jueves, 23 de febrero de 2012

El cliché de la complejidad (o morir de puro kitsch)

José Luis Amores (también conocido en la red como Bolmangani) ha traducido la introducción de un libro, inédito en nuestro país, titulado La novela, una historia alternativa", firmado por un tal Steven Moore. En ESTE post de su blog nos cuenta la película y en ESTE otro (y en el anterior) pueden leerse el documento entero, que les adelanto que ocupa 56 páginas. 

Para los enemigos de seguir enlaces (entre los que me incluyo) les dejo un fragmento del texto publicado por Amores en su blog en el que nos explica quién es este Moore y a qué se dedica en sus ratos libres: 

Moore es un académico inusual, experto en la obra de, entre otros, los William Gaddis, Burroughs y Gass, además de John Barth, Thomas Pynchon y David Foster Wallace: uno de los nuestros. Fue él quien publicó el Fire the bastards! [¡Despidan a esos desgraciados!] de Jack Green (*) en formato libro. Fue él quien se ocupó de editar en inglés el Larva de nuestro querido Julián Ríos. Es o fue bajista de rock, bailarín clásico y profesor de cursos de posgrado de literatura. Es Doctor en Literatura, crítico literario y editor. Y en 2010 publicó el primero de los dos volúmenes de que consta su Historia alternativa de la novela, en la que desarrolla, de la manera más atractiva, amena e ingeniosa que cabe imaginar —o mejor, que no cabe imaginar, habida cuenta del cómo se suele y de quiénes suelen abordar este tipo de temáticas—, la historia de la novela como género desde los antiguos egipcios hasta nuestros días. 

Esto es: Moore es la clase de escritor/lector/crítico que gusta de lecturas difíciles o, como a él le gusta decir, complejas (un matiz importante, este). Hablamos, ya lo han visto, de Gaddis, Pynchon, Barth, Wallace o Julián Rios. Quienes hayan leído a alguno sabrán a qué me refiero. Como lector ocasional de todos ellos no soy la persona más indicada para defenderlos y por eso no voy a hacerlo. Afortunadamente con este post no pretendo otra cosa que hacerme eco de la mencionada Introducción así como alimentar el debate que de su lectura pueda surgir. Ya sé que pido mucho: que 56 páginas son un montón de páginas por leer teniendo en cuenta que se trata del prólogo de un libro que nos vamos a quedar sin catar todos aquellos no dominemos el inglés (al menos hasta que alguien tenga a bien traducirlo). Es más, yo soy el primero en evitar los prólogos y estoy 100% seguro de que si no fuese porque conozco a Amores jamás lo hubiese leído, ni traducido ni sin traducir, ni resumido ni sin resumir. Pero lo he hecho y tengo que reconocer (y les doy mi palabra de honor de que dejé el amiguismo a un lado al llegar a la tercera página) que su lectura ha sido apasionante la mayor parte del tiempo y lo que es mejor: motivo de reflexión permanente desde que lo empecé (esto es: ayer). 

Pero voy a aliviarles la carga. Me voy a imaginar que son ustedes la mitad de vagos que yo y les voy a regalar, a modo de resumen, una sucesión de citas que por uno u otro motivo me han llamado la atención en este pequeño, digamos, ensayo. Con ello espero no tanto ahorrarles la lectura como invitar al debate a todos aquellos que tenían intención de obviar el texto y a los que supongo legión. 

Lo primero y más importante a tener en cuenta es la distinción que Moore establece, desde el primer momento, entre dos tipos de literatura: Arte vs Entretenimiento:

“Debido a que la novela puede ser tanto una obra de arte como un tipo de entretenimiento, habrá malentendidos y reproches cuando los lectores no logren distinguir entra las dos, e incluso cuando no se den cuenta de que hay una diferencia entre ambos. […] Algunas novelas pueden ser rigurosamente artísticas y aun así disfrutar de un éxito popular […] pero la mayoría de escritores eligen entre arte o entretenimiento: muy pocos pueden atender a la inspiración y a la codicia.” 

Si damos un pequeño salto nos metemos directamente en el eterno conflicto del “elitismo” que acompaña siempre a la literatura artística; la forma que tienen de mirar los lectores de Pynchon a los de John Grisham, por ejemplo. Un debate que es, en cierto modo, lo más divertido de todo esto y una de las razones de ser de esta paliza que les estoy dando: 

“Cualquier discusión sobre arte versus entretenimiento en el presente clima cultural invita a expresar acusaciones de elitismo y esnobismo. Pero la distinción entre las dos debería ser cuestión de taxonomía, y no necesariamente de calidad. El gran entretenimiento es mejor que el mal arte, y uno no debería condenar las obras de arte por no ser más entretenidas, ni al entretenimiento por no ser más artístico” 

A continuación les dejo un párrafo que ilustra perfectamente lo que defiende cada uno de los bandos. A un lado están los MPF -siendo esto un acrónimo de B.R.Myers, Dale Peck, Jonathan Franzen y espíritus afines- que defienden la literatura de entretenimieno. En el bando contrario estaría el propio Moore: 

Los MPF comparten la estética de Estacada. Peck suspira por «las satisfacciones tradicionales de la narrativa; personajes creíbles, argumentos satisfactorios, epifanías y demás» Myers, a quien Peck cita con aprobación, quiere que «[al] lector [se le] hable como a un igual del escritor, con unas cadencia y vocabulario naturales» no quiere «payasadas pseudojoyceanas con la puntuación; sólo diálogos creíbles y escuetos» . Cualquier finalidad que persiga el escritor debería hacerse rápida y eficientemente y no debería haber «menciones de… personajes históricos y literarios, títulos de libros, etc.». Un escritor debería «hacer volar a sus lectores» con «una trama vigorosa y repleta de acción… escrita con una prosa cuidada sin afectación poética». (O sea, las metáforas y las imágenes son aceptables si se usan con moderación y modestamente.) Lo ideal son «historias poderosas contadas de manera sencilla». Yo sostendría justo lo contrario: la historia carece de importancia, y el estilo puede ser tan afectado como el escritor quiera, porque demasiado a menudo «sencillo» significa modesto, plano, simple —cualidades admirables en un manual de reparaciones, no en una obra literaria. 

A este respecto, y simplemente por echar más leña al fuego, permítanme que incluya una divertida cita extraída de “X” de Percival Everet, una novela que trata con mucho sentido de humor este mismo asunto de “las dos literaturas” (sí, lo siento, es una recomendación velada). La cita en cuestión es una conversación imaginaria entre James Joyce y Oscar Wilde: 

Wilde: Temo por la voz
Joyce: ¿Qué quieres decir?
Wilde: Adónde va la literatura. Pronto se perderá la voz, ¿y qué nos quedará?
Joyce: Páginas.
Wilde: ¿Y la trama?
Joyce: ¿Qué es la trama, al fin y al cabo? No es más que una forma de anunciar la última página.
Wilde: ¿Has salido a caminar alguna vez durante una tormenta eléctrica cargado con un tubo metálico alargado?
Joyce: No.
Wilde: Deberías probarlo.
Joyce: ¿Estás enfadado?
Wilde: No, solo estoy anunciando la última página. 

Pero sigamos con la confrontación. En otro momento de la introducción, Moore nos da una pista de las razones por las que es posible que la literatura “artística” tenga tan pocos adeptos. 

¿Quieres saber un secreto? La literatura no es para todo el mundo. La gente lo acepta sobre otros tipos de arte —la música seria no es para todo el mundo, ni tampoco el teatro de sombras balinés— pero cuando se trata de narrativa, existe la asunción democrática de que cualquier persona con una educación básica debería ser capaz de leer y disfrutar cualquier novela. Esto quizá se origine en el instituto, donde a todos se les encarga la tarea de leer novelas clásicas, mientras que las clases de arte o música son optativas, y la ópera o la danza no se dan en absoluto. De ahí que haya quienes sientan que es reprochable escribir una novela que esté más allá del nivel de lectura del instituto. 

Mientras leía el párrafo anterior (así como en otros muchos momentos no citados) me acordaba de tantos y tantos (estoy exagerando) libros publicados a los que llegué a acusar, en este mismo blog, de “ininteligibles” y por ello "malos". Me acuerdo especialmente del de Javier Aviles (“Constatación brutal del presente”), al que en su momento acusé de poco menos que insufrible (a su libro, no a él). No se equivoquen, sigo pensando lo mismo. La razón es que también he leído novelas de los autores considerados “difíciles” (Wallace, Gaddis, Pynchon...) y aunque sí tuve sensación de caminar mientras se me hundían los pies en un metro de nieve no llegaron en ningún momento a provocarme el mismo tipo de rechazo; siempre había algo que me recompensaba aunque no fuera más que el paisaje. Con esto quiero decir que hay tener mucho cuidado: la literatura, cuando se define y defiende como ARTE, cae inevitablemente en las misma controversia en que se encuentra la pintura, por ejemplo, pero en mi humilde opinión esto no debe justificar nunca el "todo vale, todo es bueno, eres tú que no me entiendes (imbécil)". Moore lo explica mejor que yo: 

Naturalmente, se producen un montón de cosas mediocres que se autodenominan arte, tanto en literatura como en otros campos, y se necesita desarrollar una sensibilidad estética para distinguir lo bueno de lo malo, las novelas innovadoras de las simples novedades. Recuerdo estar leyendo una vez una novela que evitaba de alguna forma el verbo «to be», pero lo dejé después de 30 páginas porque se trataba de una novela pésima, a pesar de aquella desafiante restricción formal. Y se necesita la misma sensibilidad para ser capaz de reconocer cuándo algo es bueno aunque incompatible con los gustos personales, y tales reconocimientos deberían devenir tolerancia en lugar de condena. […] Admitir que ciertas novelas son excelentes aunque no del gusto de uno requiere una honestidad y una humildad rara vez vista en los críticos, y una capacidad para distinguir entre objetividad y subjetividad rara vez vista en nadie. 

Y con esto ya nos metemos directamente en el pozo de fango que es la crítica literaria, un asunto al que -les doy mi palabra- no tenía pensado llegar cuando empecé a escribir este post. Pero miren, ya que estamos…. De entrada parece que Moore excluya de una patada -releer párrafo anterior- a todos aquellos críticos que defienden únicamente el tipo de literatura “convencional” (entendiendo esta como la no-artística), lo que sumado a las teorías kitsch de Alberto Santamaría (aquí) limita el campo de acción de la crítica literaria a cuatro elegidos que sabrán ellos quienes son y porqué están ahí. Es broma. Los argumentos de Moore me parecen más que válidos en la medida que pretende defender un tipo de literatura que de otro modo se vería (como de hecho se ve) condenada al ostracismo literario por todos aquellos seres humanos incapaces de entender que se pueden compaginar ambos tipos de lectura sin tener que llegar a las manos. Y es que no siempre tiene uno ganas de pelearse con un libro por muy generosa que sea la recompensa final.  

Quisiera acabar el post con una última cita de Moore en la que hace referencia al siempre espinoso asunto de la Objetividad de la que en ocasiones presume (o es acusada) la crítica. Desde este blog siempre se ha defendido no ya la subjetividad sino la imposibilidad de ser objetivo. En un mundo imperfecto todos seríamos objetivos e infalibles las veinticuatro horas del día, llevaríamos unos uniformes horribles y el pelo cortado a la taza. Sirva el siguiente párrafo como justificación de la diversidad de criterio; como apoyo a la crítica amateur y/o como protección del derecho a ser conservador o progresista según se levante uno por la mañana; pero sirva especialmente como defensa a ultranza del debate que surja de todo ello, un debate por el que vale la pena morir de puro kitsch. 

La objetividad quizá sea posible cuando se evalúa una ecuación matemática o un experimento químico —o funciona o no funciona—, pero detrás cualquier juicio literario necesariamente se oculta la subjetividad. Los gustos personales, la formación, la experiencia y las expectativas relegarán siempre las pretensiones críticas de consideración o demérito de cualquier escritor, sin importar el peso del argumento. Pero estoy convencido de que las reacciones negativas a la moderna narrativa singular son culpa en parte de la ignorancia de la larga, colorida y decididamente singular historia de la novela. 



(*) Editado recientemente por Alpha Decay y prologado por el propio J.L.Amores.

lunes, 20 de febrero de 2012

La importancia del contexto histórico en “El doble” de Dostoievski

Hoy no me interesa tanto escribir una reseña como plantear la siguiente pregunta: ¿cómo es posible que El Doble llegase a ser el fracaso estrepitoso que fue en su momento si reputados personajes como Nabokov -por lo general tan críticos con Dostoievski- han llegado a considerarlo poco menos que su mejor obra? (1) Para tratar de dar con la respuesta voy a tener que retroceder un montón de años en el tiempo, obviamente, y rescatar la historia que se oculta tras la escritura y publicación de El doble, una historia, en mi opinión, mucho más interesante que cualquier reseña que yo pudiese hacer de esta novela, puesto que incluye críticos envilecidos, escritores vanidosos, competencia desleal, puñaladas traperas y todas esas miserias que van siempre tan unidas a la literatura y los monstruos que la habitan. 

* * * * * * * * * * 

Lo cierto es que el fracaso de El doble (2) tiene varios protagonistas. El primero de ellos es Belinski. Quienes hayan leído la reseña de “Pobres Gentes” (partes una y dos) quizá recuerden que Belinski era crítico literario en una revista llamada “Anales de la patria” (o “Noticias de la patria”) dirigida por un director implacable (Kraevski) (esto de implacable es cosa de Belinski, que aseguraba que éste se había enriquecido a su costa). Pues bien, había un grupito de escritores denominado “La pléyade de Belinski”, que podría perfectamente ser el equivalente actual de cierto grupúsculo cutresalchichero de jóvenes que quieren ser el centro de un microuniverso que arranca en su ombligo. Citando a Joseph Frank eran un círculo de escritores jóvenes y otros que no lo eran tanto, y que competían por atraer la atención del público, cada uno de ellos tratando de mimar excesivamente su propia vanidad. El caso es que esta pléyade de Belinski estaba compuesta por menos gente de la que la compone hoy; casi todos eran colaboradores de “Anales de la patria”, algunos bastante conocidos: Panaev, Kavelin, Nekrásov, Turgueniev, Goncharov, Saltykov-Schedrin y ocasionamente Ogarev y Herzen amén del propio Dostoievski. 

Pues bien, la primera parte de nuestra historia tiene lugar en el momento en que está a punto de ser publicada la ópera prima de Dostoieveski, Pobres gentes. Dicen las malas lenguas que tanto elogio desmedido se le había subido un poco bastante a la cabeza y que más que reconocimiento lo que merecía era una patada en la boca por gilipollas. Me lo creo. El propio Grigórovich, su amigo y compañero de piso en los primeros años en San Petersburgo, dedica a este asunto todo un capítulo de sus Memorias Literarias. También a este asunto dedica Joseph Frank una considerable cantidad de espacio, por lo que es de suponer que al que más al que menos le gustan estas mierdas tanto o más que un buen jamón. Hay una anécdota, probablemente exagerada, que cuenta que Dostoievski había exigido un tratamiento especial en la edición de su primera novela para distinguirse del resto de los autores publicados. No me extrañaría que mas que “exigencia” fuese un “deseo” que la envidia, la historia y el “boca a boca” se hubiesen ocupado de tergiversar. Lo que sí es cierto es lo que ocurre unos meses después, en el momento exacto en que Dostoievski lee ante la Pléyade de Belinski algunas páginas de “El doble”: estas son recibidas con un falso entusiasmo. Por alguna razón (3) Dostoievski pierde en aquel momento el favor del crítico, que empieza a considerar su obra un pastiche de Hoffmann, Marlinski y Gogol. 

Poco después se publica EL DOBLE y no tardará en aparecer la crítica  de Belinski en “Anales de la patria” en la que menos bonito le decía de todo. Empezaba bien, afirmando que Dostoievski conocía los secretos del arte y destacando que en El doble había aún más talento creador y hondura de pensamiento que en Pobres Gentes. Llegado este punto me imagino perfectamente a Dostoievski con una sonrisa de imbécil que no le cabe en la cara. Lamentablemente la crítica no terminaba ahí. “Es evidente –continuaba- que el autor de El Doble no ha adquirido todavía el tacto de la mesura y la armonía y, en consecuencia, muchos le critican aun a Pobres Gentes, y no sin razón, su exceso de nimiedades, si bien este juicio es menos aplicable en este caso que el El Doble.” ¡Qué hijo de puta! Pero ya se sabe: sólo los amigos te pueden traicionar. El milagro fue que no hubiesen perdido la amistad (no este día, al menos), tal como ocurrió con La Pléyade -a quienes no me cuesta imaginar (sin querer abundar en el paralelismo) como un perfecto grupo de gilipollas engreídos- que a estas altura de la película ya estaba completamente desatada y que no necesitó esforzarse mucho para conseguir que fruto de las burlas constantes -y estamos hablando de poemas satíricos dedicados y lindezas por el estilo- Dostoievki estallase. La ruptura final con ellos tuvo lugar tras un enfrentamiento con Turgueniev por algo que, dice Grigorovich, tenía que ver con Gogol y el siempre espinoso asunto del plagio, algo que merecerá su propia entrada en un futuro (quisiera) cercano. 

Dostoievski le escribe una carta a su hermano en la que le resume lo ocurrido: “Pero esto es lo que me enferma y tortura: nuestro propio círculo, Belinski y todos ellos, están disconformes conmigo a causa de El doble. La primera reacción fue incuestionablemente de entusiasmo, creó conversaciones, ruido, palabrerías. La segunda..., de críticas: a saber, todo el mundo, como una sola voz, la de nosotros y de todo el público, considera que El Doble es tan aburrido y soso y tan extenso que resulta imposible de leer.” Llega al despropósito de darles a todos ellos la razón, pero es de suponer que esto tiene que ver con cierta debilidad de carácter de la que hasta entonces había hecho gala: "Gran parte de él fue escrito de una manera apresurada y en un estado de gran fatiga... Junto con páginas brillantes, muy logradas, hay otras que son pura basura, que revuelven el estómago; es imposible leerlas." 

* * * * * * * * * 

Me preguntaba al comienzo del post cuáles podrían haber sido las razones para que El Doble hubiese acabado siendo el fracaso que fue. Evidentemente tuvo mucho que ver la propia calidad de la novela pero también que, quizá, hubiese sido en parte incompresible para la época, tal como puede extraerse de un comentario que tiempo después haría nuevamente Belinski: “[El doble] adolece de otro defecto importante: su ambiente fantástico. En nuestros días lo fantástico puede tener cabida sólo en los manicomios, pero no en la literatura, pues es de incumbencia de los médicos, no de los poetas”. Añádanle unas gotas de envidia y una lección de humildad y tendrán seguramente la fórmula perfecta del fracaso estrepitoso. Pero la de Belinski era sólo una opinión. Había otros críticos, más afines a Dostoievki y menos cabrones, que opinaban de otro modo. Era el caso de Maikov, al que rescataré para hablar, dentro de unos días, de “El señor Projarchin”: “En El doble, el estilo de Dostoievski y su afición por el análisis psicológico alcanzan plena expresión y originalidad. En esta obra cala tan hondo en el alma humana, observa tan temeraria y apasionadamente las secretas artimañas del sentimiento humano, el pensamiento y la acción, que la impresión que produce la lectura de El doble sólo puede compararse a la de un investigador que penetrara en la composición química de la materia.” Tampoco ve el misticismo del que se la acusa por ninguna parte. Más bien lo contario; considera que “la descripción de la realidad no podría ser más precisa o auténtica.”  Y concluye (este Maikov que acabará siendo la última línea de defensa de esta pequeña, pero notable novela): 

“El doble despliega ante nuestra vista la anatomía de un alma que agoniza por ser consciente de la disparidad que existe en cuanto a los intereses particulares dentro de una sociedad bien ordenada. Recordad a ese pobre, enfermo, egoísta Golyadkin, permanentemente temeroso de lo que pueda sucederle, eternamente torturado por el esfuerzo de no ceder ante ninguna circunstancia y ante ninguna persona y, al mismo tiempo, siendo continuamente aplastado y abrumado incluso por la personalidad de su vil sirviente Petrushka, aceptando permanentemente limitar su pretensión de ser una persona con tal de poder retener sus derechos... Recordad todo esto y preguntaos a vosotros mismos: ¿no tenéis acaso en vosotros algo que se parece a Golyadkin, algo que nadie quiere reconocer, pero que explica perfectamente la asombrosa armonía que reina en la sociedad humana?” 




(1) “La segunda novela de Dostoievski, o más bien el relato largo, El doble (1846), que es lo mejor que escribió y sin duda muy superior a Pobre Gente, pasó sin pena ni gloria.” (“Curso de literatura rusa”, Vladimir Nabokov) 

(2) "El doble" (1846) es la historia de un funcionario disciplinado y arribista que de pronto se siente enfrentado a un individuo igual a él. (Leída en la traducción de Lidia Kúper de Velasco, 2009. Editado por Galaxia Gutenberg. Obras  completas Tomo 1.)

(3) No me resisto a contarlo: “Al parecer Belinski no podía acostumbrarse al estilo narrativo del autor, que en ese entonces era todavía demasiado profuso con constantes retornos a lo que ya había sido dicho, repeticiones y reconstrucciones de las frases ad infinitum, defectos que atribuía a la inexperiencia del joven escritor, a su incapacidad para superar los obstáculos del lenguaje y la forma”. (Joseph Frank citando a Annenkov, amigo de Belinski)) 


miércoles, 1 de febrero de 2012

Una reflexión en torno a la necesidad de ciertos libros


[…] es preciso estar muy embotado por la cantidad y el corto plazo para no advertir que hay libros necesarios de los que sin embargo sólo se venden 700 u 800 ejemplares. Aunque no son negocio para nadie, el mundo sería peor sin ellos (Juan José Millás).



Hace unos días escribí a Cátedra pidiendo (suplicando, en realidad) una reedición de "El plantador de tabaco" de John Barth. Caso de no ser posible les pedí que por favor mirasen en los rincones, debajo de las alfombras o en los cajones de los becarios a ver si daban con algún ejemplar perdido que estaría encantado de comprarles poniendo, si fuese necesario, mi cuerpo como aval. Me respondieron que no, porque a pesar de tratarse de una magnífica novela no ha tenido a lo largo de 20 años (la primera edición es de 1991) la expectativa de ventas necesaria para mantenerla en catálogo. Tampoco tenían ejemplares disponibles para la venta. El correo lo firmaba Ediciones Cátedra. 

Entonces tuve la genial idea de hacerles, en mi respuesta a su respuesta, la invitación a sacarla en formato digital a través de Amazon o similar. Añadí -para evitar una posible salida por la tangente- que era sorprendentemente fácil, rápido y barato convertir todo tipo de ficheros. También les di las gracias por todo, faltaría más. Pasó entonces que me respondieron. Me dijeron que lamentablemente había perdido los derechos de explotación que además cubrían sólo el formato papel (hablamos de contratos de hace veinte años). Por otro lado -añadían- sería necesario tener la edición en un formato digital que, dada la fecha de primera edición, no tenían. También ellos estaban al corriente de lo rápido, fácil y barato que era la conversión al formato de lectura electrónica partiendo de unos ficheros digitales pero que hacerla desde cero ya no era ni tan fácil, ni tan rápida, ni tan barata, máxime hablando de un libro como este; un libro de casi 1200 páginas cuyas ventas no fueron muy exitosas. Confiaban que en un futuro no muy lejano llegaría a estar disponible (la traducción) en formato electrónico. Y concluían (aquí quería yo llegar) con la siguiente frase: “El único deseo es que no sea en versión pirata”. 

Lo iba a dejar estar pero me pilló la tarde tonta por lo que les mandé otro correo en el que les pedía si podían explicarme qué querían decir exactamente con esa frase y ahorrarme así la tarea de extraer yo mis propias conclusiones por otro lado harto evidentes. La parte que no entiendo –mentí- es que habiéndose perdido los derechos de explotación y tratándose de una obra que por sus características (clásico impopular muy extenso y fracaso de ventas) no invitaba a la reedición por parte de nadie, no entendía, repito, las razones para rechazar tan de plano una edición digital aunque fuese pirata. Al fin y al cabo tampoco es que estemos hablando del último libro de Lucía Etxebarría. Nadie quiere quitarle el pan de boca a ninguna criatura necesitada; se trata de El Plantador de Tabaco, un libro que en el mejor de los casos querrían leerlo poco más de cincuenta personas en todo el país (por más que se lo acabasen bajando 20 millones). Es más, me juego un huevo y parte del otro a que la práctica totalidad de aquellos lectores que accediesen a ella por este sistema (con una intencionalidad más allá de lo delictivo) estarían más que dispuestos al esfuerzo de comprarla en papel cuando fuese (si llegase a ser) reeditada. Con esto lo que quiero decir es que hay casos en los que la divulgación por medios ilegales tiene por fuerza que resultar mucho más beneficiosa (y a la largo plazo productiva) que dejar el libro caer en el olvido, soñando con tiempos mejores, toda vez que este ha demostrado su incapacidad para llegar al gran público por medios tradicionales. Recuerden que hablamos de la que muchos consideran una de las novelas más importantes del siglo XX (y digo esto sin haberla terminado. De hecho cuando escribo estas palabras apenas he cubierto la tercera parte de su totalidad pero hay que ser muy obtuso para no darse cuenta de que “El plantador de tabaco” reúne lo mejor que se puede esperar de una novela.) 

En cualquier caso esta es una discusión inútil. Nadie en su sano juicio dedicará las horas y el esfuerzo necesarios para piratear una novela que “nadie” conoce, que a “nadie” le importa y por la que “nadie” demostró el menor interés cuando había que hacerlo. Me incluyo, por supuesto. 

El último correo que recibo de Cátedra me habla precisamente de este asunto. Me dice que tanto la novela como la traducción están sometidas a los derechos de autor (claro) y hace falta el permiso de ambos para subirlo a la red (clarísimo). Y he aquí el tapón: nadie la edita porque no es rentable y probablemente no se permitirá la distribución gratuita exactamente por la misma razón. Una auténtica pena. El correo de Cátedra termina del siguiente modo: “El debate es ciertamente interesante. El respeto, en general, se deriva en buena parte de la educación y la cultura. Y, últimamente, parece que andamos un poco justos de cualquiera de las tres cosas: respeto, educación y cultura, considerando, especialmente, esta última, según la acepción que da el diccionario de la RAE: "cultura": Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”. 

Pero este asunto del respeto, la educación y la cultura está ya muy hablado y la función de esta entrada no era otra que ponerles al corriente de la situación en la que se encuentra “El plantador de tabaco”, uno de esos libros sin los cuales el mundo es un poquito más feo, y que poco más o menos viene a ser la siguiente: JÓDANSE. 





Quisiera acabar este post invitándoles a leer el primer capítulo de la novela, aun a riesgo de que me corten los huevos. Sólo tienen que hacer click AQUÍ y disfrutar de este, en comparación, brevísimo fragmento (y den gracias porque no publique la “verdadera” historia de Pocahontas o quedarían irremediablemente enganchados, un acto, por sus consecuencias, demasiado cruel hasta para mí.