jueves, 28 de diciembre de 2017

“El último encuentro” de Sándor Márai (Trad. Judit Xantus)

Leo mucho (bueno, o sea, mucho) por ahí que El último encuentro es una novela sobre la decadencia. La del imperio austro-húngaro, la de uno mismo, la de esto, lo otro y lo de más allá. No sé, lo que se le ocurre al de turno. Mentira. Una cosa es que esté ambientada en determinado momento (que será todo lo decadente que quieras o más) y otra cosa muy diferente que ese y no otro sea el tema de fondo. Esto va de lo que va y aquí el problema es que no va absolutamente de nada y nos tenemos que ir agarrando a clavos ardiendo, llámense decadencia, llámense como quiera que se llame.

Lo cierto es toda la obra se construye sobre una gran mentira: la de un autor prometiendo algo que nunca llega a cumplir, empezando por una buena novela y terminando por un secreto inconfesable que los personajes se quieren llevar a la tumba.

Les adelanto el argumento, les destripo la trama y hasta es posible que les desvele el final. Avisados quedan.

Esto va de un general ya retirado en su castillo que un día recibe la largamente esperada noticia de que un viejo amigo, al que no ve desde hace décadas, se pasará esa noche a hacerle una visita, momento que nuestro buen soldado aprovechará para saldar una cuenta pendiente (que bueno es este señor para guardar rencores). Pasa que ese amigo no parece tan amigo ahora como lo fue entonces por motivos que, claro, Márai nos irá desvelando poco a poco, demorando en lo posible todos los detalles no vaya a ser que dejemos el libro a medio terminar. 

La primera parte de la novela es el general recordado a mamá, papá y la chacha y su recién descubierta amistad con Konrad, el invitado, una amistad fuerte, prácticamente indestructible pese a la más que notable diferencia de clase entre ambos (de uno que lo tiene todo, léase el general, y otro que no ha tenido nunca nada, léase Konrad).

Pues bien, una vez sentadas las bases de esa amistad la segunda parte de la novela es el invitado recién llegado, sentado en una butaca aguantando como buenamente puede el monólogo (cero diálogo, ya se lo adelanto) insufrible y repetitivo de un general amargado que se ha pasado media vida esperando el momento de una venganza que no acaba de materializar no se sabe bien por qué.

«¿Qué venganza puede haber entre dos viejos a quienes ya sólo les espera la muerte?… Han muerto todos, ¿qué sentido tiene entonces la venganza?… Esto es lo que pregunta tu mirada. Y yo te respondo y te respondo así: sí, la venganza, contra todo y contra todos. Esto es lo que me ha mantenido con vida, en la paz y en la guerra, durante los últimos cuarenta y un años, y por eso no me he matado, y por eso no me han matado, y por eso no he matado a nadie, gracias a la vida. Y ahora la venganza ha llegado, como yo quería. La venganza se resume en esto: en que hayas venido a mi casa; a través de un mundo que está en guerra, a través de unos mares llenos de minas has venido hasta aquí, al escenario del crimen, para que me respondas, para que los dos conozcamos la verdad. Esta es la venganza. Y ahora me vas a responder».

De cual se deduce que Konrad ha debido ser un poquito cabrón. Se ve que en algún momento cometió una villanía contra su amigo motivo por el cual hubo de salir por piernas Destino El Trópico, un destino en aquel momento tan poco apetecible que inevitablemente nos lleva a pensar que la acusación no carece de fundamento.

Pues tal cual. Parece que Konrad sí fue un poquito cabrón, sí hizo bien en marcharse y qué bien que ha vuelto para responder a dos preguntas que mantienen la intriga durante toda, absolutamente toda, la novela. Preguntas que, ya se lo adelanto, jamás serán respondidas porque el general decide en algún momento durante su irritante monólogo que ya no quiere conocer la respuesta ni de la una ni de la otra. Que nos den. Que o bien se lo imagina o bien le trae sin cuidado. No llega nunca a quedar claro el motivo de tal decisión y no queda claro porque en realidad y pese a las doscientas páginas de intimidades, no sabemos gran cosa del general, ni de las razones de Konrad para volver, ni de la bella esposa y amante y ya fallecida Kriztina, tres personajes a los que se dota de la profundidad de un plato de sopa, tres personajes que, atormentados por una infidelidad mal llevada, viven vidas tristes propias de las novelitas de Sándor Márai.

Oh, ¿he dicho infidelidad? Vaya, se me ha escapado. Lo siento. Ahora ya lo saben todo, maldita sea. 

Pero no se apuren; no pasa nada. Ni por decirlo aquí, ni en la novela, ni en la plaza del pueblo, porque al final todo lo que uno saca de este último encuentro es un bella y elegante prosa y poco más, si acaso un inmenso vacío argumental y una cháchara de viejo, ahora sí, decadente.


miércoles, 27 de diciembre de 2017

LO MEJOR (y peor) de 2017 [incluye resumen de lecturas]

A veces, cuando tengo un día bueno, pienso que no hay peor novela que aquella no se termina. Pero lo cierto es que mucho peor que una novela que no se termina es una novela que no suscita el menor interés, situación en la que se encuentran el 99,98% de las que se publican actualmente, nacionales y extranjeras. Sé que esto no quiere decir nada; que probablemente siempre ha sido así; que se publica demasiado: demasiado malo y demasiado mal; que los libros ya no respiran; que una novedad sólo lo es veinte días y que con semejante plazo no hay obra que prospere, etcétera, pero en el fondo no puedo evitar pensar que una suerte de justicia divina se ocupa de poner cada cosa en su sitio dándole a los libros la importancia que, en el fondo, merecen, toda vez que las buenas novelas, las grandes novelas, son hoy, también, como ayer, algo verdaderamente excepcional.

Esto se traduce en, a estas alturas de la película, los que quieran estar al día, esto es, los que quieran leer novedades —ya sea por placer, ya por estupidez, ya porque tienen un ego, perdón, un blog que alimentar—, han de conformarse con novelas que jamás superarán la categoría de mero entretenimiento y con listados que no pasarán de ser simples vehículos publicitarios; en ocasiones un último y desesperado intento de visibilizar aquello que, por lo general, no merecería, en circunstancias normales, otra cosa que tierra o un panteón bien chiquito debajo de una piedra enorme.

Esto viene a cuento de algo, claro. 

Verán, mi primera intención, cuando escribía este post, fue la de hacer una relación de las mejores y peores novelas publicadas y leídas en este 2017. De hecho la hice. Pero la borré. Porque el resultado fueron dos buenas novelas, muchos abandonos y cuatro o cinco obras fácilmente olvidables de puro prescindibles. No tenía sentido. La lista, quiero decir. Y no tenía sentido porque, novedades al margen, ha sido un año, si no magnífico, sí al menos lo bastante bueno como para hablar de él en otros términos que los puramente mercantilistas (un año, aprovecho para disculparme, en el que esta medicina se ha mantenido en un discreto a la par que elegante segundo plano por razones varias, entre ellas la falta de tiempo). 

No les entretengo más. Aquí les dejo la relación de los 20 mejores libros (sobre un total de 75) que he tenido EL PLACER de leer en lo que va de año. Lo he separado en dos bloques de diez para los amantes de la poesía o las listas cortas. Lo encabeza Suttree, una de las mayores y más agradables sorpresas de los últimos años, uno de esos libros que ha pasado a formar parte de mi personal e inexistente canon.

Suttree de Cormac McCarthy (Mondadori, 2004)
El villorrio de William Faulkner (Debolsillo, 2016)
Luz de agosto de William Faulkner (Debolsillo, 2010)
El largo adiós de Raymond Chandler (RBA, 2009)
Los miserables de Victor Hugo (Alianza, 2016)
La ópera flotante de John Barth (Sexto Piso, 2017)
El final del camino de John Barth (Sexto Piso, 2017)
El camino del tabaco de Erskine Caldwell (Navona, 2011)
Pastoral americana de Philip Roth (Debolsillo, 1998)
Bajo cielos inmensos de A.B.Guthrie Jr. (Valdemar, 2014)

Meridiano de sangre de Cormac McCarthy (Debolsillo, 2005)
El ángel que nos mira de Thomas Wolfe (Valemar, 2009)
Ada o el ardor de Vladimir Nabokov (Anagrama, 1999)
El libro más peligroso de Kevin Birmingham (Pop Ed., 2016)
La hermana pequeña de Raymond Chandler (RBA, 2009)
El sueño eterno de Raymond Chandler (RBA, 2009)
Adiós, muñeca de Raymond Chandler (RBA, 2009)
Manifiesto Redneck de Jim Goad (Dirty Works, 2017)
Centauros del desierto de Alan Le May (Valdemar, 2013)
Hombre & Que viene Valdez de Elmore Leonard (Valdemar, 2015)


Y para terminar, y como simple curiosidad, al final del post les dejaré la relación completa de los libros leídos a lo largo y ancho del año, un año que ha destacado por una ausencia casi total de literatura española (tendencia que, sospecho, se repetirá en 2018), a excepción de los correctos (unos más que otros) Celso Castro y Emilio Bueso (debilidades personales de quien esto escribe) y unos decepcionantes Sergi Puertas, Sabina Urraca y Díez Carpintero, a su vez, se ve, debilidades profesionales de editores varios. 

Por el camino muchos libros caídos cuando no directamente tirados al suelo, pisoteados y rabuñados. A saber: Kanada, de Juan Gómez Bárcena; Resort, de Juan Carlos Márquez; Los cinco y yo de Antonio Orejudo; Prólogo para una guerra, de Iván Repila, Años felices, de Gonzalo Torné; Clavícula, de Marta Sanz; Arden las redes, de Juan Soto Ivars y Cornneland, de Laura Fernández.

Y ya. El año que viene más y seguramente mejor.

Que ustedes lo pasen bien.





LECTURAS 2017

El nadador en el mar secreto de William Kotzwinkle (Navona, 2014)
Tardía fama de Arthur Schnitzler (Acantilado, 2016)
Carpe Diem de Saul Bellow (Seix Barral, 1968)
El gran Gatsby de Scott Fitzgerald (Sexto Piso, 1922)
Meridiano de sangre de Cormac McCarthy (Debolsillo, 2005)
El ángel que nos mira de Thomas Wolfe (Valemar, 2009)
Pastoral americana de Philip Roth (Debolsillo, 1998)
La muerte en Venecia de Thomas Mann (Navona, 2016)
Proust de Edmund White (Mondadori, 2001)
Días entre estaciones de Steve Erickson (Pálido Fuego, 2016)
El Maestro de Go de Yasunari Kawabata (Emecé, 2004)
Veinticuatro horas en la vida de una mujer de Stefan Zweig (Acantilado, 2001)
Momentos estelares de la humanidad de Stefan Zweig (Acantilado, 2002)
Los vivos y los muertos de Joy Williams (Alpha Decay, 2014)
La felicidad de los pececillos de Simon Leys (Acantilado, 2016)
Los náufragos del Batavia de Simon Leys (Acantilado, 2012)
El mar, el mar de Iris Murdoch (Debolsillo, 2009)
Luz de agosto de William Faulkner (Debolsillo, 2010)
Suttree de Cormac McCarthy (Mondadori, 2004)
Gaspar Ruiz de Joseph Conrad (Yacaré, 2017)
La oscuridad exterior de Cormac McCarthy (Debolsillo, 2006)
El hielo en el fin del mundo de Mark Richard (Dirty Works, 2016)
En la frontera de Cormac McCarthy (Debolsillo, 2009)
Ada o el ardor de Vladimir Nabokov (Anagrama, 1999)
Golowin de Jacob Wassermann (Navona, 2015)
Estabulario de Sergi Puertas (Impedimenta, 2017)
El mosquito de Nueva York de Daniel Díez Carpintero (Sloper, 2016)
Schalken, el pintor de Joseph Sheridan Le Fanu (Yacaré, 2017)
Meaulnes el Grande, de Alain-Fournier (Alianza, 2012)
No, no soy en absoluto un excéntrico de Glenn Gould (Acantilado, 2017)
El camino del tabaco de Erskine Caldwell (Navona, 2011)
La parcela de Dios de Erskine Caldwell (Navona, 2008)
Las aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain (Bambú, 2010)
El villorrio de William Faulkner (Debolsillo, 2016)
La familia Carter de Frank Young (Impedimenta, 2017)
Padre e hijo de Larry Brown (Dirty Works, 2017)
El libro más peligroso de Kevin Birmingham (Pop Ediciones, 2016)
El cuento de la criada de Margaret Atwood (Salamandra, 2017)
Huracán en Jamaica de Richard Hughes (Alba, 2017)
sylvia de celso castro (Destino, 2017)
Voces que susurran de John Connolly (Tusquets, 2011)
Cuervos de John Connolly (Tusquets, 2012)
No hay bestia tan feroz de Edward Bunker (Sajalin, 2009)
La hermana pequeña de Raymond Chandler (RBA, 2009)
El sueño eterno de Raymond Chandler (RBA, 2009)
Adiós, muñeca de Raymond Chandler (RBA, 2009)
La ventana alta de Raymond Chandler (RBA, 2009)
La dama del lago de Raymond Chandler (RBA, 2009)
El largo adiós de Raymond Chandler (RBA, 2009)
Playback de Raymond Chandler (RBA, 2009)
Zebulon de Rudolph Wurlitzer (Tropo, 2017)
Cuna de gato de Kurt Vonnegut (La bestia equilatera, 2015)
Un hombre sin patria de Kurt Vonnegut (Bronce, 2006)
Bajo cielos inmensos de A.B.Guthrie Jr. (Valdemar, 2014)
Indian Country de Dorothy M. Johnson (Valdemar, 2013)
Manifiesto Redneck de Jim Goad (Dirty Works, 2017)
Los cautivos y otros relatos de Elmore Leonard (Valdemar, 2017)
Centauros del desierto de Alan Le May (Valdemar, 2013)
Hombre & Que viene Valdez de Elmore Leonard (Valdemar, 2015)
Transcrepuscular de Emilio Bueso (Gigamesh, 2017)
El archivo de atrocidades de Charles Stross (Insólita, 2017)
Los miserables de Victor Hugo (Alianza, 2016)
Las niñas prodigio de Sabina Urraca (Fulgencio Pimentel, 2017)
Kes de Barry Hines (Impedimenta, 2017)
El regalo de los reyes magos / El poli y el himno de O. Henry (Yacaré, 2017)
Mil millones de años hasta el fin del mundo de Boris y Arkady Strugatsky (Sexto Piso, 2017)
La pequeña Roque de Guy de Maupassant (Yacaré, 2017)
Grimscribe: Vida y obras de Thomas Ligotti (Valdemar, 2015)
Colegiala de Osamu Dazai (Impedimenta, 2013)
La ópera flotante de John Barth (Sexto Piso, 2017)
Historia de dos ciudades de Charles Dickens (Alba, 2012)
Usos y abusos de la historia de Margaret MacMillan (Ariel, 2010)
El final del camino de John Barth (Sexto Piso, 2017)
Carter de Ted Lewis (Sajalin, 2017)
El último encuentro de Sandor Marai (Salamandra, 2004)


martes, 26 de diciembre de 2017

“Carter” de Ted Lewis (Trad. Damià Alou)

Una novela es buena cuando yo lo digo. Podemos buscar alguna forma de disculpar este, digamos, atrevimiento pero la realidad es una novela solo vale el esfuerzo de enfrentarla cuando lo hago público. Esto se traduce en que las novelas que he leído pueden ser buenas o pueden ser malas y poco más. Matizaría si no hiciese tanto frío pero básicamente es así. Por otro lado, todas las novelas que no he leído les pasa lo que al gato de Schrödinger: son ambas cosas a un tiempo. Es lo que las salva. Excepto las novelas que apestan, que son malas por definición. Podría poner ejemplos, pero de verdad que no acabo de entrar en calor.

Dicho lo cual, concluyo: Carter es una buena novela.

Podría dejarlo aquí. Perfectamente, ustedes lo saben. Uno busca una recomendación, entra en este blog, lee la frase anterior y ya tiene en qué invertir los veinte euros que se iba a gastar en el último de Javier Marías sin necesidad de hacer el ridículo. Y aún le sobra para tabaco. Hecho lo cual, yo les aseguro, porque soy infalible, que si ustedes tiran de butacón para leer este libro ya sólo querrán acostarme conmigo de puro agradecimiento. 

Me apetece cero, pero les cuento el argumento:

Un profesional del mamporro vuelve al hogar a enterrar a su hermano que murió en un accidente que sufrió por culpa de una cogorza que se agarró cuando una linda putilla le dijo que no quería casarse con él. O eso dice la engreída. Carter, que así se llama nuestro héroe, no se cree ni media y decide investigar el asunto. Se pueden imaginar: se encuentra mafiosos a cascoporro y estrechos lazos de negocios que le enfrentan también a sus jefes, que menos bonito le dicen de todo. Con la gente que lo quiere matar antes de llegar a la página doscientos se puede llenar un estadio. Lo sé: prometedor. Claro, qué puede salir mal si tenemos mafiosos, policías corruptos, prostitución, pornografía, asesinos a sueldo, resquemores varios y una mujer con bragas verdes: 

«Hubo un prolongado silencio en el que no ocurrió nada, excepto que abrí los ojos y me encontré con los suyos delante. No me miraba como si yo le gustara, pero tampoco tenía por qué gustarle. Las mujeres que llevan bragas verdes son así. Extendí un brazo y abrí la bata».

Carter es un poco Marlowe pero sin el romanticismo inimitable de éste. De ahí que esta novela sea buena pero no TAN buena. Quiero decir que puestos a comparar lleva todas las de perder pero si ya te has ventilado las de Chandler, por ejemplo, pues no te va a pasar nada por leer esta también. Mal no te va a hacer. Ahora bien, desgraciado, ay de ti que vayas por ahí sin la experiencia vital de haber leído TODO el puto MARLOWE. 

No jodamos con las prioridades o la tenemos.

Resumiendo: que bien. Originalidad cero, es verdad, y más con lo que ha llovido desde entonces, pero hay una realidad que se impone a las demás: ya no hay novelas como las de antes, escritores como los de antes (escritores como Chandler, escritores como Lewis), ni personajes como los de antes (personajes como Marlowe, personajes como Carter) y si las hay no las necesitamos, gracias, cierren la puerta al salir. 


miércoles, 13 de diciembre de 2017

Algunas consideraciones sobre “La ópera flotante”, “El final del camino”, Barth, Sexto Piso, ustedes y un servidor

Escribo estás líneas, estas pocas líneas, no ya desde el olvido sino prácticamente desde el más allá. Cada nuevo post me siento tentado a prometer o fantasear con retornos que la mayoría de las veces intuyo improbables cuando no directamente imposibles. Pero hay días, como hoy, que siento la llamada y hasta la urgencia de recuperar estos lodos para hacer eco de un grito que fuera de estas fronteras corre el riesgo de caer en casi nada. Porque el que tuvo retuvo y aunque las estadísticas ya no son lo fueron (y cada vez menos, pero ya no importa) sigue habiendo quien cae por aquí para llevarse alguna recomendación toda vez que nos hemos dejado de advertencias. Quisiera que hoy fuera de uno de esos días.

Compruebo tras releer esta introducción que me he vuelto un poco imbécil. Me van a perdonar.

Pero el caso. 

Pero el caso es que tenía hablar de este libro. Y tenía que hacerlo no tanto para criticarlo, cosa que nunca he sabido hacer, o simplemente reseñarlo, (siendo, la reseña, como parece que es, hermana menor de la crítica) sino directamente recomendarlo apelando a dos cosas: una, mi buen gusto y dos, su sentido común.

Aquí hemos reseñado muchas novelas de Sexto Piso y lo hemos hecho siempre por esa debilidad que sentíamos y todavía sentimos por ellos, motivo por el cual se nos ha criticado mucho porque, efectivamente, recibíamos muchos ejemplares de esos llamados de cortesía que en justa correspondencia recibían su reseña, reseña que quisiera saber siempre sentida y siempre justa aunque lo cierto es que —tal vez porque los quería tanto y aunque ustedes no se diesen cuenta porque soy un profesional— fui siempre muy duro, especialmente duro, con ellos y más de una vez injusto, terriblemente injusto. He criticado novelas que no me gustaban haciendo hincapié en aquello que más daño podía hacerles mientras que otras veces, muchas otras veces, muchas más “otras veces” de las que puedan imaginar, suavicé elogios precisamente para evitar ser acusado de amiguismo (que ya ven ustedes ahora qué importancia podía tener aquello) cuando no directamente he guardado un silencio total sobre libros que prácticamente merecían pedestales. 

Pues bien, hoy vuelvo a este santo blog a evitar la enésima injusticia de dejar pasar una recomendación, ya sea por pereza ya por discreción ya por lo que sea. Es decir: hoy vengo a decirles que este último libro de Sexto Piso que he leído, libro que contiene dos de las primeras novelas de John Barth, es una PUTA MARAVILLA y que se lo tienen ustedes que leer sí o sí, porque de lo contrario corremos el riesgo de vernos las caras en el cielo de los gilipollas, que es a donde van todos aquellos que un día dijeron que no se iban a leer alguna recomendación publicada en esta mi casa que es también la suya.

Barth —y con esto me arriesgo a perder la supuesta objetividad que se le supone a una reseña y de la que jamás he presumido, básicamente porque sé que tal cosa (objetividad) no existe— ha sido siempre una debilidad de quien esto escribe. Y cuando digo siempre me refiero desde aquel día, hace muchos años ya, en los buenos tiempos, en los mejores tiempos, en que una oveja, negra para más señas, me recomendó El plantador de tabaco, novela que vendía como el prodigio que efectivamente demostró ser. Aquella novela me daría muchas alegrías (y algunos de los post más visitados del blog) pero sobre todo me situaría del lado de una narrativa (y posteriormente de una editorial) que, una y otra vez, me ha hecho inmensamente feliz. Hablo de Barth, hablo de Gaddis, hablo de Sexto Piso… bueno, realmente hablo de mí pero seguro que saben a qué me refiero.

“El plantador de tabaco”, ya se lo digo ahora (ya se lo digo ahora, otra vez, quiero decir) marca un antes y un después. Lo hizo con aquella vieja oveja, lo hizo conmigo y sin dura lo haría con todos aquellos que siguen sin hacerme ni puto caso si tuvieran dos dedos de frente.

Joder, qué forma de divagar.

Pues bien, no era fácil, pocos lo han conseguido (Gaddis, básicamente, Y YA), pero ha vuelto a ocurrir: aquello que sentí con El plantador, aquello que sentí con Jota Erre, he vuelto a sentirlo durante la lectura de, primero, La ópera flotante e, inmediatamente después, El final del camino. Qué dos novelas. QUÉ DOS NOVELAS. Qué pedazo de regalo es esto y un sillón de orejas y la familia de viaje. Qué bueno, qué divertido y qué de citas para decorar Facebook.

Por si no se han dado cuenta, no tengo la menor intención de hacer ningún resumen; resumen que pueden ustedes encontrar en todas partes, empezando por la web de la propia editorial; resumen que, tal como ocurre siempre con las buenas, mejores novelas, carece de importancia. Tampoco habrá valoraciones de ninguna clase, ni breves ni hostias. Por no hablar creo que hoy ni mentaré al traductor, por muy bueno que haya sido su trabajo (que lo ha sido, maldita sea). Tampoco incluiré ninguna de las mencionadas citas, y ya me jode, porque anoté unas cuantas y ahora veo que he pasado el trabajo para nada. Pero bien, gajes del oficio. Es más: olvídense de este discurso. Sólo quédense con un nombre: BARTH. Con un (unos) títulos: La ópera flotante, El final del camino. Sólo quédense con su cara. 

Y ahora váyanse a la librería o váyanse al carajo.