lunes, 31 de enero de 2011

Correspondencias: EL DIABLO RUSO (Segunda Parte)

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De: Carlos González (lamedicinadetongoy@gmail.com)
Enviado el: martes, 18 de enero de 2011 12:53
Para: León Tolstoi (lev.n.tolstoi@gmail.com)
Asunto: Re: Agradecimiento


Estimado León Tolstoi (me mata escribir esto):

Gracias por sus sinceras palabras. Me ha divertido descubrir cómo llegó hasta La Medicina de Tongoy y constatar que en el fondo mi poder de convocatoria es menor de lo estimado. Me deja usted anímicamente hecho una piltrafa, que lo sepa. Es broma. La realidad es que su correo me ha ayudado a coger confianza y eso da rienda suelta a las payasadas que vendrán a partir de ahora.

Me alegra que nombre “Los dos húsares” de León Tolstoi porque precisamente lo leí el otro día y disfruté mucho de él. Mi problema es que cada aproximación a Tolstoi me hace sentir unos irrefrenables deseos de volver a ver Doctor Zhivago y a todo no se puede estar. Estaré encantado, si lo desea, de departir sobre él con usted.

Nuevamente, gracias. Prometo (con la boca pequeña) regalarle la vista con alguna entrada a libros que puedan ser de su interés.

Atentamente,


P.D.: Me he puesto en contacto con Oblómov Varese y lo he visto con el buen humor habitual (que en una escala normal tiende a ser más bien escaso). Eso me hace albergar esperanzas sobre alguna nueva entrada en un futuro cercano. Insistiré, si me lo permite, con el argumento del espíritu del escritor ruso como seguidor incondicional pero no le prometo nada: el entusiasmo, con Oblómov, tiene el efecto contrario al habitual y acaba terminando en espantada, ofreciendo la callada por respuesta.









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De: Carlos González (lamedicinadetongoy@gmail.com)
Enviado el: martes, 18 de enero de 2011 15:12
Para: Oblómov Varese (oblomov.varese@gmail.com)
Asunto: Re: Rescatándote del olvido

Querido Oblómov:

¡Qué bueno volver a leerte! ¡Cuánto echaba de menos tu necrotizado sentido del humor, tus frases lapidarias y ese derroche de mordacidad! He estado a nada de hacerte un epitafio pynchoniano en La Válvula de Espato, pero me ha frenado el sentido del ridículo (y que fuese un espacio común con un contenido tan temático (¡ah, si fuese sólo mío!)). No temas por las ausencias, no me molestan, simplemente me sorprendió la duración de esta última, pero también entiendo que el motivo está más que justificado. Y aún no estándolo…, qué remedio.

Siento la muerte de tu amigo. Nunca sé que decir en estos casos y éste no es una excepción. Permíteme pasar de puntillas por ello y deja que ocupe de esa otra parte del correo que más impresión me ha causado: ¿Qué ocurrió en ese tren? ¿Qué fue “eso” que ha cambiado tu vida? ¿En qué sentido lo ha hecho? ¿Qué ocultas en casa que no quieres mirar, que no puedes hablar de ello? No me dejes con la duda, O., por mucho mal que te haya hecho. Me he acordado, cuando lo contabas, de aquella curiosa historia que tuvo como protagonista a Nietzsche. No sé si la conoces. Resulta que el filósofo, paseando por Turín a comienzos de 1988, se abrazó al cuello de un caballo caído que estaba siendo objeto de un brutal maltrato por parte de un cochero. Lo más curioso del asunto es que ese acto tan sencillo (demostración palpable del poder de la literatura en la filosofía), que daría comienzo a lo que luego sería considerada “la locura de Nietzsche”, fuese la repetición, bastante fiel, de una situación vista en Crimen y Castigo de Dostoievski (concretamente en el capítulo cinco de la primera parte) en la que Raskólnikov, durante un sueño que lo retrotrae a la infancia, dominado por la compasión, se acerca al cuello de otro caballo que estaba también siendo objeto de la violencia desmedida de unos campesinos borrachos y lo “coge el hocico inmóvil y ensangrentado y lo besa; besa sus labios, sus ojos..”.

Quedo a la espera. A la espera y ansioso. A la espera, ansioso y taquicárdico.

Un abrazo,



P.D.: Tolstoi ha hablado conmigo. Je. Me encanta tener mi propio Tolstoi, pero, ¿por qué me tocarán todos los raros? ¿Qué interés les persigue, Oblómov mío; qué tengo yo que mi amistad procuran? Es decir, ya sé que empecé yo el cruce de correos, pero fue él quien dio antes conmigo. Por cierto: la nueva imagen “freak” de Tongoy, por si sientes curiosidad, responde en parte a eso (siendo “eso” la fauna que lo habita) y en parte al irresistible atractivo de la fotografía que me sedujo desde el primer instante. Y ahora transmito el mensaje Tolstiano: “Escriba usted que yo le leo”. Si me dicen eso a mí seis veces tengo una erección; con doce, consumo. La cita está sujeta (la he sometido yo) a libre interpretación: él dijo otra cosa pero quería decir esto. Atiende a tus fans, Oblómov, y deja ya de joder con epifanías.








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De: Oblómov Varese (oblomov.varese@gmail.com)
Enviado el: martes, 19 de enero de 2011 02:00
Para: Carlos González (lamedicinadetongoy@gmail.com)
Asunto: Re: Rescatándote del olvido


Amigo Carlos:

Gracias por las condolencias. No es necesario que digas nada. Por poner una nota de humor: mejor nos hubiera ido a ambos si no hubieses dicho tantas cosas. No sé si aprecias el chiste: se me dan peor que a ti consolarme.

Que no te atormente el misterio de mi viaje pues he decidido hablar de ello y contar lo que ocurrió y ocurre. Sé que no has creído nunca en la existencia de mis fantasmas pero te lo diré igualmente: anoche me visitó uno de ellos mientras dormía y a través de los sueños me dijo lo que debía hacer para exorcizar este demonio que habita en mi hogar, oculto en el zapatero, desde que volví. Precisamente ahora estaba en ello ―por eso rechacé tu invitación a chatear (por eso y porque no te soporto en directo)― reconstruyendo lugares y personajes en la medida en que puedo fiarme de mis recuerdos de estas semanas, enturbiados como están por el terror vivido.

Sé que todo esto suena a fantasía gótica y sé también que no estás creyendo ni una palabra pero, a estas alturas y tal como veo las cosas desde esta nueva perspectiva, me trae completamente sin cuidado lo que creas o dejes de creer. Te contaré lo que ocurrió y de ti, y de los demás, dependerá creerlo o no. Hay demonios, Carlos, demonios que quieren acabar conmigo. Con nosotros.

Ahora no más. Mañana. Hablaremos mañana.

Recibe un fortísimo abrazo,



P.D.: Carlos, ándate con ojo: no sabes quién es ese Tolstoi ni de lo que es capaz. Sé por experiencia propia que tienes una peligrosa querencia a dejarte llevar por el entusiasmo con toda cuanta fauna literaria se preste a cruzar dos palabras contigo, incluido servidor, máxime cuando esas palabras vienen acompañadas de elogios. Te lo diré una sola vez: los elogios que vienen de los amigos, aunque sean supuestos como éste, son peligrosos porque enaltecen nuestro ego y van justos de objetividad. Ahora ya sabes por qué nunca he piropeado tu blog. Bromas aparte, ten cuidado. Pisa firme y no des más confianza que la justa. Incluso a mí. En estos momentos, especialmente a mí.






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De: León Tolstoi (lev.n.tolstoi@gmail.com)
Enviado el: martes, 19 de enero de 2011 08:59
Para: Carlos González (lamedicinadetongoy@gmail.com)
Asunto: Re: Agradecimiento


Estimado Carlos:

Me alegra que conozca el arte del Tolstoi original y no el sucedáneo que soy yo pero me alegra mucho más que le haya gustado. Ahora que con los años me he vuetlo vuelto innaturalmente prudente ya no me ocurre pero de joven solía tener una reacción similar a la suya cuando me enfrentaba, desde la ignorancia, a la lectura de los clásicos rusos. No sólo me cambiaba el humor sino que adoptaba el de aquel personaje de la obra con el que más me identifique o cuyo poder de atracción parecía mayor, en ocasiones engolando la voz y vistiendo el frac de mi abuelo. Creo recordar que cuando leí aquel relato por primera vez me dio por jugar al bacarrá y seducir mujeres eslavas, ya ve usted qué locura. Tenía entonces diecisiete años y era un auténtico cretino.

Estaré encantado de departir con usted sobre Tolstoi y sus personajes pero bajo ciertas estrictas condiciones: sepa que soy de un rigor kantiano, como el maestro, y que no cejaré hasta que usted también lo sea puesto que no hay mejor modo de entenderlo que sumergiéndose en su filosofía. Lo que le ofrezco es mi colaboración a cambio de su alma. Veamos ahora hasta dónde llega ese fervor literario del que tanto alardea.

Atentamente,


P.D.: Si tiene usted a bien le dice de mi parte al buen Oblómov que me daré de alta en su blog en el momento que vuelva por sus fueros artístico-literarios. Dígale que también que tengo una propuesta que hacerle: puedo curar el mal oblomovista que padece. Son recetas, las que le ofrezco, de estricta observancia pero que le garantizarán el éxito en cualesquier empresa que lleve a cabo sin por ello obligarle a llevar una moral de ninguna clase, imperativos categóricos incluidos. Háblele, insístale, haga el favor: podemos reconducir su desidia. Garantícele que yo personalmente velaré por el éxito de la cura. A pesar de sí mismo, si fuese menester.


viernes, 28 de enero de 2011

Correspondencias: INTROITO (Primera Parte)

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De: Carlos González (lamedicinadetongoy@gmail.com)
Enviado el: lunes, 17 de enero de 2011 12:36
Para: Oblómov Varese (oblomov.varese@gmail.com)
Asunto: Rescatándote del olvido


Estimado Oblómov:

“Si usted tiene aficiones a la atorrancia; si a usted le gusta estarse ocho horas sentado y otras ocho horas recostado en un catre, si usted reconoce que la divina providencia lo ha designado para ser un soberbio "squenun" en la superficie del planeta, múdese a las inmediaciones de Canning y Rivera. Todas sus ambiciones serán colmadas... y el reino de los inocentes le será dado, por añadidura”. (Roberto Arlt, “Nuevas Aguafuertes”) 

¿Oblómov? ¿Hay alguien en casa? ¡Cuánto hace que no tengo noticias tuyas, mi buen amigo! Tanta ausencia, incluso viniendo de ti, es preocupante. Y no te veo, honestamente, entre Canning y Rivera ni entre Triunvirato y Canning. Directamente no te veo. Te confieso que me quedó mal cuerpo después de nuestra pequeña "discusión" (si podemos llamarla así; me refiero a la que tuvimos al final de aquella entrada múltiple en la que me apropiaba de tu identidad para comentar tres libros –el Quimera, el Carrión y el Colomer). Sospecho que no te pareció bien la propuesta –la de romper nuestro acuerdo de “cancelación de proyecto común” para ir un poco más allá (aka “enredar el enredo”)- pero no puedes estar enfadado por eso pues ya ves que al final quedó todo en nada. Aún así, por pura prevención y a riesgo de aburrir: perdona: sé que me he excedido y lo lamento; que tenías buenas intenciones para tu blog y que te hice perder seguidores. De aquellos diez que llegaste a tener (¿fueron diez o lo soñé?; ya no sé) veo que sólo te quedan, incluyéndome a mi, cuatro: los únicos que sospecho no se sintieron engañados. Voy a tratar de compensarte con una nimiedad, que seguro, (ya lo estoy viendo) te va a parecer fatal: le he enviado a uno de los míos, de mis seguidores, un tal León Tolstoi, un tipo con un blog, también como el tuyo (es decir: muerto donde estaba siniestro) un correo en el que le hablo de ti y de tu espacio y de tu abandonada afición por la literatura rusa. La excusa que me he inventado ha sido la de agradecerle su “afiliación”, por lo que si se pone en contacto contigo trata de no descubrirme. No he tenido todavía respuesta pero estoy seguro de que lo ha leído (“confirmación de lectura”: ya ves, estoy en todo) y después te leerá a ti. Casi seguro. Te adjunto el mail, para que veas venir lo que sea que acabe viniendo, porque algo vendrá. Bueno o malo ya no lo sé, pero un rato divertido seguro que es. O no. No sé, Oblómov, no sé. 

Espero que esta suerte de pipa de la paz sea suficiente como señal de reconciliación porque es todo lo que, aparte de las palabras, puedo ofrecerte. (Y que conste que las palabras están bien. En realidad están mejor que bien. Fíjate sí están bien que se me ha ocurrido que deberíamos plantearnos empezar a cruzar correos del modo que hacían los grandes (Tolstoi, Flaubert, Cortázar): sabiendo que en el futuro nos leerán masas “ingentes de gentes”, replicando nuestro estilo, ahora obsoleto pero a punto de ser resucitado, y hablarnos de lo divino y de lo humano, de todo aquello que llegue arrastrado por la marea hasta las orillas de nuestro entendimiento). 

Recibe un fuerte abrazo de tu amigo que te quiere y todo eso. 




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De: Carlos González (lamedicinadetongoy@gmail.com) 
Enviado el: lunes, 17 de enero de 2011 09:15 
Para: León Tolstoi (lev.n.tolstoi@gmail.com) 
Asunto: Agradecimiento 


Señor Tolstoi: 

Soy Carlos González, el autor del blog “La Medicina de Tongoy”, del que he visto que se ha hecho recientemente seguidor. El objeto de este correo no es otro que agradecer: agradecer(le) el gesto que ha tenido al hacer pública su filia y contar con su complicidad en mis tramas literarias. 

Espero que me permita disfrutar de su compañía todo el tiempo que sea posible y, si no es mucha molestia, le quedaría infinitamente agradecido si me diese su opinión general acerca del blog. 

Nuevamente gracias y reciba un afectuoso saludo. 

Atentamente, 

P.D. Me va a permitir algo más. Deje que le recomiende la lectura de otro blog, el de un amigo que casi con total seguridad, si ha explorado La Medicina, ya conozca. Me refiero a “Oblomovka Herida” (http://oblomovkaherida.blogspot.com/). Se trata de un blog que durante cierto tiempo, por motivos egoístas alenté como propio a favor de una dualidad publicitaria, un perversión del marketing más básico (llegando al extremo de engañar a mi propia familia; pero el arte, ya sabe, es lo primero). El caso es que este amigo, Oblómov (que, insisto, a pesar de las sospechas que pesan sobre nosotros puedo asegurarle que es tan real como usted y como yo), es aficionado a la literatura rusa ―o lo fue en su momento―, un sector en el que me he permitido incluirle, en vista de su perfil. 

P.D.2.: He visitado su blog. Promete llegar a ser muy interesante aunque lamento ver tan poca actividad. Espero que en el futuro podamos contar con sus opiniones y no simplemente con las citas en él reflejadas. Estaré atento y prometo hacerme seguidor en cuanto (usted) ofrezca esa posibilidad. 






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De: León Tolstoi (lev.n.tolstoi@gmail.com) 
Enviado el: lunes, 17 de enero de 2011 21:36 
Para: Carlos González (lamedicinadetongoy@gmail.com) 
Asunto: Re: Agradecimiento 


Estimado Carlos, 

Muchas gracias por sus agradecimientos pero, y discúlpeme la franqueza, los considero del todo innecesarios. Al menos en mi caso demostrar simpatías a través de la afiliación es en realidad la constatación de cierta pereza a la hora de comentar, algo que se me da peor que escribir pues nunca he estado muy dotado para la sociabilización y dudo mucho que a estas alturas de mi vida vaya a cambiar demasiado. 

Respecto a su blog, bien, es interesante, pero, ya que me lo pregunta, un tanto irregular. Supongo que ese ejercicio de dependencia de otro blog, por muy amigo que sea, le ha debido hacer más mal que bien. Personalmente considero la frase anterior un elogio más que una crítica puesto que todo aquello que nos separa del rebaño es a la larga lo que nos distingue y si esa excelencia que tan jocosamente parece usted buscar es un objetivo real no le quepa duda que de todos los caminos el tomado es el más abrupto y solitario pero también el más honesto y con más posibilidades de éxito (y de fracaso, me temo). Le invito a no caer en el desánimo en aquellos ejercicios que resulten menos populares o en los comentarios de aquellos libros que por antiguos gocen menos del favor del público. No quiero dejar escapar la oportunidad de insistirle en la lectura de “Los dos húsares” siempre y cuando no lo utilice como excusa para volver a alejarse de nuestro común amigo Tolstoi, una vez que lo haya conocido. 

Atentamente, 

P.D. A su amigo Oblómov sí lo conocía. De hecho si llegué a usted fue a través de él y de una entrada en que hacía referencia a Goncharov, autor de la deficiente “Oblómov”. Aunque lo sea no me he hecho seguidor de su blog porque he tenido siempre la impresión de que no volvería a escribir. 






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De: Oblómov Varese (oblomov.varese@gmail.com) 
Enviado el: martes, 18 de enero de 2011 01:12 
Para: Carlos González (lamedicinadetongoy@gmail.com) 
Asunto: Re: Rescatándote del olvido 


Amigo Carlos, 

No hay nada que disculpar o mas bien nada que quiera echarte en cara. De aquella discusión no quedan ni los restos pues, para no enturbiar mis recuerdos, la he borrado de mi buzón de correo. En una ocasión, lo recordarás, al comienzo de nuestra relación, te dije que deseaba establecer entre las cláusulas de nuestro acuerdo de amistad que el silencio no pudiese jamás considerarse censura. Hoy apelo a aquellas palabras, para aliviar, en la medida de lo posible, el malestar que de algún modo pudiese haberte causado. 

Amén de ésta, hay otras razones, quizá a tu entender más excusables, por las que llevo ¿cuánto, dos meses? sin dar señales de vida. Una de ellas fue un viaje, un larguísimo viaje que duró entre tres y cuatro semanas y que comenzó al poco de escribir y publicar aquella última entrada en la que pretendía sin conseguirlo pedir disculpas a todos aquellos seguidores que se habían dado de baja en el blog. Un par de días después de aquello recibí un mensaje de la hermana de un íntimo amigo en el que me informaba de su muerte por causas que por aquel entonces estaban todavía pendientes de esclarecer. Como imaginarás, inmediatamente hice la maleta y cogí el primer tren. Allí, en el tren, durante el trayecto, ocurrió algo que cambió mi vida y cuyo recuerdo, constante, no logro quitarme de la cabeza. Algo que está en el mismo lugar en que lo dejé al llegar a casa. Algo de lo que no puedo hablar todavía. 

Lo que trato de pedirte y no sé cómo es que seas paciente, una vez más, y que comprendas que en ocasiones sobran los motivos para guardar silencio. (Tu idea de llevar una correspondencia formal me parece la menos delirante de cuantas has tenido y no descarto retomar el asunto en el futuro pero, al menos de momento, dejémoslo estar). 

Atentamente, 


P.D. Al respecto de tu nuevo amigo Tolstoi que sepas que no era necesario. Si buscabas una excusa para hablar con él me parece perfecto, pero insisto,: no era necesario. No he visto que de momento se haya dado de alta por lo que supongo que en esta ocasión tu treta no ha dado resultado o simplemente no ha creído una sóla palabra de lo que sea que le hayas dicho. Confieso que, en el fondo, me alegro, porque eso supondrá que salgan a la luz nuevas y renovadas formas de publicitarte. Recursos con los que nos reiremos, hasta que nuevamente hartos, discutamos para caer nuevamente en el silencio. Tu afán de popularidad acabará por arrastrarnos a los dos a la locura. 


(Continuará)




viernes, 14 de enero de 2011

Una crítica constructiva de "Alba Cromm", de Vicente Luis Mora


Leyendo hace unas semanas “El gabinete de un aficionado”, de Georges Perec, tuve una epifanía: tenía en mis manos las claves de la gran novela del siglo XXI: un artefacto magnífico que lo mismo podría encumbrarme como genio que defenestrarme como escritor. O ambas: primero lo último, y años después, miserable cadáver en fosa común, lo anterior, cuando algún crítico de imparcial criterio, cazador de talentos y bartlebys (un Vila-Matas del futuro, perpetuador de la estirpe de Recolectores de Citas y Embusteros Compulsivos), rescatase del olvido mi gran creación y la hiciese pública, hasta los menores detalles, en un libro que bien pudiera ser a su vez también falso documental: un elogio justo a mi encomiable labor. 





Pero no adelantemos acontecimientos. Las bases sobre las que se asienta esta Crítica Constructiva de Alba Cromm, -novela de Vicente Luis Mora que publicó Seix Barral el pasado año y de la que llevo queriendo hablar desde entonces sin saber cómo- están, por más sorprendente que pueda parecer, en “El Gabinete de un aficionado”. Esta obra de Georges Perec, para quien no esté informado, trata, entre otros temas, el espinoso asunto de la falsificación, de la impostura (otra vez asoma Vila-Matas, ahora cómo inoportuno recuerdo), a través de la invención de una tela pintada por (un tal) Heinrich Kürz de la que es propietario (otro tal) Hermann Raffke en la que, a través de la técnica conocida como Mise en abyme (la misma que Velázquez usó en “Las Meninas”), se muestra al propio Raffke sentado en su gabinete frente a una extensa colección cuya obra central, destacándose sobre el resto, es el propio lienzo de Kürz, esto es: un cuadro dentro de un cuadro dentro de un cuadro (ad nauseam). Sobre esta premisa se construye una novela que relata cómo fue creciendo la colección del industrial así como las interioridades del peculiar cuadro central a través de multitud de detalles aparentemente nimios y tediosos (estos últimos no sólo en apariencia: compras, precios…) cuya única finalidad –y he aquí la causa de mis desvelos- consiste (consistía) en hacer creíble, al lector de 1979 –año en que se publica la obra en Francia-, que es por entonces un ser de limitados recursos tecnológicos (la era Google quedaba lejos), la historia que se le estaba narrando como si de un ensayo artístico se tratara. Hoy, nosotros, avezados periodistas aficionados, constrastadores de información, no avanzamos demasiado en la lectura antes de recurrir al mencionado buscador para descubrir -en mi caso con cierto asombro y enorme placer- que todo lo narrado no es más que una enorme broma: un elaboradísimo ejercicio para hacer real a través de la literatura algo que no lo es. 

Cuando Vicente Luis Mora nos enlaza, muy sutilmente, durante Alba Cromm, a dos blogs que aparentemente guardan relación con la trama (desde el momento que para los personajes tienen algún valor lo tienen para nosotros), tardamos menos tiempo que con la obra de Perec en recurrir al navegador, para descubrir que esos blogs existen realmente; que contienen la información que, en cierto modo, se esperaba de ellos y que son un complemento perfecto a la narración cuya función es la de reforzar la impresión de que los vehículos ficcionales son compatibles con aquellos que asociamos a la realidad (blogs, artículos, webs informativas). Al mismo tiempo, estas addendas no resultan en modo alguno imprescindibles a la hora de seguir la historia. Lo que Mora demuestra con esto es que se preocupa por ese otro lector menos interesado en los derroteros que debe puede tomar la literatura del presente siglo, aquella que se adscribe al pangeísmo, piedra angular del pensamiento Mora (me niego a llamarlo Moratino por razones harto evidentes; preferiría en cambio “ponerme Mora-do”) y que involucra -permitiría involucrar-, como acabamos de ver, todas cuantas formas de comunicación sean posibles. Prueba de ello es el formato elegido: una revista masculina, que (supongo que) por razones editoriales, toma forma de libro para llegar con familiaridad a las estanterías. En mi modesta opinión creo que este clasicismo editorial le hace flaco favor a la novela de VLM que sufre así el mayor de los agravios posibles: una absoluta falta de fe en el producto (no Mora, sino la mencionada editorial). Pero estaba por ser dicha la última palabra: no muchos meses después, en septiembre de 2010, es el propio Vicente quien, sin abrir la boca, desarma los argumentos simplistas y carpetovetónicos de la política editorial de Seix Barral, con un golpe de efecto brillantemente sutil, al sacar al mercado el número 322 de Quimera, un ejercicio, perequiano en grado sumo, que demuestra que la buena literatura, aquella que tiene como fundamento la idea antes que el populismo narrativo, no está reñida con los formatos alternativos, ya sean estos revistas (como el caso que nos ocupa), vídeos o fotografías. En definitiva: la pantpágina. (1) 



Resumiendo: Alba Cromm, independientemente de sus virtudes (que las tiene, qué duda cabe) como vehículo de entretenimiento de un género que podríamos denominar “negro” (sobre todo si tenemos intención de minusvalorarla), es un ejemplo perfecto (y frustrado) de las desaprovechadas posibilidades que ofrecen los recursos sociales y tecnológicos a la novela que se hace actualmente. 

Por darle a este final forma de ensoñación retomo aquello que dije al comienzo de este (discurso en que se ha convertido este) comentario cuando veía en la obra de Perec y por extensión en la de VLM, las claves para afrontar la gran novela del siglo XXI, aquella que a mi muerte por incomprensión me haría famoso. Planear la gran mentira y llevarla a cabo en una época en que todas las respuestas posibles están al alcance de un clic, se presume como uno de los mayores retos a los que aspiro. Sembrar, durante años, la red de pequeñas mentiras, detalles insignificantes, aparentemente vulgares, que inconexos carecerían de peso específico, de interés, pero que unidos, sumados, tomarían forma de pequeña verdad. Y así, inocente mentira tras inocente mentira, con la complicidad de blogs, foros y webs, con subrepticias entradas en la wikipedia, acabar, dentro de veinte años, creando una novela, una obra, en apariencia real, un documental escrito, un ensayo ficcionado, que tenga por soporte, llegado el caso y sin mediar palabra ni enlaces, únicamente a través de la convicción inherente a las palabras, la inmensa red de mentiras creada hasta entonces y así, ya, al fin, dejarla en el olvido de cualquier estantería dándola por veraz cuando no lo es. 

Concluyo. Este comentario, que parece tan demencial por incluir a Perec, una novela de intriga, una revista y una ensoñación, no lo es (demencial). Todo tiene, en el fondo, el mismo origen: la literatura: la pasión por ella y por encontrar nuevas formas narrativas, que adaptadas a los tiempos que corren de hipervínculos e hiperenlaces y videos que suben y desaparecen y blogs especializados en artículos de menos de cien palabras, permitan perpetuarla y hacerla, si cabe, más accesible y dinámica. 




(1) Cuando Vicente, en su blog, respondía en los comentarios de la entrada a quien le preguntaba por los motivos de desvelar la autoría del artefacto que es Quimera 322, hablaba de “tantear, testar, probar, poner en cuestión, examinar la capacidad de recepción crítica de la crítica y la autorización de los procesos autoriales”, y añadía: “Había otras intenciones, ya expuestas en el blog, y otras más que saldrán en la entrevista en el próximo número, y otras más que me guardaré, cuidadosamente, para mí.” Y son estas últimas palabras las que, desde entonces, no he podido quitarme de la cabeza: quizá entre esos secretos inconfesados estaba el deseo de un resarcimiento frente a la incomprensión de Seix Barral. Puede que me equivoque, puede que no: en mi fuero interno me inclino por esto último y así aprovecho para sentirme mejor al ver como se hace justicia. 

miércoles, 12 de enero de 2011

Pablo Gutiérrez

Pablo Gutiérrez, (joven y onubense, por si les interesan las informaciones complementarias, inútiles, pero un tanto inevitables cuando de lo que hablamos es de los seres humanos que escriben novelas como forma de acercarnos a ellas –a las novelas- sin afrontar ninguna en concreto pero también sin pretender meternos donde no nos llaman, esto es, en la vida privada de los demás, siendo en este caso “los demás” Pablo Gutiérrez, a quien no tengo el placer de conocer, como enseguida comprobarán), es ese tipo de camiseta rayada y chaqueta de piel que ni se afeita ni se peina cuando le van sacar una foto o que se peina y se afeita precisamente como queriendo dar a entender que no sabe que le van a hacer una fotografía cuando no es así y que además es capaz de dos cosas tan increíbles como son: no llamar la atención en la cola de la panadería y ser el artífice de novelas especializadas en ganar premios (siendo últimamente éste –ganar premios- un oficio un tanto denostado). Si Pablo Gutiérrez fuese mi vecino y se le cayese del bolsillo la lista de la compra en el Eroski de la esquina yo podría hacerme con ella, venderla y verla publicada como una pequeña obra maestra, de insultante y lúcida sencillez, acerca de los Usos y Costumbres del español de clase media de cualquier barriada decadente del sur en el próximo Granta, eÑe o Quimera. Porque Pablo Gutiérrez es ese tipo capaz de escribir como nosotros no sabemos –cubriendo así la parte mínima exigible de calidad de cualquier editorial que se precie- esa cosa tan perequiana que es lo que pasa cuando no pasa nada; ese capaz de encontrar apasionantes historias donde antes no había nada más que muros de cemento, plazas adoquinadas, templos vacíos o parque infantiles con bancadas de madera, madres aburridas y niños insatisfechos o esos mismos parques, esos mismos bancos, madres insatisfechas y niños aburridos. Y además Pablo Gutiérrez tiene una costumbre de lo más incómoda para los cazadores de talentos, del tipo que estoy siendo yo ahora, un sector en el que me incluyo temporal, única y exclusivamente por motivos profesionales: finge no existir. Y lo hace bien, diría que mejor de lo que escribe, de modo que imagínense. Si no lo hubiese visto video-registrado, siendo entrevistado con motivo de la presentación de “Rosas, restos de alas” pensaría que es invisible; pensaría que no existe nada mas que en mi imaginación y las librerías de medio país. Sin ir más lejos, ayer mismo (no siendo “ayer” ayer sino el día inmediatamente anterior al momento de escribir esto) quise localizarlo y agregar(me)lo en Facebook, pero no pudo ser: prueben ustedes a escribir Pablo Gutiérrez en el buscador de la red social y entenderá porqué. Hoy (no siendo “hoy” etcétera etcétera) lo busco nuevamente en la red, haciendo googling, con idénticos resultados. Ni adjetivándolo, ni etiquetándolo, ni poniéndole una vela a santa tecla soy capaz de dar él. Lo más parecido cercano a su persona, a lo que tengo (lo que puede entenderse como) fácil acceso, es la editorial que publicó su último (y premiado) libro: Lengua de Trapo. A ellos, a través de ese misterioso y anónimo contacto conocido como “info”, les acabo de enviar el siguiente correo:


Buenos días,


Mi nombre el Carlos González, soy el autor del blog "La medicina de Tongoy" (1). Estoy interesado en escribir una reseña (elogiosa -si acaso esto sirviera de acicate a mi propuesta-) sobre Pablo Gutiérrez. En esa reseña, que escribo cuando escribo esto, hablo, entre otras cosas y de una forma un tanto tangencial, de lo que está ocurriendo mientras hablamos y que tiene que ver con las dificultades, enormes, de llegar hasta el autor. No busco entrevistas, ni libros gratis, ni autógrafos en el pecho o en una camiseta con su rostro sonriente en blanco y negro, no soy un groupie, no tengo plaza en sanatorio alguno, ni practico la magia negra. Nada más lejos de la realidad. Mi única intención es la más humilde de todas: agradecerle haber escrito (y a ustedes publicarlo) un libro tan magnífico como "Nada es crucial". En su momento (2) hice una breve referencia a ella, al situarla entre una de la mejores lecturas del 2010, pero hoy, leyendo su anterior novela ("Rosas, restos de alas") caigo en la cuenta de lo injusto de la brevedad hacia el que considero (independientemente de las listas tipo "Granta") uno de los cinco mejores escritores españoles de 0 a 99 años.


Quisiera, en la medida de lo posible, que A) le hiciesen llegar este mensaje o B) me facilitasen su dirección de correo electrónico (estoy de acuerdo: esto quizá sea pedir demasiado y es por eso que lo hago con la boca pequeña -como última y desesperada opción-) para poder así concluir y publicar esta entrada un tanto atípica homenaje a un autor de trayectoria un tanto atípica también. En caso de no ser posible quedaría infinitamente agradecido que fuesen francos en la respuesta. Finalmente (como algo más que un recurso cortés) aprovecho para felicitarles por la magnífica labor editorial que realizan.


Atentamente,

(1) http://lamedicinadetongoy.blogspot.com/
(2) http://lamedicinadetongoy.blogspot.com/2010/12/lo-mejor-del-2010-1-parte.html



Opción 1. Si Lengua de Trapo dice NO o simplemente no dice nada.

No ha podido ser: Lengua de Trapo se ha quedado sin lengua. Me quedo con las ganas de hablar con él, de saber lo que piensa (así, en general), de si siente y padece los rigores de la fama, de cómo es ser tan rematadamente bueno escribiendo y tomarse un café en un Starbucks o pedir un pincho de tortilla en unas decadentes galerías comerciales de un barrio de las afueras, típica representación del espacio vital en que suele ubicar sus personajes. Me quedo con la curiosidad de descubrir, tras una semana de silencio administrativo, qué mecanismos son necesarios para ser capaz de construir las frases como él las construye o cómo puedo hacer para convertir mis miserias, mis “días vulgaris”, en tramas llenas de pasión y envidias y celos y amores terribles y demenciales o formas de hacer la escritura todo lo ardiente, todo lo hermosa, todo lo dulce y artística, todo lo lírica que él la hace a lo largo de frases, párrafos, páginas y capítulos enteros, ininterrumpidamente y siempre de una forma, y con un estilo, rabiosamente perfecto.

Opción 2. Si Lengua de Trapo dice SI, a qué se refiere y lo que pasa después (hasta hoy –siendo “hoy” hoy).

Descartado. Obviamente.




Nota suplicante: Si alguno encuentra la forma de hablar con Lengua de Trapo o con el mismo Pablo Gutiérrez, le dan ustedes las gracias de mi parte y le dicen que estaré atento a lo próximo, sea lo que sea: poema, ensayo o crítica mordaz a los bloggers caníbales de buenos y pequeños escritores como este.

miércoles, 5 de enero de 2011

Carta a SS.MM. los Reyes Magos


Queridos Reyes Magos (1):

No voy a entrar en intimidades; no hablaré acerca de las bondades o las maldades de las que fui involuntario o no autor durante el largo recorrido que fue el recientemente extinto 2010 pues doy por ciertos vuestros dones sobrenaturales, aquellos que os confieren la virtud de la omnipresencia incorpórea, cual Orbe de Agamotto, algo que a la vez que insana envidia provoca también, al menos en servidor, un pánico terrible. 

Vaya por delante que no os guardo rencor alguno por el daño infligido en el pasado, aunque debo confesar que tentado estuve de invitaros, en esta ocasión, a meteros los regalos por el culo. No me malinterpretéis, no quiero parecer desagradecido, pero es que llevamos ya cinco años con la misma discusión. Os estoy viendo: no pongáis esa cara; sabéis perfectamente a qué me refiero: confundir las ediciones en rústica de los ensayos de Lipovetsky con un jersey de lana de renos juguetones, árboles pelados, campos nevados y duendes retozando en el pesebre es injustificable. Puedo entender lo del 2008, cuando errasteis en los Henning Mankell y acabé tragándome el coñazo que fue la trilogía Larsson, aquel tríptico negro escrito sobre el fondo blanco que es Suecia. Pero nada como el 2006, el glorioso 2006, cuando imbuido por el espíritu de Bragi mendigaba poesía –y vosotros lo sabíais, pues me visteis sufrir los ardores de la pasión desmedida- no se os ocurrió mejor idea que cambiar las obras completas de Rimbaud, que me harté de suplicar, por la traducción al gallego de las rimas de Becquer. Joder, majestades, que no tenemos edad: no os pongáis creativos, leche, que siempre llevo yo las de perder. Me ha venido a la memoria el 2007. Cielos, el 2007: ¿cómo he podido olvidarlo? Fue inmenso. Inmenso de terrible, entendedme: todas vuestras torpezas, despistes o lo que cuernos sean esos cambios que aplicáis con inoportuna y ejemplar laxitud quedaron eclipsados en la navidad de 2007 por aquello que ocultaba cierto paquete bajo el árbol; sí, aquello que parecía el diccionario de la real academia de la lengua en dos tomos que os había pedido. ¿Lo recordáis? ¿Recordáis aquella noche nevada? Yo no puedo olvidarla: no podemos ninguno en casa, Majestades. Pero no quiero hablar de ello. Será mejor para todos que evitemos hablar de según qué cosas. 

Pero volvamos al feliz presente: empiezo ilusionado este 2011. Ilusionadísimo. Radiante de ilusión, diría. Es por ello que os perdono todo. Anoche soñé que el propio Herralde, en una fiesta o conmemoración o presentación literaria o rito festivo verbal, escrito o similar, se acercaba a mí y ante la multitud presente y expectante me decía “Enséñame lo que tienes” e inmediatamente después, entrecerrando los ojos, ruborizado, seguramente avergonzado “Súbete los pantalones, haz el favor y enséñame, de lo que tienes, lo que has escrito”. Y le gustaba tanto el fruto de mis desvelos que me publicaba aquella obra maestra que trataba de la casualidad y la mentira. Luego, al despertar, al tratar de escribir me vi justo de genio y pensé que nada mejor, para ponerle remedio, que darme un banquete de grandeza. Por eso en mi mesa descansan ("Diarios" de) Gombrowicz, una obra menor ("Naci") y otra no tanto ("Un hombre que duerme") de Georges Perec, una curiosidad flaubertina de Julian Barnes ("El loro de Flaubert") y otra obra magnífica e inclasificable de Thomas Bernhard ("Maestros Antiguos"). ¿Y el futuro? El futuro está en vuestra manos, al menos el inmediato, y es prometedor (lo sería, al menos, si me hicieseis caso) pues esperaba, si tuvieseis a bien y mientras que el otoño me traiga el último Franzen (“Freedom”), regalarme la vista, en paquetitos multicolores bajo el árbol, con los dioses del Olimpo literario: James Ellroy y el final de su trilogía ("Sangre derramada"), unos clásicos imprescindibles de Faulkner (“Luz de agosto”, “Mientras agonizo”); la obra cumbre de Matthiesen (“País de Sombras”); el nuevo, flamante y elogiado premio Herralde de narrativa ("Tres ataudes blancos" de Antonio Ungar), otro habitual de Anagrama: Lipovetsky ("La pantalla global"); y otro más, Eloy Fernández Porta, también habitual de anagrama y también premiado con el Herralde ("Eros"), el exceso biográfico de Bernhard ("Relatos Autobiográficos"); la obra cumbre de Perec ("La vida instrucciones de uso") y mucho, demasiado e insuficiente del irreverente Pynchon (“Mason y Dixon”, “Contraluz”, “V”). Y es que hay tanto por hacer que vuestros presentes resultan poco menos que imprescindibles: resucitar al inolvidable Wallace (“La niña del pelo raro”); sumergirse en el mundo Delillo (“Punto Omega”, “Submundo”, “Libra”, “Ruido de fondo”); redescubrir las Américas de la mano de Piglia (“Respiración artificial”, “Blanco Nocturno”); saldar cuentas con Ellis (“Glamourama”, “Luna Park”, “Menos que cero”) y con Palahniuk (“Rant”, “Snuff” ,”El club de la lucha”); regalarme los oídos con Michon (“Los once”, “El emperador de Occidente”, “Tres autores”) y los sentidos con Sebald (“Vértigo”); dejar a Cortázar despertarme la imaginación (“Cuentos completos”, “Rayuela”); reinventar la historia con Doctorow (“La feria del mundo”); viajar al pasado con Flaubert (“Madame Bovary”, “Bouvard y Pecuchet”) y librar mil batallas con el hombre que inventó la guerra (“Guerra y Paz”). Por las novedades de este año no temáis, ya me las arreglaré como buenamente pueda a medida que vayan saliendo o bien lo dejamos para el 2012 y reajustamos las cuentas que quedarán por saldar de éste (que os adelanto serán considerables: sólo Alpha Decay, de la que quiero todo, tiene un catálogo cuatrimestral que aturde de bueno y Anagrama, junto con la anterior de las pocas que nos dejan ver sus novedades, casi tanto de lo mismo). 

Estimadas, queridas, adoradas majestades: os ruego, este año al menos, diligencia en el encargo para poder hacer este de blog un lugar digno de ser visitado, a fuerza de empanarlo de obras maestras, propias y ajenas y así alcanzar, de una vez y definitivamente, la fama, la gloria o lo que antes llegue. 

Vuestro, siempre y a pesar de todo, 

La Medicina de Tongoy 



(1) (y más concretamente tú, Baltasar, que gestionas mi cartera)

martes, 4 de enero de 2011

Lo mejor de 2010 (2º Parte)


A continuación: la prometida segunda parte de lo mejor de 2010. En esta ocasión los nominados a lectura más gratificante publicados antes de 2010 son:


Publicados antes de 2010 

“Ventajas de viajar en tren” – Antonio Orejudo 

“La subasta de lote 49” – Thomas Pynchon 

“La niña que amaba las cerillas” – Gaetán Soucy 

“Los bosques de Upsala” - Alvaro Colomer 

“Escuela de Mandarines” – Miguel Espinosa 

“Casi nunca” – Daniel Sada 

“Rimbaud el hijo” – Pierre Michon 

“El sobrino de Wittgenstein” - Thomas Bernhard 

“Ferdydurke” – Witold Gombrowicz 

“El gabinete de un aficionado” - Georges Perec 



“Ventajas de viajar en tren” está aquí por mentar algo de Orejudo, puesto que ha resultado ser un escritor asombroso, con una obra de una calidad excepcional hasta el punto de no saber cual, de todas sus novelas, debería encabezar este listado. He optado por este viaje en tren por ser lo primero que leí de él, por la sorpresa del descubrimiento y probablemente también por contener algunos de los mejores relatos que he leído nunca. “La subasta de lote 49” de Thomas Pynchon me hace agachar la cabeza en señal de respeto cada vez que la nombro. No así a dos de las personas a las que se la recomendé que la acusaron de ininteligible (claro) y ridícula (snif); además me dejó sin créditos como consejero literario. Cuando en su momento quise hablar de ella, me quedé sin palabras y solo me salió un blog lleno de complejos. “La niña que amaba las cerillas” es mágica: me pone el vello de punta porque ha demostrado no ser de lo mejor del año, sino de la década. De ella surgió una curiosa entrada en un blog amigo que nunca agradecí lo suficiente y quise haber escrito yo (y a punto estuve de plagiar, lo admito). “Los bosques de Upsala” fue el punto de partida de la ficción de este blog por la que siento más cariño: aquella que acabó con “Los muertos” de Carrión y el “Quimera 322” de Vicente Luis Mora. No es ese el motivo de figurar hoy aquí sino la consecuencia. Colomer nos habla de muertos vivientes y de vivos moribundos y de la gruesa línea que separa a unos de otros. “Escuela de Mandarines” no es un libro: es un monumento, una obra de arte, un exceso, una genialidad, pero, ¿un libro? No, un libro no. No puede algo como eso ser un libro porque le son insuficientes las tres dimensiones habituales. Al igual que casos anteriores también de él surgió, como un guiño amistoso a quien tuvo el acierto de descubrírmela, una ficción hace ya un par de meses, también insuficientemente elogiosa. “Casi nunca” de Daniel Sada merece un puesto en este lista no tanto por la historia que cuenta, un tanto anodina en tramo final, sino por la prosa de la que hace gala y que, sin ser ustedes conscientes de ello, marcó un antes y un después en mi forma de expresarme por escrito. Sada ha sido, sin lugar a dudas y en ese sentido, el referente más importante de este 2010. “Rimbaud el hijo” fue lo primero que leí de Pierre Michon. ¿Cómo de bueno me parece? Pues tanto que estuvo a punto de tumbar este espacio. Así de bueno. Este blog, que se las creía muy felices con sus ficciones un tanto descuidadas, dio de bruces con el mejor orfebre de la palabra. Michon me ha obligado a mirar cada signo de puntuación, cada epíteto y cada una de mis metáforas con ojos de inquisidor al demostrarme que puede haber más poesía en una simple coma que en un verso de Rimbaud. Sobre esta novela hay una entrada, pero ustedes no la han visto, porque no hay forma humana ni divina de dignificar esta obra como se merece: ni abriendo blogs, ni pariendo ficciones, ni imitando estilos. “El sobrino de Wittgenstein” fue también iniciático, en este caso de Thomas Bernhard, al que hoy por hoy considero, junto con Michon, el mejor escritor europeo. Cuando escribo estas palabras me hallo inmerso en la lectura de su novela llamada “Maestros Antiguos” con la que alcanza un grado de perfección difícilmente superable y que les anticipo encabezará el listado de lo mejor de 2011. “Ferdydurke”, de Gombrowicz es sólo la punta del iceberg de lo que después serán sus diarios: el verdadero motivo para tratar a este hombre como el genio que es. “Ferdydurke”, como “Las teorías salvajes”, es de ese tipo de obras en las que hay que entrar a machetazos, desbrozar cada frase, interpretar y reinterpretar lo leído, no dar nada por sabido, no creer que entendemos completamente lo que nos están contando. “El gabinete de un aficionado” es otra pequeña maravilla que, a diferencia de la novela de Sada anteriormente citada, destaca mas por su historia que por su redacción (sin desmerecer esta, en absoluto, elogio tras elogio). Hoy Internet supondría su desgracia pero en su momento debió proporcionar a Perec, como autor, uno de los mayores placeres a los que aspira servidor: crear La Gran Mentira y hacerla indestructible.