jueves, 4 de mayo de 2023

“El cuarto mundo” de Diamela Eltit

Supongo que la mejor, la más infalible forma de saber si un libro sí o un libro no, o más concretamente si un autor sí o un autor no, es reconociendo, valorando, si deja o no deja en uno (ya no pido más) la necesidad o el deseo, una vez terminado, de repetir la experiencia. Con el autor, se entiende, aunque también con el libro, qué duda cabe.

Y mira, NO.

Dejen que se lo explique.

He aquí un fragmento no especialmente nada:

«Atrapados por fuertes dependencias, cautivo de mi absoluta inmadurez, casi en el centro mismo de la inconciencia, volví a rozar a mi hermana, solapado en la plenitud de la noche.
Mi cuerpo, inteligente y lúcido, escindido por lo absurdo de su pequeñez, la encontró cálida en su modorra, sabia en sus inicios, bestial en sus pulsiones».

Le celebro el gusto, a Eltit, y valoro el esfuerzo de sostener semejante ejercicio de lirismo durante casi doscientas páginas sin llevar a la arcada al tipo de lector que yo represento. Fuera de eso —de esta desinteresada muestra de cortesía— lo primero que me viene a la cabeza cuando pienso en cómo explicar el motivo mi espantada (espantada de huida, no necesariamente de espanto) es artificio y pretenciosidad.

Quiero decir.

La escritura de Eltit me parece afectada en exceso; un ejercicio de estilo sin duda elegante pero que en ningún momento se pone al servicio de la historia que viene a contar, que acaba siendo poco menos que una excusa. Sé que al ser una cuestión de estilo este desacuerdo es un problema exclusivamente mío, pero igual no tan mío. No, al menos, tratando de lo que trata. Y es que n se concibe toda esa decoración –que al final no hace otra cosa que evitar implicarme en una historia por lo demás relativamente convencional– si no es para edulcorar el fondo del asunto o, tal vez, como medida de distracción o simple lucimiento.

Les resumiría el argumento, pero esta no es esa clase de reseña. Baste decir que tiene que ver con la redefinición de las relaciones familiares en el entorno asfixiante y hostil de un Chile en pleno proceso de cambio (en venta, como dice Eltit): primero entre dos mellizos no se sabe si enamorados o simplemente apasionados, pero también entre sus padres, un hombre y una mujer, y entre ese hombre y su hija, y entre esa mujer y otro hombre, y entre el mellizo y su otra hermana, y a dios gracias que no tienen perro. Bueno, no sé, un lío; un poco todos con(tra) todos, pero sin la erótica a favor. En el fondo una historia relativamente simple donde el tema de los celos se trata con la elegancia y el retorcimiento propios de un Zurita en horas bajas, pero también con la complejidad propia de un desconchado en la pared.

Por si no había quedado suficiente claro:

Con Diamela Eltit me pasa un poco lo que me pasa con la poesía (ese cadáver): que un rato sí, pero no doscientas páginas y muchos menos dos veces doscientas. Cuando los secundarios se pasan de estereotipos y los protagonistas y narradores tienen la hondura de cuenco de arroz, cuando aquello que los mueve es el mismo roce de la piel, entonces su destino y el vaivén que lo precede me interesa tanto o menos que el agitar de un arbusto en el prado.

«Los celos se superponían al odio; el odio, al abandono; el rencor parecía un vigía que anunciaba el cataclismo de mi mente. El sufrimiento que invadía mis días hacía que temiera cada amanecer. Decidí, en el límite de mis fuerzas, intentar una ofensiva para aniquilar a mi hermana melliza: que se hiciera visible que había jugado su último juego conmigo.
En mis sueños volvían a aparecer esas dos formas amalgamadas que se trenzaban en un abrazo o en una lucha, debatiéndose en la calidez de las aguas. Hube de responder a la voracidad de esas imágenes y me preparé a enfrentarme a ella tal como un amante en su primera cita.
Repudiándome a mí mismo, engarcé todas las piezas de la escena. Grácil como una pantera y sensual como una cortesana oriental, borré al muchacho de su mente.
Me valí de una graciosa aunque insignificante muchacha sudaca que, sin entender lo que estaba haciendo, accedió a mi pedido. Con lentitud y suavidad realcé el recorrido de mis dedos mientras mis músculos me seguían, extraordinariamente sagaces.
No hubo final ni consumación, tan sólo el poderío de la muralla de piedra que brillaba con la fama del último sol del atardecer. No obstante, mi hermana sintió frío y tembló como si la envolviera la mitad de la noche».

martes, 2 de mayo de 2023

Recomendatorio actualizado

He visto que llevo tiempo sin actualizar la pestaña dedicada a las recomendaciones. Es imperdonable; para una cosa buena que tiene este blog por lo general tan cargado de odio, semejante desidia debería ser constitutiva de delito.

Sin más preámbulos, helas aquí.

* * * * *

En primer lugar, les dejo una relación de lecturas que recomendaría a cualquiera en cualquier circunstancia. Esto es: todo aquello cuya calidad está fuera de toda duda, al menos a mi entender, que es un entender incontestable. Si tienen algún compromiso y quieren quedar bien, tiren de esto. Otra cosa ya, el animal al que se lo regalen, pero yo en eso ya no puedo entrar sin salir escaldado y además es tarea suya discriminar. Mi consejo: si no cuaja, cambien de amigo. A este respecto debo confesar que alguno lo he regado y prácticamente me lo han tirado a la cabeza, concretamente el de Markson, pero a mí de aquí no me mueven: si no les gusta “La amante de Wittgenstein” el problema el suyo. Ni zona de confort ni hostias: aprendan a leer.

Bueno, lo dicho: librazos y ojalá mas de esta mierda forever. No entraré en detalle sobre cada uno para no dejarlo todo perdido de babas, pero denme por entusiasmado con todos y cada uno de ellos.

"Hotel Splendid" de Marie Redonnet

"Los árboles" de Percival Everett

"La ciénaga definitiva" de Giorgio Manganelli

"El último samurái" de Helen DeWitt

"La amante de Wittgenstein" de David Markson

"Los Netanyahus" de Joshua Cohen

"Panthers y museo de fuego" de Jen Craig

"Beloved" de Toni Morrison

"Intimidad" de Hanif Kureishi

"La montaña mágica" de Thomas Mann

"La belleza del marido" de Anne Carson

"Odisea" de Homero



Y luego, a otro nivel, está aquello donde creo que sí puede colarse lo personal y donde el tema, la extensión o argumentos secundarios tipo antigüedad o ubicación pueden ser un problema. Quiero decir, que, por ejemplo, si es usted un poco fascista igual M, de Scurati no le hace especial gracia. Lo mismo para los no-amantes de lo asiático entre los que me incluyo: ojo con Kawabata. Y ojo también con Sangre Vagabunda porque cierra trilogía o con Smonk, porque es una gamberrada. Vivir abajo es un ladrillo, magnífico pero ladrillo y quizá excesiva e innecesariamente largo. Smiley (cualquiera) es una debilidad personal y el de Radden Keefe adicción pura, valga la redundancia. Tucídides me alegró unas vacaciones; ya solo por eso.
"La casa de las bellas durmientes" de Yasunari Kawabata

"La edad del desconsuelo" de Jane Smiley

"Sangre vagabunda" de James Ellroy

"Al este del Eden" de John Steinbeck

"M. El hijo del siglo" de Antonio Scurati

"El imperio del dolor" de Patrick Radden Keefe

"Historia de la guerra del Peloponeso" de Tucídides

"Vivir abajo" de Gustavo Faberón

"Smonk" de Tom Franklin

“Blanco” de Bret Easton Ellis


Es probable –no lo pongo en duda— que Bret Easton Ellis haya transgredido lo habido y por haber con su primera novela, Menos que cero, —escrita y publicada a una edad tan insultantemente temprana que de no ser por American Psyco, uno podría pensar que fue simple casualidad (tipo la novela perfecta en el momento perfecto y ya nunca más)— pero una de dos, o bien su deriva ideológica se ha extremado y ahora ejerce de Señor Mayor desde una autoconsciente posición de Hombre Blanco Privilegiado, o bien la “deriva” siempre estuvo ahí, como el dinosaurio, y ocurría que lo tomaba yo por sátira cuando ni tanto. A día de hoy de inclino por ambas. Pero bien, uno puede ser buen escritor y ser un gilipollas (diría incluso que hay cierto grado de inevitabilidad en ello), y si no que se lo digan a Vargas Llosa y tantos otros. No es ese el problema.

El problema es que dedicar tanto esfuerzo solo para defender primero la llegada a la presidencia y más tarde la política de Donald Trump me parece un despropósito por parte de Bret o de quien sea, sobre todo cuando, como en este caso, se hace desde un posicionamiento falsamente imparcial. El discurso de apelar a la libertad de expresión para legitimarlo TODO (insultos, racismos o lo que se tercie) o esa vieja costumbre de victimizarse acusando a los demás de lo mismo es tan absurda como la contradictoria práctica de decir en todos cuantos foros públicos hay que uno ya no puede decir lo que quiere y que mucho mejor y más libres antes, cuando los gloriosos ochenta o no sé qué mierda.

«Ahora [BEE] presenciaba un nuevo tipo de progresismo, uno que censuraba deliberadamente a la gente y castigaba a las voces en contra, obstruía opiniones y bloqueaba puntos de vista. Este falso progresismo estaba convirtiéndose en la alarmante norma en los medios de comunicación, en Hollywood, y, durante un tiempo, en 2017, en ningún otro lugar con mayor evidencia que en los campus universitarios, aunque esto pareció marcar el límite para todos. La ironía se amplificó cuando los estudiantes y, aparentemente, la propia administración de la institución rechazaron a conferenciantes conservadores en Berkeley, otrora considerada el bastión de la libertad de expresión en América, y ya no hubo forma de transformar esa historia en un relato aspiracional para la izquierda, para la Resistencia ni para nadie».

Respecto a esta cuestión, resulta especialmente llamativa (cuando no directamente preocupante) la facilidad a la hora de pasar por alto la práctica que acompaña la teoría de la que tanto alardean los trumpistas, abanderados ahora de las libertades civiles, y, por extensión, del bueno de Bret, algo que Jason Stantey sí se toma la molestia de explicar y dejar reflejado en su libro “Facha”:

«Jeff Sessions, fiscal general de Estados Unidos, difícilmente será un defensor de la libertad de expresión. Y, sin embargo, el mismo mes en que su Departamento de Justicia pretendía llevar a juicio a una ciudadana estadounidense por reírse, Sessions dio un discurso en la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown en el que criticaba a los campus universitarios por incumplir su compromiso con la libertad de expresión. Según él, la universidad no fomentaba la participación de las voces de la derecha. Y por ello exigía «una renovación del compromiso nacional con la libertad de expresión y la Primera Enmienda» (esa misma semana, monopolizaba todas las pantallas el llamamiento de Trump a los propietarios de los equipos de la Liga Nacional de Fútbol Americano para que echaran de sus equipos a los jugadores que se arrodillaban durante el himno nacional como protesta contra el racismo, precisamente una clara manifestación de los derechos que defiende la Primera Enmienda)». Jason Stanley, “Facha”, Blackie Books.

De alguna forma y por alguna razón que no acabo de entender, Bret dedica demasiado tiempo y demasiado esfuerzo (demasiadas páginas, en definitiva) a hablar de cine y cosas que no le importan a nadie total para acabar dejando meridianamente claro que él no ha votado a Donald Trump (cosa que dudo) pero que tampoco lamenta su victoria, tal como sí hacen todos esos snobs californianos de la supuesta izquierda que lloran amargamente lágrimas de desconsuelo por el incierto futuro de caer en manos de un demente. Ni que decir que a Bret el tipo le cae hasta simpático y que nada de demente o ya verás la economía, como si todo fuera nada más que eso, obviando todo aquello que también es fascismo, como por ejemplo, dar a entender que microagresión es un saco en el que cabe de todo y deja ya de quejarte, hostia, que pareces nuevo:

«Si sientes que estás sufriendo «microagresiones» cuando alguien te pregunta de dónde eres o «¿Puedes ayudarme con las mates?», o te responde «Jesús» cuando estornudas, o cuando un borracho te toquetea en una fiesta de Navidad, o cuando un imbécil se restriega contra ti a propósito mientras esperas al aparcacoches, o cuando alguien sencillamente te insulta, o cuando el candidato al que votaste no sale elegido, o cuando alguien te identifica correctamente por tu género y tú lo consideras una monumental falta de respeto y te irrita y necesitas encontrar un lugar seguro, entonces tienes que buscar ayuda profesional».

Se ve que, para algunos, libertad es no tener que chupar la polla que te meten a la fuerza en la boca.