Hay reseñas que están pidiendo a gritos ser escritas. Esta es una de
ellas. Y no es por el libro, en este caso, sino por algo mucho más
interesante: el prólogo. SU prólogo. Pero empecemos por el final.
“Del enebro” de los Hermanos Grimm es un libro editado por la joven editorial Jekyll & Jill de la que ya hablamos en este mismo blog hace bastante tiempo con motivo de la publicación de su primera novela que en su momento, y a pesar de lo poco que leí, me pareció horrible de morirse. Pero no vamos a hurgar en la herida. Hoy he venido aquí a hablar de otro libro.
“Del enebro” es un cuento de los hermanos Grimm que ha vuelto a traducir esta gente de Jekill & Jill tratando de respetar el salvaje espíritu del original, porque resulta que los hermanos Grimm eran unos auténticos sádicos que las revisiones editoriales han ido dulcificando con el paso del tiempo. Los alemanes eran mucho de compartir cierto tipo de animaladas con los más tiernos infantes. Luego nos extraña que gaseen a los judíos o que no nos quieran prestar cien mil millones de euros.
Les cuento el cuento para que se hagan una idea del asunto: un hombre está casado con una mujer, con la que tiene un hijo. La mujer se muere y el hombre toma otra a la que le da una hija (porque en los cuentos infantiles las mujeres se toman, como los castillos, y las hijas se otorgan como favores). La madrastra del primogénito es un poco hija de puta y le tiene una tirria al chaval que ni se imaginan y por eso le corta la cabeza con la tapa de un baúl y luego le echa la culpa a su propia hija. Tal cual. Después lo guisan y se lo dan de comer a su padre. Luego hay una movida con los huesos del hijo que se convierten en un pájaro con sed de venganza que se hace cargo de la situación y restituye, a golpe de desangrado, el honor de las partes ofendidas. Que el cuento tiene un final feliz, vaya, aunque no para todos.
Esto es el cuento. Super bestia, super corto, super sencillo. Ya sé que el sexo y la violencia no son la mejor herramienta para dormir a los niños pero les aseguro que la puta sopa sí se la comerán.
El truco para vender un cuento tan cortito sin dar a entender que le estás tomando el pelo al lector es haciendo una edición en condiciones. Esta lo es. Es una edición magnífica. Lo digo completamente en serio. Desde el formato, pasando por el papel y acabando por unas precisosísimas ilustraciones. Un lujo todo él. Lleva incluso, en un par de páginas, un hilo rojo pegado a mano. Esto es un curro de morirte. Casi me da cosa haberlo robado. Sería realmente interesante que una editorial se tomase este tipo de cuentos tan en serio como esta lo hace en esta ocasión. Es decir, que si tienen ustedes que hacer un regalito tipo cuento infantil para adultos este es perfecto. Y esta es toda la pelota que le voy a hacer el dichoso libro.
Yo siempre pensé que el prólogo era esa cosa que servía para entender mejor la novela o para, en caso de no haberlo hecho, tener quien te la explicase sin tener que pagar clases particulares. Por eso siempre los dejo para el final y sólo los leo si me siento especialmente imbécil, que es casi nunca. En este caso hice una excepción porque el libro no tiene más que setenta páginas y yo quería tener algo que leer mientras me hacían la pedicura.
El prólogo lo escribe Francisco Ferrer Lerín, que es un señor que dedica su tiempo libre a escribir poesía y observar aves carroñeras, que aunque parezcan la misma actividad no lo son. Un ornitólogo poeta, ahí es nada, que en noviembre de 2011 publica una entrada en su blog llamada “Granizado de sangre” que habla de unos buitres que en 2009 bajaron de los cielos, como la virgen María, a comerse unas vísceras que unos generosos naturalistas franceses les había dejado sobre la nieve en no sé qué monte del prepirineo oscense. Que tanta hambre tenían los buitres leonados que hasta se comían la nieve ensangrentada. Fin de este dato tan poco gratuito.
Pues bien, el prólogo de este señor, Ferrer Lerín, es un ejercicio absurdo de vinculación múltiple que nace, crece y muere en la autopromoción más cutre. Empieza relacionando “Del enebro” con un par de películas de Tim Burton (Sweeney Todd y Sleepy Hollow) y una novela de Jaume Roig (Spill) de 1460 por aquello de la gente comiendo pasteles hechos de carne humana o seres humanos sin cabeza. Esto para que veamos que además de leer clásicos españoles está al tanto de las novedades cinematográficas.
La segunda parte del breve, brevísimo, prólogo lo deja todo muy claro: “Los cruces de influencias –dice- son variados y el orden de aparición de los acontecimientos en el escenario de la literatura universal resulta confuso y sujeto a sospechas. Quizá convenga […] establecer una red de vectores entre tres episodios capitales del cuento y tres textos de quien firma este prólogo, no por afán de protagonismo sino por la posibilidad de datarlos desentrañando al tiempo la etiología de los mismos; maniobra que facilitará conocer el sentido de las influencias si es que estas realmente se han producido”. Es decir: yo les voy a hablar de mi persona y ya ustedes lo casan con el cuento como buenamente puedan. Y luego, con todo el morro, vincula: 1) que el niño fuese rojo como la sangre y blanco como la nieve con el post antes mencionado y 2) otra parte del cuento que tiene que ver con rescatar y enterrar los huesos de la pobre criatura descabezada con un par de poemas suyos, de los que da los nombres y dónde fueron publicados (Comentario 1). Y se queda tan ancho, el tio. Y termina diciendo: “No es posible el plagio entendido de manera convencional; mi conocimiento del cuento Del enebro es de hace unas horas. Sólo cabe que me copiaran los hermanos Grimm, a través del tiempo, en sentido contrario: el plagio inverso.” Pues va a ser eso.
Es una pena que después del rescate de un clásico como este, después del cuidado en la traducción, después del mimo puesto en la edición, es una pena, digo, que venga este señor, este Rodriguez de la Fuente de los versos con pluma, a estropearlo todo con una presencia demasiado evidente cuando lo que pide un prólogo de un prologuista (y si no que se lo digan a Sergi Bellver) es su propia invisibilidad en favor de lo narrado. Ha tenido que de ser duro para Jekill & Jill haber pedido este pequeño favor a un amigo y recibir semejante patada a cambio. Si el rollo está en hablar de uno mismo, el próximo prólogo que me lo pidan a mi, que voy falto de loas.
“Del enebro” de los Hermanos Grimm es un libro editado por la joven editorial Jekyll & Jill de la que ya hablamos en este mismo blog hace bastante tiempo con motivo de la publicación de su primera novela que en su momento, y a pesar de lo poco que leí, me pareció horrible de morirse. Pero no vamos a hurgar en la herida. Hoy he venido aquí a hablar de otro libro.
EL CUENTO
“Del enebro” es un cuento de los hermanos Grimm que ha vuelto a traducir esta gente de Jekill & Jill tratando de respetar el salvaje espíritu del original, porque resulta que los hermanos Grimm eran unos auténticos sádicos que las revisiones editoriales han ido dulcificando con el paso del tiempo. Los alemanes eran mucho de compartir cierto tipo de animaladas con los más tiernos infantes. Luego nos extraña que gaseen a los judíos o que no nos quieran prestar cien mil millones de euros.
Les cuento el cuento para que se hagan una idea del asunto: un hombre está casado con una mujer, con la que tiene un hijo. La mujer se muere y el hombre toma otra a la que le da una hija (porque en los cuentos infantiles las mujeres se toman, como los castillos, y las hijas se otorgan como favores). La madrastra del primogénito es un poco hija de puta y le tiene una tirria al chaval que ni se imaginan y por eso le corta la cabeza con la tapa de un baúl y luego le echa la culpa a su propia hija. Tal cual. Después lo guisan y se lo dan de comer a su padre. Luego hay una movida con los huesos del hijo que se convierten en un pájaro con sed de venganza que se hace cargo de la situación y restituye, a golpe de desangrado, el honor de las partes ofendidas. Que el cuento tiene un final feliz, vaya, aunque no para todos.
Esto es el cuento. Super bestia, super corto, super sencillo. Ya sé que el sexo y la violencia no son la mejor herramienta para dormir a los niños pero les aseguro que la puta sopa sí se la comerán.
LA EDICIÓN
El truco para vender un cuento tan cortito sin dar a entender que le estás tomando el pelo al lector es haciendo una edición en condiciones. Esta lo es. Es una edición magnífica. Lo digo completamente en serio. Desde el formato, pasando por el papel y acabando por unas precisosísimas ilustraciones. Un lujo todo él. Lleva incluso, en un par de páginas, un hilo rojo pegado a mano. Esto es un curro de morirte. Casi me da cosa haberlo robado. Sería realmente interesante que una editorial se tomase este tipo de cuentos tan en serio como esta lo hace en esta ocasión. Es decir, que si tienen ustedes que hacer un regalito tipo cuento infantil para adultos este es perfecto. Y esta es toda la pelota que le voy a hacer el dichoso libro.
EL PRÓLOGO
Yo siempre pensé que el prólogo era esa cosa que servía para entender mejor la novela o para, en caso de no haberlo hecho, tener quien te la explicase sin tener que pagar clases particulares. Por eso siempre los dejo para el final y sólo los leo si me siento especialmente imbécil, que es casi nunca. En este caso hice una excepción porque el libro no tiene más que setenta páginas y yo quería tener algo que leer mientras me hacían la pedicura.
El prólogo lo escribe Francisco Ferrer Lerín, que es un señor que dedica su tiempo libre a escribir poesía y observar aves carroñeras, que aunque parezcan la misma actividad no lo son. Un ornitólogo poeta, ahí es nada, que en noviembre de 2011 publica una entrada en su blog llamada “Granizado de sangre” que habla de unos buitres que en 2009 bajaron de los cielos, como la virgen María, a comerse unas vísceras que unos generosos naturalistas franceses les había dejado sobre la nieve en no sé qué monte del prepirineo oscense. Que tanta hambre tenían los buitres leonados que hasta se comían la nieve ensangrentada. Fin de este dato tan poco gratuito.
Pues bien, el prólogo de este señor, Ferrer Lerín, es un ejercicio absurdo de vinculación múltiple que nace, crece y muere en la autopromoción más cutre. Empieza relacionando “Del enebro” con un par de películas de Tim Burton (Sweeney Todd y Sleepy Hollow) y una novela de Jaume Roig (Spill) de 1460 por aquello de la gente comiendo pasteles hechos de carne humana o seres humanos sin cabeza. Esto para que veamos que además de leer clásicos españoles está al tanto de las novedades cinematográficas.
La segunda parte del breve, brevísimo, prólogo lo deja todo muy claro: “Los cruces de influencias –dice- son variados y el orden de aparición de los acontecimientos en el escenario de la literatura universal resulta confuso y sujeto a sospechas. Quizá convenga […] establecer una red de vectores entre tres episodios capitales del cuento y tres textos de quien firma este prólogo, no por afán de protagonismo sino por la posibilidad de datarlos desentrañando al tiempo la etiología de los mismos; maniobra que facilitará conocer el sentido de las influencias si es que estas realmente se han producido”. Es decir: yo les voy a hablar de mi persona y ya ustedes lo casan con el cuento como buenamente puedan. Y luego, con todo el morro, vincula: 1) que el niño fuese rojo como la sangre y blanco como la nieve con el post antes mencionado y 2) otra parte del cuento que tiene que ver con rescatar y enterrar los huesos de la pobre criatura descabezada con un par de poemas suyos, de los que da los nombres y dónde fueron publicados (Comentario 1). Y se queda tan ancho, el tio. Y termina diciendo: “No es posible el plagio entendido de manera convencional; mi conocimiento del cuento Del enebro es de hace unas horas. Sólo cabe que me copiaran los hermanos Grimm, a través del tiempo, en sentido contrario: el plagio inverso.” Pues va a ser eso.
Es una pena que después del rescate de un clásico como este, después del cuidado en la traducción, después del mimo puesto en la edición, es una pena, digo, que venga este señor, este Rodriguez de la Fuente de los versos con pluma, a estropearlo todo con una presencia demasiado evidente cuando lo que pide un prólogo de un prologuista (y si no que se lo digan a Sergi Bellver) es su propia invisibilidad en favor de lo narrado. Ha tenido que de ser duro para Jekill & Jill haber pedido este pequeño favor a un amigo y recibir semejante patada a cambio. Si el rollo está en hablar de uno mismo, el próximo prólogo que me lo pidan a mi, que voy falto de loas.