Una niña desaparece (porque siempre desaparece una niña) y el resultado es una madre castigando con siete años de silencio a su otro hijo, el mayor, que se vuelve loco de atar frente a tamaña falta de afecto, porque siempre se odia más lo más se quiere: «Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás».
Esta es la premisa.
Pasan los años; siete o así, durante los cuales papá se busca una en leotardos, mamá resucita pero la nena no. El nene, por su parte, es todo ataques de pánico e ira (a mi hermana no la nombres) ergo también candidato perfecto para el arte y la exclusión social. Y entonces la madre, promesa mediante, se lleva al crío a veranear a la tierra del queso donde ya sabemos todos que va a reconciliar porque la mitad del problema era falta de atención y tal. Es más: no se ha enfriado el motor y ya esto: «En aquel momento sentí —de forma dolorosa y fulminante— que gracias a ese blanco no la odiaba ya tanto. Que el vestido que llevaba esa mañana la había salvado, tal y como en el pasado los trapos blancos salvaban de la muerte a los desertores afortunados. Cuando salí del baño, húmedo y asustado, había perdido la guerra. Mi odio hacia mi madre, aunque no había desaparecido del todo, se había secado y lo cubría una costra, como la costra que cubre en tres días todas las heridas de las personas y en un solo día las de los perros».
Y entonces EL TEMA:
«Mi madre me llevó al campo de girasoles para anunciarme que se estaba muriendo. «Tengo cáncer, Aleksy, un cáncer maligno y rabioso», me dijo, y el día empezó a coagularse en ese mismo segundo.Su sonrisa de tallos rotos.El verde escurrido de sus ojos.Su blanco de nimbo herido».
El resto de la novela son tallos rotos, historias no contadas, reconciliación y cuidados. Doscientas páginas de lento descenso a los infiernos del dolor y la pena porque a la literatura se viene a sufrir, todo lo demás son novelitas con librero al fondo. Ella y él mirándose a los ojos, queriéndose, reconciliándose también con el mundo, aprendiendo lecciones de vida y dejándolo todo perdido de recuerdos, que al final es de lo que se trata porque todo lo que no sea eso es olvido y los marcapáginas no se venden solos:
«Habría sido bonito que fuera[n] verdad. Haber tenido y haber sentido siquiera la mitad de lo que devanaba mi madre aquel sábado de aquel verano, pero los recuerdos, como todas las cosas buenas, son caros. Y nosotros —ella con mi padre, y yo— fuimos siempre unos tacaños y preferimos siempre invertir en nosotros mismos antes que en recuerdos».
Pero, lo dicho: nunca es tarde si el cáncer es terminal. La novela es todo recuerdos improvisados, turbantes enmarcados y terapeutas carísimos y en algún momento también un sueño que no viene a cuento de nada. Gusta porque tiene que gustar: porque hay padres cabrones, madres moribundas, abuelas invidentes, errores imperdonables, niñas desaparecidas, hijos ausentes, mucho arrepentimiento, cáncer, amputaciones, genuflexiones y salchichas caducadas para regalar.
Como para no gustar.
Como para no vender.
"Como para no morirse en un día como este", dice un personaje en un cuento cruel y negro, muy negro, negrísimo, de una de las Ocampo.
ResponderEliminarY no sé, es que me tengo prohibido libros y películas de títulos largos que por sí mismos ya aspiran a contar una historia, o eso cree el de los títulos. Puedo equivocarme, soy consciente, pero total, me queda tanto por leer.
A otra cosa mariposa