miércoles, 31 de agosto de 2011

Resumen de Lecturas: Agosto 2011



Doy por acabado el mes de modo que muy rápido, muy rápido, muy rápido y por riguroso orden cronológico aquí van mis lecturas de Agosto. Al grano: 

"Chéjov Comentado" (Edición de Sergi Bellver) fue mi primera lectura de este mes tan raro. Le tenía medio escrita una entrada cuando se me fueron las ganas y ahora la he retomado pero se me han olvidado muchos detalles y ha quedado un poco coja. La publicaré igualmente, por aquello de hacer algo con el esfuerzo. Tampoco hay mucho que decir, la verdad: algunos cuentos de Chejov muy buenos, otros no tanto y los comentarios, en general, prescindibles, aunque esto último ya lo suponía. De todos me quedo con uno llamado “En Moscú” que más que cuento es un cuentazo. Qué bueno es. Y la edición, sí, la edición impecable. Un lujo. Inmediatamente después, Chuck Palahniuk y su “Pigmeo”. Horrible. Y mira que me gusta Palahniuk, pero este no había por donde cogerlo. Otra vez será. Después de un pigmeo nada como un payaso, lo sabe todo el mundo: “Opiniones de un payaso” de Heinrich Böll, una pequeña maravilla de novela que nadie debería dejar de leer. Busquen este mes: he hablado de ella. Luego le tocó el turno de “La cena” de Herman Koch, a la que le tenía ganas desde hace mucho y de la que ya tengo escrita una entrada que no tardaré en publicar, quizá esta misma semana aprovechando que estoy vaguete pero ya les adelanto que no acabó de convencerme. Luego la interesante “Pudor y Dignidad” de Dag Solstad, que recién acabo de comentar hace unos días y sobre la que no voy a volver

"La ciudad feliz" de Elvira Navarro fue muy comentada en este mismo blog, tanto que aburre y no sólo la novela sino también el discurso contra ella. Como siempre, pinchando aquí podrán acceder a la reseña. No es el caso de “El Adversario” de Emmanuel Carrère, que la dejé sin escribir porque no se me ocurría nada divertido (con razón, claro, con tanto cadáver…). De la de Carrère destaco la historia ya que su estilo es bastante neutro y no se presta a discusión. La historia, en cambio, ya digo, es apasionante y en ese sentido sí recomiendo su lectura. Tómese esto con prudencia, claro, no se aceptan devoluciones. Luego, “Agape se paga” de William Gaddis. Este tiene su propia reseña. Gaddis es un escritor de verdad y por eso su novela es una novela de verdad; otra cosa es que recomiende su lectura, cosa que no haré porque así será más mía que de ustedes y porque es un tanto peculiar y con la misma no les gusta. "La máscara del mono" de Dorothy Porter. Busquen también (aquí) hay algo escrito hace nada. 

El siguiente título se merece un punto y aparte: "Stradivarius Rex" de Román Piña. Monumental… chorrada. Pero como un piano, oigan. Empezó muy bien, genial, pero fue cayendo en picado a medida que avanzaba y acabó como el rosario de la aurora. Horrible, pero horrible de verdad especialmente las dos terceras partes finales. El comienzo, pst, interesante, prometedor. "Hilos de Sangre" de Gonzalo Torné, lo dejé en la página 60. Se me pasaron las ganas de leerlo en el durante y dudo mucho que me vuelvan. Nada personal; la historia, que no me seduce. Pero nunca se sabe, lo mismo pensé de Magrinya en su momento y ahora quiero volver. Después lo mejor del mes: "Memorias del Subsuelo" de Fiodor Dostoievski. Momentazo. Estoy con la reseña y seguramente dedique toda la semana próxima (o la siguiente) a hablar de ella. Lo digo por si quieren aprovechar para cogerse unos días. Más clásicos: "El miedo del portero al penalti" de Peter Handke. Bueno, fue un poco decepcionante. Esperaba más, aunque sí es verdad que el protagonista es de los que no se olvidan. Sólo por eso vale la pena pero no se emocionen porque la novela, por el estilo, es dura de aguantar. "Mejillones para cenar" de Birgit Vanderbeke me la recomendó un anónimo e hizo pleno. Muy buena, de verdad. De las que se quedan rondándole a uno algunos días. No escribiré sobre ella por falta de tiempo pero algo habrá que hacer para invitar a su lectura. Veremos qué. Luego otra recomendación de otro anónimo (para que luego digan de ellos): "El honor perdido de Katharina Blum" de Heinrich Böll. Fantástica, absolutamente genial. Lejos de la intención de “Opiniones de un payaso” pero igualmente apasionante de principio a fin. Literatura, señores, con mayúsculas. Un novela con sello de autor, inconfundible e inolvidable. Ustedes verán qué hacen. 

Y luego el desastre. Hay uno todos los meses. "El libro de Monelle" de Marcel Schwob. La acabé (porque es chiquitita) para poder hablar de ella y como deferencia hacia quien me la recomendó pero de verdad de la buena que hay que tener unas buenas tragaderas para disfrutar de algo así. Dicen que las otras obras de Schwob son mejores. Ya veremos. El siguiente “desastre” fue "A bordo del naufragio" de Alberto Olmos. Desastre entre comillas porque no fue tan mala como doy a entender ni desde luego tan buena como dan a entender otros: en cualquier caso más lejos del cielo que del infierno. Estoy escribiendo la entrada, pero está resultando un desastre sin fin y seguramente quede en nada. Luego "El paseo" de Robert Walser, una novelita deliciosa que se tienen ustedes que leer sí o sí. 

Y ahora una pausa
Cuando empezó el año me marqué el objetivo de leer 120 novelas. Bien, me alegra poder decir que lo he conseguido bastante antes de lo esperado: el lunes. “El paseo” de Robert Walser fue la lectura 120 del año. Ahora debería plantearme no volver a leer nada más hasta el próximo enero o dedicarme a todo aquello que siempre demoro: Pynchon, Gaddis, Barth, Espinosa, Houellebecq, Tolstoi, etc. Pero va a ser que no. No al menos a tiempo completo. Porque tengo planes. Planes malvados. 
Fin de la pausa

Las últimas novelas del mes fueron la de Claudia Apablaza, “Diario de las especies” -que se merece una entradita de tan horrible y la tendrá, ya verán- y “Signatura 400” de la joven promesa de la letras francesas (joder, cómo me suena este título) Sophie Divri, una novelita ligera de poco más de media hora para los amantes y consumidores habituales de bibliotecas. 

SEPTIEMBRE 

Eso ha sido todo, que ya no está mal. 18 novelas, dos abandonos y dos en curso: “Stepanchikovo y sus moradores” de Dostoievski y “Oficio Editor” de Muchnik. El mes que viene, si todo va bien debería poder leer algo o todo esto: “El jardín de los cerezos” de Chéjov, “Hambre” de Knut Hamsun; “De vidas ajenas” de Emmanuel Carrère; “Bajo este sol tremendo” de Carlos Busqued; “El trepanador de cerebros” de Sara Mesa; “Dostoievski: las semillas de la rebelión” de Joseph Frank, “El jugador” de Dostoievski; “La posibilidad de una isla” de Houellebecq y, por supuesto, “El mapa y el territorio” también de Houellebecq. También más de Ibsen, lo que sea. Joder con septiembre. 

Y sigo esperando, sin éxito, por “Un día me esperaba a mí mismo” de Miguel A. Ortíz Albero, “Criaturas Abisales” de Marina Perezagua y “El meñique de Buda” de Viktor Pelevin.



lunes, 29 de agosto de 2011

"La máscara del mono" de Dorothy Porter


“La máscara del mono” es algo menos que una novela negra: es una novela negra en verso, que para quien no lo sepa es lo peor que le puede pasar a una novela de estas características. No es que no me guste, no, para nada, simplemente no la soporto. Me refiero a la poesía. A mí no me pidan leerles el poemario que con tanto esfuerzo han escrito en sus noches de dolor o me perderán como amigo y hasta como familia. Odio la poesía desde que tengo uso de razón (antes, incluso) (lo digo para que no traten de curarme este mal que a la larga ha acabado por hacerme tan feliz), desde que se me atragantaron las golondrinas itinerantes de Becquer. Yo no sé cuántas horas me tiré en el colegio tratando de desentrañar el misterio insondable de adónde iban o si volverían aquellas putas golondrinas. El infierno, era. Y de aquellos barros estos lodos: soy fruto de un trauma infantil. Y las gregerías. Sólo justifico el infanticidio (lo de viajar al pasado y prevenir errores a cuchilladas) en dos casos (con revisión al alza): Hitler y Ramón Gómez de la Serna. Sé lo que están pensando pero a Becquer lo prefiero un poco mutilado y corrigiendo exámenes de selectividad toda la vida y a Jesucristo me gusta poder crucificarlo cada año, pero sí, también lo merecían. 

Pues bien, retomando el asunto y puestos ya en antecedentes les voy a contar algo asombroso que servirá además de cumplido (el único que tengo intención de hacerle): esta novela en verso de 280 páginas me la he leído enterita y casi casi de un tirón. La poesía es lo que tiene: mucho papel pero se lee en una patada. La mitad de la culpa de la deforestación la tienen los poetas por sus hábitos minimalistas. Ya saben, lo de hacernos creer que los versos son como bombas con retardo que se expanden una vez consumidas y toda esa mierda. Paparruchas. Los versos son ganas de joder, eso son; un derroche. Pues bien, el tema es que yo me leí este libro entero. La primera vez en mi vida que me leo un libro de poemas sin que tengan que amenazarme. El secreto: ya lo dicho: la brevedad propia del estilo, del verso y que todo está masticadito, no hay que adivinar los sentimientos de la escritora; y otra cosa: la historia (amén de un incomparable ejercicio de voluntad y confianza). Les cuento. 

Este poemario tiene una historia. Hay mucho de llagas abiertas claro, porque si no para qué, pero también un crimen, un misterio. La protagonista, al igual que la escritora, es una lesbiana con pinta de tal que es contratada para encontrar a una niña de dieciocho años que ha desaparecido. A la niña le gustaba escribir poemas, claro y los principales sospechosos son –adivinen- poetas. A la detective también le gusta, faltaría más (me refiero a escribir poemitas) y a sus amigas y a todo el mundo conocido lo cual ya les puede dar una idea del asco de mundo por el que se mueven los personajes. Pues bien, el rollo bollo va de descubrir al malo maloso pero la susodicha, Jill, se cuelga como una mema de la profesora de literatura de la criatura y la mitad del libro –esto les va a gustar- son las dos follando o metiéndose mano en mientras conducen drogadas y alcoholizadas. Brutal. Todo muy bien: el caso no avanza pero la protagonista se lo está pasando teta todo el día caliente como una estufa y enamorada hasta las trancas de una bisexual casada con un gilipollas que también piensa con la polla. Aquí todos lo hacen; incluso los que no tienen. No hace falta ser muy listo para darse cuenta de quién es, para el lector, el primer sospechoso de verdad. Instinto básico sin punzón, vaya. 

Bueno, por ir acabando: a la pregunta: ¿por qué una novela -en verso, nada menos- tan plagada de tópicos y con una historia tan simple que da vergüenza ajena no es causa inmediata de la ira de dios y castigada con los fuegos del infierno? la respuesta: porque no deja de ser un ejercicio interesante, una propuesta que por más que no vaya a crear escuela, divierte y decepciona a partes iguales. Otra cosa ya es comprarse el libro, eso sí que no, pero leerla, ¿por qué no? Si son apenas dos horitas y a veces hasta te ríes con las chorradas de la tipa.


jueves, 25 de agosto de 2011

“Pudor y dignidad” de Dag Solstad


Pudor y dignidad es el título no provisional de esta novela. Digo no provisional porque si lo fuese (provisional) podría consolarme pensando que el autor intenta jugar al despiste para que no nos enteremos de qué va hasta que esté terminada. Como no es el caso nos vamos a quedar sin entenderlo. ¿Ustedes lo saben? No, claro, qué van a saber. Miren, esta reseña no la escribo tanto ustedes, sino por mí, a ver si así, reflexionando en alto, acabo de entender el significado de este título tan misterioso. 


* * * * * * * 

La historia que cuenta “Pudor y dignidad” es la siguiente: un profesor llamado Elias Rukla enseña literatura a sus alumnos de dieciocho años. Concretamente les explica –como cada año desde hace demasiados- “El pato salvaje”, una de las mejores y más importantes (sino la que más) obras de Henrik Ibsen, el dramaturgo noruego (ver reseña anterior). Pues ese profesor que lleva veinticinco años enseñando y hablando de la misma obra cree ver en esta ocasión algo que no había visto nunca. Cree entender lo que Ibsen quiere decir en las palabras que pone en la boca de uno de sus protagonistas, su alter ego el doctor Relling y por extensión cree entender el mensaje que el autor quiere hacer llegar al público. Y eso, entenderlo o creer que lo entiende, es lo que se supone que cambia su vida y justifica esta novela. Pero sigamos: al salir de clase su paraguas no se abre y como no se abre por las buenas lo abre a hostias [sistema también conocido como “por las malas” (ver foto de portada para más información)] y al notarse observado en semejante estado por sus alumnos llama puta a una de ellas y le dice no sé qué barbaridad sobre que se coma un bocadillo y tal, gorda. Que está enfadado, vaya. Enfadado con el paraguas que no se abre y enfadado con su vida ya veremos que de mierda. 
El resto de la novela es este tío de camino a casa pensando en cómo cuernos va contarle a su mujer que está a punto de quedase sin trabajo y que a ver cómo se las van a arreglar para salir adelante. Esto mientras nosotros estamos jodidos porque queremos enterarnos del mensaje secreto que oculta “El pato salvaje”. Suponemos que el autor, Solstad, como buen filósofo y noruego habrá desvelado realmente ese misterio y estará a punto de contárnoslo en este libro que sólo puede ser una excusa para semejante acontecimiento. Las ganas. Lo que nos va a contar es la vida de Elias Rukla en menos de cien páginas, que es lo que a estas alturas nos queda por leer. Bueno, su vida entera no, sólo más importante. Leyéndola y comparándola con la obra de Ibsen yo no encuentro ninguna respuesta (si acaso más preguntas) pero sí ciertos paralelismos que no sé muy bien cómo conciliar: Rilke, al igual que Hjalmar (el protagonista de la obra de Ibsen), está “felizmente” casado con una mujer que no le ama porque ella - piensa Rilke, piensa Rukla - ama y amará siempre a otro hombre, aquel que se la entregó al abandonarla para irse a hacer las Américas. “Aquel” tiene nombre, se llama Johan Corneliussen y es (era) (inexplicablemente) amigo suyo. Johan es filósofo, como Solstad -otro paralelismo que no sé si conduce a alguna parte- que fracasa en su carrera al no cumplir su tesis (que si no recuerdo mal trataba sobre la literatura que existe sobre Kant -la relación de Marx con Kant- aunque Rukla llega a dudar, leyéndola, si no tratará más bien sobre el marxismo como ideología de la liberación) las expectativas creadas ya que su carrera, hasta entonces, había sido meteórica. No se sabe muy bien porqué rechaza el premio de consolación (una beca en Heildelberg para seguir investigando) y abandonando a su mujer y su hija (sí, también tenía un hija de otro, como Hjalmar) se marcha a vivir a Nueva York seguro de que las teorías marxistas en las que ha creído siempre la ayudarán a entender los sueños y los deseos que los americanos, tan capitalistas ellos, no son capaces de aprovechar, cosa que sí hará Johan si logra colocarse como publicista. 

Todo esto lo cuenta Solstad como lo contaría Thomas Bernhard (ya saben, monologando sin puntos y aparte) pero sin alcanzar su maestría no sé si porque no quiere pasarse con el plagio o porque no le sale. Supongo que mucho de lo primero y un poquito de lo segundo. Esto incluye la repetición obsesiva de expresiones y que el protagonista no esté del todo bien de la azotea. La realidad es que al final no hay respuestas a la pregunta formulada y eso me ha puesto un poco de mala leche porque a mí personalmente me hacía mucha ilusión descubrir -por más que esta fuera una “recomendación” robada- al descubridor del secreto nunca reconocido que se supone que se oculta tras el dichoso Pato Salvaje. Esto es lo que se conoce como decepción. A pesar de todo – y esto es lo que se conoce como salvarse por los pelos- la novela despierta el interés suficiente para afrontarla [enteritas sus 140 páginas] sin que a uno le venza el desanimo nada más que al final cuando ya se intuye que esto es medio agua de borrajas. La cosa queda en tablas. Novela interesante a la par que decepcionante. No voy a recomendarla, no al menos encarecidamente, aunque si yo fuese ustedes no descartaría del todo su lectura pues muchos pasajes (quizá sólo algunos y no siendo esta la única razón) invitan a ser leídos dos veces y a quedarse papando moscas un ratito, lo cual demuestra que como poco el autor se ha esforzado y eso es algo que no se ve todos los días. Además, qué coño: Ibsen, imitadores de Bernhard, “El pato salvaje”, mentiras y filósofos noruegos locos de atar: bien.


martes, 23 de agosto de 2011

"El pato salvaje" de Henrik Ibsen



He pasado este último mes convencido de que “El pato salvaje” (para muchos “El pato silvestre”) de Henrik Ibsen era una obra de menor [digamos] calado que la mucho más popular “Casa de muñecas”. Craso error el mío que vengo a subsanar hoy con esta reseña que no es sino el preámbulo de la que vendrá a continuación, “Pudor y dignidad” de Dag Solstad (Lengua de Trapo, 2007), la [digamos "correcta"] novela que, en cierto modo, me hizo caer de la burra.

Para quien no lo sepa: “El pato salvaje” es una obra de teatro escrita en 1884 que cuenta, grosso modo, la siguiente historia: Gregers Werle es un joven de buena familia que se marca como objetivo en su vida hacer cumplir los "imperativos de lo ideal" que -en su opinión- no son otra cosa que hacer prevalecer la verdad por encima de todo (y pesar de todos) al considerar que este es el verdadero camino para alcanzar la paz interior -su particular idea de felicidad- para lo cual decide abrirle los ojos a su amigo Hjalmar Ekdal, un hombre humilde cuya vida se sostiene sobre una “mentira vital” -como la define su vecino Relling, verdadero aliento de la misma- que no voy a contar porque lo segundo mejor de la obra es descubrirlo (lo primero es la propia obra). La intención de Gregers Werle sería digna de elogio si ejecutarla no significase llevarse por delante la felicidad que a la familia Ekdal la he constado tanto alcanzar y no digamos mantener.

Para que lo entiendan: trasladado al plano de lo paraliterario esto sería algo así como decirle a un [mal] escritor que su novela es espantosísima de la muerte cuanto todo a su alrededor son parabienes y palmaditas en la espalda y elogios en revistas culturales o premios con solera. El reparto de papeles sería el siguiente: yo sería el hijo de puta de Gregers Werle y el mencionado escritor paquete, el infeliz Hjalmar. Mi excusa sería lo "innoble" de abrirle los ojos para hacer prevelecer la verdad verdadera y que se esfuerce un poco más la próxima vez por el bien común y de la cultura nacional y que además así se va a sentir mejor, más satisfecho consigo mismo. Pero lo cierto es que si lo hago es simplemente porque a mí no me duelen prendas ni me remuerde la conciencia mientras que el muchacho o la muchacha que ha logrado sacar adelante su libro con gran esfuerzo se quedará con un palmo de narices después de haber dedicado seis meses o seis años (depende del talento) de su vida a algo que ahora le arrastran por el fango un completo desconocido. Relling, el personaje secundario que Ibsen introduce como contrapunto de Werle, sería algo así como el amigo del escritor, también escritor la mitad de las veces, que trata de preservar su felicidad alentándolo a seguir por el camino tomado por mas que sepa que su libro es malo con avaricia. Visto así Relling no es tan simpático. Quizá no haya sido esta la comparación más acertada.

Volviendo a la obra, Ibsen toma partido claramente por Relling (probablemente su alter ego) para quien la “mentira vital” es, en ocasiones, imprescindible para alcanzar la felicidad o, al menos para, sostener una sensación de felicidad, que para el caso es lo mismo. De hecho, la mejor y más famosa frase de la obra, la que mejor resume el conjunto de la misma y lo que trata el escritor de explicar la dice el propio Relling, como no podía ser de otra manera: “Si quita usted la mentira vital a un hombre vulgar, le quita al mismo tiempo la felicidad”. Pues eso. Por si se lo preguntan yo opino igual aunque no predique con el ejemplo. A los Gregers Werle del mundo había que colgarlos por los pulgares y bañarlos en aceite hirviendo, verías que pronto aprendían a no meterse en asuntos ajenos.

Y ahora debo dejarles pues estoy preparando una reseña demoledora de un libro -de un escritor español cuyo nombre me niego a desvelar de momento- que a pesar de los desmedidos y numerosos elogios de la contraportada no me ha gustado nothing de nothing. Lástima.




jueves, 18 de agosto de 2011

"Ágape se paga" de William Gaddis



Hay reseñas que se escriben solas (1). No soy amigo de recomendar lecturas a golpe de citas. A ver, no me importa poner algunas de vez en cuando pero por lo general es un sistema que, insisto, no me gusta demasiado y si recurro a ello es únicamente para tratar de demostrar algo que haya expuesto inmediatamente antes. Este no es uno de esos casos, sino el otro, el contrario. En esta ocasión las citas serán la reseña; por dos razones: uno, porque esta novela de Gaddis es demasiado potente y lo más probable es que cualquier cosa que dijese no le haría justicia y dos, porque me he reído mucho con ella y yo soy terriblemente malo contando los chistes de los demás.

De modo que aquí está: mis momentos favoritos (sin desmerecer el resto) de “Ágape se paga”. (Las negritas son mías.)

* * * * * *

1. El siguiente párrafo me parece un resumen perfecto de lo que es esta novela en lo que a estilo se refiere. Muy Bernhard, como verán; una influencia de la que Gaddis presume.
[…] no sé que me da que estoy mezclando un poco las cosas pero esto lo tengo que escribir lo tengo que escribir antes de que se me pierda, antes que me lo roben, se trata de poner en orden la secuencia, a ver qué viene después de qué, post hoc ergo este jueguecito en el que no se puede ganar porque no es ésa la razón de que se juegue se trata de cultivar toda esta ciénaga de caos y de azar, de paradoja y perversidad, de borrar del todo la idea misma de causa y efecto y, y, a ver si recupero el resuello antes que se me escape el, estos ventrílocuos y yoes extraíbles extraídos que se crían y se clonan para su reproducción porque ése es el meollo de la cuestión, es ahí donde se pierde lo individual, donde desaparece lo único, donde la autenticidad se pierde no sólo la autenticidad sino todo el concepto de autenticidad, ese amor por la belleza de la creación antes de ser creada que eso, ¿no era Chesterton? (Pág.58)


2. Esto es un resumen muy resumido de la idea de fondo del texto. La tecnología y arte no siempre son compatibles.
[…] recobrar el resuello evitar el estrés quitar de la cabeza el, vuelta a la pantomima y a los clones y a la mecanización de todo lo que a la vista está, el entretenimiento el ocio le llaman y el sistema binario y el ordenador del todo o nada que es de donde proviene toda esta tecnología de entrada. (Pág.64)


3. Este párrafo pertenece a mi particular catálogo de maldades: el silencio del escritor clásico frente a la excesiva exposición (voluntaria) del escritor actual, llámese contemporáneo, español o no.
[…] Ahí está Flaubert, eso es, “Todo el sueño de la democracia”, dice, “consiste en elevar al proletariado al mismo nivel de estupidez alcanzado por la burguesía”. ¿No querías la esencia misma del elitismo? Ahí la tienes, toda para ti, su idea del arte de que “el artista no debe aparecer en su obra tal como Dios no aparece en la naturaleza, el artista ha de ingeniárselas para que la posteridad crea que ni siquiera existió” Dios del cielo, a qué velocidad cambian las cosas, una generación viene a durar cuatro días a lo sumo, ¿qué posteridad? (Pág. 66)


4. Momento Tolstoi. Un extracto de sus diarios que habla por sí solo.
[…] Mi único impulso consiste en trabajar y olvidar”, dice Tolstoi, “aunque olvidar qué. No hay nada que olvidar” ¿y entonces? Ahí va el trozo de turno: “No escribiré más ficción”. Tiene unos treinta años. “La gente llora, muere, se casa, ¿y yo he de sentarme a escribir libros para decirles que “ella lo amaba”? ¡Es una vergüenza!” Y dónde más, si, aquí mismo lo tengo, “leer libros malos me ayuda a detectar mis propios fallos mejor que leer los buenos. Los buenos me reducen a la desesperación”, […] (Pág.67)


5. Otra maldad: una patada en toda la boca a las giras a las someten las editoriales a los escritores.
[…] Flaubert escribe a Georges Sand y le dice que “creo que la chusma, la masa, el rebaño, siempre será detestable. No hay nada que tenga importancia, salvo un pequeño grupo de intelectos que siempre son los mismos y que son los portadores de la antorcha”, trata de sentarte enderézate deja de temblar y sécate el intelecto está más claro que el agua, todo va encajando en su sitio a ver si lo apuntas todo antes que vuelvan los ventrílocuos con la muerte del autor, la empresa solitaria del artista con el lector individual del que hablaba Hawthorne horrorizado ante el éxito cosechado con el gusto del público, con la multitud, lo cual significaba que uno se había vendido, ¿y reenviar al autor de El fauno de mármol de gira promocional? ¿A dar lecturas públicas de fragmentos de El romance de Blithedale para entretener a esa chusma boquiabierta de personas al azar que buscan el placer, ese enorme mercado de los analfabetos funcionales y los analfabetos del todo que devorasen a los poetas que compusieran para complacer el mal gusto de la crítica y terminar con instrucciones de los unos a los otros, qué, si no, viene a ser esta gloriosa democracia de las artes? Anda, levántate y adelántate con eso que Hawthorne llamaba “la maldita chusma de las escritorzuelas” […] (Pág. 67-68)


6 y 7. Premios. Gaddis hablando por boca de su personaje de los premios es, no se lo pierdan, des-ter-ni-llan-te. Y real como la vida misma. El primer recorte es impagable: recurriré a ella en el futuro. El segundo corte es muy largo, pido disculpas por ello de antemano, pero creo que merecerá la pena el esfuerzo.
[…] olvidado en el estante olvidada la obra olvidados mis premios olvidados cuando un premio aún significaba algo ahora todo el mundo anda dando premios a diestro y siniestro premios que ni siquiera son para ganadores qué va somos todos comparsas de los que dan los premios, pantomimos de imitación de entretenimiento repitemonas para esa chusma supina de analfabetos funcionales y los analfabetos del todo que anda por ahí sueltos y a los que hay que leerles, es todo, Dios del cielo, ¿para qué habremos aprendido a leer, digo yo?[…] (Pág.70-71)

[…] ni que nuestro lenguaje literario no se amolde a ese rebaño común de millones de personas al azar que andan por ahí sueltas a lo mejor resulta que sí que inventan el suyo, ¿has ido últimamente al cine? ¿Has escuchado las letras, incluso de las canciones? Tío o sea ya menterao soplapollas de mierda chúpame el rabo joputa cada cual es su propio artista en este democracia de las artes en línea con Walt Whitman y su canto este cuerpo eléctrico ¿no es así? Un clásico norteamericano como Hojas de hierba dice que el mérito del poeta viene determinado por la multitud Dios del cielo, escribe lo que quieren y terminarás con un Premio Pulitzer que no te dejará a sol ni a sombra hasta que dé con tus huesos en la tumba. A lo mejor ganó la medalla de Honor la Cruz de George e incluso el Nobel pero una vez estigmatizado con el sello definitivo de la mediocridad en su necrológica se dirá Novelista galardonado con el Pulitzer muere a la edad que sea porque no es el ganador lo que se publicita ni mucho menos. No, es toda esta plaga de premios donde quiera que uno mire, son los que dotan los premios los que se promocionan solos, los que tratan de rescatar su profesión, completamente desacreditada, del periodismo.La prensa es una escuela que sirve para convertir a los hombres en bestias”, escribe Flaubert a George Sand, “porque les alivia de la tarea de pensar”. ¿Los premiados? No son más que aderezos, caricatos, periodistas deportivos, entendidos de la política, fotos en primera plana y cuanta más sangre mejor si en ese instante de fama que envuelto el pescado de mañana, Dios del cielo, ¿cuántos Premios Pulitzer andan por ahí sueltos? Mas de mil quinientas entradas, catorce categorías para periodistas porque si uno empieza su propia esclavitud ya ha hecho la mitad del camino, con toda la anda de patrocinadores, miembros del consorcio, miembros del jurado, Dios sabe qué más, que han sobrevivido al propio abismo de la desesperación y han salido a flote tanto que han llegado a la cima. Echa un vistazo al New York Times del día siguiente, una página tras otra llenas a reventar de autocongratulaciones, y siete categorías más para seguir dando la matraca, sobre la música, eso que se empeñan en llamar drama y, cómo no, libros en los que la Dama Gris si así llaman al propio periódico al final se sale con la suya y se lleva de calle a sus periodistas, que son los que hacen reseñas de libros, como si fuera una ingenua de ojo nublados, pero que se destruye a las escritoras y sólo por dárselas de justa atraviesa la frontera del género de algún asesinato de ocasión, ¡que le den a esa señora un Pulitzer con ramos de hojas de robre! Los libros candidatos al premio los lee un jurado cuyas decisiones son remitidas a los miembros del olímpico consorcio, que no pierden de vista los gustos de la multitud. Nosotros somos miles y ellos son millones, escribe la ficción que quieren o no escribas nada en absoluto […] (Pág.74-75)

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A buen entendedor “pocas palabras” (es un decir) bastan.




(1) Si obviamos el hecho de haber tenido que teclear cada línea por no disponer de la versión digital de la novela.


martes, 16 de agosto de 2011

"La ciudad feliz" de Elvira Navarro


Aviso a navegantes: no es lo mismo una novela que una micronovela del mismo modo que no es lo mismo meterse en la cama con Nacho Vidal que con Papá Pitufo. Lo digo antes de nada para todos aquellos que después de ver la portada sientan el impulso irrefrenable de leerse esta supuesta novela que no es tal sino pascual, es decir, no una sino [nada menos que] dos micronovelas (nouvelles, para los que son de letras). Avisados quedan. Luego no se quejen si salen mal follados. 


LA CIUDAD MODERNA NO, LA CIUDAD FELIZ 

Cuento number one: La del chino que pone un bar. 

Síntoma de modernidad es la multiculturalidad. También escribir sobre ello. Está lo de enamorarse de un negro que vende cedés, lo de los croatas que roban motos, lo del campamento rumano en la periferia y lo de los chinos. De los chinos vale todo porque son más inescrutables que el álgebra y eso da mucho juego: compran ropa de marca que no lucen, trabajan de sol a sol, entierran a sus muertos en jardines vecinales y sirven carne de perro en los restaurantes. Esto me ha quedado un poco racista pero era eso o el chino torero o el chino flamenco o el chino de la nikon o el chino cudeiro. 

Chi-Huei -que como supondrán no debe ser oriundo de Albacete- es el protagonista de este cuento chino de Elvira Navarro. Escribir por boca de un niño (por más que sea en tercera persona) es mucho de ir directo al corazón. Ponles un restaurante a sus padres y lo sabrás todo de los chinos y el sinvivir. Esto cuenta este cuento: lo que pasa cuando tu padre chino viene de la china y pone un bar y tú te haces adolescente asando pollos, que es más o menos lo que pasa cuando un gallego hace lo propio en Alabama o un noruego en Chile. Que todo el mundo venga a saber lo que pasa es lo que hace que este cuento no valga mucho la pena. Tal como ocurre en la vida real, en este cuento no se muere ningún chino. Nos quedamos otra vez sin saber, pues, lo que hacen con los cadáveres. Pero bueno, tampoco esperaba un reportaje de investigación. 


Cuento Number Two: Macrorelato de la niña perdida y hallada en el templo. 

Síntoma de modernidad es la plurisexualidad. Todo se compra todo se vende todo se puede follar. Si sigue habiendo a quien le ponen las gallinas y hay ovejas en la sierra que no olvidan a sus dueños, imagínense una niña en pleno despertar sexual en un barrio conflictivo. De eso va este cuento infantil: de hacernos creer que un vagabundo va a acabar violando a una niña (medionovia del chino de arriba (1)) cuando el miedo de verdad es que sea a la niña la que se folle a él. Así es ella. También de hacernos entender lo difícil que es hacerse mayor. Creo. No me ha quedado muy claro, la verdad. Es que en la mitad del cuento, más o menos, desconecté y fui en modo automático un ratito y quizá en ese ratito estaba la clave del cuento. Seguramente sí. Lo pensé y dudé en volver pero no me pagan tanto. Luego me acabé el cuento muy contento por poder seguir con la novela (ésta sí) de Carrère que había empezado horas antes. 

* * * * * * * 

El problema de Elvira no es la lírica (ahí se defiende bien) sino que no lo hace interesante por más que los temas sean de rabiosa actualidad. Para escribir de algo como la inmigración y los problemas de identidad y de que la adolescencia es lo mismo aquí que en Pekín y para hablar de los miedos infantiles, el valor y la estupidez (en ocasiones indistinguibles) hay que ser que muy bueno y Elvira, de momento, no lo es. Nadie le pide peras del olmo: sabemos que acaba de empezar y tiene todo una vida por delante: cienes y cienes de premios por recoger. Es simplemente que tanto premio y tanta leche (¿cómo decirlo…?) apesta y el tufo enrarece el ambiente y de ahí tanta sospecha que ahora (ya sí) después del leído el libro se demuestra fundada. 

He leído en blogs (y similares) entrevistas y reseñas y he visto cosas interesantes. Algunos elogian la escritura de Elvira calificándola de “sencilla”. Eso es falso. Elvira no escribe sencillo; sencillo escribo yo. Elvira escribe literario (2) que para eso le pagan. Otra cosa que me hizo mucha gracia fue que por lo visto a Elvira le gustan mucho los relatos porque considera muy complicado que una novela mantenga la misma intensidad durante todas sus páginas. Claro, joder, es que si escribimos ciertas cosas es materialmente imposible sentir interés (3). Que a uno le guste leer relatos y luego los escriba debe significar que ni es capaz de concentrarse al leer ni al escribir. A mí me pasa exactamente lo mismo pero yo no les cobro entrada. Eso (lo de no saber leer/escribir) es culpa de tanto twitter y tanta hostia, se lo digo yo. Nunca he entendido esa limitación de 420 caracteres; personalmente con eso no tengo ni para saludar por lo que todas las veces que he dicho algo en Facebook ha sido a costa de sacrificar ideología. Y luego nada más; quiero decir que no encontré nada más interesante sobre Elvira y sus micronovelas en todo lo que leí -que tampoco es que fuera demasiado- que no fuese de qué van las nouvelles y qué bien lo hace esta chica y cuánto futuro tiene. El guión habitual, vaya. A mí me reseñan así una novela y ya sé que no se la han leído. 

Ya supongo que a Elvira no va a gustarle todo esto que acabo de escribir, lo cual me parece normal. Pero también supongo que lo entenderá, al fin y al cabo a mí tampoco me ha[n] gustado su[s] novela[s] y sin embargo no he tenido inconveniente en leérmela[s] entera[s] para sojuzgarla[s] como merece[n]. Todo lo que hay que hacer es recordar aquellas novelas de nuestro pasado lector que no nos gustaron y desaconsejamos a quien nos preguntó y ver en ello la función social que ejercimos. Pues esto lo mismo pero a lo bestia. Al final va a resultar que este blog debería estar subvencionado. 



(1) Esto debe ser lo que la hace “novela” y susceptible de ser premiada como tal: un puzle de dos piezas, nada menos, sobre niños que dejan de serlo.
(2) Su padre, de una forma a veces consciente, y la mayor parte de las veces inconsciente y animal, no se quería ver envuelto en nada, pulsión esta que lo llevaba a la muerte, y que luchaba con su deseo de vida, que se había agarrado a las cosas concretas, a aquella que se circunscribían al instante y luego desaparecían, o que se quedaban sin más efecto que el de su propia permanencia. (Pág.59)
(3) Para muestra un botón: “El bambú, envasado al vacío en paquetes de un kilo, ocupaba una de las filas del rectángulo, al lado de la soja germinada en conserva y de la soja sin germinar, seguido de la salsa de soja y de la salsa agridulce especial, que era de color naranja y no roja, como la que hacían en el restaurante. Tras la salsa agridulce venía la salsa picante de ciruelas, y después la salsa de ostras, y a continuación especias que su familia no se había llevado jamás a la cocina, pues su valor era meramente sentimental, como el polvo de cinco especias, la pimienta de Szechuan, el anís estrellado, la raíz de jengibre, los chiles secos, los cubos de loto, los brotes de azucena del tigre, la nuez moscada y las castañas secas. Había tres columnas enteras de sacos de arroz, y otras tres de distintos tipos de pasta, desde tallarines normales y corrientes hasta fideos chinos, y para acabar, en el lado del rectángulo que estaba frente a la ventana, lichis en almíbar, paquetes de algas secas y todo tipo de alcoholes.” (Cuento 1º. Pág.78-79) 

viernes, 12 de agosto de 2011

"En lugar seguro" de Wallace Stegner


Hoy no tengo ganas de leer. Es tarde y estoy cansado. No sé si es buena idea pero como estoy ocioso y un poco cabroncete les voy a hablar de la novela más aburrida del mundo mundial: “En lugar seguro” de Wallace Stegner. Si ven que les entra el sueño no se apuren, es natural. 

La leí hace mucho; más de un año. Tiro de archivo y compruebo que fue el primer libro de Julio pasado. Esto lo digo como disculpa anticipada por si no recuerdo los detalles -que ya sé que no-. Quien me la recomendó me caía muy simpático y me deje llevar. Hoy ya nos sabemos incompatibles pero conservamos el respeto. No todo son puñaladas en este negocio. Cierto es que tenía buena pinta. Me refiero al libro. Una bonita edición y esas cosas. Al argumento no le hice mucho caso, ya les he dicho que era una recomendación. Pero la portada… mierda, la portada debió hacerme sospechar. De semejante portada no podía salir nada bueno.

La cosa va de esto: un matrimonio muy mayor muy mayor va a visitar a otro matrimonio muy mayor muy mayor que vive en el campo. Miren si son mayores que la mujer del segundo matrimonio se está muriendo de vieja, nada menos, y le quieren decir adiós en el postrero instante final. Una vez allí a la primera pareja, los de clase media, que también está fatal de lo suyo, le da por la nostalgia. La novela va de recuerdos, efectivamente: de cómo se conocieron los unos y los otros y tal y cual pascual y de cómo era la vida por entonces y puesto que todos eran muy amantes de la naturaleza hay la hostia de páginas de paseos por el bosque y puentes de madera sobre ríos picados de estrellas. Lo de tener una vida aburrida y la desfachatez de contarlo. También hay cosas que a la larga no tienen importancia como son diferencias de clases –las suyas- e historias de amor indestructibles, pero sobre todo hay una promesa: la del conflicto brutal; el drama. Algo que llegado el momento se supone que cambiará la percepción de los unos frente a los otros; algo que en cierto modo los distanciará y ya nunca volveán a ser los mismos. Uno se espera sexo, claro, o un crimen pasional o algo tipo Bony and Clyde en sidecar. No sé. Yo pensé sobre todo en un incesto entre amigos que son como hermanos o similar; que ella fuera él también me valdría. Más que nada por el tono del escritor y las puyitas que iba dejando cada cinco páginas, entre cascada y cascada y lo buena que estaba la susodicha, caramba. 

Hagamos un ejercicio: imagínense que leen una novela que no les está entusiasmando sino más bien todo lo contrario. Imagínense que si la aguantan es únicamente por el deseo de que la promesa de ese cambio sea suficiente para cambiarlo todo. Pero cambiarlo de verdad. Cambiar incluso la percepción que se tiene de que el libro es un peñazo. Y ahora imagínense que llegado el momento, cruzado ya (si no recuerdo mal) el ecuador del libro, descubren que la sorpresa es –tachán!- un puto bote de manzanilla. Les dejo unos segundos para que lo procesen. Atentos: el protagonista tira al fuego un bote de manzanilla para evitar un conflicto marital que no les voy a detallar, aceptando con ello una culpa que no tiene. El amor, vaya, y sus consecuencias.

Bueno, pues sin entrar en detalles para no destriparles (más) la historia -no vayan a querer leerla- esta es la cruda realidad: si lo más interesante de un libro es descubrir que las relaciones de pareja se sostienen muchas veces con tiras y aflojas y que amar es ceder pues entonces sí, este libro es apasionante. 

No voy a dilatar la reseña porque el libro no lo merece y tampoco me estoy divirtiendo tanto como esperaba. Lo voy a dejar aquí y ya deciden ustedes qué hacer con lo que les he contado. Por si no ha quedado claro: yo no voy a volver a leerme endejamásdelosjamases nada más de este buen señor. Bastante tuve con la gilipollez que fue acabarme este.


martes, 9 de agosto de 2011

"Opiniones de un payaso" de Heinrich Böll


Lo que yo quisiera es que la auténtica reseña de esta novela no tuviese lugar a continuación sino después, en los comentarios. No quiero que piensen que estoy abusando aunque sí lo esté haciendo porque algo de esto lo había ya antes de que presiones internas (aquellas que vienen de ustedes) me obligasen a adelantarla para evitar fugas indeseadas. Esto lo digo para justificar lo que viene ahora: una reseña fugaz, muy poco elaborada, nada divertida y (perdóname, dios mío) desestructurada: los comentarios incluyen material adicional. 

* * * * * * * * 

Se dice, se cuenta, se rumorea que esta novela nace como una crítica de Böll al capitalismo. El escritor consideraba que la Democracia Cristiana y la Iglesia Católica eran las responsables de la situación económica moderna -una situación que surgía de la Alemania de la postguerra- y no se le ocurrió mejor manera de explicarlo que a través de esta “payasada”. Vaya por delante que estoy completamente de acuerdo con él: yo también creo que la iglesia tiene la culpa de todo. Quizá esto tenga algo que ver con el hecho de que me haya gustado tanto la novela. 

Para los que no sepan de qué va, he aquí un breve resumen: Hans Schnier es un payaso, ateo para más señas, de veintiocho años en franca decadencia profesional y sin mucha suerte en lo personal que vuelve a su piso de Bonn tras pasar algún tiempo fuera por motivos de trabajo. El piso que allí le espera está vacío pues su pareja, católica apostólica, lo ha abandonado en busca de aires más cristianos. La acción de la novela tiene lugar a lo largo del día en cuestión, apenas unas horas, donde el protagonista, con la excusa de necesitar dinero, habla con amigos, conocidos y familiares a la vez que nos pone al corriente de su ruinosa situación y lo que lo ha llevado a ella, de la que culpa en gran medida a la iglesia católica (sin excluir la parte que tienen las demás iglesias) que hasta el momento lo había rodeado y en cierta medida confortado y con la que había logrado alcanzar un punto de encuentro en un intento de preservar el amor de su vida que era la cristiana Marie. 

Por el camino bombas de todo calibre a las instituciones religiosas en las que Böll no parece encontrar nada digno de ser salvado que no sea la sincera devoción a Dios a través del amor al prójimo –Böll, hasta donde yo sé, era católico- representada por insobornable Marie, cuyo intento de volver con ella simboliza el intento de romper lo que el protagonista considera una relación adultera con Züpfner, su nuevo marido, que representaría lo más carcomido y despreciable de aquello en que se ha convertido la iglesia. 

El resultado es una novela ejemplar, dinámica, divertida en [muchísimas] ocasiones y cargada de simbolismos siempre. A todo se le puede sacar punta, desde el padre que [entiendo que] simbolizaría la fragmentación del estado alemán en unos hijos que fueron el resultado de una estricta educación (la fallecida Henriette; el teólogo Leo y Hans, el payaso ateo) hasta las divertidas conversaciones que mantiene por teléfono con el loco Struder, el menospreciado personaje que le atiende al teléfono cuando llama al seminario para hablar con Leo, su hermano, quien pasa el día comiendo y rezando y no puede atender los mundanos problemas de su propio hermano. 

En definitiva y por no demorar lo inevitable [que es el final]: que tan imperdonable es no leerla como no hacerlo dos veces. Yo prometo cumplir la parte que me toca, ustedes háganse un favor y pónganse a ello cuanto antes. 



lunes, 8 de agosto de 2011

"Viaje de invierno" de Amélie Nothomb


La historia que se cuenta en esta novela no es en absoluto la estupidez que aparenta: el protagonista, Zoilo, es un inspector de una empresa suministradora de energía que se enamora perdidamente de una mujer llamada Astrolabio. Lamentablemente ella ha decidido ocupar el resto de su vida atendiendo las necesidades básicas de una deficiente mental que escribe novelas al dictado. Está en la naturaleza de los enamorados querer pasar las horas engarzados y desnudos sobre un zarzal. El caso es que al pobrecito Zoilo la pasión no acaba nunca por consumársele porque Astrolabio, pícara puritana, es de una abnegación ofensiva y no consiente en darle un triste beso al pobrecito Zoilo –y no digamos llevárselo a la cama- si no es con la imbeciloide presente, no se vaya a atragantar con el bollicao y se muera durante la bacanal por desatención. Así no hay amor que madure y por eso el buen hombre acaba tomando la salvaje decisión de demostrarle a ella cuánto la quería estampando, cual matasellos, un avión de pasajeros contra la Torre Eiffel, lleno, a ser posible, para que salpique o deje señal de cualquier manera. 

Incluso yo, que carezco de imaginación, encuentro excusas mejores para estrellar un avión (tripulación incluida) que la simpleza de hacerlo por amor. Es como pegar por odio. No pretendo decir con esto que el motivo no sea noble, ni que se baste por sí mismo para eso y mucho más, al fin y al cabo el mundo está plagado de psicópatas a los que el desamor ha vuelto rematadamente locos. Lo que quiero decir es que al margen de la calidad de la novela (que en mi opinión supera con mucho lo que espero de una lectura de tarde) resulta un poco forzada la decisión que toma el protagonista de llevar a cabo el mencionado planicidio -esta palabra me la acabo de inventar con total desvergüenza, de ahí la falta de rigor semántico- dejando la sensación de que todo lo que se nos cuenta va un poco a caballo de un golpe de efecto con el que se busca ser éxito de ventas, cuando el auténtico interés de la novela no está tanto ahí (en saber si sí o si no) como allí (en la relación creciente descendente de amor con tonta por el medio).

Pero no se arroben; que la historia vaya justa de credibilidad no quiere decir –excepcionalmente- que no me haya gustado. En absoluto. En realidad ocurre todo lo contrario. Es precisamente la poca exigencia de esa historia lo que me (nos) permite disfrutar de la novela sin la sensación de trascendencia que suele acompañar (o debería) cualquier otra lectura (a excepción de la propuesta por según quienes). Ésta es amena, divertida, breve; apuesta por un lenguaje rápido, dinámico e inteligente y sus 120 páginas nos garantizan además una tarde perfecta en el parque. Amelíe, no sé porqué, siempre me provoca los mismos pequeños brotes de satisfacción.



jueves, 4 de agosto de 2011

"El fin de semana" de Bernhard Schlink


Se lo anoten: novela coñazo calibre monumental. Luego no digan que no les avisé. Miren, yo no soy de confianzas ciegas pero con Anagrama tiendo a aligerar suspicacias. Así es que de vez en cuando –no mucho, todo hay que decirlo- caigo como el que más. Como el que menos. Caigo con todo el equipo, vaya. Para muestra un botón. La cosa fue más o menos así: 

Yo quería leer esta novela por razones de muy poco, poquísimo peso: el escritor era el mismo que el de “El lector”, película oscarizada y oscarizable donde las haya que sí, vale, tenía su aquél como parecía tenerlo también esta historia que les resumo en el párrafo siguiente. Luego en un blog –el que sea- la ponían muy bien y para mí fue suficiente. En según qué casos siempre lo es. Eso y la ya mencionada garantía “Anagrama”, que está a punto de vencer. 

La trama, por llamarla de alguna manera, va de lo siguiente: un terrorista alemán sale indultado de prisión. Han pasado muchos años -como catorce aunque no podría jurarlo- y está por ver cuánto de dañada tiene la moral y si todavía le dura la neura anarquista. Para saberlo, su hermana, devota insufrible, lo recluye a la fuerza -aunque de buenas maneras- en una vieja casona en compañía de viejos y no tan viejos amigos y no tan amigos. Ni que decir tiene que no hay ni uno sólo con sincero interés en pasar semejantes dos días. 

¿A qué suena bien? Miren, me dan a mí un par de los dones que me faltan, algo de tiempo y con esta historia, si me dejan tocar el final, les hago una obra de teatro de puta madre. Y si me apuran incluyo dos escenitas de cama algo subiditas de tono con fundido en negro incluido. Lástima de formación. Porque una cosa sí es cierta: como obra de teatro funcionaría mucho mejor. Lo que no se puede hacer es lo que hace el señor Schlink, que es darnos gato por liebre: vendernos un producto supuestamente dirigido a la reflexión pero que incluye fugas por doquier y de pensar mejor en musarañas. Desde los personajes, a cual menos definido y por los que es imposible sentir la menor empatía, hasta el guión, que ni se deja hacer ni se deja querer ni nothing de nothing. Contar esta historia como pretende hacerlo el autor requeriría mucho más de doscientas veinte páginas pero se ve que al buen señor se le han pasado las ganas de escribir y lo ha dejado medio cojo por todas partes a falta de ideas mejores o sincero interés. Supongo que lo segundo. No se trabaja ni al protagonista que acaba pareciendo el típico matón medio gilipollas que se ha ganado la fama gracias a saber pegar cuatro tiros en el occipital adecuado. Hubo un tiempo en que ese criminal de ideario utópico fue alguien, sí, pero ya no y ahora ni quiere ni puede y se supone que tenemos que tragar con todo por la sorpresa final que a esas alturas es lo mejor que podía ocurrir. Pero el problema no es sólo él, también la lolita de turno, medio humanista; la obispa protestante con misal incluido y oración vespertina de caridad; el viejo periodista que se reencuentra con su amor de toda la vida y que fuera traumas se la lleva a la cama para nada más que abrazarla en ese amor de senectud que no soporto; el desaprovechado medioburgués de las preguntas directas y su mujer, un personaje que ni alcanza la categoría de florero. Y muchos más, como chorrocientos personajes más que -ya tiene cojones- no teniendo absolutamente nada que decir se pasan la mitad de la obra mirándose unos a otros o paseando por el campo en busca del silencio monacal definitivo. A mí me gusta el senderismo como al que más, pero no es el momento. Esto es de no saber qué hacer con tanta gente en una casa en la página cien clama al cielo y de ahí que las ciento veinte restantes vayan, como las primeras, sobradas de una inmensa nada que ni con el discurso final (sorpresa incluida) la salvan, a la novela, de la quema. 

Confieso que lo cogí sin ganas. Yo lo que quería era leer otro, no recuerdo cual, pero me sentí obligado por las circunstancias: llevaba meses tras él y no era plan de retenerlo indefinidamente por simple egoismo. En la página veinte supe que aquello no era para mí, pero quien sabe, a veces me equivoco; en la página 50 se confirmó: hay cosas que es mejor dejarlas estar. Aun así me resistí, quería llegar al ecuador, total para nada porque una vez allí ya me dio pena y el resto era cuesta abajo. En la página doscientos me quise morir y si no lo hice fue por respeto a la familia, que sé que le gusta leerme. Cuando lo acabé, veinte páginas después, tuve un pequeño orgasmo y una mujer que había en el parque me miró fatal y casi me acusa de algo, no sabía muy bien qué. 

Lo dicho: novela coñazo ideal para señores muy mayores con problemas para conciliar el sueño. Esto no lo parece pero es un género literario muy común. Me recuerda a otra novela, también medio genocida como ésta, llamada “En lugar seguro”. El villano que la escribió era Wallace Stegner y ahora mismo, ipso facto, me pongo a escribir lo que me gustó, que fue nada y se lo cuento otro día para no aburrirles, no vayan a creer que me estoy vengando del peor “fin de semana” de la historia. 




martes, 2 de agosto de 2011

Primer Aniversario LMdT



En lugar de gritar, escribo libros. (R.Gary) 

Estoy de aniversario. Bueno, yo no, el blog. Este blog. Verán, es mi primer año y no sé muy bien como celebrarlo. Había pensado en no hacer nada o simplemente poner la foto de una vela o chorrada similar pero no encontré ninguna que me gustase y entonces se me ocurrió la infeliz idea de explicar -no sé todavía muy bien cómo- lo que ha sido este año y en qué situación me (nos) ha dejado. Unas conclusiones, ya se lo adelanto, que no le van a gustar a casi nadie. 

* * * * * * * * * * 

Se formó hace unos días cierto revuelo en la red a raíz de las entradas del blog “La Patrulla de Salvación” (a quien no trataré de justificar ni defender) que me ayudarán a explicar lo que quiero decir. En una de ellas protestaba por la mierda de literatura nacional que nos gastamos y en otro criticaba el premio que otorga Mondadori, en el que sin saber muy bien porqué, tira [el mencionado post] contra Elvira Navarro, la escritora, a quien no conozco y contra la que no tengo absolutamente nada. Han sido varios (tantos como dos) los gritos que he escuchado provenientes de diversos frentes: uno, Alberto Olmos, lo hizo desde su plataforma [blog] cuando fue “acusado” –si acaso se puede acusar a alguien de algo que no ha tenido lugar- de ser el nuevo, flamante e inminente futuro ganador del premio Jaén de novela (lo cual no entiendo porque en los mentideros la voz que suena es otra que me voy a callar de momento). La otra fue más silenciosa, por breve, aunque probablemente más leída gracias a la plataforma utilizada. Me refiero a la citada Elvira Navarro que habló a través del Facebook. Comparaba Elvira ciertos blogs con el programa La Noria, el de Tele5. Bueno, en fin. Insisto, sin tener absolutamente nada contra Elvira, a la que no tengo el placer, ni contra La Noria, la comparación me parece pelín odiosa porque muchos blogs son de mierda, sí, pero no todos, aunque lo parezcan. Algunos denuncian premios falsos y jurados de pega, que los hay; denuncian corporativismos literarios generacionales o editoriales o simples amiguismos, que también los hay y que entiendo que a según quienes no les haga maldita la gracia. Hablo en general; pueden todos sentirse aludidos si lo desean. A la iglesia se le acusa (yo la acuso), como ente, de encubrir, con su silencio, los casos de violaciones infantiles. A otra escala (obviamente) los escritores -ya supongo que no todos- hacen exactamente lo mismo: elogian por amistad novelas, encubren premios (ya sea como jurados, participantes o “colegas”) o simplemente callan, otorgando así, no vayan a encontrarse cualquier año de estos firmando libros en la misma caseta que otro al que puesto de vuelta y media. Este mundo es muy pequeño y al final todo se sabe y mejor estarse callado y de ahí a ser todos culpables hay un paso muy chiquitito. 

Estimados escritores: entendedlo: la gente da su opinión aunque a veces se equivoque; estamos legitimados: somos lectores, compradores; somos, con vosotros, el puto mercado. Si tenéis algo que decir, decidlo, discutamos, pero si os vais a enfadar porque la gente, alguien, quien sea, que sigue (o parece seguir) el curso de los acontecimientos, presuponga que no sois todo oro entonces tenéis un problema enorme: lo vais a pasar fatal de aquí a la eternidad. Exigir confianza ciega en un mercado que no es ajeno a la corrupción es mucho pedir. Internet acerca al escritor (que lo desea) al lector (que consiente) permitiéndole al primero ejercer labores de editor, pero eso no es necesariamente bueno. Exponerse demasiado nunca es bueno. Esto es lo de tener cinco mil agregados en Facebook como potenciales compradores y que la mitad te salga rana. 

Hace poco escuchaba en la televisión a Rubalcaba decir, como parte de su programa electoral –en velada referencia al asunto Camps- que había que prevenir la corrupción. Prevenirla, nada menos. Me pregunto si es posible semejante cosa y me respondo que sí. ¿Cómo? PRESUNCIÓN DE CULPABILIDAD. Sí, ya sé que me estoy pasando, pero quizá ha llegado el momento de dejar de teneros por los dulces angelitos que aparentáis y poner el nivel de desconfianza a la altura del éxito obtenido. De alguna forma habría que meter en la ecuación cosas como estar vivo (o muerto), la participación en revistas, blogs y lo que sea que sirva de plataforma para jugar al despiste. No estoy hablando tanto de cuestionar vuestras propias obras como la opinión vertida sobre la ajenas, máxime cuando se trata de algún homólogo generacional. Hablo, claro, de los escritores que ejercen también de críticos literarios o de los críticos con ínfulas. No se me olvida la confesión de Quimera de que lo mejor de 2010 era lo editado por sus colaboradores porque eran sus espíritus afines y que qué otra cosa podíamos esperar de ellos. Ya les digo yo que nada. 

Entendámonos: la crítica literaria, si quiere demostrarse imparcial, debería, en mi humilde opinión, desvincularse de todo lo que rodea la auténtica literatura (entendiendo esta como el libro y su contenido) y que no es otra cosa que los escritores, editoriales y el largo etcétera por todos conocido. Así es como salen (saldrían) las críticas negativas, de las que arrancan los enfados y malestares varios y que, por si no lo he ido dejando claro durante este año, es tan o más necesaria que la otra. Los buenos libros se venden solos; de los malos que hay que protegerse. Y de ahí la guerra; que escritoras como Jimina Sabadú se lleven las manos a la cabeza cuando reseño su novela es un ejemplo real del pasado que se traduce en que la amistad, en según que casos, resulta imposible. Tengo un amigo que opina que si no es por las malas ha de ser por las buenas (esto es de cajón) (y quizá ahí resida la explicación del “apoyo” recibido hacia este blog por parte de El Cultural y otros. Espero que no.) por lo que espero que de aquí a un par de meses empiecen a caerme premios y condecoraciones y las editoriales me empapelen las estanterías con sus dávidas. Supongan la ironía, no me hagan trabajar. 

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[Acabo.] Un año, ya ven. Lo siento pero ahora va la parte de los agradecimientos. Gracias a quienes pierden su tiempo leyéndome; mi pésame a los que me hacen caso y a los que se fían de mi mal gusto. A los perjudicados: lo siento; de todo se aprende. Gracias por tantos comentarios cojonudos y también por los otros, los de la mala leche, anónimos o no. También por los besos, que alguno hay. Gracias, de verdad (que asquito me estoy dando). 

Espero que me duren las ganas un poquito más y que de aquí a un año sigamos pasándolo bien juntos, rajando o no de los demás y hablando de los buenos y de los malos libros, de los buenos y malos escritores, siempre –y esto es importante, al menos para mí- desde una óptica personal, subjetiva, alejada lo más posible del academicismo habitual de esta esfera tan pedante e insufrible que en el fondo nos hace tan felices y sin la que no quisiera tener que vivir. 

Estaremos observando. Besos en la boca para todos. 

lunes, 1 de agosto de 2011

Resumen de Lecturas: Julio de 2011


Centrémonos, se acabaron las vacaciones. Llevo quince días en plan vago y ahora, repasando lo pendiente, compruebo que es demasiado. Tengo como diez reseñas a medias y cuatro o cinco rondándome la cabeza, amén de todas las que me obligo a descartar, que son unas cuantas. 

Pero vayamos por partes. De momento veamos cómo ha sido este mes a pesar de que mi poca predisposición a la lectura –al menos durante la segunda quincena- acabó medio arruinándolo todo. 

La visita al maestro” y “Zuckerman desencadenado” de Philip Roth, son las dos primeras novelas de la conocida como saga o ciclo Zuckerman, en la que el autor explora el lado salvaje de ser escritor. Esto es lo de tener familia y que ésta se vea reflejada en lo que cuentas. Hasta donde yo sé -por no abrir la wikipedia, así de prisa tengo por terminar- Roth escribió estas novelas como consecuencia directa del aplastante éxito que fue en su momento “El mal de Portnoy”, que debió dejar hecho unos zorros sus relaciones personales. También ésta la (re)leí, este mes, después de muchos años, aunque eso lo descubrí después. Que la había leído, quiero decir. Pensé que no, pero sí. También es verdad que no recordaba casi nada, lo que demuestra que uno debería empezar a leer a los cuarenta y esperar a los sesenta para empezar a escribir. Resumo: las tres novelas son fantásticas porque Roth es fantástico. A destacar, por supuesto, esa obra maestra que es “El mal de Portnoy” y que no leer debería ser constitutivo de delito. 

Alma” de Javier Moreno y “Los ingrávidos” de Valeria Luiselli las reseñé hace muy poquito aquí y aquí. Creo haberlo dicho todo por lo que no volveré sobre ellas. Tampoco diré nada de(l peñazo que fue) “El fin de semana” de Bernhard Schlink porque ya me despaché a gusto en una reseña –la única que escribí estando de vacaciones- que publicaré cualquier día de estos. 

Antes leí un pequeño ensayo de Emil Ludwig sobre Tres dictadores: Hitler, Stalin y Mussolini (y un cuarto, Prusia). En general me gustó mucho. Resulta sorprendente lo acertado de las apreciaciones de hizo Ludwig en su momento sobre estos hombres. La mejor la de Mussolini, sin duda, a quien por momentos Ludwig parece admirar. El segundo ensayo del mes, también muy chiquitito, fue “Una habitación en Holanda” de Pierre Bergounioux, acerca de cómo y porqué fueron los Países Bajos el entorno ideal para el desarrollo de parte de la obra de Descartes. El tono, y esto lo digo como un cumplido, me recordó al que utilizó Jorge Edwards en “La muerte de Montaigne”; un tono sereno y reflexivo que hace de esta pequeña novela una pequeña joya tanto por la forma como por el fondo. Lo único que lamento es no haberle prestado la atención y dedicado el silencio que merecía. 

También fue el mes de Alejando Zambra. “Formas de llegar a casa” es lo primero que leo de él. Pero me dije “prejuicios fuera” y los maté; me la leí y aunque en el durante me gustó mucho en el después quedó en casi nada. Sí destacar, porque es de recibo, el exquisito estilo de Zambra; un estilo que acompleja a cualquiera pero que de tan lírico se ve que se mueve mejor en las distancias cortas. Si a esto mismo le dedica 500 páginas por más que mate a puñaladas a medio reparto seguramente acabaría en la misma estantería de la que lo rescaté sin dejarme arañazos en la memoria, por ponerme yo también algo poeta. La novela, ya digo, ni fu ni fa, pero seguramente tuvo mucho que ver que el tema de los hijos de la dictadura y la memoria de los padres y la reconciliación de ambos y tal pascual lo tenía muy reciente con la novela de Pron, de la que ya hablé en su momento. A pesar de lo dicho, y sin que sirva de precedente, recomiendo su lectura porque leerla es como deslizarse y porque se aprende mucho de cómo hacer las cosas bien. Me ha quedado una parrafada tan larga que voy a pasar de hacerle reseña en el futuro. Mira, lo que me ahorro. 

Yo quería ser breve pero no voy a poder. Ánimo, apenas quedan cinco libros. El de Marc Pastor,El año de la plaga”, es la cosa más previsible que te puedas echar a la cara, tanto como que es la enésima versión de “La invasión de los ladrones de cuerpos”, cuyo mayor mérito, en esta ocasión, es ofrecer un final diferente. Para frikis de la historia, como yo, y para aquellos que crean que las novelas de verano existen está bien, el resto hagan lo que quieran. Siguiente: más de otro español, en este caso Victor Balcells Matas, que escribió una recopilación de relatos cortos de morirse, llamado “Yo mataré monstruos por ti”. Lo hace muy bien, divinamente; especialmente los primeros son un prodigio, de verdad, pero tal como me ocurrió con Zambra, gracias a que no extiende que si no es por eso lo iba a leer su prima. Estoy exagerando. Lo cierto es que la primera mitad (el resto se me hizo más pesado) me pareció muy trabajado y me hizo disfrutar con algunas historias de amor, a mí, que por lo general me repelen. Pienso en si hacer una reseña de un libro tan pequeño vale la pena. Creo que no, pero ya veremos. 

Y hasta aquí la narrativa. El resto, que ya comentaré con más calma, fue puro teatro. No es un chiste ni estoy cantando es que de verdad que me dio por ahí. Empezó con Henrik Ibsen y su “Casa de muñecas” que me pareció una delicia de principio a fin por mucho que todo el mundo se empeñe en decir que el final es forzado y que la reacción de Nora, la protagonista, es injustificable. Paparruchas. Ibsen lo clava, de principio a fin. Y ya que estaba…, más de lo mismo: “Solness, el constructor” es más floja porque se pasa de simbolista y me pilló con el paso cambiado. Aún así muy bien; ya quisieran muchos. Mejor me fue “El pato Salvaje”, del mismo autor, aunque aquí sí encontré algo forzadas las actitudes de ciertos personajes. Aparte de eso nada que objetar. Ibsen forever. Y ya para terminar lo último que leí y que terminé ayer in the afternoon: “Teatro” de Don Delillo. Pues miren, no me gustó. Sonará a blasfemia pero me da igual. Yo a Delillo lo adoro y no tengo problema en dejar que me azote con una vara de pelo de rinoceronte si le place pero al César lo que es del César y por mucho que sus obras sean en extremo dinámicas y muy profundas se le va un poco la mano con el surrealismo en algunas partes. No todo, ojo. La primera, cuyo título no recuerdo, y la última, “Sangre de amor engañado”, son estupendas. Los dos que tiene de “un minuto” (es lo que duran) estarán muy bien para las jornadas de teatro experimental pero yo no doy por ellas un duro. 

Fin.