viernes, 30 de septiembre de 2011

Resumen de Lecturas: Septiembre 2011


Este mes he leído más o menos la cantidad habitual de libros pero en cambio he reseñado muy pocos y más que por ustedes, mis fieles lectores, me da rabia por mí, que me he quedado con unas ganas terribles de decir un montón de cosas de un montón de libros de un montón de escritores. Es por ello que este mes voy a extenderme demasiado pero en compensación les ofreceré una opinión algo más extensa de cada lectura. 

"Stepanchikovo y sus moradores" de Fiodor Dostoievski fue mi primera lectura del mes. Dostoievski, nada menos -pensé entontes- qué buen comienzo. Este libro editado por El Aleph cuesta la friolera de 24 eurazos. Que sí, que tapa dura, que letra grande... qué estupenda edición. Que sí, pero no. 24 eurazos por 275 páginas por muy Dostoievski que sea a mí me parece mucho cobrar de dios. Me molestó tanto que he decidido no volver a leerme nada de estos señores (de El Aleph, no de Dosto) hasta el 2013. Y eso que lo cogí en la biblioteca, porque si lo llego a pagar el castigo es a perpetuidad. Porque no deja de ser una obra menor del escritor, es más, hasta donde yo sé resultó en su momento un fracaso que le obligó a dejar definitivamente lo que puede entenderse como “comedia”, que en el caso del ruso es una cosa un tanto sombría que no hace maldita la gracia. Me gustó con reservas, esto es: no creo que la olvide porque uno de los personajes protagonistas es de leyenda pero en general el reparto se pasa de surrealista. Eso sí, muy dinámica y entretenida aunque acabe repitiendo el mismo esquema en demasiados capítulos. 

“Bajo este sol tremendo” de Carlos Busqued la reseñé hace muy poquito (aquí). Por no obligarles a enlazar les diré que me gustó bastante; disfruté como un enano con este cuento argentino para adultos. 

Inmediatamente después la peor elección posible (precisamente por ir después): “El jardín de los cerezos” de Chéjov. Me da un poco de vergüenza confesar esto pero lo cierto es que no me gustó especialmente. Seguramente que digo una barbaridad por la parte de prestigio que acompaña la novela pero es lo que hay. Me quedo, de cabeza, con el teatro de Ibsen (luego hablamos de él). Esta obra de Chejóv me pareció muy farragosa, con demasiadas señalizaciones, interrupciones y con unas protagonistas bastante insoportables. Directamente insufribles. 

Llegó el turno de un libro por el que sentía una gran curiosidad: "El trepanador de cerebros" de Sara Mesa. No recuerdo en qué momento sentí su llamada ni de dónde vino pero el caso es que me puse a ello en cuanto tuve oportunidad. Todo fue muy bien durante bastante rato: una premisa relativamente interesante y unos personajes que había que ver que tal lo hacían. Lo hicieron fatal, ya se lo adelanto. En un momento determinado parece que Sara Mesa no sepa qué hacer con ellos y se permite el lujo de desperdiciarlos. Al novio lo manda a casa de sus padres para que la protagonista pueda hacer lo que le plazca en su ausencia, que es básicamente nada. Mejor hubiera sido matarlo porque luego volvió y al poco se encontró con el mismo problema que resolvió (estoy casi seguro, me falla la memoria) de idéntica manera. Era como caminar en círculos, con gente que vivía con enanos que vendían su alma en ebay, niñas abandonadas y ladrones de hipermercado y que a pesar de ello no evolucionaban en modo alguno y eran lo mismito al principio que al final y así es como me di cuenta que en realidad esto eran varios cuentos compartiendo línea temporal y personajes. Decepción, pues, al final. 

"De vidas ajenas". Emmanuel Carrère me había demostrado en “El adversario” que era un digno escritor y que había sabido escribir una historia genial del modo perfecto. Gran novela “El adversario”. “De vidas ajenas” vuelve a demostrar que Carrère no es un buen narrador por casualidad (también es verdad que repite método): se cuenta la historia de otros basada en hechos reales y escribiendo bonito sin parar. Lo malo es que esta es mucho menos interesante que la anteriormente citada y tiene un final bastante decepcionante porque el momento grande de la historia se vive en la mitad del libro y el resto es mirar cómo se desinfla el globo. Cuenta además con varios focos de atención y resulta difícil saber a dónde mirar: la historia arranca con el tsunami en Sri Lanka, pasa a la vida de la cuñada del protagonista que se está muriendo de cáncer y acaba contando la historia de un amigo (de ella) juez con un elevado sentido de la justicia. Lo malo, ya digo, el final o mejor dicho, los finales: en Sri Lanka no pasa nada digno de mención (más allá de lo por todos sabido, entiéndanme); la cuñada se muere, como era de esperar y el final del juez no se lo cuento para no destripárselo pero ya les adelanto que carece de interés. Carrère también se las arregla, tal como hace en “El adversario”, para recordarnos que tiene otras novelas también muy buenas y que si queremos las leamos para entenderle mejor los mecanismos de pensar. Qué morro. Si no me gustase tanto como escribe el siguiente lo iba a leer su padre. 

Ibsen. “Espectros”. Magnífico. Me lo recomendó un amigo que lo había visto representado y le había gustado mucho. No es lo mejor (me sigo quedando con “El pato salvaje”) pero es altamente adictivo, como todas las que he leído de este señor (a excepción de “Solness, el constructor” que es un peñazo del diez). Merece una reseña mejor. Todo Ibsen la merece y seguramente la tenga, pero no hoy, no ahora. A “Helena o el mar de verano” sigo sin hacerle reseña por varios motivos. El primero es que no me apetece y el segundo también. La novela está bien, a ver, es bonita, muy bien escrita y despierta en quienes han alcanzado cierta edad recuerdos de adolescencia muy parecidos a los que cuenta Ayesta porque antes el pasado de todos era más o menos el mismo. El problema es que no se presta a ser comentado. Con esto lo digo todo. Si he de ponerle un “pero” que sea por el tramo final demasiado baboso. Yo sólo pensaba en el pobrecito protagonista, con lo mucho que debía estar sufriendo con una eterna erección fruto de la crueldad del escritor que no lo quitaba de besos y caricias y lo ponía a mojar un ratico con su amada. 

Ahora dos muy rápidas, para compensar: "Una novela francesa" de Frédéric Beigbeder (aquí) y "La mano invisible" de Isaac Rosa (aquí). Ya está. Lo siento, es que ya hablé mucho de ellas y estoy un poco harto. 

"Criaturas abisales" de Marina Perezagua lo leí porque Jordi Corominas dijo que le había gustado. A Jordi le miento; le digo que sí pero no siempre le hago caso porque a veces lee cosas de guerra y yo no soy de leer cosas de matar por obligación pero en esta ocasión tuve un pálpito y me lo leí previa desiderata (que no se diga que no pongo de mi parte en levantar el país). ¿Y saben que me ha gustado? Tiene gracia porque son relatos y la escritora es española y joven aunque afincada en el extranjero (será por ello). Relatitos cortos de ficción, algunos un poquito guarros con lenguas desatadas y amantes octogenarios. A mí esto último no me pone pero a quién sí y por eso lo resalto. Yo ya sé que de aquí a seis meses (que digo seis, tres!) no me voy a acordar nada más que del primero (el más cochino, claro) pero lo que no voy a olvidar es que lo pasé bien, disfruté con buenas historias y con una narradora como las de toda la vida de dios. A esta hay que seguirle la pista sí o sí. 

Más o menos por aquí lo intenté con "Un día que me esperaba a mí mismo" de Miguel Angel Ortiz Albero y no funcionó. Lo dejé, lo dije (aquí) y el resto es historia [de terror]. 

Y llegó el momento más esperado del mes. “El mapa y el territorio” de Michel Houellebecq. No soy experto en Houellebecq porque hasta relativamente poco le tuve un poco de manía y apenas me leí un par de libros suyos pero más o menos sabía por dónde iban los tiros y lo que podía encontrarme. No fue así. La sobriedad de la primera parte de la novela me dejó estupefacto. Una historia sencilla y una narración excelente no por especial sino por sencilla; una prosa efectiva. El secreto del éxito del Houellebecq debe ser ese. Sin entrar en detalles: la primera parte muy bien, la mejor; la segunda, con la inclusión del propio Houellebecq en la historia, muy divertida, aunque sólo funciona por el interés mediático que despierta (que él sabe que despierta) el propio escritor. Es decir, que si esto lo escribe cualquier primerizo anónimo no vende un rábano. La tercera parte es el problema ya que me sacó completamente de la historia. No tengo la más remota idea de qué es lo que quiere decir con todo esto Houellebecq; supongo que no deja de ser una inmensa broma por lo que ya imagino que el premio que le han dado ha tenido que arrancarle una estrepitosa carcajada. Con esto no quiero decir que me parezca una mala novela. En absoluto. Me ha gustado, he disfrutado mucho y me lo leí en poco más de dos sentadas pero soy consciente de que lo hice por los motivos evidentes: por el juego escritor/protagonista, por esa aparente falta de reflexión sobre el arte moderno y por estar escrito con un estilo incuestionablemente correcto y efectista. Houellebecq es muy hábil. Quizá sí se mereciese el premio al fin y al cabo. 

De “Diástole” de Emilio Bueso tengo una entrada escrita que publicaré en unos días. Sean pacientes, estén atentos y sabrá qué tal. En cambio de “Ultraviolencia” de Miguel Noguera no me apetece escribir. Lo cogí en la sección de comics de la biblioteca porque aunque no sea tal cosa sí incluye dibujitos y chistes gráficos que pudieran darlo a entender. La mayor parte es texto: pequeños microrrelatos que se sustentan sobre el mayor de los absurdos: la mente enferma de Miguel Noguera. En la introducción cuenta el escritor que en un momento dado tuvieron que decidir entre calidad y cantidad y que optaron por lo segundo. Se nota. El libro es una sucesión de pajas mentales unas más graciosas que otras que lo único que tienen en común es estar contadas con una prosa distendida, si es que tal cosa existe. Este libro está muy bien para tener en la estantería y leer en las visitas al baño pero tragárselo del tirón ya es otro cantar.

Llegado este punto me he quedado sin ganas de escribir por lo que de "TANiA CON i 56ª. Edición" de Enrique Rubio les hablo otro día con más calma porque mientras escribo estas palabras estoy escribiendo la reseña y no quiero pasar un trabajo dos veces el mismo día. 

Bueno, eso fue todo. Un mes raro. Ni bueno ni malo. Flojo, interesante. En cambio el que viene… oh, el que viene. Vean...

EL MES QUE VIENE 

Empiezo con una advertencia que condicionará el calendario: tengo un montón de desideratas hechas aunque de momento no todas aceptadas. A saber: “Caribou Island” de David Vann; “X” de Percival Everett; “Perros de porcelana” de Marin Ledun; “Los Incognitos” de Carlos Ardohain; “Libertad” de Jonathan Franzen; “Ejercito Enemigo” de Alberto Olmos; “Barra siniestra” de Vladimir Nabokov y “Eumeswil” de Ernst Jünger. 

No tengo garantías de que todos me lleguen este mes (espero que no) pero ahí queda dicho. 

Sobre la mesa un poco de todo, ya veremos en qué orden: “Mason y Dixon” de Thomas Pynchon; “Mi madre es un pez” de VVAA; “Nocilla Experience: la novela gráfica” de Joan Pere; “A la vista” de Daniel Sada; “Mi primer muerto” de Leena Lehtolainen; “Purga” de Sufi Oksanen; “La posibilidad de una isla” de Michel Houellebecq; “Los desgarros” de Hubert Nyssen; “Ordeno y mando” de Amélie Nothomb; “Niños feroces” de Lorenzo Silva; “Submundo” de Don Delillo; “Dos obras morales” de André Gide… Es que tendrían que ver cómo tengo la dichosa mesa, que me van a echar de casa… 

Bueno, esto se traduce del siguiente modo: este mes entrante lo que se pueda de todo esto. A ver qué. Lo sabremos pronto, máximo un mes. 

Un saludo. 

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Una aproximación a… Mason y Dixon, por ejemplo


Digo “por ejemplo” porque lo cierto es que el fondo la cuestión no está en hablar de esta novela sino de Thomas Pynchon, su autor. Me resulta complicado decidir por dónde empezar por lo que para no aburrirles con datos biográficos que pueden sacar de la wikipedia he pensado, aprovechando que este blog es mío, empezar por lo que más me apetece leer que es precisamente esta novela. También, puesto que no la he leído, tendrá que ser nada más que una aproximación: una exposición de interpretaciones preconcebidas y juicios sin fundamento partiendo de mi relación personal con ella. Un poco lo de casi siempre pero aplicando la ley del mínimo esfuerzo. 

Creo que esto no se lo he contado nunca a nadie pero mi interés hacía Thomas Pynchon -quien hasta entonces no había sido nada más que un misterioso escritor- tuvo como origen el “descubrimiento” de esta novela (entendiendo “descubrimiento” como la verdadera importancia de la misma) cuando hace algunos años leí un pasaje de “Una breve historia de casi todo” de Bill Bryson en la que se narraba la historia de Mason y Dixon por el mundo y que procedo a resumirles. Se conocieron al ser emparejados para medir desde Sumatra el irregular acontecimiento astronómico del tránsito de Venus por delante del Sol, un experimento que se llevaría a cabo desde distintas partes del mundo (Siberia, China, Suramérica, Indonesia, etc) y que luego, gracias al uso de los principios de triangulación, debería permitir calcular la distancia de la Tierra al Sol y más delante de la Tierra a todas partes. El desastre general que acompañó todas y cada una de las expediciones daría para una buena comedia de aventuras, se lo aseguro. Después de eso Mason y Dixon “zarparon para pasar cuatro largos y con frecuencia peligrosos años recorriendo y cartografiando 392 kilómetros de bosques americanos para resolver un pleito sobre los límites de las fincas de William Penn y de lord Baltimore y sus respectivas colonias de Pensilvania y Maryland. El resultado fue la famosa línea Mason–Dixon, que adquiriría más tarde una importancia simbólica como línea divisoria entre los estados esclavistas y los estados libres”. (1) 

En manos de cualquier escritor mínimamente hábil esta historia hubiera podido convertirse en una apasionante historia de amor, de amistad, de conquistas; en un relato de aventuras en Asia, de desventuras en América o en una crítica a la sociedad esclavista de aquel entonces. En manos de Thomas Pynchon no. O sí, también. Cuando dependemos de Pynchon para establecer hipótesis debemos tener claro que cualquier elucubración está condenada al fracaso, lo cual, en mi opinión, es uno de los puntos fuertes de sus novelas: la aventura que supone la lectura en sí misma, una aventura que al igual que la de Mason & Dixon puede resultar siendo lo mismo un completo desastre -lo cual no sería necesariamente malo porque me extrañaría a mí que de semejante bestia parda no se pueda sacar nada de provecho- que un clamoroso éxito –lo cual sí sería, claramente, magnífico. Hay en tanta incógnita algo de pánico -¿por qué no decirlo?- y mucho de noche de reyes a los cinco años: no saber si lo que hay te va a gustar, sospechar que sí pero disfrutar igualmente del placer que produce la simple observación del misterioso envoltorio de colores. 

Quizá para ustedes no, pero para servidor la mitad de lo dicho en el párrafo anterior justifica sobradamente el esfuerzo de acometer su lectura independientemente del resultado. Y en esas estamos. Lo empecé hace unos días y voy leyéndolo a paso de tortuga, cuando el entorno, por lo general hostil, se torna amistoso (que suele coincidir con horas intempestivas del fin de semana, lo que sumado a las casi mil páginas del libraco me obligan a estimar que el plazo de lectura no será inferior al de una pena por homicidio). 

(1) “Una breve historia de casi todo”, Bill Bryson, Capítulo 4: “La medida de las cosas”.

lunes, 26 de septiembre de 2011

“Un día me esperaba a mí mismo" de Miguel Angel Ortiz Albero (Crónica de un abandono)


Este fue el único libro que abandoné este mes con voluntad de no volver a él jamás. Tenía yo hace un par de meses muchos y muy sinceros deseos de leerlo por tanto y tanto elogio que estaba recibiendo de todos cuantos frentes había por más que no todos fuesen dignos de mí confianza. La editorial se enteró, me lo ofreció y lo rechacé. Entonces era yo bastante capullo y presumía de unos principios de lo más gilipollas que no beneficiaban a nadie y mucho menos a mí. Argumenté no sé qué memez acerca de que prefería no sentirme obligado a escribir una [buena] reseña si al final el libro acababa no gustándome. Ellos, muy amablemente, dijeron que lo respetaban, que vale, gracias y adiós muy buenas. Quiero aclarar que jamás me pidieron nada a cambio. Hace unos días, después de hacerles saber que ya lo tenía entre las manos, me advirtieron: habían estado observándome (qué bien) y no creían que fuese a gustarme. Ya. 

Bien, la novela en cuestión la empecé el día veinte de este mes y tardé exactamente 25 páginas en descubrir que aquello no era para mí y que mejor dejarlo estar antes de hacernos daño alguno de dos. Es que verán: la cosa parece ir de campos minados de amor, amantes, poetastros y tanto concentrado de sentimiento a flor de piel como puedan ustedes imaginar y quepa en un libro de las proporciones de este. Pero al margen de odios viscerales o manías persecutorias hubo un algo determinante que me disgustó especialmente y que era evidente desde la página uno: el "estilo". Tenía su gracia: era una forma de escribir que me recordaba a la que yo estaba dejando de utilizar en este blog desde hacía menos de un mes porque padecía de un abuso desmedido de puntuación. Creía que me daba cierta personalidad hasta que un amigo me llamó la atención sobre el exceso al que me encaminaba y cierta regla consistente en evitar las comas porque cuanto más pulcro es un texto –decía- más se acerca a lo que se quiere decir o al menos no contiene elementos que distraigan de su sentido. Pues bien, la novela de Ortiz está plagadita, párrafo sí párrafo también, de esto: 

“Y a ella le duele, aunque sepa, pues él se lo escribe, que la mayor parte de sus compañeros han muerto y que, al evocar tan horrible y macabro recuerdo, él no sepa, o no pueda, añadir nada más” (Pág.18) 

“Un buen día me llamó, a mí, poeta, y añadió que era un erudito de primer orden, a quien la intervenciones útiles de la humanidad no interesaban en absoluto” (Pág.18) 

“Guillaume, ojo avizor, vio, entre otras muchas cosas, cómo un joven negro montado en bicicleta, vestido maravillosamente de colores que cambiaban desde el azul plateado al rosa de la aurora, recorrió la calle hasta alcanzar el mar y hundirse en él, y cómo, pronto, no se vio de él sino el turbante color de agua que se confundía con las olas”. (Pág.20) 

Debió ser más o menos por aquí (siendo “aquí” la página veinte) cuando tomé realmente conciencia de que esto estaba escrito por un poeta en pleno salto a la narrativa. Y van… Por rigor profesional –ya me conocen- y por aquello de estar seguro de tomar la decisión correcta abrí al azar un par de páginas del centro de la novela sólo para darme de bruces con esto otro: 

“Guillaume, agente de enlace, se había perdido, sin mapa, como casi todos los días, en una ensoñación de luciérnagas sobre los prados.” (Pág.59) 

Yo les juro, por dios, que es, así, todo el tiempo, hasta el final; cada frase, cada párrafo, cada puta página; una sucesión, ininterrumpida, de espasmos faciales: 

“No sólo mías, repite, ahora que, y desde tiempo atrás, su nombre, dice, les resulta tan familiar a todos”. (Pág.xx) 

Puesto que rectificar es de sabios -y yo tengo grandes expectativas para mi futuro- opté por corregirme y ahora trato de no interrumpir mis discursos nada más que con paréntesis (así). Ortiz en cambio parece bastante cómodo con su sistema pues se ha escrito enterito un libro de 125 páginas. Por eso creo que él y yo nunca haremos buenas migas; que lo nuestro está condenado al fracaso. Mi vida está plagada de amores imposibles. 

Soy consciente de estar cometiendo una tropelía inexcusable; que no hay peor cosa que “juzgar” sin un mayor conocimiento de causa y que es una canallada tratar así el primer libro de esta nueva editorial que es Jekyll and Jill (que, por cierto, está preparando una aparentemente interesante -esta vez sí- colección de relatos sobre el Doppelgänger). En mi defensa diré que en ningún momento trato de condenar el conjunto de la novela sino explicar los motivos que me han llevado (a mí, cómo ser humano y lector) a su abandono y que no son otros que un profundo rechazo a la formas y un ligero desinterés hacía el fondo. En cambio sí creo importante destacar que me parece un error imperdonable que nadie haya advertido a este buen señor que su prosa es cansina en demasía; que llegando al final del párrafo no se acuerda uno de cómo había empezado y que no es lo mismo ser poeta que novelista, que el truco no está en poner comas donde había marcas de párrafo. Creer que sí y darle la razón son, en mi humilde opinión, el mismo [condenable] mal. 



jueves, 22 de septiembre de 2011

"Bajo este sol tremendo" de Carlos Busqued



Bajo este sol tremendo” no va de nada; parece que sí, pero no. El protagonista, argentino de profesión, ve documentales y pasma moscas. Esto literal. Tampoco es que tenga nada mejor que hacer. En general todos los personajes son seres de bastante poco moverse. De todos los posibles Busqued ha elegido tres, no los más guapos ni los más listos ni los menos amorales, y los ha ubicado en una población argentina en la que el calor y la podredumbre se lo comen todo. Sus nombres: Cetarti, Duarte y Danielito. El primero es imbécil, directamente: invierte las horas en ver la vida pasar, condenándose a una existencia bastante miserable si no es por la intercesión de los demás. Dar la voz cantante de la novela a una persona sin iniciativa debería haberme dado una idea de lo que vendría a continuación. El segundo, Duarte, es genial de puro cabrón y el tercero, Danielito, un poco hijo de los dos: un tonto a las tres que hace lo que se le dice  sin analizar lo conveniente o no de sus actos y no digamos ya sus consecuencias. 

La historia son estos tres pasando calor unas veces, maquetando aviones otras y dando mucho asco y mucho miedo siempre. De fondo: sexo, violencia y documentales; también casas ruinosas, síndrome de Diógenes y un pez. Por lo general a mí este tipo de cosas me predisponen siempre a favor y de hecho disfruté durante bastante tiempo de la satisfacción de haberme dejado recomendar tan bien por más que la historia sea más vieja que el universo porque uno también tiene sus vicios y entre ellos están estas historias tan chungas. El problema (que ya veremos que no fue tal) es que llegó un momento en que empezó a joderme no saber a dónde quería llegar Busqued con todo este circo de apatías. No se me ocurrió pensar que no quería ir a ninguna parte porque no había ninguna parte a la que ir. Feliz idea que llegó tarde, cuando por aquello de indagar se me ocurrió leer la contraportada que hasta el momento había evitado porque esta lectura estaba siendo una cuestión de fe más que una visita guiada. La susodicha decía, entre otras cosas, lo siguiente: 

Es una novela poderosa, sin reflexiones psicológicas ni demasiados datos concretos del porqué de la anestesia emocional de sus protagonistas, que recuerda el territorio de algunas películas de los hermanos Coen. Está construida desde el relato de las acciones de estos outsiders casi absolutos, sin guiños generacionales ni discursos éticos o políticos sobre la tortura, el crimen, la culpa, el vacío existencial o la historia reciente del país. Y, sin embargo, estos temas asoman en la trama, golpeando la narración como chocan los insectos contra el parabrisas de los coches que conducen Cetarti, Duarte y Danielito en sus viajes a la nada. 

Dejen que les oriente: la clave está en “sin guiños generacionales ni discursos éticos o políticos sobre la tortura, el crimen, la culpa, el vacío existencial o la historia reciente del país” y sin embargo, sí, efectivamente todo eso está en la novela, lo cual es todo un logro visto la extensión de la misma. No es como otras veces que nos prometen el oro y el moro y luego no hay nada o cuando callan y se encuentra uno con demasiado. Al fin una advertencia sincera y voy yo y me la salto. 

Por ir acabando, que tengo cadáveres que enterrar: apruebo las formas sin dudarlo, me gusta mucho cómo escribe de clarito Busqued, el sereno fluir de la narración; me encantan sus diálogos (lo mejor, con diferencia); su forma de ir a la esencia de las cosas aunque por momentos se le vaya la mano con nimiedades y por encima de todo el personaje de Duarte tan salvajemente natural, tan hijo de puta y tan encantador. Y la brevedad: no dedicar nada más que lo imprescindible a contar nada más que lo interesante. Tampoco estoy seguro de echar en falta el discurso ético del que habla la contraportada porque ya está la cosa bastante clarita mirando a estos tres tan faltos de contenido. Me gusta que la aparente superficialidad del texto sea intencionada pues la novela funciona perfectamente como transmisor de miserias y reflejo de miserables de ese repugnante suburbio argentino y no necesita nada más que eso para satisfacer las necesidades lectoras en una tarde cualquiera especialmente si son ustedes un poquito sádicos y gustan de ver sufrir.


lunes, 19 de septiembre de 2011

“La mano invisible” de Isaac Rosa



Esta es una novela que ejerce como tal sólo a ratos. El resto del tiempo se debate entra la crítica social y el reflejo de una realidad nunca agradable siempre que uno no sea imbécil y sienta placer sudando por cuenta ajena. Puesto a catalogar sería, tal como están las cosas en la cosa del trabajar, una tentativa de falso documental de terror. Pues imagínense ustedes la lectura de un algo así de indefinible durante 380 páginas y yo durante todas ellas sin sentir sueño, lo cual tiene un mérito enorme porque soy de obligarme dormir poco y lo acabo pagando siempre con los mismos. La cosa es como un inmenso chiste sin gracia: estos son un carnicero, una tele-operadora, un mecánico, un albañil, una costurera y algunos seres humanos más -que voy a omitir por prudencia y para que tengan algo que rumiar- que trabajan en una nave frente a unos focos y un público entregado a verlos ganarse la vida con el esfuerzo de cada día y cada día más suspicaces con la inescrutable intención de un invisible empresario que tira de eteté para no tener que plantarles cara, hecho este, por cierto, que debería ser interesante como "misterio" pero que lo es a ratos sí a ratos no (no al menos lo suficiente para que lo leamos únicamente por semejante motivo). Que al final ese misterio dé un poco igual es lo que demuestra (por si quedaban dudas) que lo que a Rosa de verdad le importa es lo otro: el relleno. Definir “lo otro” es complicado: es la gente currando y nosotros asistiendo a sus pensamientos que son como el cuento navideño de Dickens con ligeras variaciones: fantasma del pasado, del presente y del futuro que le hacen una revisión a una vida laboral con sólo un punto en común: que la vida es un asco si te toca bailar con la más fea. En hacer esto interesante reside el punto exacto del mérito del escritor por más que a mí, caprichoso por naturaleza, no me baste.

Lo peor ha sido la permanente sensación durante la lectura de que el espíritu de José Saramago se había apoderado del alma de Isaac Rosa, le había cogido las pelotas y obligado a escribir igualito que él para perpetuarse, cual franquicia, más allá de sí mismo. No solamente se replica la intencionalidad de los argumentos del portugués (que tampoco es un problema porque la exclusiva creo que no la tenía) sino también la ejecución (que tampoco). Incluso los personajes, todos sin nombres, importando nada más que su profesión porque este libro va de trabajar y no de tomar copas al acabar el día. Esto tiene de cumplido la parte que tiene que ver con que a Saramago le dieron el Nobel y de crítica la sospecha de que de original no tiene tanto. Otro cantar ya que sea realmente así pero yo les hablo de mis dolores como paciente no de la sintomatología del prospecto. 

Esta novela que es un “sinvivir” se lee, a pesar de ello, sin grandes sufrimientos (alguno sí, porque no siempre es igual de apasionante ver lo mal que tratan al personal, pero a mí me llevó dos días acabarlo y no siempre me ocurre) pero es prescindible y olvidable en igual medida. Yo siento empatía con facilidad pero en esta ocasión no pude. Lo que sí pude, en cambio, fue solidarizarme con ellos pero únicamente porque soy de tradición judeocristiana y me inclino siempre por el desfavorecido aunque no lo merezca. También es verdad que con semejante plantilla Rosa no da a elegir. Ya sabíamos que ser albañil, tele-operadora, mecánico, carnicero, fregona o mecanógrafa no tiene mucho que ver con lo que se entiende por felicidad pero en este caso concreto me han dejado un poco fríos sus pesares por más que haya padecido alguno. Hay documentales que exploran el lado miserable del mundo laboral que sólo duran hora y media y además los puedes escuchar desde el baño leyendo el Babelia, por ejemplo. Esta novela roja de Rosa me ha exigido como lector cierta complicidad, algo que no me ocurrió, por ejemplo, con “El vano ayer” que me supo a Literatura desde la página uno hasta el final finalísimo a pesar de odiar a muerte la novela de dictadura (entendiendo ésta como subgénero literario).



jueves, 15 de septiembre de 2011

"Una novela francesa" de Frédéric Beigbeder



El segundo capítulo de esta novela empieza así (con todo el morro):

“No me acuerdo de mi infancia. Cuando lo digo, nadie me cree. ¡Todo el mundo se acuerda de su pasado! ¿Para qué vivir, si la vida se olvida? En mí no queda nada de mí mismo; de los cero a los quince años, me enfrento a un agujero negro. (Pág. 20)”

Pero, ¿qué clase de autobiografía es esta en la que el autor no tiene memoria? Novelas que no saben escribirse, biografías vacías de recuerdos… la literatura moderna es la monda lironda de tan genial. Venga, la imaginación al poder. Es broma, la cosa tiene su mérito. Al final medio trata de arreglarlo. 

“Lo que narro en estas páginas no es forzosamente la realidad, sino mi infancia tal como la he percibido y reconstruido a tientas”. (Pág. 205)

En este sentido puede ser un ejercicio interesante: ver como a partir de la imagen de él en alguna playa y los recuerdos que le roba a la familia reconstruye a placer su propia infancia. Parte del problema es que esa infancia, aún inventada, es de lo más normal (cosa que el autor no tiene problema en reconocer en el capítulo 42). Lo que pasa es que yo para biografías normales me quedo con las de mi álbum familiar aprovechando que tampoco guardo recuerdos de la primera etapa de mi vida. Les voy a dar un consejo: váyanse a la librería, busquen ese capítulo (el 42) y léanlo. No les llevará más de cinco minutos. Es dónde Beigbeder explica exactamente de qué va esta novela y sobre qué pilares se sustenta. Si les parece interesante, adelante, cómprenla, róbenla o cójanla en la biblioteca (mejor esto); en caso contrario búsquese otra cosa en la que gastar el dinero.


La otra parte de la novela (sí, tiene dos, por más que Beigbeder se empeñe en demostrar que son la misma) es la que utiliza Anagrama como reclamo publicitario y que va intercalando con su biografía para que  engamos algo interesante que leer mientras le leemos. Es algo tan absurdo que da mucha risa. Me refiero a la trama. Resulta que a Beigbeder lo pillan amasando harina con una tarjeta de crédito sobre el capó de un coche como un acto de solidaridad con las guapas fumadoras que tiene que echarse el pitillo en los soportales de las discotecas. Por si no lo sabían, eso (cocinar a altas horas de la madrugada) en Francia es delito. La policía lo encierra en el calabozo y un fiscal cabrón lo retiene allí durante 36 horas a pesar de que lo normal en estos casos es nada más que pasar la noche en un desierto espiritual. Lo divertido que les comentaba antes es ver lo mal que lo lleva el protagonista que parece que esté pasando diez años a un gulag siberiano. Se acuerda de sus padres, sus amigos, sus mujeres, su hija, de Papillón y de no sé cuántas cosas más. Hasta de dios, se acuerda. El mejor momento de la novela es el breve episodio que dedica a hablar del fiscal que lo tiene jodido en prisión por el simple hecho de haber pillado un famoso y querer dar ejemplo con él: Beigbeder desatado, incontenible y mortalmente divertido. Si el autor me ofrece media novela como ese capítulo le coloco cinco estrellas en el Goodreads y no las dos que le he tenido que acabar poniendo.


Lo mejor es que se lee rapidito, en una patada. A mí me llevó dos cafés, media sesión de parque y el equivalente a dos episodios de alguna teleserie. 213 páginas que se van en un suspiro gracias a (esto se lo concedo) lo ágil de la narración. Lo peor, por acabar en drama, es que sobra demasiado en su autobiografía: se nos dan demasiados datos (nombre de calles, de batallas, de familiares) que carecen por completo de interés para el lector. El final directamente espantoso siendo reflejo con su hija de las enseñanzas de su abuelo. Por dios... tanto amor, qué asco. Está muy bien escribir y autoeditar algo así para regalar a la familia en Navidad pero es pasarse colarlo como novelón con premio a la madurez de fondo (que debe ser, poco más o menos, la razón por la que se lo han dado). 




martes, 13 de septiembre de 2011

“La Cena” de Herman Koch


Esta reseña va a ser complicada: quisiera ser breve pero tengo demasiado que decir. Porque va a ser muy larga -ya se lo adelanto- sé que no será leída. Quiero que sepan que lo comprendo y les perdono. Nos vemos en la siguiente. 

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EL BETSELLER 

Quizá recuerden una noticia de hace algunos años. En Barcelona, en 2005, tres jóvenes de entre 16 y 18 años fueron detenidos por agredir y asesinar a una indigente que dormía en un cajero automático. La quemaron viva. No creo que haga falta entrar en detalles. Esta novela de Herman Koch va de eso. Bueno, en realidad, “parece” que va de eso. Déjenme que cite un extracto del texto de la contraportada y luego les explico el origen de mis dudas: 

¿Hasta dónde es capaz de llegar un padre para encubrir a un hijo que comete un delito injustificable? ¿Debe prevalecer el instinto de protección paterna, o la lealtad a unas normas sociales que garantizan la coherencia y la fortaleza del grupo? Estas y otras preguntas de igual calibre surgen como dardos durante la lectura de La cena, una novela ácida y provocadora que apunta sin miramientos a toda una clase social acomodada de los Países Bajos y, por extensión, de toda Europa, instalada en una inercia de autosatisfacción y complacencia, e indiferente hacia el devenir de la generación que ha de sucederla. 
[…] 
Tras cosechar un éxito inmediato y arrollador en Holanda —copó las listas de bestsellers, y ya ha vendido más de 340 mil ejemplares—, La cena ganó el Premio del Público y fue declarado Libro del Año 2009. 

Este último párrafo es la parte que yo no entendía: ¿cómo una novela en apariencia tan de crítica social había logrado colocarse como betseller tanto en Holanda como en España? Yo siempre había pensado que los betsellers (lo que se entiende hoy en día como tal y salvo honrosas excepciones) eran esos libros de los que no se extraían enseñanzas ni buscaban confrontación directa con acontecimiento social alguno si no era para sacar provecho a fuerza de exprimir los tópicos de acción más habituales del cine y la televisión. Cuando leo la citada contraportada que me habla de inercias, autosatisfacciones, complacencias, devenires indiferentes generacionales y tiros a matar a la burguesía holandesa y luego veo lo de éxito arrollador y sí chorrocientos mil ejemplares vendidos me asaltan las dudas: ¿habremos al fin aprendido a leer? ¿Son los holandeses una raza aparte? ¿Tendrá el cambio climático algo que ver con todo esto? Sólo había una forma de salir de dudas (dos, si incluimos la tortura al editor): leerlo. Lo acabé hace poco. 

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LA NOVELA 

La historia que cuenta la novela es la siguiente: el protagonista, un hombre de clase media, mediana edad, felizmente casado y con un hijo de dieciséis años, asiste con su mujer a una cena en un restaurante de postín en el que ha quedado con su hermano, un político de prestigio cuyo partido tiene todas las papeletas para ganar las inminentes elecciones. La cena en cuestión tiene una razón de ser: decidir el futuro de sus hijos después de que estos hubiesen matado a una indigente en un lugar y de un modo similar al hecho real mencionado al comienzo de este post. Las preguntas formuladas en la contraportada son, pues, legítimas. Se las recuerdo: ¿Hasta dónde es capaz de llegar un padre para encubrir a un hijo que comete un delito injustificable? ¿Debe prevalecer el instinto de protección paterna, o la lealtad a unas normas sociales que garantizan la coherencia y la fortaleza del grupo?

Bien, de ser así; si la cena fuese realmente un lugar para el debate acerca de la ética y sobre la burguesía y la indiferencia, la inercia, la complacencia y la autosatisfacción yo podría haber perfectamente sucumbido a sus encantos y proclamado a voz en grito: benditos los holandeses que han hecho de esto un betseller y benditos sus hijos y sus nietos también y bendita la madre que los parió. Pero no puedo. Y no puedo por Koch, el bueno de Koch, quien para colar esto como betseller ha tenido que hacer trampa. 

(A partir de este instante ándense con ojo pues no voy a tener miramientos a la hora de destriparles tanto los entresijos como el final de la novela por lo que si no quieren conocer el final pero sí mi opinión les invito a saltarse el resto de la reseña desplazándose directamente al último párrafo donde trataré de resumir, en muy pocas palabras, la sensación final que me ha producido.) 

Para empezar no conocemos los traumáticos hechos –aquellos de los que los críos son culpables- sobre los versará la cena hasta la trascendental página 120. Eso son 120 páginas (de un total de 285) dedicadas a presentarnos los personajes y su status social. Esta es la parte de la novela que concentra el prometido debate sobre la concienciación social, pero no porque así lo plantee la acción desarrollada sino porque quien más quien menos ya sabe de qué va la película y dedica los ratos tontos en que se describen pormenorizadamente los platos del menú y el método de trabajo del restaurante a pensar en ello. Lo de los menús, por cierto, es la forma que tiene Koch de contarnos lo gilipollas que se vuelven algunos cuando tienen dinero; el mencionado ataque a la burguesía. En realidad si encontrásemos en la calle una versión de este libro con las portadas arrancadas y nos pusiésemos a leerlo inmediatamente lo más probable es que creyésemos que alguien nos está tomando el pelo y nos preguntásemos cuándo va el escritor a tomarse la molestia de contarnos a qué viene tanto misterio. 

LA PÁGINA 120 

Y es que, como decía antes, la página 120 es vital, no por la hazaña juvenil de matar un indigente sino por lo que ocurre antes y después. Fíjense.
ANTES el protagonista era el bueno, ya saben: padre de familia que se preocupa por si hijo, que descubre algo terrible y se pregunta cómo afrontarlo; padre que tiene a mayores la desgracia de un hermano que se dedica a la política, que como tal es medio gilipollas y lo invita a cenar seguro que para pedirle que guarde silencio por aquello de joderle las elecciones con algo tan insignificante como la muerte de un muerto de hambre, algo que nuestro protagonista, un hombre de intachable conducta, profesor de instituto, no está seguro de querer escuchar (no sabemos si aceptar).
DESPUES el protagonista es un hijo de puta y su hijo, a su lado, la madre Teresa de Calcuta por muchos indigentes que haya flambeado. Su madre más o menos: antes nos hubiéramos casado con ella, ahora es peor que una Angela Chaning venida del infierno. Y su hermano, como no podía ser de otra manera, una bellísima persona que quiere lo mejor para sus niños: una educación ejemplar y una conciencia tranquila. 

Yo siento una particular debilidad por Fernando Arrabal. Recuerdo como una de mis grandes novelas de mi juventud aquella torre herida por el rayo que me enganchó al ajedrez. Arrabal dedicaba toda la novela a invertir los papeles de los protagonistas, dos jugadores de ajedrez, logrando que el que en un primer momento parecía buena persona demuestre durante el transcurso de la novela ser un auténtico cabrón mientras que el otro pasa de demonio a querubín. Arrabal, decía, dedica a hacer creíble ese cambio más de doscientas páginas. ¿Cómo puede Herman Koch lograr el prodigio de hacer lo mismo en el mismo espacio si ya hemos visto que la mayor parte de la primera mitad del libro la dedica a contar banalidades? ¿Quieren saberlo? ¿De verdad quieren que se lo diga? Vale. Hace trampa. 

LA TRAMPA 

¿Es un betseller, recuerdan? Tenía que haber algo que bajase el nivel. Bien, pues la trampa es una enfermedad hereditaria sin nombre (al menos no se llega a decir). Así de sencillo. En la mitad del libro, más o menos, descubrimos que el protagonista es un ser violento que ha sido inhabilitado temporalmente para ejercer la docencia hasta que un psiquiatra determine que está psicológicamente preparado para ello, algo que se ve a todas luces no va a ocurrir jamás. En un momento determinado, como si tal cosa, nos enteramos también de que lleva nueve años de baja y que hace poco abandonó voluntariamente la medicación que inhibía sus impulsos. Con esto lo que Koch justifica es que durante la primera parte el tipo fuese como una marioneta y sus actitud bastante pacífica y que lo que no sabía no lo sabía porque no se lo había contado su mujer, que lo protegía para no alterale los biorritmos. Lo que no se justifica de ningún modo es que esta novela, que está narrada en primera persona desde el presente, esto es, desde un momento claramente violento del personaje, oculte esa información. Si hubiese sido narrado en tercera persona a partir de los diarios del protagonista podría aceptar la trampa, pero así no. La imagen del personaje durante la novela no se corresponde con la que tenemos al final, con la del narrador actual. Esto es muy molesto o a mí me lo parece, que para el caso es lo mismo, por más que el resultado –la supuesta sorpresa- sea lo que haga de esta novela lo que realmente es -un betseller- y por lo tanto entretenida. Que de repente todos dejasen de ser lo que parecían para convertirse en caricaturas de una película del oeste es lo que acaba con la presunción de que estamos frente a una novela de reflexión pues leyendo esto la conclusión a la que llegamos no es tanto la amoralidad que se apodera de la sociedad como la importancia de hacerse la amniocentesis para evitar la proliferación de indeseables. 



EN RESUMEN 

Que muy mal por Koch, en general, por vender humo y bien por la editorial por haberse hecho con los derechos de una novela de tanto éxito. Para aquellos que se hayan saltado lo anterior decirles que en general me gustó moderadamente tirando a poco mientras la leía pero que el final resulta decepcionante por una trampa que pone el autor en el camino; una trampa que desmerece el conjunto y acaba con lo que podía haber sido: el prometido análisis del hombre versus la amoral sociedad. 




viernes, 9 de septiembre de 2011

"A bordo del naufragio" de Alberto Olmos

A bordo del naufragio” es la primera novela de un escritor joven -unos veinte años- que resultó finalista del premio Herralde (Anagrama) el mismo año que Bolaño lo ganó por “Los detectives salvajes”. Cuando a mí me dicen esto yo pienso… ¿saben qué pienso?... pienso: LI-TE-RA-TU-RA. Y no. 

Para los que no estén al corriente, que alguno hay: Alberto Olmos es ese tipo de escritor que levanta la clase de pasiones que sacan lo peor de uno por razones que nunca he acabado de comprender pero que pudieran perfectamente tener que ver con la -en apariencia- actitud chulesca de su “discurso”, entendiendo “discurso” cómo “su opinión sobre”. Yo estoy por encima de eso, ya se lo adelanto. A mi Olmos ni bien ni mal sino todo lo contrario. Sólo leí dos de sus novelas: “El Estatus” y “Trenes hacia Tokio”. La primera regular tirando a bien; la segunda mejor. Esto lo aclaro para que nadie se lleve a engaño: no voy “a por él”. Si he leído ABDN ha sido únicamente por las cinco entrellas que cierto ser humano le colocó en el GoodReads. Ver para creer.

Este debería ser el momento en que les dijese, someramente, si me ha gustado o no la novela ergo esta debería ser la parte en que ustedes me tachasen de lameculos, vendido o de no tener ni puta idea de literatura y/o postmodernidad, todo dependiendo de algo tan objetivo como pueda ser lo mejor o peor que les caiga Olmos, de lo más o menos que les haya gustado esta novela si la han leído o directamente la mejor o peor impresión que tengan de ella si no ha sido así. Pues bien, no, no me ha gustado. Con esto no quiero decir que me parezca una mala novela. No al menos completamente. Lo que digo es que a mí personalmente no me gustó. Claro que eso será por algo. Razón, aquí.

Cuando empecé a leerla entendí perfectamente porqué a Alberto Olmos defendía “Alma” de Javier Moreno. Caramba, es que se parecen mucho. Se parecen demasiado en el sentido en que las dos tratan (ABDN indirectamente) el asunto del alma y las dos busquen la mejor manera de llevarlo al papel. De quedarme me quedo con la de Olmos pero sólo porque la alternativa es la que es. Aclaro: me quedo con la de Olmos si le borramos un par de adjetivaciones y expresiones bastante espantosas que me fui encontrando y que gracias a dios fueron a menos a medida que avanzaba la historia: “luz paupérrima y cenicienta”, “gélido bofetón”, “nube exangüe”, “Palpas de nuevo la pared, mas no en busca del interruptor”, “césped infame”, “Tienes delante de ti una chica alta, displicente de espetera”, etcétera. En fin, un horror. Ya sabemos que es cuestión de gustos pero es que este blog es mío y el (dis)gusto también. 

Más. Esta novela la leí poco después de “Memorias del subsuelo”, un libro de Dostoievski que descubro a todo pasado que al alter ego de Olmos, Juan, no le gustó. Eso me hizo reír. Dice que Dostoievski está sobrevalorado. Esto no. Dice que "Memorias del subsuelo" es una puta mierda. Esto a ratos. Pero de acuerdo, es su opinión y como tal muy respetable por más que pueda atentar contra alguna desconocida lógica suprema y literaria. Por cierto, esta es de las pocas veces que no coincido con ella (con su opinión). Retomando: cuando digo más arriba que me hizo reír lo hago por una razón muy sencilla que les explico enseguida. Hay un momento en la novela de Olmos en que ocurre esto: 

Levántate, vamos, provinciano, se ha reído de ti, te ha dejado en ridículo, ha confirmado lo que todos pensaban: ése del fondo es tonto. No debes dejar que esto termine así. Si de verdad no eres un cobarde, tienes que ponerte en pie, andar hasta la tarima, y clavarle el bic en los ojos al señor profesor, un trozo en cada uno. Y luego sal de aquí, sin mirar atrás, sólo agrede y sal dando un portazo, punto final, dixit. Ya no lo vas a hacer, ¿verdad? Sabía desde el principio que, en cuanto tu corazón volviera a su sitio, te olvidarías de tus instintos. Tú siempre te olvidas de tus instintos. 

En la “puta mierda” de Dostoievski que es “Memorias del subsuelo” ocurre esto otro: 

«¡Dios mío! -pensaba-. ¿Cómo puede convenirme esta compañía? ¡Qué papel tan estúpido acabo de hacer ante esta gente! He consentido demasiado a Ferfitchkin. Los muy imbéciles creen que me han hecho un gran honor al admitirme en su mesa, y no piensan que soy yo, sí, yo, quien les hago honor a ellos... ¡He adelgazado!... ¡Y este traje!... ¡Malditos pantalones! Zverkov ha visto inmediatamente la mancha amarilla de la rodillera. Aquí no hay más solución que levantarse de la mesa, coger el sombrero y salir sin decir palabra. Así les demostraré mi desprecio. Estoy dispuesto a batirme en duelo mañana. ¡Los muy cobardes! No lo siento por los siete rublos, como ellos deben creer. ¡Que el diablo se los lleve! No, no lo siento por los siete rublos! ¡Bueno, me voy!»
Naturalmente, no me fui. 

Ya, ya sé que no es exactamente lo mismo, pero a mí me hizo gracia la parte de coincidencia que tiene, qué quieren que les diga. También me hicieron gracia los momentos en que el protagonista recuerda su pasado. Para no desorientarles más de lo que ya estarán mejor les cuento de qué va la película: el protagonista es un chaval de unos veinte años que estudia en la universidad. Su vida es de mierda o de lo contario no tendríamos novela: su madre lo "abandonó" de niño quedando al cuidado de unos abuelos que vivían en campo y eran como tojos. Su abuelo especialmente; quería un nieto duro, un hombre de verdad, y no aquella cosa, aquel desecho. Se pueden imaginar lo que debe ser tirarse así chorrocientos años viendo sólo vergüenza en sus ojos al mirarte. En la universidad este chaval no ha mejorado mucho, la verdad, y vive sumido en una depresión permanente y, por su forma de ser, ineludible. Todo está narrado en segunda persona, siendo "todo" un día concreto de su vida a lo largo de 170 páginas sin puntos y aparte y con pequeñas digresiones que nos hablan de su lacrimógeno pasado, para que nos quede claro que no hay escapatoria ni volviendo a él. Estas digresiones es lo de los "recuerdos" que les decía mas arriba; algo así: 

...en el patio apoyado en una pared llena de pintadas unos chicos juegan al baloncesto otros más pequeños corretean de acá para allá hay corrillos por todas partes alrededor de la fuente unas chicas fuman y hablan y ríen junto a la verja los chicos también fumando lanzando miradas furtivas hacia la fuente el cielo está azul tú estás solo no fumas no haces nada sólo miras junto a ti pasa una pareja metiéndose mano apartas la vista de sus pechos a tus pies rueda la pelota de baloncesto PASA el cielo está azul PASA tú estás solo PASA TÍO alguien se acerca SUBNORMAL recoge la pelota y se va la pareja se magrea a tu izquierda oyes su risita oyes sus quedos jadeos….. 

Sé lo que están pensando. Están pensando en el capítulo 18 del “Ulises”. Sí, el capítulo en que James Joyce escribe del siguiente modo: 

Sí porque él no había hecho nunca una cosa así antes como pedir que le lleven el desayuno a la cama con un par de huevos desde los tiempos del hotel City Arms cuando se hacía el malo y se metía en la cama con voz de enfermo haciendo su santísima para hacerse el interesante ante la vieja regruñona de Mrs Riordan que él creía que la tenía enchochada y no nos dejó ni un céntimo todo para misas para ella solita y su alma tacaña tan grande no la hubo jamás de hecho 

Tranquilos, tiene su lógica: Joyce escribió así para expresar el vago fluir de una mente libre de inhibiciones y Olmos, con ligeras diferencias, también. Porque señores, si algo funciona, ¿para qué cambiarlo? Tampoco creo que tenga nada que ver el que la acción se desarrolle durante un solo día. Ojo, no estoy hablando de plagio -afirmar eso sería del género imbécil- sino de otra cosa: que a los veinte todos somos muy influenciables, caramba, y que las buenas novelas, las que ganan premios y dan prestigio, pocas veces se escriben a esa edad y que ya me extrañaba a mí esto. 

Todo lo que acabo de decir tiene una parte importante de soberana estupidez pues nadie puede pretender que cada premio de cada certamen de cada año de cada país ofrezca un producto revolucionario y sensacional a partes iguales, finalistas incluidos. Eso es de cajón que no va a ser jamás. La solución pasaría por ir dejando alguno desierto de vez en cuando para dar un poco de ejemplo y del resto esperar un ejercicio de humildad. No pongo en duda la “honradez” del premio sino el criterio que lo rige y conste que esto lo digo como un cumplido puesto que la novela de Olmos es todo menos comercial. 

Resumiendo: que si no me gustó fue por una razón fundamental y otras muchas pequeñas y tontas (entre las que pueden incluir, si se van a sentir mejor, la supina ignorancia y las ganas de polemizar gratuitamente a costa del dolor ajeno): tuvo mucho que ver la perspectiva de la narración que acaba resultando bastante cansina y algunos momentos en los que no ocurre nada de nada o nada de interés o que se nos cuenten las grandes verdades de la vida demasiadas veces: la madurez del escritor se supone. La novela "experimental" es necesaria, en eso estamos todos de acuerdo, otra cosa es que funcione. Pero no me hagan caso, yo tampoco lo sé todo. Además, da igual. Miren, al final todo se reduce a algo tan sencillo como el placer que proporciona la lectura: yo no sentí en ningún momento ese deseo de volver al libro durante las pausas (en mi caso inevitables) y por eso me llevó tanto leerlo a pesar de su extensión y por eso lo compaginé con otras lecturas que sí me llenaron más. Esto es lo "fundamental" de lo que hablaba más arriba y con lo que, de todo lo dicho, se deberían quedar. Por eso no voy a recomendar su lectura ni a perder más tiempo con una reseña de la que ya estoy un poco harto y supongo que ustedes más. Imagínense el resto: soy yo todo el tiempo diciendo que no.


lunes, 5 de septiembre de 2011

"Chéjov Comentado" Edición de Sergi Bellver



“Pero tú lo sabes, ma chére: esta bola terrestre no es un buen lugar para un artista. El mundo es extenso y nos concede variados frutos, pero no es un lugar para que un escritor exista en él. Un escritor es un huérfano eterno, un exiliado, una cabeza de turco, un niño sin protección. Divido la humanidad en dos partes: los escritores y los que los envidian. Los primeros escriben, y los segundos se mueren de envidia, y construyen trampas de lo más variadas para los primeros. He sido destruido, de continuo se me destruye, y siempre seré destruido por las personas que envidian. Destruyen mi vida. Ellos han reunido en sus manos todos los instrumentos del oficio de escritor, se llaman a sí mismos “editores”, “críticos”, y con toda su fuerza intentan destruir a nuestros hermanos. ¡Malditos sean!” Antón Chéjov, viéndolo venir. 



EL PRÓLOGO Y LA EDICIÓN 

El prólogo ya no lo recuerdo porque lo leí hace demasiado tiempo pero supongo que bien. Lo leí a toro pasado porque a toro por venir me aburría y yo pocas veces me aburro por placer. Además tampoco soy mucho de reseñar prólogos que no me cambian la vida, que los hay. Ni siquiera sé porque estoy hablando de él, la verdad, quizá porque la edición es tanto de Sergi Bellver que da rabia no mencionarlo. En cambio la edición sí. Lo he dicho por activa, por pasiva y por refleja: fue un amor a primera vista desde el minuto cero. Yo quiero que mi biografía la edite Nevsky Prospects aunque tenga que acampar de por vida a las puertas del consulado ruso.


LOS CUENTOS 

(Miren, les voy a decir la verdad: me he quedado sin parné y el tío que me escribía las reseñas se ha largado a la vendimia harto ya de adelantarme el sueldo miserable que no le pagaba. Hasta que encuentre otro igual de pardillo voy a tener que ocuparme personalmente de esta reseña y lo cierto es que no sé por dónde empezar. Me falta experiencia; deberán disculparme. Se me ha ocurrido que una buena manera de escurrir el bulto sería resumir cada cuento. ¿Cómo lo ven? Lo hacen por ahí y da bastante el pego. Demuestra como poco que te lo has leído, que ya no está mal en los tiempos que corren. Seguramente quedará un poco largo pero se los pueden saltar, tiene mi bendición. Al final, como siempre, las conclusiones.)

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Las bellas. Comentado por Luis Alberto de Cuenca. 

El cuento, bien. Va sobre dos beldades que aturullan hasta la imbecilidad al protagonista, siendo un niño la primera vez y adolescente la segunda. El comentario de Luis Alberto de Cuenca, flojo. Arranca citando la Eneida, con eso les digo todo. Yo un día voy a arrancar un post sobre Dosto citando a Descartes. Verán que flipe. El resto (del coment de Cuenca) es repetir lo que dice Chéjov y alabar su buen hacer a la hora de expresar lo que provoca en un joven la belleza despampanante, que es tristeza, fundamentalmente. 


El misterio. Comentado por Ignacio Ferrando. 

El comentario que escribe este señor es más largo que el propio cuento. Y digo yo que eso debería estar prohibido, no? Fediukov, el  protagonista, doy por hecho que ya ha sido subido a los altares de las grandes creaciones chejovianas. Y si no, pues lo subo yo. El cuento pudiese haber sido magnífico de no ser por ese momento de fe ciega en lo sobrenatural a la que sucumbe un escéptico y que yo no me acabo de tragar. Lo paso porque es un cuento pero esto merecía algo más de desarrollo. El comentario de Ignacio Ferrando me ha gustado mucho también. Está magníficamente introducido y desarrollado y saca a luz detalles que pasan desapercibidos en una primera lectura. Esto es, que es un comentario que hace de comentario. Como aquellas tertulias de Garci que hacían dormir pero en ameno. 


Casa con Mezzania. Historia de un artista. Comentado por Eloy Tizón. 

Zhenia y Lida son dos hermanas que viven con su madre en una casa de campo. Todo muy bucólico pastoril, ya ven. El protagonista quiere mojar con la mayor, se le nota, pero ella no se deja y él se conforma con la pequeña, que tampoco, pero por lo menos lo ama con amor de niña y promesas de futuro. Esto lo interpreto yo, en realidad el cuento es muy diferente. Al final ninguno con ninguno; así no hay discusión posible ni celos ni nada. El comentario no debía ser muy bueno porque ya no lo recuerdo. A partir de este me pasó con casi todos.


Quiero dormir. Comentado por Eduardo Halfón 

Este cuento es heavy metal. Va de una tipa, chacha de profesión, que quiere dormir y un lactante no la deja. El cuento va de lo que hace la muchacha que es ir del sueño a la ensoñación y de la ensoñación a la fantasía y luego otra vez al llanto desconsolado de la criatura. Finalmente la criatura deja de llorar, ya se lo adelanto, pero maldita la gracia. Confirmo que a estas alturas empecé a pasar de los comentarios por razones puramente egoístas, cómo todas las que me mueven, por otro lado.


El hombre enfundado. Comentado por Salvador Luis. 

Este no lo acabé. Aburrridíiiiisimo. Mortalmente, además. Aún me supuran las heridas. 


El violín de Rothschild. Comentado por Marta Rebón. 

“Yakov es un enterrador que toca el violín en una orquesta en sus ratos libres y que acaba entregando su alma. Un mal bicho”. Este es el resumen que hice sobre la marcha y hoy un mes después lo recuerdo medianamente bien, de lo que se deduce que no debe ser tan aburrido como aparenta. No se lo voy a contar; alguno se tendrán que leer, digo yo. 


En Moscú. Comentado por Oscar Esquivias. 

El mejor. Brillante. Un paseo por Moscú. Así de sencillo, así de genial: “¡Prefiero tu amistad! Pero yo le dije que la amistad no era suficiente… A continuación me apuntó con el dedo con coquetería y dijo: “Muy bien! Te amaré, pero con la condición de que sea una relación con libertad absoluta”. Y cuando la tomé en mis brazos susurró: “Vamos a pelearnos mucho…”. Qué bello. Saca lo mejor de mí. No tengo nada más que añadir, salvo lamentarme: debí fotocopiarlo; me hubiese gustado releerlo. Y pensar que yo que me metí en esto para sacar libros gratis y nada, leches, ni saliendo en El Cultural... Ando yo ahí con mis fotocopias... Qué cutre, señor, con lo que yo he sido...


Tristeza. Comentado por Víctor García Antón. 

Este cuento se llama Tristeza pero lo mismo podía haberse llamado Soledad. Va de un cochero que trabaja en la noche en el invierno siberiano, además se le ha muerto un hijo y excepto a Chéjov a nadie le importa un rábano lo uno ni lo otro. Para que luego se quejen ustedes de lo suyo. Un cuento muy triste, tristísimo. También por el caballo. El ruso este dejándonos a todos con la moral por los suelos. 


Enemigos. Comentado por Ricardo Menéndez Salmón. 

“Punto positivo por el comentario”, eso anoté. Pues nada, habrá que hacerme caso. Ricardo, si me lees, anótate un punto positivo aunque maldito si me acuerdo de lo que decías. La historia es superbestia: a un médico se le muere su hijo y un hombre, cinco minutos después, quiere llevarlo ante su mujer que tiene no sé qué mal que hay que curar enseguida. El médico va, sí, porque es un profesional, pero imagínense cómo. Terrible. Y si les cuento el final les da a algo. Mejor lo dejamos aquí y cuando alguien tenga a bien que lo suba a la red y se lo bajan ustedes después. 


Desdicha. Comentado por Jon Bilbao. 

Chéjov negro chamizo. Un alcohólico que lleva a su mujer al médico y ésta se le muere por el camino. El tipo es un cabrón de cuidado que lo mismo podía estar casado con una mazorca de maíz de lo mucho que la quería. A ver al hijo de puta quien le lava ahora los calzoncillos. Uno siente cosas leyendo este cuento y ninguna es buena. 


Incidente ocurrido a un médico. Comentado por Care Santos. 

Suena a chiste pero este va de un médico viaja a una fábrica y la paciente es la heredera de todo un imperio que ha enfermado de infelicidad. ¿A qué jode? Moraleja: el dinero no lo puede todo. Aquí Chéjov se pasó de listo porque eso ya se sabía de antes. El cuento está bien, que quede claro. También es un ataque a la industrialización, por si les gustan los documentales. Siempre hay un poquito de cosa social en los cuentos de Chéjov. Supongo inevitable al  hablar de lo cotidiano. Si no lo destaco es por ustedes, para que no se les haga muy pesado. 


Grisha. Comentado por Matías Candeira. 

No me gustó nada. Está contado desde la perspectiva de un niño de dos años y ocho meses. Esto lo escriben hoy y le llaman postmodernidad. Con un par, se lo digo yo. Lo dicho: flojo. Lo experimental es lo que tiene, que tardar en cuajar pero si han pasado 150 años y no gusta es de suponer que ya no lo hará jamás. Al menos conmigo. 


Confesión u Olia, Zhenia, Zoia. Comentado por Paul Viejo. 

Muy bueno. Buenísimo. Tres ejemplos de porque un hombre está solo. También me arrepiento de no haberlo fotocopiado. Me da rabia pero no recuerdo los detalles, sólo la sensación de haber disfrutado enormemente en los dos últimos ejemplos. Para muchos esto es suficiente para hacer una reseña de dos horas pero a mí me falta imaginación.


Pequeñeces. Comentado por Elvira Navarro. 

Otro muy bueno, muy teatral. De aquí salía una obra cojonuda por mucho que suene a telenovela. El amante de una mujer -por la pinta un jetas de cuidado- habla con su hijo (el hijo de ella) y descubre que tanto él como sus hermanos se ven con su padre biológico a escondidas. Dramón. Y no sólo eso sino que éste, el padre, habla mal del amante que a estas alturas ya nos cae como el culo sin saber muy bien porqué. Luego sí lo sabemos. Que teníamos razón, quiero decir. El niño acaba llorando, con eso les digo todo. 


El amanuense. Comentado por Juan Carlos Márquez. 

Otro de los buenos. La verdad es que visto con perspectiva hay unos cuantos. Va de un intelectual que vive seducido por la charla con su amanuense que traducido quiere decir que va de un vago charlatán que espera la visita de su secretario para rajar y no dar palo al agua. Se trata de vivir frente a hablar de la vida. Hay gente así aunque les cueste creerlo. 


Ostras. Comentado por Hipólito G. Navarro. 

Feo. Aburrido. Un mal cuento para acabar. Un niño que mientras pide limosna descubre las ostras. Ocurre a menudo, no se crean, sobre todo en ciudades costeras. Es hacer un cuento por hacer un cuento, no hay otra razón. No voy a perder más tiempo con él. Tres líneas es más que suficiente. 


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CONCLUSIÓN


Ya sé que me he pasado contando detalles e insinuando finales pero créanme si les digo que no pasa nada: los cuentos de Chéjov (no todos) son tan buenos (no siempre) que se disfruta tanto con el viaje como con la llegada, que a la larga acaba siendo lo de menos. Pero les pido disculpas igualmente, que no se diga. 

Esta era la parte en que Rodolfo, mi amanuense herido, les recomendaba o no la lectura. Lo sé porque se ha dejado algunas notas en la huida. En una pone: “La pregunta que se estarán haciendo ellos –por ustedes – es: ¿recomienda su lectura?” Hombre, claro que sí; todo lo que sea leer… Rodolfo era más exigente pero yo no, qué va. Lo que yo no recomiendo –y en esto estoy con él- es su compra, básicamente porque hubiese preferido más cuento y menos comentario que luego no se recuerda y/o no sirve para mucho o en lugar del comentario un ensayo en condiciones (anótatelo Bellver, para la próxima) sobre todos los cuentos de Chéjov de los que hay cien mil ediciones porque llega un momento que uno al no saber cuál comprar no se compra ninguno. Me pasa mucho, por eso lo digo. Tampoco me abandona la sensación (y ahora es cuando se pone fea esta reseña, pero fea de verdad) de que la elección de los comentaristas ha sido, en según qué casos, bastante poco acertada (por más que algunos me caigan bastante simpáticos y/o interesantes). Está bien que la persona que se ocupa de la edición de un libro de estas características seleccione como le plazca pero cuando ese parecer incluye (y esto lo sé porque soy muy observador) amigos y colegas del gremio de lo literario a mí se me ilumina el chivato de la suspicacia. Miren, el otro día leí el prefacio del primer tomo del "Dostoievski" de Joseph Frank y se me pusieron los pelos como escarpias al punto de que ahora ando como loco por conseguir los cinco volúmenes para no perder detalle. Eso es lo que entiendo por un comentario útil: un comentario que se lee con tanta o más pasión que el propio cuento, novela o lo que sea y que ayuda a una mejor comprensión del mismo, cosa que en este recopilatorio no me ocurrió. Contar lo que a uno le sugiere determinado cuento me parece muy de blog, honestamente y yo por leer blogs o por leer el tipo de comentarios que he leído aquí no pago un céntimo por más que salve alguno de la quema. Ni-un-céntimo. A mí si me quieren vender algo que sea la edición básica.

Esto de desmerecer el esfuerzo ajeno es una canallada, me consta, y me da mucha rabia escribirlo pero no deja de ser mi sincera opinión. He leído por ahí ciertas alabanzas al hecho de que las voces sean varias; hablan de que el libro se presta al debate precisamente por culpa de esos comentarios tan heterogéneos y nos invita a participar, a debatir, no se lo pierdan, en los márgenes del libro, tachando o subrayando. Qué bien, qué enriquecedor.

En definitiva: me han gustado los cuentos, me ha gustado Chéjov, me ha gustado la edición, pero el resto no. Ni me han gustado, ni me han interesado y en mi modesta opinión desmerecen el conjunto de la obra.




(En otra nota de Rodolfo (¡cuánto lo echo de menos!) hay escrito: “Después despedida y chascarrillo final. Incluir algo ofensivo sobre la nocilla o sucedáneos para tener anónimos”. Este Rodolfo era gilipollas, de verdad, no sé cómo lo aguantaban.)