lunes, 22 de agosto de 2022

"El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes" de Tatiana Tibuleac

Una niña desaparece (porque siempre desaparece una niña) y el resultado es una madre castigando con siete años de silencio a su otro hijo, el mayor, que se vuelve loco de atar frente a tamaña falta de afecto, porque siempre se odia más lo más se quiere: «Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás».

Esta es la premisa.

Pasan los años; siete o así, durante los cuales papá se busca una en leotardos, mamá resucita pero la nena no. El nene, por su parte, es todo ataques de pánico e ira (a mi hermana no la nombres) ergo también candidato perfecto para el arte y la exclusión social. Y entonces la madre, promesa mediante, se lleva al crío a veranear a la tierra del queso donde ya sabemos todos que va a reconciliar porque la mitad del problema era falta de atención y tal. Es más: no se ha enfriado el motor y ya esto: «En aquel momento sentí —de forma dolorosa y fulminante— que gracias a ese blanco no la odiaba ya tanto. Que el vestido que llevaba esa mañana la había salvado, tal y como en el pasado los trapos blancos salvaban de la muerte a los desertores afortunados. Cuando salí del baño, húmedo y asustado, había perdido la guerra. Mi odio hacia mi madre, aunque no había desaparecido del todo, se había secado y lo cubría una costra, como la costra que cubre en tres días todas las heridas de las personas y en un solo día las de los perros».

Y entonces EL TEMA:

«Mi madre me llevó al campo de girasoles para anunciarme que se estaba muriendo. «Tengo cáncer, Aleksy, un cáncer maligno y rabioso», me dijo, y el día empezó a coagularse en ese mismo segundo.
Su sonrisa de tallos rotos.
El verde escurrido de sus ojos.
Su blanco de nimbo herido».

El resto de la novela son tallos rotos, historias no contadas, reconciliación y cuidados. Doscientas páginas de lento descenso a los infiernos del dolor y la pena porque a la literatura se viene a sufrir, todo lo demás son novelitas con librero al fondo. Ella y él mirándose a los ojos, queriéndose, reconciliándose también con el mundo, aprendiendo lecciones de vida y dejándolo todo perdido de recuerdos, que al final es de lo que se trata porque todo lo que no sea eso es olvido y los marcapáginas no se venden solos:

«Habría sido bonito que fuera[n] verdad. Haber tenido y haber sentido siquiera la mitad de lo que devanaba mi madre aquel sábado de aquel verano, pero los recuerdos, como todas las cosas buenas, son caros. Y nosotros —ella con mi padre, y yo— fuimos siempre unos tacaños y preferimos siempre invertir en nosotros mismos antes que en recuerdos».

Pero, lo dicho: nunca es tarde si el cáncer es terminal. La novela es todo recuerdos improvisados, turbantes enmarcados y terapeutas carísimos y en algún momento también un sueño que no viene a cuento de nada. Gusta porque tiene que gustar: porque hay padres cabrones, madres moribundas, abuelas invidentes, errores imperdonables, niñas desaparecidas, hijos ausentes, mucho arrepentimiento, cáncer, amputaciones, genuflexiones y salchichas caducadas para regalar.

Como para no gustar.

Como para no vender.

1 comentario:

  1. "Como para no morirse en un día como este", dice un personaje en un cuento cruel y negro, muy negro, negrísimo, de una de las Ocampo.
    Y no sé, es que me tengo prohibido libros y películas de títulos largos que por sí mismos ya aspiran a contar una historia, o eso cree el de los títulos. Puedo equivocarme, soy consciente, pero total, me queda tanto por leer.
    A otra cosa mariposa

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