y una mujer embarazada que se aproximan a ellos. Se dejan rebasar y cuando la distancia es prudencialmente segura continuan su camino (ahora detrás). Al caer la noche se detienen y dejan de ser figuras reconocibles para convertirse en una luminaria en el horizonte. Al día siguiente se acercan a los rescoldos de han dejado esos cuatro personajes y mientras el padre se ocupa de asegurar el perímetro el hijo es testigo de una imagen espeluznante: “un bebé carbonizado ennegreciéndose en el espetón, sin cabeza y destripado”. Por aquel entonces me encontraba en una situación un tanto delicada: acababa de ser padre. Mi hija de apenas dos meses dormía mientras yo leía esto. Dejé el libro en la estantería y no volví a enfrentarme a él hasta que hubieron transcurrido un par de semanas o un par de meses, no lo recuerdo. 

Lo que me interesa destacar con esto no es tanto mi experiencia personal con aquella lectura sino la forma que tiene McCarthy de mostrar el ulterior motivo de las relaciones sexuales en el entorno apocalíptico en que se desarrolla su novela. A mi entender, lo que McCarthy pretende con escenas como esta o aquella que muestra a unas mujeres embarazadas viajando encadenadas a un carromato, es destacar el provecho que se extrae de las relaciones sexuales en un mundo cuyo mayor problema es la falta de alimento.

La relación que existe entre “La carretera” (2006) y “Plop” (2004) en este sentido en mayúscula. En ambas se suceden ininterrumpidamente los actos de crueldad sin límite; en ambas el entorno es tan hostil como las propias seres que lo habitan; en ambas ignoramos los motivos que conducen a ese apocalipsis; en ambas la infancia es la gran perdedora y al mismo tiempo los niños parecen ser los únicos capaces de transmitir cierta ternura, de humanizar a quien los atiende; y el sexo, en ambos casos, no es exclusivamente una cuestión de placer. Especialmente en “Plop” hay tras ello mucho más: sexo placer, sí, pero también sexo dominación, sexo traición, sexo castigo, sexo humillación. Es sexo como arma de ofensa y defensa; un objeto de trueque; el principal medio de demostrar el grado de sometimiento de un poblado. Las normas de cortesía  se establecen bajo criterios de sumisión sexual, pero aquí, al contrario que en la novela de McCarthy, no son las mujeres las únicas perjudicadas. Porque en “Plop”, la excelente novela de Rafael Pinedo, hay muchísimo sexo pero no se folla: se usa. Sexo útil. 

Es por todo esto que entiendo “Plop” como una extensión de “La carretera”: al llevar ésta al extremo (1). El motivo es sencillo: la acción se traslada a un futuro lejano e indeterminado y todo lo que en la novela de McCarthy se está perdiendo (la humanidad, fundamentalmente) en “Plop” se ha perdido ya y a lo que asistimos no es como en aquella a la destrucción de la sociedad tal como la conocemos sino a la creación de un nuevo sistema político, económico y social; a la refundación del status quo sustentado nuevamente sobre los axiomas de nuestro pasado más prehistórico. O lo que es lo mismo, a la repetición de los mismos errores a fuerza de obviar lo aprendido. La desolación que sugieren ambas novelas no reside tanto en los hechos narrados como en la certeza de estar ante un retrato pavorosamente lúcido que nos habla de lo que somos y de lo que hemos sido siempre. “Plop” aniquila nuestra esperanza de un futuro mejor.






(1) Es importe aclarar que la novela de Rafael Pinedo es anterior a la de Cormac McCarthy aunque ambas se publicasen en España en 2007. Por lo tanto, cuando digo que "Plop" puede entenderse como una extensión de "La Carretera" lo que quiero decir es que "argumentalmente" pueden entenderse como tal.

viernes, 18 de marzo de 2011

“Monólogo del Café Sport” de Enrique Vila-Matas




A menudo me han preguntado cuál es el origen del nombre de este blog. Pues bien, es bastante sencillo. En 2001, Enrique Vila-Matas ganó un pequeño premio (el XII Premio UNED de Narración Breve (1)) con un relato corto, realmente minúsculo (1815 miserables palabras) pero a mi entender absolutamente genial, llamado “Monólogo del Café Sport”. El relato comienza con un hombre enfermo. Enfermo de literatura.

Verá usted, yo estaba enfermo de literatura, lo mío era grave y alarmante, leía el mundo como si fuera la prolongación de un interminable texto literario, estaba impregnado de literatura, hablaba en libro. No desdeñaba como carne literaria prácticamente nada, es decir, estaba condenado a fijarme en todo: en las lágrimas de la viuda, pero también en sus piernas enloquecedoras, en la mosca que se posaba en la nariz de la carnicera, en la mágica luz que invade las ciudades en el instante final del atardecer.

El pobre hombre logra, tras un enorme esfuerzo (y después de visitar a su hijo aquejado por neurosis literarias más graves que la suya) desprenderse del peso de la literatura a fuerza de evitar pensar en ella. Pero eso no hace más que empeorar las cosas: 

Verá usted, pasó entonces algo horrible. Comencé a pensar sólo en la muerte, me pasaba horas enteras pensando en ella.”

Es entonces cuando su mujer, desesperada, lo lleva de vacaciones a la isla de Faial, en las Azores, donde nuestro protagonista conoce al feo Tongoy, un actor de origen chileno y polaco que vive en París y que se hizo famoso por una película en la que interpretaba a un siniestro viejo que se dedicaba a raptar niños. La descripción de Tongoy nos llega inmediatamente después:

Sólo quiero que sepa que el feo Tongoy ayer me cambió la vida, en este bar, en el Café Sport. […] quizás le haya visto, y si lo ha visto no creo que haya podido olvidarlo, porque es el vivo retrato de Drácula, es el hombre más feo del mundo.

Inmediatamente después, nuestro enfermizo narrador cuenta a su interlocutor (un Vila-Matas que no llega a identificarse) cómo le cambió la vida y qué pudo haber hecho Tongoy para ayudarle a encontrar la cura de su obsesión por la muerte :

Me atreví a contarle mi problema, le expliqué que, cuando lograba dejar de pensar en literatura, pensaba en la muerte, y viceversa. […] Cuando terminé de hablar, Tongoy me dijo, sin saber que iba a cambiarme la vida: «¡Pero esto es tremendo! ¿Cómo puedes vivir así? En lugar de dar tantas vueltas a la muerte y la literatura, deberías ser menos egocéntrico y preocuparte por la muerte de la literatura que, de seguir las cosas como van, está al caer. Eso sí que debería quitarte el sueño. ¿Acaso no has visto cómo están arrinconando a la verdadera literatura?».

Y así es como llegamos al párrafo final en el que encontrarán la frase que da sentido al nombre elegido para este blog. Espero que con él (con el párrafo) entiendan mi particular debilidad por este relato y al mismo tiempo sirva para justificar el juego de humor y crueldad por el que se me critica habitualmente. Pero por encima de todo lo que quiero es que comprendan que los motivos de escribir aquí van más allá del simple deseo de reseñar lecturas.

Y aquí me tiene usted ahora, soy la memoria de la literatura. Lichtenberg decía que un hombre inteligente acostumbra a decir primero en broma lo que después repetirá seriamente. Lo que yo ayer imaginé medio en broma mientras hablaba con Tongoy, hoy ya ni lo imagino ni es broma, lo digo seriamente, soy la memoria de la literatura y estoy en pie de guerra. Hace un rato, Rosa me ha dicho que me encuentra algo cambiado, no sabe lo acertada que está. Porque lo cierto es que se ha producido en mí un pequeño cambio, he tomado la medicina de Tongoy. He dejado atrás mi mal y ahora soy la memoria de la literatura, soy una historia ambulante y no puedo ni quiero ser nada más que eso, porque todo lo que no sea memoria de la literatura me aburre y lo odio, me molesta o estorba. Sólo me apena algo, me entristezco si me pregunto a dónde va la literatura. ¿A dónde quiere usted que vaya? En realidad la literatura va hacia sí misma, hacia su esencia que es la desaparición. Y eso me apena, claro, porque vuelvo a pensar en la muerte aquí y ahora, en este triste atardecer, aquí en el Café Sport.





«Algún día mi nombre
 evocará el recuerdo de algo terrible,
de una crisis como no hubo otra en la tierra».
Nietzsche




(1) XII Premio UNED de narración Breve 2001 - MONÓLOGO DEL CAFÉ SPORT Enrique Vila-Matas ...y otros autores premiados  -(José Luis Muñoz de Baena Simón: "El Coleccionista"  - Francisco García Pérez: "El canguro rojo"  - Armando Ruiz Chocarro: "Carretera perdida"  - Helena Fidalgo Robleda: "Cuestión de competencias"  - Prólogo de Francisco Gutiérrez Carbajo 120 páginas)  - UNIVERSIDAD NACIONAL DE EDUCACIÓN A DISTANCIA - Madrid, 200

miércoles, 16 de marzo de 2011

"Chronic City" de Jonathan Lethem (y un poco de Pynchon, Wallace y Salinger)



Chronic City, la última novela de Jonathan Lethem publicada en nuestro país (Mondadori, 2011) es absolutamente genial. Y es precisamente esa genialidad la que me incapacita a la hora de hacer una crítica o un comentario (una simple reseña) mínimamente decente. En cambio lo que sí puedo es subrayar un par de cosas que me han llamado mucho la atención


Thomas Pynchon 

He leído por ahí que “Chronic City” parece planteado como un guiño a “La subasta del lote 49” de Thomas Pynchon. Hasta ahora no había caído en la cuenta, pero la verdad es que no le falta razón. Incluso los nombres de los protagonistas parecen sacados de una novela del viejo escritor neoyorquino: Chase Insteadman, Oona Lazlo, Perkus Tooth, Laird Noteless, Strabo Blandiana, Georgina Hawkmanaji.... Pero es mucho más eso; es la sensación de irrealidad que acompaña la lectura, ese vértigo ante el desmoronamiento de la frontera entre realidad y ficción; es una historia que arriesga y que quizá, de no estar firmada por Jonathan Lethem, hubiese caído en el olvido de las buenas y marginadas historias. El blog literario “Hungry Like the Woolf” llega a afirmar que “If you like Pynchon, you will like this book. If not, maybe not.” (Si te gusta Pynchon, te gustará este libro. Si no, puede que no). Y tampoco en esto le falta razón. 



David Foster Wallace 

Chronic City” es una novela inmensa, tanto en la forma como en el fondo. Una novela de lectura aparentemente sencilla que oculta una incontable cantidad de referencias culturales en muchos casos (posiblemente) indetectables. Una de las mejore es aquella en que habla de un libro escrito por un tal Ralph Warden Meeker llamado “Obstinate Dust” (que esta edición traduce, acertadamente, como “La bruma indistinta”) en clarísima referencia a “La broma infinita” de David Foster Wallace (un personaje, Wallace, que tiene también un hueco en la novela -bajo seudónimo- interpretando el papel de camello de Perkus Tooth). En un momento determinado y por razones que no vienen al caso, el protagonista, Chase Insteadman, tira la edición de bolsillo de la novela -que ha comprado previamente a un mendigo traficante de literatura robada- en un enorme "socavón artístico" (una obra de arte que es un agujero sin fondo) ubicado en algún lugar de la ciudad. Es inevitable relacionar ese “enorme agujero” con la “gran concavidad” que en cierto modo coprotagoniza "La broma infinita" de DFW.



J.D. Salinger 

Sólo por las referencias veladas a Thomas Pynchon y David Foster Wallace ya valdría la pena leer "Chronic City". Pero es que hay mucho más. Por si no tuvieran suficiente, les diré (repetiré, en realidad) que también incluye una cantidad ingente de referencias, más o menos reconocibles, entre las que se encuentra una de mis favoritas y que es el verdadero motivo de esta "pequeña" entrada. No he visto que se haga referencia a ella en ningún sitio y eso me hace pensar que quizá estoy equivocado y que lo que a mí me parece un homenaje a Salinger no pasa de ser una simple casualidad. Les voy a contar, brevemente y tratando de no destripar el argumento, algunos detalles de esta novela. 

En "Chronic City", Chase Insteadman, el protagonista, un hombre famoso por una serie de televisión que protagonizó en la infancia, se siente un fraude: es un ser humano de escacho provecho que sobrevive entre la clase acomodada neoyorquina gracias (entre otras razones) a la relación de amor con su novia, una mujer atrapada en la estación espacial que se comunica con él a través de extensas cartas que se publican en un periódico. Al comienzo de la novela Chase conoce a una mujer menuda, de escasa belleza y singular atractivo, Oona Lazso, con la que inmediatamente comienza una relación amorosa que, por motivos obvios, ocultan a una prensa que en realidad parece muy poco interesada en ellos. Su relación es tanto peculiar: Oona es la que parece llevar las riendas, la que establece cuándo y dónde se deben ver y en qué condiciones. Chase vagabundea entre el amor hacia esta mujer, el recuerdo difuso de su novia espacial y la relación con su mejor amigo, Perkus Tooth (un personaje demasiado complejo para describir aquí) mientras el mundo que conoce se hace, literalmente, añicos. 

Pues bien, a continuación dejaré un extracto de la biografía de J.D. Salinger escrita por Kennet Slawenski y publicada recientemente por Galaxia Gutenberg (Círculo de Lectores) en la que también hay un personaje dominante y menudo (bella donde era fea y lista donde superficial) llamado Oona y un hombre que, al igual que Chase, siente el mundo inestable bajo sus pies. Ya luego deciden ustedes si estoy realmente tan paranoico como aparento. 

"Vivaz y cautivadora, Oona tenía una belleza a menudo descrita como “hechizante” y “misteriosa”. Además de su atractivo, su padre era el autor teatral más importante de Estados Unidos, un vínculo que sin duda a ojos de Salinger elevaba el estatus de la chica. Aunque la mayoría de las descripciones se deshacían en elogios sobre su belleza, pocas atribuían a Oona la menor profundidad de carácter. Se la veía como una chica rica superficial y sólo preocupada por sí misma. […] La hija de Elizabeth Murray fue quizá quien mejor describió a la joven: “Estaba vacía, pero poseía una belleza asombrosa”. […] era exactamente el tipo de chica que desde hacía mucho tiempo Salinger afirmaba despreciar. […] 
Para alivio de Salinger, Oona correspondió a su interés. […] De los comentarios y cartas de Salinger se deduce que éste no se hacía ilusions en cuanto a su superficialidad o a la naturaleza desigual de su relación. “La pequeña Oona”, se lamentaba Salinger, estaba “desesperadamente enamorada de la pequeña Oona”. En todo caso, sus sentimientos hacia ella eran firmes, y cuando ambos regresaron a Nueva York iniciaron un romance que la vinculó al autor en los años que siguieron. […] 
Convertido en escritor profesional, Salinger empezó a sentirse cada vez más incómodo. De alguna manera, su vida diaria no estaba a la altura de sus logros, y disponía de escasas pruebas de que en realidad lo hubiera “conseguido”. Seguía viviendo en casa de sus padres, una situación que cada vez se le hacía más intolerable. Su romance con Oona O´Neill resultaba incompleto y era ella quien llevaba las riendas. El autor no estaba contento con la distribución ni la presentación de sus historias, la mejor de las cuales había quedado limitada por su reducida distribución mientras que la menos significativa había obtenido una gran difusión. Salinger veía The New Yorker como la solución a todos sus problemas. Si pudiera convencerlos de que publicaran alguna de sus historias más incisivas alcanzaría la respetabilidad que creía merecer, impresionaría a Oona O’Neill y su vida cotidiana empezaría a cambiar."

lunes, 14 de marzo de 2011

Primeras páginas de "Las niñas perdidas" de Cristina Fallarás



Es cuando dejo la lectura de la biografía de J.D. Salinger escrita por Slawenski para echarle un vistazo a la nueva futura novela de Cristiana Fallarás, “Las niñas perdidas”, que me doy cuenta de que estoy demorando otra vez (y van...) la lectura del “Todo está perdonado” de Rafael Reig. Es todo muy confuso. De Salinger espero mucho, animado por el contagioso entusiasmo de Jordi Corominas mientras que de Rafael Reig espero poco, (aún así) quizá demasiado, tras la amarga experiencia que fue en su momento “Sangre a borbotones”. De Cristina Fallarás no sé que esperar, la verdad, porque no la conozco de nada. 

De hecho esta reflexión previa a la lectura del libro surge exactamente de esa incertidumbre y de que me dé por preguntarme por qué todos los comentarios o reseñas a un libro se hacen una vez leídos. Porque no podemos compartir, que es al fin y al cabo de lo que se trata, las expectativas que nos genera determinada novela. De tratar, en primera instancia, los motivos que “nos conducen a” y más tarde afrontar, si lo merece la novela, sus inmediatas consecuencias. 

De eso va esto.

Hace muchos, muchos años, hubo una época en que yo leía mucha novela negra o lo que entonces se consideraba negra, que era más bien gris, porque novela negra, negra chamizo, se escribe poca. (No voy a perder el tiempo en establecer aquí los parámetros en los que inscribe el género porque no me interesa la discusión por lo que me limitaré a tratar como tal aquella de detectives, investigadores y/o ladrones o asesinos y las cosas que pasan cuando cada cual se dedica a lo que mejor se le da, con los muertos y los robos que esto supone). Decía que por entonces leía mucho de todo esto; todo lo que encontraba de James Ellroy, John Grishman, Henning Mankell, Sue Grafton, Steve Martini, Michael Connelly, Kathy Reichs, Scott Turow, Laurie R. King, Brad Meltzer, David Baldacci, Minnette Walters, Thomas H. Cook, y un largo etcétera. Lo que quiero decir es que sé de lo que hablo. Luego me harté y cuando hubieron pasado un par de años y repasaba los títulos de mi estantería comprendí que me había pasado demasiado tiempo con demasiado de lo mismo y que ya no había forma humana de distinguir unas historias de otras. Salvo contadas ocasiones tenía la sensación de haber leído lo mismo una y otra vez. Por eso tardé tantos años en volver. Por eso no volví hasta el año pasado cuando me harté de otras lecturas de las que hablaré cuando venga más a cuento. 

Todo empezó cuando el “Shutter Island” de Denis Lehane volvió a meterme el gusanillo en el cuerpo y me resucitó las ganas de muertos y crímenes irresolubles y detectives listísimos o no tanto. Así fue como llegué al islandés Arnaldur Indridason, que me enamoró de su mujer de verde; a Don Winslow, John Connolly, Ian Rankin, Jonathan Kellerman, Sebastian Fitzek o Richad Pryce por poner sólo algunos ejemplos. De todos ellos, los presentes y los pasados, me quedo con Ellroy y Connolly. Porque ahora, cuando quiero negro, lo quiero negrísimo. Ni rebajado con leche ni con azúcar. Quiero sangre y un montón de muertos y uñas rotas y brazos partidos; quiero poco o ningún realismo; quiero un rastro de cadáveres sin fin porque de lo otro, de los niños que desaparecen para siempre, de las mujeres violadas o maltratadas e injustamente vengadas, de los ladrones de joyerías de barrio o cooperativas agrarias, están los telediarios llenos. Yo lo que quiero es quedarme a gusto, que los buenos ganen siempre que puedan, siempre que no los maten y que dejen en el proceso un incontable rosario de almas disfrutando de un sueño eterno. Será que tanta narrativa mediocre me está tocando los huevos, pero yo lo que quiero es, en definitiva, el infierno en la tierra. 


…y fue con la primera escena, la del gordo calvo detrás de una mesa frente a un ventanal con vistas al muelle que me acordé inmediatamente de una antigua pasión: Daredevil y los guiones negro-satánico de Brian Michael Bendis que de la mano de Alex Maleev reinventó a uno de los mejores villanos de la historia, un Kingping calvo, bajo y tan hijo de puta como siempre. El mismo que parecía esconderse detrás de la mesa de Fallarás. Luego llegaron los cuerpos ensangrentados, las uñas y los dientes arrancados, las niñas regaladas y la Barcelona suburbial. Y todo antes de llegar a la página diecinueve, que es cuando nos enteramos que Victoria González, la detective protagonista, está embarazada de seis meses. 

Al margen del recurso fácil que es colocar a una mujer en estado en semejante situación, que las desaparecidas y torturadas sean niñas y que Barcelona resulte más amenazadora que nunca, mis expectativas son grandes. Y contenidas, eso sí, porque ya supongo que no se va a poner la buena de la mujer a pegar tiros a diestro y siniestro ni arrastrar pistolas humeantes y mafiosos rusos al fondo del muelle. Aunque en vista del comienzo tampoco lo descarto. 


Ahora sólo falta esperar que el resto del libro caiga en mis manos para ver si Cristina es o no es lo que  esperábamos los amantes del género negro. Para comprobar si efectivamente se hacen, con ella, realidad nuestros deseos. Hasta entonces tendremos que esperar, me temo. Ustedes y yo. Y tratar de no morir mientras tanto. 





Mi relación con la escritora: ella me ha dicho que me adora y que sin mí no puede vivir pero lo he dicho que no, que ni hablar, que si quiere nos veremos en París dentro de unos años, pero ahora no, porque tengo demasiados casos por resolver. El crimen no descansa, ya saben.



viernes, 11 de marzo de 2011

"Celacanto", de Jimina Sabadú




Los premios literarios. 

No sé si existe algún estudio del que podamos extraer el dato exacto de la cantidad de premios literarios que se entregan anualmente en España pero seguro que son demasiados. Yo no soy mucho de premios, la verdad, quizá por aquello de la desconfianza hacia todo lo que tenga que ver con este mundillo, pero en ocasiones me gusta dejarme llevar por la marea y me atrevo con algunos que, sospecho, no me van a defraudar. El último que leí fue “Tres ataúdes blancos” de Antonio Ungar, ganador del Anagrama de Narrativa 2010, movido por el entusiasmo del anterior ganador y, quizá por eso, demasiado confiado. La primera en la boca. El libro de Ungar está muy bien, se lee con gusto, es entretenido, pero nada más. Quizá sí fuese lo mejor de 2010, no lo sé, no los he leído todos. Si efectivamente lo era (el mejor), mal asunto; y si no, peor. 



“Celacanto” de Jimina Sabadú, XVI Premio Lengua de Trapo de Novela  

La última vez que leí un libro exclusivamente por ser ganador de un premio fue ayer. Es, obviamente, el que da nombre a esta entrada: “Celacanto” de Jimina Sabadú. Con éste me pasa lo mismo que con el de Antonio Ungar, pienso que si esto es lo mejor del año tenemos un problema y si no lo es tenemos otro mucho mayor. También es cierto que no tengo ni idea de los criterios a los que atienden los miembros del jurado (1). Ya supongo que consenso no debe haber cuando uno de ellos, Alberto Olmos, asegura en el Wikilit de Quimera que ha sido dos veces jurado del premio Lengua de Trapo y nunca ha ganado la novela que le gustaba. Quizá basta con la mayoría (tres de cinco en este caso) o que sea una escritora conocida de alguno de ellos o simplemente que tenga un buen culo. No lo sé. Lo que sí sé es que no se puede dar un premio de la categoría del que le supongo (suponía) a Lengua de Trapo a una novela como la de Jimina, que deja bastante que desear. 

Puede que yo tenga un problema, no lo sé; probablemente sí, pero el libro de Jimina es confuso a más no poder. Las primeras cincuenta páginas son una prueba de voluntad: uno las lee porque espera que en algún momento entre el principio y el final entienda algo o que, sencillamente, esa confusión de personajes y lugares permanentemente mal definidos y directamente no desarrollados (más allá de los nombres y sus puestos en una estructura que tampoco está clara) tenga que ver con alguna sorpresa final que reconfigure la novela y obligue a un entusiasmado lector a empezarla nuevamente o a echar, como poco, la vista atrás, comprobar estupefacto que la autora ha construido un mecanismo perfecto y correr inmediatamente a la librería a comprarse todo lo publicado hasta la fecha de esta buena mujer, si lo tuviera, que no lo sé porque no recuerdo lo que dice la solapa sobre su vida, obra y milagros y me apetece entre poco y nada investigar en la web de la editorial cuando además esta información carece de todo interés en este entrada en particular. 



Una aclaración que nadie me ha pedido 

La razón por la que estoy ahora comentando una novela que no me ha gustado (en lugar de callarme la boca y dejar que la vida siga su curso, arriesgándome a coger una fama que no deseo –me refiero a ser el malo de la película- porque para nada se corresponden con la realidad, ya se pueden imaginar) no es tanto una demostración de honestidad como el deseo incontenible de incidir en algo de lo que ya me quejé en una entrada anterior: que la historia que se narra debe estar siempre por encima de la prosa (y que esto lo diga yo, que adoro los artificios sintácticos, es mucho decir). “Celacanto” como ejercicio, está muy bien; como novela, no, pero como premio literario es sencillamente (y disculpen) indecente. Yo, como Bolmangani, estoy por darme de baja de todo este circo y pasarme a los clásicos de toda la vida, con o sin premios, a aquellos que cuando escriben, arriesgan y no se conforman con vehículos de entretenimiento de prosas más o menos afectadas. 



(1) En este caso compuesto por Alberto Olmos, Ramón Pernas y Patricio Pron, la periodista Laura Revuelta y el editor Fernando Varela.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Vehículos Promocionales Ibrahim B.: "Fight Blog"


Ese chico de la foto (que aparenta veinte años y lleva la misma chaqueta vaquera que llevaban los chicos de veinte años hace -adivinen- veinte años) es Antonio J. Rodríguez, más conocido como Ibrahim B. (esta tontería mía del paréntesis anterior vendría a demostrar, no que el tiempo no pase por él, sino que simplemente el tiempo no pasa). A pesar de ser crítico literario y escritor nuestro pequeñín está resultando ser también, y contra todo pronóstico, un ser vivo de una clarividencia pasmosa y pasmante al erigirse cabeza pensante del blog llamado Fight Blog. Y ahora les explico los motivos, todos espurios y salpicados de dobles intenciones. 

Las instrucciones de uso del Fight Blog (lo mejor es el nombre) están aquí y aquí pero como ya sé que no les gusta mucho leer les voy a hacer yo un resumen: se trata de que el ya mencionado creador ponga una fotografía de algún miembro de no sé qué poco selecto grupo (esto estará, supongo, por definir, pero puesto que se habla del “autor” ya lo supongo literario y por lo tanto, inmundo) como entrada del blog. La fotografía irá acompañada no sólo de una autorización sino de un manifiesto interés del homenajeado para ser “objeto de”. Esto abre un abanico con tantas posibilidades que aturde. Para empezar ejemplifica perfectamente el dicho popular “que hablen de uno aunque sea bien”, lo cual es útil siempre, pero especialmente con fines promocionales. Veamos algunos supuestos: 

  • Primer supuesto: cuando un escritor publique libro nuevo. Imaginemos a Antonio Orejudo, por ejemplo. Su “Momento de descanso” sería un vehículo genial para ese afán marionetista que tiene el escritor. Podría fingir ser seis mil anónimos y elogiarse de trescientas formas diferentes. Podría diseñar incluso sencillas coreografías con los avatares. Y quien dice Orejudo dice Vicente Luis Mora, que está en pleno proceso creativo y llegado el momento necesitará hacerse notar. (Ibra, le haces de mi parte una preinscripción para el 2012 y lo cargas en mi cuenta). 
  • Segundo supuesto: cuando un traductor publique nuevo trabajo. Para muestra un botón: Julio Fuertes. ¿Quién había oído hablar de Julio Fuertes? Yo, hasta ahora, no. Pero ya no se me olvida, ya verán. Y ahora fíjense en la casualidad: Julio Fuertes es el traductor de un libro que se llama “Richard Yates”, escrito por un tal Tao Lin que (redoble de tambor) Ibrahim ha comentado en “Quimera”, mi revista cómica favorita. Edita: Alpha Decay, que también editó el librito (que todavía tengo por leer) de Ibrahim, uno llamado “Exhumación”, tan pequeño que cabe en el bolsillo de un playmobil. Que el mundo era un pañuelo ya lo sabíamos todos, pero que el pañuelo era tan pequeño, seguro que no. 
  • Tercer supuesto: blogs. Yo mismo se lo he sugerido a Ibrahim aunque sospecho que la idea ya la tenía. Ya no somos niños (yo, por ejemplo, tengo un montón de años) y si queremos alcanzar la fama deberíamos ir dándonos prisa no se nos vaya a pasar el arroz. De ahí a la publicidad y a los millones no hay nada. Un retiro en condiciones, viviendo de rentas del pasado, todas gracias al buen Ibrahim, al que dios conserve el entendimiento. 
  • Cuarto supuesto: editoriales, distribuidoras, objetos de deseo, etcétera. 

Y ya que hablamos de publicidad.... Hasta que Ibrahim mencionó lo de incluir Google Adsense veía en la propuesta cierta innovación. Ahora, por muy cargado de buenas intenciones que esté (o precisamente por ellas), este pequeño circo puede parecer un poco “maratón solidario” con famosos prestos al ridículo incluidos. Mi propuesta para evitar el desastre es la siguiente: que nos dejemos de tonterías y causas nobles y hagamos un favor a quien realmente lo merece: que nos gastemos lo recaudado a final de año en comprarle cuarenta ediciones del nuevo libro de ensayos al pobrecito Juan Francisco Ferré (“Mimesis y simulacros”) que no tiene ni para el photoshop y se ha tenido que dibujar la portada con plastidecor. 


Bueno, bromas aparte, quiero dejar con esta entrada constancia de mi entusiasmo (espero "contagioso") por la propuesta de Ibrahim y su Fight Blog (¿ya les he dicho lo mucho que me gusta el nombre?) que independientemente de sus posibilidades como medio de promoción literaria y partidista (o no) me parece una idea absolutamente genial que puede ofrecernos infinitas horas de diversión de aquí en adelante y durante lo que dure el futuro tan incierto que se nos echa encima.


(Esto acabaría genial si ahora todos ustedes aplaudiesen como locos y corriesen al blog en cuestión a llenarlo de chispeantes comentarios anónimos o no, como ustedes vean).

lunes, 7 de marzo de 2011

Una ficción de "Materia Prima" de Francesc Serés



Quedo con Hesíodo en una terraza frente a mar. Es un día soleado de febrero, una calma entre tormentas de frío. Me llamó ayer para quedar. Vió en el blog que estaba leyendo “Materia Prima” de Francesc Serés y quiere que le haga una entrevista como las que aparecen en el libro, que a él le entusiasmó en su momento. Cuando le pregunto de qué ira (la entrevista) me dice que ya lo veré, pero que no me preocupe, que tiene mucho que ver con Serés; que lleve el portátil para transcribirlo al momento y publicarlo cuanto antes. Son las seis de la tarde cuando nos sentamos, pedimos unas cervezas y algo de picar y empiezo a escribir.

- ¿Te parece si antes de empezar dejamos claro una pequeñez? 

- Perfecto. 

Hesíodo se recuesta en la silla, cual si fuera el diván del terapeuta que siempre asegura necesitar y no se puede permitir. 

- Te llamas Hesíodo. -le digo - Tienes 38 años. 

- Correcto. 

- Y eres un ser de ficción. 

- Fruto de tu imaginación, efectivamente. 

- ¿Qué esperas conseguir con esta entrevista? 

- ¿Qué pretendo siempre? Hablar de literatura, por supuesto. 

- De Francesc Serés? 

- También, pero no exclusivamente. Si quieres podemos hablar de ese problemilla que tienes tú con las lecturas últimamente. La mala elección de la que tanto te quejas. 

- No es tanto un problema de mala elección como de malas novelas. Honestamente, estoy algo harto de ese tema. Preferiría hablar de cualquier otra cosa. ¿Te digo lo que creo? 

- Por favor. 

- Creo que me has llamado para tratar de descubrir y aclarar durante esta conversación qué significa el título del libro. Creo que la entrevista me la vas a hacer tu a mí. 

- Quizá. Prefiero pensar que nos entrevistaremos mutuamente. Sospecho que nos daremos mucho la razón el uno al otro. Es lo que tiene ser la misma persona. 

- No estoy de acuerdo. 

- Muy gracioso. ¿Qué te pareció? 

- ¿El libro? Me gustó mucho, pero no dejaba de ocurrirme algo muy curioso. Verás: ya sabes que suelo leer los libros, dependiendo del tamaño, en varias tandas, tratando de que no sean más de cuatro o cinco, es decir, un libro cada dos o tres días. “Materia Prima”, al coincidir con el fin de semana, me llevó demasiado. Lo dejé y retomé unas seis o siete veces, seguramente más. 

- Qué horror! - se ríe - ¿Qué tiene esto que ver con el libro? 

- Ahora verás. El caso es que este libro lo cerré muchas veces y todas y cada una de ellas me ocurría lo mismo: no me apetecía retomarlo. No lo dejaba por eso. Simplemente, al cerrarlo, pensaba en dejarlo. En leer cualquier otro. 

- ¿Y qué te lo impedía? 

- Orgullo, supongo pero sobre todo algo mucho más importante: sabía, a ciencia cierta (ya te digo que me ocurrió muchas veces), que en cuanto lo abriese y leyese una línea, sólo una línea, ya estaría enganchado. No querría dejarlo. 

- ¿Te enganchaba la trama? 

- ¿Trama? ¿Qué trama? No tiene trama, ya lo sabes. Son artículos en forma de entrevistas o entrevistas en forma de artículos, no sé. 

- ¿Hay alguna diferencia? 

- La intención, supongo. 

- ¿Cuál dirías que es? 

- Denuncia social, básicamente, pero no de la que estamos acostumbrados a leer. Constatación de una realidad que tendemos a olvidar. Aquello tan insignificante en lo que no se piensa pero que forma parte de esa expresión tan horrible que es "el tejido social"; lo que hace todo posible y sobre lo que todo se sustenta. 

- La materia prima. 

- Sí. Parece que Francesc quiera recordarnos cuál es ese tejido social que tanto nos gusta citar y que a fuerza de repeticiones hemos convertido en algo ajeno a nosotros mismos, algo en lo que no podemos intervenir, incidir, como si se tratase de un suceso inevitable cuando en realidad los hilos de la urdimbre de ese tejido somos tú y yo y ese señor que cruza la calle y esa niña que espera con su madre el autobús. Parece que Serés quiera recordarnos lo importantes que somos, nos devuelve la identidad que la sociedad se empeña en robarnos con sus generalidades. 

- Eso suena a artículo del suplemento de El País. 

- Jajajaja! Buena observación. Sí efectivamente, lo parece. Tendría que llamarse “Materia Prima Laboral”, que es al fin y al cabo el nexo común. 

- El trabajo. 

- Y los trabajadores que lo llevan a cabo, sí. La diferencia respecto a un suplemento del diario radica en el interés. Mientras uno, el semanal, parece trabajar con una fotografía, con el distanciamiento que implica, el otro, Serés, se sumerge en el día a día de esa persona y a base de preguntas breves y lo que suponemos miradas inquisitivas, logra ir un poco más allá de lo que estamos acostumbrados, alcanzando un grado de identificación inesperado. 

- A mí me sigue sonando a peñazo. 

- Porque tú no tienes sensibilidad. Suena a peñazo porque estamos mal acostumbrados. La “marea” ha establecido la dirección y el tono que debe tomar la literatura de realismo social, que es donde yo situaría este libro si me apuntasen con una pistola y me obligasen a inscribirla en algún género concreto, cosa que no me ocurre a diario, pero sí a menudo. Ahora mismo pienso, porque la tengo reciente, en “El apocalipsis de los trabajadores” que habla más o menos de lo mismo: de los trabajadores y sus penurias y su día a día y su falta de esperanzas. Valter Hugo Mae dedica doscientas y pico páginas a desarrollar en su novela una décima parte de algo para lo que Serés necesita poco más de trescientas, no quedándose únicamente en la historia el inmigrante que malvive en Portugal o las mujeres que van tirando como limpiadoras de hogares ajenos. Serés va a por todas y por eso dialoga tanto con una mujer que trabaja en un CallCenter como con una millonaria que no soporta a los albañiles por lo que representan. No se olvida de los taxistas que aspiran a vidas mejores en Birmania, vendimiadores, camareros de grandes banquetes, fisioterapeutas, profesores de universidad, empresarios de pymes, abogados, sindicalistas y muchos otros. 

- Suena impopular. Me refiero a la temática. ¿Vende libros este hombre? 

- Supongo que no muchos. Lo que ocurre es que Serés, con este libro, va contracorriente, ya lo he dicho, y demuestra que la suya es una literatura convencida y con mensaje; la del verdadero “regusto amargo” que no necesita excusas ni interpretaciones metafísicas. 

- Y eso te ha gustado. 

- Sí, claro que me ha gustado. ¿Cómo no me iba a gustar? Además Serés escribe de maravilla. Se me hace raro encontrar un escritor al que le importan tan poco las florituras artísticosintácticas. Serés parece haber reducido el lenguaje al nivel del tema tratado, depurándolo hasta convertirlo en un diálogo que cualquiera de nosotros mantenemos con nuestros vecinos o amigos. Va al grano. No le importan los paisajes ni le interesa transcribir sentimientos. Le importa la gente y se nota que lo único que le interesa es llegar cuanto antes al objetivo del libro. 

- La materia prima. 

- Sí. La materia prima.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Resumen de Lecturas: Febrero de 2011



Hay meses que dan pena. Este ha sido uno de ellos. Lo que empezó siendo prometedor acabó resultando un completo desastre. Me consuelo pensando en esas primeras ejemplares lecturas. 


[La parte alta: Zona Cálida] 

La primera fue una novela escrita por el autor que se lleva la portada: Michel Houellebecq. El premio es por haber escrito esa pequeña obra maestra que son “Las partículas elementales”: un libro que acompleja a casi cualquier otro del que vaya a hablar en la presente entrada. Cuando yo me quejo, quizá injustamente (aunque no lo creo) de la pobreza de la narrativa española actual lo hago siempre por comparación por novelas como esta; novelas que cuando las leo me mantienen en un estado de estupefacción permanente; que hacen de la lectura lo que debe ser: un placer. Una sensación muy parecida a la que produce otra de las grandes lecturas del mes: “Ruido de Fondo” de Don Delillo. Confieso que la segunda parte se me hizo algo pesada en comparación con la primera, mucho más ágil e interesante, con un humor más evidente pero esa sensación desapareció en cuanto terminé la lectura, cuando ese final (del que no se puede hablar en público) dota a toda la novela de un nuevo significado. El de Ruido de Fondo es un final, que como algunas películas, invita a la relectura. La tercera novela a destacar este mes es “El Gran Cuaderno” de Agota Kristof, para la que sólo hay calificativo: Obra Maestra. Un relato apasionante que merece tener su propia entrada en un futuro inmediato y que no corona la portada de esta entrada precisamente por eso. 



[La parte central: Zona Templada] 

En esta parte central, en la zona templada, están el resto de los libros a excepción de uno. Por riguroso orden de lectura: “La niña del pelo raro” de David Foster Wallace fue una relectura (una de las pocas que hago) por lo que el éxito estaba asegurado. No encumbra esta lista porque Wallace me gusta más como articulista o novelista que como “cuentista” aunque me ha entusiasmado descubrir un par de cosas en las que no había caído en su momento, durante la primera lectura, hace ya demasiados años: de una ya hablé en su momento y de la segunda hablaré, probablemente, a lo largo de esta semana. 

Una forma ideal de pasarlo bien es leer, como hice yo, a Rubén Martín G y su “Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios”. No me detendré mucho en este punto porque ya lo hice: antes, durante  y después de la lectura y temo que si insisto Rubén me reclame derechos de imagen que no podré pagar ni prostituyéndome. 

Inmediatamente después fue el turno de dos recomendaciones de Vicente Luis Mora. La primera, “La nueva taxidermia” de Mercedes Cebrian, venía también avalada por Francisco Ferré. En su momento quise hacerle una entrada breve (la que se merecía) pero me olvidé. Cosas de la edad. Eso, o que no me entusiasmó. A ver, no está mal, pero son dos relatos “largos” (ella dice “novelas cortas”) de los que ahora mismo sólo recuerdo el primero. Interesante, sí, pero no lo suficiente ni para encabezar esta lista ni para recomendar. TIENE que haber novelas mucho mejores. A pesar de todo, porque mi fe en los demás es inquebrantable (para que luego digan) empecé la segunda de las recomendaciones de Mora: “El rey siempre está por encima del pueblo” de Daniel Alarcón, uno de aquellos que (aseguraba Granta) era de los mejores narradores jóvenes de no sé qué sector de la población escribiente. La típica lista en la que yo también figuraría si se ajustasen adecuadamente los parámetros. Por lo general ya no soy de relatos pero en este caso el resultado es criminal porque no recuerdo ni el primero. Recuerdo uno, pero no era el primero. Estoy casi seguro. Es verdad que este mes he leído mucho y que los argumentos tienden a mezclarse y más si tenemos en cuenta que cinco de los catorce libros leídos son de relatos (por no hablar del primero de este mes, que acabé ayer y que también lo es (de relatos). Y muchos.) Podría ser normal por lo tanto que no me acordase, pero no lo es porque de los cuentos de los demás sí me acuerdo. Me quedo, por lo tanto, con la sensación que me produjo su lectura (y que sí tengo fresca en la memoria –siempre me ocurre-): Daniel Alarcón es un buen narrador. Escribe correctamente, sin arriesgar demasiado, que es precisamente lo que a la larga acabará haciéndole más daño porque lo sumerge en cierta inevitable mediocridad, de esa que acaba en el olvido. En definitiva, un libro que tampoco puedo recomendar y al que ya he dedicado demasiadas líneas. 

A estas alturas sumaba ya dos lecturas flojas. Malo. Con lo bueno que se presentaba el mes... Los relatos, aunque no me gustan, son adictivos por fáciles y por eso mi siguiente elección fue “Nueve Cuentos” de Salinger. De Salinger, hasta la fecha, sólo había leído lo que todo el mundo: “El guardián entre el centeno”, pero fue una lectura obligada en el colegio. Obligada y en gallego (lengua que domino pero no utilizo). Así es imposible que le guste a nadie nada. Ya se pueden imaginar la manía que le cogí al buen señor. Pero todo se supera y me convencieron para leer el relato del pez plátano y me encantó y luego ya fue fácil seguir con el resto. Y divertido. Encontré relatos que me gustaron más y relatos que me gustaron menos pero en general disfruté mucho y aprendí más. 

Después fue el turno de “Un momento de descanso” de Antonio Orejudo del que también hablé en su momento pero para aquellos que no quieran seguir este enlace les diré que fue lo que menos me gustó del escritor. Una historia floja que deja un libro mediocre. 

Padres Ausentes” de Pablo Muñoz (el Alvy Singer de la blogosfera) también ha sido citado en este blog, en esta entrada, aunque un poco tangencialmente. Merece una entrada y la tendrá cuando encuentre un hueco lo bastante grande para meterlo a él. De momento quédense con la idea de que siendo un librito interesante lo es menos de lo esperado. A uno le tiene que gustar mucho el mundillo del comic pijamero (servidor) para disfruta con su lectura. Absténgase pues todos los demás.

El apocalipsis de los trabajadores” de Valter Hugo Mae tiene entrada escrita pero todavía no la he publicado porque no quiero sobrecargar el blog de entradas en tan poco tiempo. Por no dejarles con la duda: no es una entrada elogiosa y no recomiendo su lectura (mucho menos su compra) a quienes no gusten de las historias tan bien escritas como aburridas. Después de esto Ana S. Pareja me retirará el saludo, ya lo estoy viendo, pero yo la voy a seguir queriendo tanto o más que antes porque el entusiasmo a la hora de defenderla fue (y es) notable. Por eso la leí. Estén atentos, en breve publicaré el comentario y podrán enterarse de todos los detalles. 

Los últimos días de Clark K.” del desconocido Alberto Ramos también la comenté (hablo demasiado) hace muy poquito. Dije de ella que era divertida, que me había reído mucho y que los que pudiesen deberían ver la obra de teatro que se represente en el teatro que señalo en la entrada en cuestión (pinchar en el título del libro para llegar o desplazarse un poco más abajo en esta página). Brevedad, concisión y una historia que vale la pena leer: es más de lo que han ofrecido algunos de los mencionados en este texto. 

Lo último, este fin de semana, fue “Bestiario” de Cortázar. De este no voy a hablar. Los mejores cuentos que he leído en mi vida los ha escrito Cortázar y alguno está en esta colección. Si con eso no les convenzo no les convenceré con nada. Este será el año de mi cuenta pendiente con él: “Rayuela”. No me llega el momento. Estoy hasta nervioso y todo...



[La parte baja: Zona Fría: Abandonos] 

Y ahora el gran perdedor. Pensé que no habría ninguno; todo iba tan bien… Quiero decir que a pesar de lo mediocre de muchas lecturas ninguna me había parecido lo bastante deficiente ni aburrida como para abandonar su lectura. Ni el de Valter Hugo, que ya es decir. De ahí mi sorpresa a medida que avanzaba en la lectura de "Los principes valientes" de Javier Pérez Andújar, uno de los mejores prosistas que he visto en mucho tiempo. Muy "Pablo Gutiérrez", con ese estilo tan peculiar y esa facilidad para sugerir imágenes con las palabras. Leer a Andújar pone todos los sentidos en alerta: podemos oler sus descripciones, saborear lo que comen los personajes… Es asombroso, en serio. "¿Entonces por qué lo dejaste?", se estarán preguntando. Bien: porque me aburría. No me interesaba lo que me estaba contando. Andújar se recrea demasiado en el lenguaje y se olvida que detrás debe haber siempre una historia. Aquí no la hay. Aquí hay una sucesión de relatos con un nexo común que son los recuerdos del escritor, pero como no está planteado de ese modo tropieza una y otra vez, cada capítulo, en la misma piedra: el aburrimiento. Y yo tengo demasiado por leer cómo para perder el tiempo con este tipo de cosas.



La conclusión, de haberla, sería que estoy algo harto de tanta insuficiencia y me voy a tener que pasar a los textos con contenido. He prometido leer a Javier Calvo y a Oscar Gual y lo voy a hacer, pero luego me rindo. Me paso a lo foráneo: a Pynchon, Amis, Ellis, Fante, Russel, Gombrowicz, Ellroy, Beigbeder, Wodehouse, Vennegut, Faulkner... lo que sea. Cualquier cosa menos lo de siempre. No porque vea corporativismos, eso es una payasada, es simplemente que estoy un poco harto de literatura de serie B. La sensación de bajo presupuesto en el cine la puedo entender, en la literatura no. 

martes, 1 de marzo de 2011

El Wikilit de Quimera (o la perversión de la verdad)



Que Quimera es el suplemento mensual de cierto sector de la blogosfera literaria es algo que ya sabíamos. Que sus listas son las listas más listas del mercado, también. Que es una revista que se pasa de cultureta se ve a la legua. Pero lo del WIKILIT es de nota. Yo creía haberlo visto todo, pero se ve que no. [ESTO ES ASQUEROSAMENTE CIERTO] Veréis. 
(Un apunte aclaratorio para no iniciados en artes oscuras: Quimera es una revista literaria de corte partidista –como todas, sí- que presume de lo que carece –idem- y que no contenta con ello saca una encuesta haciendo las dos preguntas objeto de esta entrada a algunos colaboradores habituales, quizá temiendo que si se lo preguntan a otros vayan a decir lo que piensan). 
El día que conseguí hacerme con la edición de febrero (a saber: el 26 del mismo mes) fue casualmente el día que logré resolver todos mis problemas con el Outlook –que eran muchos y variados- y por extensión el mismo que recibí y pude leer el correo de Jaime Rodríguez Z., director de la susodicha, solicitando mi colaboración en la encuesta. [ESTO NO (ES ASQUEROSAMENTE CIERTO)]. Puesto que no pude contestar cuando debía por los ya mencionados problemas técnicos me voy a dar el gusto de hacerlo ahora, a toro pasado. Porque mirad: me lo he pasado tan bien, me he reído tanto con el artículo, que me parece de ley compartirlo con el resto de los seres vivos para que todos lean y gocen en la medida que yo lo hice. Que gocemos todos, incluso Quimera. Y a ver si tiene tanto sentido del humor como el que nos presupone a nosotros, sufridos compradores. [5 EURAZOS DE REVISTA, PARA QUIEN NO LO SEPA] 



[LA PRIMERA PREGUNTA] ¿Qué crees que pasaría si por un día todos los que formamos parte del mundo literario español nos dijéramos públicamente toda la verdad?

Voy a NO HACER dos cosas. Primero: voy a pasar por alto el "formamos" y el "nos dijéramos" (luego dirán que la revista no la hacen para ellos) y haré como que no he leído que la propuesta es decir la verdad: ojo; no es "decir lo que pensamos" sino "la verdad"; es decir: que no es que callen, es que mienten. Habitualmente, vaya; tampoco digo que lo hagan de forma permanente. La segunda cosa que NO voy a hacer es ponerme en plan estadístico pero sí tengo que decir que la respuesta más leída fue algo tipo: no pasaría nada, porque todos sabemos cómo va esto. ¿Lo sabemos? ¿Quiénes lo sabemos? ¿Los editores? ¿Los escritores? ¿Los periodistas? ¿Los becarios? ¿Sus mascotas? ¿Quiénes? Porque yo no. Ya sé que sólo soy un lector, pero ojo: soy el lector de la revista que publica un artículo con dos preguntas que supone que me importan y que (siento ser tan pesado con el tema) me cuestan un buen dinerito que me gano trabajando. El caso es que da igual porque seguimos sin-enterarnos-de-nada. No al menos mientras la encuesta la respondan los amigos de los que formulan las preguntas, que a su vez son amigos de otros que parecen no tener nada que ver con Quimera pero que estarían encantados, llegado el momento, de salir en todo lo que tenga letras y se venda en quioscos. Lo que yo sí creo que pasaría es que se iba a montar un dios de cuidado. Si los unos (críticos) tuviesen que decir lo que realmente piensan de los libros de otros (escritores) lo más probable es que los segundos se vengasen cuando llegase el momento de invertir los papeles (que se invertirán; seguro: todos invertidos de aquí a cinco años) y entonces nadie sería amigo de nadie y el único que saldría ganando es el lector, que vería por todas partes criticas geniales de puro sádicas. Eso durante los seis primeros meses. Luego supongo que los escritores pondrían en marcha la máquina de pensar en escribir libros de verdad; libros que mereciesen ser leídos; libros en los que valiese la pena gastarse el dinero; libros que demostrasen que detrás de esta fachada artística hay algo más que intereses de egos y dineros; libros que demuestren que hay realmente una generación que valdrá la pena incluir en las enciclopedias dentro de veinte o treinta años y que no se verá condenada a ser objeto de burla de los escritores daneses (otra panda de listos) que es exactamente lo que está ocurriendo ahora. Yo no digo que tengan que ser todos Franzens , Pynchons o FosterWallaces, pero no estaría mal que de una vez dejásemos de ser los herederos de Cervantes y nos hiciésemos nuestro propio hueco en este mundillo tan rastrero. 

En definitiva, que yo sí creo que pasarían cosas y que el movimiento se demuestra andando y que si los que responden “no pasaría nada” creyesen realmente en ello no lo dejarían ahí. Contestarían. Dirían la verdad y así veríamos todos cuán llenos de razón están. Pero no lo hacen. Se callan (cobardes, cobardicas) por muchos motivos tras los cuales se esconde siempre lo mismo: E-G-O. Y así, haciéndose los tontos, pasan a la siguiente pregunta. 

(Esta entrada me está quedando un poco larga pero eso es porque la verdad ocupa espacio y como esto es gratis escribiré hasta que me aburra. Si costase cinco euros no; entonces mediría mis palabras. A ver si va a ser por eso… 

El caso es que mientras escribo voy llegando a mis propias conclusiones y me pregunto si es realmente interesante (que no legítimo) que los escritores sean también críticos literarios. Si no es eso lo que al fin y al cabo lo pervierte todo). 


[LA SEGUNDA PREGUNTA] "Haz un esfuerzo de honestidad y revela un dato concerniente a la industria que nunca te hayas atrevido a revelar"

Uhhhh, que miedo. A estas alturas del correo debían estar todos entrando en pánico total. Voy a obviar el insulto que me parece que un alguien le pida a otro alguien un esfuerzo a la hora de ser honesto (tela!) y me voy a centrar en lo que me importa aquí. A saber: sólo se pide un dato. (1, para los que sean de ciencias). Un simple dato. Ni veinte ni treinta. Una sola cosa que se suponga que nadie sabe. (Un “nadie” que podría perfectamente ser, por ejemplo, yo (aprovechando mi insignificancia y mi ignorancia supina en casi todo)). Un dato que yo no sepa. Respuesta mayoritaria en el Wikilit; atentos: "bueeeeeno -con voz de escritor que se hace de rogar- que los premios están amañados". Joooder, qué fuerte, qué fuerte, qué fuerte. Así, sin  anestesia. Directo como un puñetazo e igual de efectivo. ¡Quién lo iba a decir! Y yo pensando que Boris Izaguirre era uno de los mejores escritores de este pedazo de península! En fin. Corramos un tupido velo. Otros hablan de sexo, lo cual es genial pero también terrible. Genial porque en mi fuero interno temía que los escritores no hiciesen otra cosa que leer y escribir, algo que vería bien si esto fuera Corea del Norte, pero no esta España, con tantas libertades y tantos bares por habitante; y terrible porque significa que los mismos escritores (que ya hemos visto que no trabajan todo lo que debieran porque están siempre de copas y follando) pueden reproducirse. Como lo oyen. Y nosotros no queremos que eso ocurra, verdad? Noooo!! Lo que nosotros queremos es que alguno de ellos ponga orden; que se suba a un pedestal (si no estaba subido ya, que seguramente) y diga bien alto y bien claro: “Bien, chicos. Dejemos ya de chuparnos las pollas y pongámonos a escribir obras maestras”. Y luego lo que salga, claro. La intención es lo que importa y la inteligencia no nos trata a todos por igual. Yo, por ejemplo: soy menos imbécil de lo que aparento, lo que pasa es que hay que conocerme un poco para notarlo. 

Pero no hay como los ejemplos. Veamos algunas de las respuestas que dan los entrevistados a esta segunda pregunta: 
  • Luna Miguel, que es poeta, nos cuenta una que ríete tú de Inception. Si creías que no habías entendido el argumento de la película verás cuando leas esto: “[…] me parece muy feo ese mal rollo que se ha creado entre autores y personajes literarios como P, A y E por culpa de la entrevista que I hizo a P para una revista digital”. Cágate lorito. Luego lo desarrolla, pero no mejora. Al contrario. También es mala suerte que a LM (mira, como el tabaco con el que me hacía los porretes de chaval) le parezca feo precisamente lo único que podría salvar este artículo. 
  • Marc Caellas, es gestor cultural (que debe ser el mejor trabajo del mundo) y nos descubre el por qué los venezolanos no tienen mucho más éxito en nuestro país: por orgullo. ¿A que no lo sabían? Pues sí. Y lo justifica de la siguiente manera: una chica escritora quería conquistar a un chico escritor (de Venezuela) prometiéndole orgasmos y premios literarios (aunque no necesariamente por ese orden) y éste le dijo que no. Y de ahí la conclusión. Por eso cerraron CNN+: no estaba a la altura. Yo me siento fatal conmigo mismo porque hasta que Marc dijo lo del orgullo pensé que, una de dos, o la muchacha era fea como un erizo y no había por donde “cogerla” o el muchacho era un poco bastante gay. Gracias Marc por tu valiosa aportación.
  • Cristina Fallarás (un apellido de los que condicionan) es la que ve a todos los “artistas” (se lo vamos conceder) siempre con los pantalones bajados, o borrachos o arrimados al váter de algún bar o todo al mismo tiempo: borrachos, desnudos y en el váter de un bar. Ella no habla de mear, porque ya sabemos todos como están los aseos de los bares y que hay que ir meadito de casa. Follar tampoco los ve, Fallarás, a nuestros genios de las letras (segunda concesión). Se ve que se le escapan. No me extraña, tanto acoso y tanta leche. Luego dice que no sabe cotilleos. Ja! ¿Acaso se quedan mudos los escritores borrachos? ¿Y qué hacen todos desnudos? ¿Es Cristina Fallarás uno de los personajes de la última novela de Orejudo? ¿Aquella que coleccionaba fotografías del glande de los escritores que se encontraba? (¿A que ya tiene mejor pinta la novela de Orejudo? Si es que lo que venda un buen glande...) 
  • La Fiera Literaria es un fanzine que necesita vender para sobrevivir –como todos los fanzines- y por eso va a su rollo. Empieza citando Orwell (cómo no podía ser de otra manera, porque Orwell en todo esto tiene mucho que ver) y luego a tropecientos escritores más como forma de quejarse de lo partidista de las listas que sacan los periódicos. Vale, muy bien. Cualquier momento es bueno para darse a conocer. Viva la revolución! A ver cuándo empiezan a pegar carteles es las estanterías de El Corte Inglés. 
  • Oscar Gual pasa de todo. No miente pero tampoco cuenta. Se inventa una película. Cómo es escritor… Una pena. Este tiene pinta de listo y seguro que sabe cosas. Se lo vamos a perdonar porque está de promoción, pero la próxima, Gual, te toca mojarte. Correrte no, Gual; mo-jar-te. (Es que los dejas solos y…) 
  • Alberto Olmos dice que tampoco sabe nada. Aquí nadie sabe nada. Si Olmos no sabe nada es que nadie sabe nada. Anda que tengo que leer cada cosa... 
  • Y acabo. Este último me gusta mucho porque creo que es el único que no miente. Será porque me siento muy identificado. Dice Antonio Jiménez Morato, a la sazón escritor, tallerista y crítico literario, que nunca puede leer un artículo completo de Quimera. ¡Lo mismito que me pasa a mí! Excepto éste del Wikilit, que me hizo mucha gracia hasta que me cansé, que vino a coincidir con el punto final. 

Y nada más. Acabé. Yo lo siento en el alma, de verdad. Ya sé que esta entrada además de larga puede parecer un poco borde pero nada más lejos de la realidad. Se trata de divertirse. Quimera se ríe (no sabemos si es con o de nosotros) de esta situación tan surrealista que ella misma provoca, exigiendo tácitamente nuestra complicidad, algo con lo que personalmente no tengo ningún problema. Del mismo modo el texto inmediatamente anterior también quiere reírse (no sabrán si es con o de ellos) de la misma surrealista situación, también con un tácito acuerdo de complicidad. Todos cómplices, todos amigos y sin dejar de reír. La crítica literaria como terapia humorística. ¿No es maravilloso? De todos modos confieso que estoy poco o nada preocupado con los sentimientos que pueda herir con esta entrada que ya supongo más bien pocos, porque independientemente de lo que diga y el tono que use, a los escritores lo que les gusta es que se hable de ellos. Si no se habla de ellos se ponen tristes, se bajan los pantalones y se encierrarn en los váteres públicos de los bares para llorar, quizá esperando que venga algún alma caritativa a hacerles una mamadita. Yo mamadas no hago, ya lo digo ahora. Dar por culo sí, todo lo que quieran, pero mamadas no, ni una.




Mi relación con los escritores, editores o gestores culturales mencionados: regularcitas, la verdad, ya se pueden imaginar. Por lo menos desde hoy.