jueves, 28 de julio de 2011

"Los ingrávidos" de Valeria Luiselli


¿De qué es tu libro, mamá?, me pregunta el mediano.
Es una novela de fantasmas.
¿Da miedo?
No, pero da un poco de tristeza.
¿Por qué? ¿Por qué están muertos?
No, no están muertos.
Entonces no son fantasmas.
No, no son fantasmas.
Llevo una temporada leyendo cosas de lo más extrañas: primero fue una historia sin historia de “Nuestro trágico universo”, luego una novela sin trama, “Alma” y ahora una de fantasmas sin fantasmas. El caso es joder.


Personalmente el Facebook no me acaba de convencer y el twitter menos todavía, a ver si el Google+…. Si uso el primero es simplemente para estar al corriente de las novedades de los unos y para saber de qué pie cojean los otros; el segundo lo miro una vez al mes; con el tercero estoy probando. No acostumbro a ir dejando mis sentimientos, ni mis fotografías, ni mi “estado de este momento” porque no creo que a nadie más que a mi le interese lo que pienso cada puto minuto, pero con esta novela hice una excepción: que yo recuerde es la primera vez que digo públicamente que un libro me está gustando antes de terminarlo, arriesgándome a algún giro imprevisto de la trama o el ritmo que afecte al resultado general y me tenga que tragar mis palabras, que es poco más o menos lo que ha ocurrido en esta ocasión. 

Miren, a mi me pillan ustedes en un día tontorrón y me emociono más que la Pantoja viendo cantar a Paquirrín. Este fue el caso y probablemente por eso, embargado de la emoción, me dejé llevar y publiqué ese comentario tan entusiasta. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que la novela, ahora, unos días después, me parezca una mierda. Nada más lejos. La novela me gustó, quizá porque es una novela que apela más a los sentimientos que a la inteligencia y ante eso no hay raciocinio que valga; es como no querer llorar viendo E.T. pero no poder evitarlo. (De la novela) me gustaron especialmente las conversaciones con los niños, quizá porque soy padre; también me gustó ver como la protagonista miente sobre detalles de su vida privada y cómo afecta esto a quienes la rodean porque no hace nada que me acabe un par de libros de la saga Zuckerman de Philip Roth que trataban precisamente ese mismo asunto. Esto fue lo que más: ver crecer una novela (la que escribe la autora, la que tenemos en nuestras manos) y darse cuenta de lo sencillo que es empañar de ficción la realidad hasta volverla irreconocible con unas simples pinceladas; asistir al desconcierto de los demás y ver cómo crece esa duda sembrada acerca de si tuvo lugar o no tuvo lugar aquello que esta desconocida que duerme conmigo escribe cada noche en su portátil. Un poco, ya saben, lo que acabo de mencionar del síndrome Zuckerman que tan ejemplarmente trató Philip Roth y que pueden leer en el recopilatorio “Zuckerman Encadenado” de Seix Barral (aprovecho así para recomendarlo y evitarme tener que escribir la reseña). 

Cuando un libro se entrelaza tanto con la vida privada y los gustos particulares de uno no hay forma humana ni divina de evitar que se desvelen las simpatías que hasta hacía unos minutos dormían plácidamente en la habitación de al lado, no porque yo haya escrito un libro sobre mi vida y haya padecido las consecuencias, sino porque desde este mismo blog incluí en el pasado algunas ficciones que hubieran podido pasar por verdad y así lo creyeron algunos. Esto no es una disculpa, solo quiero que entiendan, antes de gastarse el dinero por mi culpa, que cuando yo interrumpo su sueño para contarles que estoy leyendo una novela que me gusta mucho muchomucho estoy simplemente leyendo una novela que me gusta mucho muchomucho y no leyendo una novela que buenísima buenísimabuenísima. 

Pero lo que tiene cara también tiene cruz. La que viene a continuación es la parte de la reseña que menos gracia le va a hacer a Valeria Luiselli:

Me sobran los fantasmas, por ejemplo. Al final, con la tontería, ya ven: me cargo lo más importante. También me sobra la el excesivo protagonismo que se le da a la historia del poeta en la segunda parte. Más de lo mismo. Me quedo, de quedarme, con los motivos de uno y la intención con lo otro. Como “Los muertos” de Carrión: una buena idea mal envasada. Sospecho que Valeria Luiselli ha querido meter demasiado contenido en demasiado poco continente: 140 páginas no son suficientes para hablar de la falsa muerte de los vivos; de la falsa vida de los muertos y de la ficción acabando con la realidad, superándola. Plagarlo de pequeñas historias, personajes, distribuirlo todo en dos líneas temporales (tres, sin contamos la del poeta sobre el que escribe la protagonista) y salpicarlo intermitentemente de líneas de diálogo no es moco de pavo; como tampoco lo es sacarlo adelante con éxito. Creo que Valeria no acaba de conseguirlo aunque ha estado bastante cerca. El ritmo de la segunda mitad se resiente demasiado respecto del [ritmo] de la primera, que puede presumir de excelente. 

Al final la novela deja un buen recuerdo, un regusto agradable, la sensación de no haber perdido del todo el tiempo, las ganas de seguir la trayectoria de esta mujer pero también la pena de haber estado tan cerca (es un decir) de haberla encontrado, ya saben, a la joven promesa que cada editorial asegura ocultar. Otra vez será. O no. Veremos.



martes, 26 de julio de 2011

“El apocalipsis de los trabajadores” de Valter Hugo Mae




Siempre me dicen lo mismo: no hables de los libros que no te gustan, no te busques enemigos... pero no puedo evitarlo. Los malos libros también tienen derechos, especialmente cuando no están mal escritos. Me van a perdonar un comentario negativo que prometo breve en compensación. 


Este buen señor, tan aparentemente joven y simpático, ganó el premio José Saramago en 2007 por “o remorso de baltazar serapiao”. Se trata de una historia de amor y celos (también “de familia e de viagem”, sea ese el género que sea)  cuyo mayor atributo parece radicar en el lenguaje utilizado; un lenguaje que trata de ficcionar un portugués antiguo con la intención de crear la ilusión de estar en una edad media tardía; un tiempo que fomentaba la brutalidad, especialmente la cometida contra las mujeres, para variar. El libro, según indica la reseña, trata de llamar la atención sobre la masacre (histórica) de la que fue objeto la mujer por culpa de la mentalidad machista dominante.



Un par de años después, Valer Hugo, escribió la novela objeto de esta entrada. Una novela de clases bajas, amores imposibles y desgracias varias que elimina sin rubor las mayúsculas en favor –según he leído- de una lectura más ágil -en fin- y que integra los diálogos en la narración, hecho éste que, independientemente de lo mucho que me guste va camino de convertirse en regla sintáctica de obligado cumplimiento en Portugal. El parecido más que razonable con el estilo de Saramago está, por lo tanto, garantizado. Y ese es mi problema: de Saramago me encantan sus historias pero me agota el exceso de su prosa, motivo por el que tengo la mitad de sus novelas sin terminar. Valte Hugo Mae logra evitar ese hartazgo –y además he acabado su novela- pero en cambio peca de algo imperdonable: una historia aburrida. Mortalmente aburrida. No está bien que a uno le acompañe durante toda la lectura la misma sensación de querer estar haciendo cualquier otra cosa, que fue exactamente lo que me ocurrió durante 200 páginas con este buen señor. 

* * * * * * * * * * * 

Personalmente hubiese preferido que antes que "El apocalipsis de los trabajadores" se hubiese traducido y publicado “o remorso de baltazar serapiao” aunque supongo que las dificultades en la traducción han sido determinantes para la editorial. Es una pena. Hoy esa misma editorial (Alpha Decay) presume del éxito en la traducción -por extremadamente laboriosa- de "Setenta Acrílico treinta lana" de la jovencísima (23 añitos) promesa (o eso dicen) Viola Di Grado. Es una pena que ese mismo esfuerzo no se hubiera dedicado a Valter Hugo Mae, pero claro, será que al contrario de lo que ha ocurrido con Viola nadie ha dicho de él que es el nuevo Amelie Nothomb y eso, quieras que no, acojona un poco por muy bueno que parezca el libro, que no lo sé, insisto.  Las conclusiones que he extraído de las distintas opiniones que he ido recogiendo en la red a través de blogs literarios portugueses indican que la ganadora del premio es una novela de una fuerza inusual que si flojea en algo es en la historia que cuenta. Esa fue exactamente la misma sensación que tuve tras la lectura de "El apocalipsis..." y esa es la razón por la que me costaría tanto volver a intentarlo si le diesen otra oportunidad a Mae, que no lo creo.

jueves, 21 de julio de 2011

"En la carretera (El rollo mecanografiado original)" de Jack Kerouac



A continuación algunas [pero no las únicas] razones por las que me gusta esta novela.


PRIMERA RAZÓN

LO BEAT -que J. F. Ferré define en su blog como “un grupo desarrapado e insatisfecho de fanáticos del jazz y sectarios perseguidores de nuevas experiencias [...]. Una banda de agitadores anárquicos, aburridos del modo de vida americano, pero carentes de un proyecto sólido de transformación social”- está lejos de la pasividad y la preocupación exclusivamente estética de su equivalente moderno: las tribus urbanas; mientras unos derivan en movimientos socioculturales -léase hippie- los otros simplemente parecen servir de medio para cubrir la necesidad de pertenecer a algún grupo de estética afín. Pero esto ya está muy dicho y no explica porque lo Beat me gusta, a mí, a título personal. Pues bien, me gusta, básicamente, porque lo beat fue un movimiento de pocos pero lo suficientemente intenso para arrastrar a media humanidad (si se hubiese dejado). Algo como esto se echa de menos aunque yo sea muy vago y ese carro me guste más verlo pasar que subirme a él. Ahora se nos habla de Generación Nocilla, de Generación Mutante y -hace algunos años- de la Next Generation (por más que esto fuera un reclamo publicitario de cierta editorial) y otras vainas cuando es más de lo mismo: del mismo modo que la evolución de los movimientos culturales de los años cincuenta obtienen su réplica estética en el presente (leer “Qué fue lo hipster?” editado por Alpha Decay este mismo año para apreciar la magnitud del despropósito) así la revolución que supuso lo beat a nivel artístico hoy no es, a mi entender, poco más que un simple lavado de cara, un pobre disfraz: donde unos se visten con vaqueros desgarrados otros escriben novelas desestructuradas pero ninguna alcanza, ni por asomo, a emular la fuerza de aquellos cuatro locos. Personajes como Kerouac, Neal Cassady (musa entre las musas), William Burroughs, o Allen Ginsberg (entre otros muchos) ya no se ven; no quedan. Ya son pocos los que se arriesgan a ir contracorriente (aunque la idea que se tuviese entonces de los beats fuera la de vagos y maleantes) y de esos muchos menos los que dedican horas, días, semanas a no hacer otra cosa que escribir, que diseñar, con mayor o menor fortuna, un artefacto capaz de provocar un verdadero seísmo dentro del mundillo de las letras y no esas falsas ondulaciones de diciembre recordando lo mejor del año (triste consuelo para la sucesión ininterrumpida de basura que acumulamos).

La mitad de las veces me deja estupefacto el adocenamiento general de las nuevas generaciones que consideran una apuesta arriesgada escribir un libro con forma de revista o una colección de relatos a la que poder llamar novela. Ahora lo que se lleva es interrumpir la lectura, la escritura (¡el proceso creativo!) para dejar balizas de posición en Facebook o twitter, contándonos cuantas veces se han limpiado los mocos, qué buena la última canción de algún grupo marginal o que asistirán a tertulias literarias, presentación de libros, blogs, webs o foros: lo que sea con tal de no escribir. Los lectores, frente a esto, nos acomodamos (me incluyo) hasta rozar la imbecilidad y luego ponemos cara de sorpresa cuando nos damos de bruces con el resultado - tenemos lo que nos merecemos, por gilipollas-: que novelas malas (en mayúsculas) como la de Albert Espinosa se consagren, feria tras feria, como los más vendido y por ende lo más leído: lo que queremos para nosotros y nuestros hijos y nuestros perros y nuestras estanterías, que no pueden defenderse y tragan (las hacemos tragar) con toda esta morralla. Claro, ¿por qué íbamos a arriesgarnos a desgastar la materia gris de nuestras lindas cabecitas pudiendo conservarla cual sardina en salmuera con novelas vulgares como puedan ser la eterna repetición del esquema de intriga medieval (que si no muere de una vez –el género- vamos a tener que matarlo)? ¿Por qué arriesgar si así se está muy bien? ¿Quién quiere revelarse pudiendo colaborar en alguna revista literaria o abrir un blog de crítica colaboracionista? Pues por eso me gusta lo beat: porque es lo opuesto a la indiferencia, porque es (fue) la lucha (la de verdad, no las festivas recreaciones de hoy) por hacer –con alegría, desenfreno, convencimiento de hacer lo correcto- las cosas más grandes y mejores y sobre todo diferentes. Es tener los santos cojones de decir basta ya a tus libros y los de tus amigos y demostrar que estás a otro rollo y que ya verás tú cuando te den la razón, aunque estés cadáver, coño. Pues por eso, lo beat. 



SEGUNDA RAZÓN

EL RITMO frenético de la trama. Corrijo: no es tanto el ritmo frenético lo que me seduce –ya que esto bien pudiera encontrarlo en alguna novela de John Grisman- como la hipnótica traslación de este movimiento perpetuo al que se somete Kerouac en su viaje al papel. Leer “On the road” y más concretamente el rollo mecanografiado original equivale a viajar con el escritor por esas carreteras y esos desiertos y esos paradisíacos infiernos mexicanos en los que Burrowghs escribía “Yonki” y hacerlo en condiciones muy similares a las suyas, ciego de drogas y alcohol, aunque sea figuradamante. Es el secreto (probablemente) de la mil veces mencionada prosa espontánea o "kickwriting" (habría que verlo esto, si es del todo verdad) que hizo posible que esta novela fuese escrita en un tiempo record. 




TERCERA RAZÓN

LA LEYENDA, oh, la leyenda. La leyenda es eso que trasciende el propio libro. Es eso que le hace uno preocuparse por entender las razones que pueden llevar a escribir algo como “En la carretera”; es la necesidad de conocer más y mejor a los protagonistas. La leyenda en torno a la carretera es la razón de que quiera leer (releer en según qué casos) algunos libros (“Personajes secundarios: memoria beat” de Joyce Johnson, “Kerouac en la carretera. Sobre el rollo mecanografiado original y la generación beat” de Howard Cunnell, Penny Vlagopoulos, George Mouratidis, Joshua Kupetz; “El almuerzo desnudo” y/o “Yonki” de William S. Burroughs; “Aullido” de Gingsberg, etc), ver algunas películas (“Howl” de Rob Epstein y Jeffrey Friedman, un biopic sobre Allen Gingsberg con James Franco de protagonista; el documental “William S. Burroughs: A Man Within” (ambas estrenadas el año pasado) o la propia "On the road" que debería ver la luz este mismo año) o leer algunos comics (como el reciente “The beats” de HarveyPekar). Es necesitar entenderlo y disfrutar aun sin conseguirlo. Es, al menos para mí, entusiasmarme al reconocer el entusiasmo de los demás como exactamente lo mismo. Es saberse testigo tardío de un sueño hecho realidad. Lo beat me pone, que quieren que les diga, lo comparta o no. 

CONCLUYO 

Mi intención era hablar, ininterrumpidamente y durante un par de semanas, de todas y cada una de las obras incluidas entre los paréntesis del párrafo anterior pero yo soy mucho de buenas intenciones y pobres resultados. Esto se traduce en lo que ven. Una entrada suelta, abandonada, sin más compañía que ella misma, al menos de momento. Prometo en el futuro hacer lo posible por dotarla -al comentar la bibliografía afín- de mayor sentido tratando de explicarme cómo y porqué y ver si de alguna manera eso me otorga el don de la clarividencia y descubro entre la miríada de novedades del presenta año algo mínimamente parecido, un asomo de genio. Me da a mí que va a ser que no.



* * * * * * * * * *
Y ahora dos regalitos. El primero es el poster de la película que se estranará el año que viene y el segundo, más abajo, la versión enriquecida para iPad de la novela que acaba de lanzar la editorial Penguin Group y que pueden conseguir en la App Store por 10 eurillos de nada.






lunes, 18 de julio de 2011

"El gran cuaderno" de Agota Kristof


En ocasiones yo también me quedo sin palabras, no se crean. Es muy fácil hablar de las novelas que a uno no le gustan, ponerlas a parir, soltar algún chiste por el camino y esperar por otros lectores, espíritus afines, que quieran también defenestrar al pobrecito escritor que tanto y tanto esfuerzo ha puesto en idear, escribir, corregir y publicar. Al mismo tiempo -al menos a mí- me resulta realmente complicado hablar bien de los libros que sí me han gustado sin caer en el elogio desmedido si no es recurriendo al viejo truco de hablar de cualquier otra cosa antes de caer en el topicazo de “novela magistral” o “incuestionable referente” o el largo etcétera de frases hechas de tantos y tantos blogs, revistas y suplementos culturales. 

Sirva este libro de ejemplo: cuando escribí su reseña -no ésta, otra- hace meses ya (tantos como seis), empezaba hablando de cómo la había descubierto: fue gracias a otro blogger -y puede que también escritor- a raíz de un comentario anónimo en alguna gracieta que dijo en su muro del Facebook al que estoy suscrito no sé muy bien porqué. Pues bien, puesto que citaba un nombre -y me exponía con ello a recibir una figurada y monumental paliza caso de no gustarle- se la pasé, en un inusual arrebato de cortesía profesional, para su aprobación sólo para ser invitado cortésmente a dedicarme a otra cosa que no fuera tocarle los cojones: que para no salir bien en la foto prefería no salir. Yo, en mi línea, no le hice ni puto caso y seguí escribiendo. Pero puestos a ser cabrones y no contento con eso metí a otro blogger también escritor (la octava plaga de Egipto fueron los escritores) por el medio –a este ya directamente sin permiso- para poder incluir una parte de su reseña a modo de “yo no hubiera podido decirlo mejor”, cuando en el fondo sabía que no era cierto: yo lo puedo hacer (reseñar) todo lo bien que me de la gana, otra cosa es que me apetezca. ES broma; lo cierto es que al final lo dejé correr. Primero cambié los nombres y pasaron a ser Sr. X y el otro no recuerdo cuál pero una estupidez por el estilo, eso seguro; luego los borré y como no se me ocurría nada inteligente/divertido/subliminalmente-ofensivo opté por dejarlo descansar y revisarlo periódicamente. Hoy la releo y aunque no me disgusta tampoco me entusiasma. Al mismo tiempo es una reseña demasiado payasa incluso para mí, no como esta, mucho más profesional. 

* * * * * * * * * * * * 
Eso de arriba ha sido una disculpa, efectivamente. Me anticipo a ustedes para que entiendan porqué en esta reseña no hay chistes, insultos, ni contención alguna en el elogio: simple y llanamente porque esta es una de las novelas que más me ha impresionado de todas las leídas este año y que para que se hagan una idea les diré que actualmente rozan la centena. 

“El gran cuaderno” de Agota Kristof es la primera parte de una trilogía. Se publicó por primera vez en 1986. La autora contaba entonces con 51 años, la edad perfecta para empezar a publicar. Todo lo que escriban ustedes antes de los 50 ya les anticipo que, salvo honrosas excepciones, no les servirá de mucho si lo que pretenden es hacerse respetar. Se publicó por primera vez en nuestro país de la mano de Seix Barral en la edición tan fea que ven anexa a este párrafo. Actualmente se puede encontrar sin hacer grandes esfuerzos en una edición de bolsillo (Ed. Quinteto) que recoge la trilogía completa bajo el apropiado título de “Claus y Lucas”. Claus y Lucas son los nombres de los dos niños protagonistas (aunque creo recordar que esto no se sabe hasta la segunda de las tres novelas) que un día son abandonados por su madre en casa de su abuela, una vieja de armas tomar, analfabeta y extremadamente cruel. La historia va de la relación entre los niños y su abuela. Decir más sería decir demasiado pero para que se hagan una idea les diré que el parecido más que razonable con el cuento de Hansel y Gretel es casual: la historia recogida por los hermanos Grimm es una tierna historia de amor y besos comparada con esta. La novela, escrita en primera persona del plural, economiza el lenguaje al máximo a pesar de la cual (o precisamente por eso) alcanza un virtuosismo tal que no se me ocurre otra calificación que la de “obra maestra”. Lo voy a repetir por si no lo han entendido: Obra Maestra. Por muchas razones. Les voy a dejar una de ellas. El párrafo siguiente tiene lugar durante una de las lecciones diarias de los niños (unos prodigios que ya verán, ya) en el que establecen las normas de redacción de sus ejercicios de lengua; unas normas sobre las que se rige también la escritora en la narración de esta novela: 
Para decidir si algo está «bien» o «mal» tenemos una regla muy sencilla: la redacción debe ser verdadera. Debemos escribir lo que es, lo que vemos, lo que oímos, lo que hacemos. 
Por ejemplo, está prohibido escribir: «la abuela se parece a una bruja». Pero sí está permitido escribir: «la gente llama a la abuela "la Bruja"». 
Está prohibido escribir: «el pueblo es bonito», porque el pueblo puede ser bonito para nosotros y feo para otras personas. 
Del mismo modo, si escribimos: «el ordenanza es bueno», no es verdad, porque el ordenanza puede ser capaz de cometer maldades que nosotros ignoramos. Escribimos, sencillamente: «el ordenanza nos ha dado unas mantas». 
Escribiremos: «comemos muchas nueces», y no: «nos gustan las nueces», porque la palabra «gustar» no es una palabra segura, carece de precisión y de objetividad. «Nos gustan las nueces» y «nos gusta nuestra madre» no puede querer decir lo mismo. La primera fórmula designa un gusto agradable en la boca, y la segunda, un sentimiento. 
Las palabras que definen los sentimientos son muy vagas; es mejor evitar usarlas y atenerse a la descripción de los objetos, de los seres humanos y de uno mismo, es decir, a la descripción fiel de los hechos. 
Es por eso que no puedo decir “me gusta mucho esta novela” sino “esta novela es una puta maravilla”. Para terminar les diré que no he acabado de leer el resto de la trilogía porque un par de voces dignas de la mayor confianza me desaconsejaron hacerlo encarecidamente. Aseguraban que el estilo de las otras dos era radicalmente diferente a este y que lo único que iba a conseguir era disgustarme. A mi estas cosas no hace falta decírmelas dos veces pero les confieso que en más de una ocasión, incluido este mismo instante, he sentido el impulso irrefrenable de leerla y más de una vez, incluida esta, me lo he tenido que tragar. Y en estas estamos.

viernes, 15 de julio de 2011

[Modo Vacaciones ON]

El asunto es el siguiente: estoy de vacaciones. Desde hoy, sí; desde este mismo instante. Asisten ustedes, pues, al minuto cero de los primeros quince días que dedico este año al ocio y al esparcimiento. Y aunque internet lo hay en todas partes yo no estoy por la labor de pasarme la quincena restante sentado frente a la pantalla de un ordenador. 

Pero porque soy de natural bondadoso y entiendo que no todo el mundo está en mi situación y quien tiene la costumbre de blogear no la pierde así como así he dejado escritas algunas entradas, tantas como cinco, que aunque por las prisas no han quedado todo lo bien que quisiera tampoco voy pasarme el fin de semana corrigiendo y por eso las voy a publicar tal cual están. Avisados quedan, luego no me pongan a parir por los errores ortográficos. La falta de rigor y la ausencia de aparato teórico son marca de la casa, no causa de la urgencia. Por si quieren descartar visitarme les cuento a qué libros harán referencia aunque no he decidido el orden todavía. Se aceptan sugerencias: 

"Los ingrávidos" de Valeria Luiselli 

"El gran cuaderno" de Agota Kristof 

"En la carretera (El rollo mecanografiado original)" de Jack Kerouac 

"Viaje de invierno" de Amélie Nothomb 

El apocalipsis de los trabajadores” de Valter Hugo Mae 


Y poco más. Disculparme de antemano porque probablemente no contestaré los comentarios que vayan surgiendo con la premura ni la dedicación que acostumbro. Pero ustedes no se callen ni dejen de clavarse puñaladas que yo les observaré en silencio cada día antes de echarme la siesta. 

Y ahora, sé que lo entenderán, debo preparar la mochila. Con el cepillo de dientes y el bañador incluiré también los cuentos comentados de Chejov, en la edición de Sergi Bellver; el último de Palahniuk, "Pigmeo"; "El fin de semana" de Schlink; "Oficio editor" de Muchnik; "Sed de champan" de Montero Glez y "Autobiografía" de Bertrand Russell (creo que se me ha vuelto a ir la mano) pero estoy dispuesto a cambiarlos todos por unas tapas y una copa de vino. 

Que tengan ustedes un feliz mes de julio.

martes, 12 de julio de 2011

"Nocilla Dream" de Agustín Fernández Mallo

Reconozco que mi lectura de “Nocilla Dream” estuvo condicionada por algo que un pajarito muy bien informado me contó hace tiempo: que esta novela había sufrido un volumen de revisiones editoriales tal que el texto original de Fernández Mallo había quedado irreconocible. Quizá exagero, de acuerdo, pero les juro que no miento: me dijo el pajarito que había sido más o menos así: que la editorial había metido mucha mano porque había mucha mano que meter, que es más o menos lo mismo que decir que Mallo de ideas bien pero de lírica regular. Ya sé que esto no quiero decir nada; Gordon Lish pulió hasta el aburrimiento a Carver y esto sólo dio buenos frutos, pero es que los frutos de Nocilla Dream no sé si es que son tardíos o que el que ha llegado tarde soy yo y por eso veo las ramas peladas. Será que vivimos en el invierno de nuestro descontento y no nos conformamos con nada. Será. 

El caso es que ya está: leído y visto para sentencia. Una vez concluida la lectura les confieso que todo el tema de la reescritura y edición y mutilación tiene bastante poca y ninguna importancia. Interés cero más allá de la anécdota porque al final, independientemente de quien lo haya reescrito, editado o mutilado, el resultado ha sido tan decepcionante (y es que tenían que haber visto ustedes las expectativas que me había creado la blogosfera en general) que no me cuesta nada entender que todos aquellos que un día fueron tachados de “nocilleros” hoy quieran ser “mutantes”. Ser diferentes, sí, desvinculados de según qué obra siempre que la obra sea algo como esto. 

Entiendo -no soy tan bestia como aparento- que haya quien vea en esta cosa un referente de la postpoesía o la postpoesía misma. Algo postpoético, vaya. Será que yo no tengo corazón y la poesía pues como que no, pero el caso es que ni adulterada, como ésta, me acaba de interesar. Será también que me falta aparato teórico. Lo que yo veo en esta estructura poética -o ese algo que han dado por llamar “novela de nueva generación", abanderada por aquellos en su día poetas de quince años travestidos hoy de narradores de novelas de 150 páginas- es algo que perfectamente podría haber sido publicado en un blog de arte y en ensayo por algún pirado que no tuviese las ideas muy claras de qué hacer exactamente con su tiempo libre. Que esto funcione, se venda y haga del escritor un mito generacional es un ejemplo perfecto de lo que no me acaba de gustar en este panorama tan falsamente literario. 

Ya ven que no aporto grandes novedades al Listado de Argumentos de Peso ContraNocilleros que se está llevando a cabo en algún lugar de la red (*) pero si durante la lectura de este libro no he tenido la sensación de estar frente a la magna obra generacional que se me vende en los periódicos de mi barrio (me pillan sin el escáner a mano y no puedo demostrarles esto) no veo porque voy a tener que perder un valioso tiempo que bien podría invertir en la relectura de algo que valiese más la pena llenando líneas y más líneas de argumentos que contradigan lo que no veo por ninguna parte. Novela monumental, sí; monumentalmente insufrible. 

Me van a permitir un símil culinario: si este libro fuese una comida podría haberse servido en El Bulli con el nombre de “Troceado de cuento inacabado bañado con citas científicas sobre una base caramelizada de petulancia con ajetes tiernos”. (Los ajetes son porque, además, repite (**)). 




(*) No tengo la certeza de que esto sea exactamente así pero la experiencia me ha demostrado que en la red siempre se están llevando a cabo las grandes ideas que otros tuvieron antes y que a mí se me ocurren dos semanas después cual si de un genio tardío me tratase. 
(**) Porque ya sé que no todos mis chistes son igual de elaborados que éste y eso les habrá malacostumbrado les diré que el hecho de que repita (como el ajo, de ahí lo de los ajetes) tiene que ver con que haya una segunda y tercera parte, que ya les informo ahora que no me pienso leer ni bajo amenaza. 


jueves, 7 de julio de 2011

"Alma" de Javier Moreno

El argumento siempre me ha interesado más bien poco en las novelas” escribe Javier Moreno en la página 30. Se nota. Dicen que decía Wittgenstein que hay una gran diferencia entre los efectos que produce un escrito que puede leerse fácil y fluidamente y uno que puede escribirse pero no puede descifrarse  fácilmente: “En él se guardan bajo llave ideas, como en un cofre", concluía. Partiendo de esta máxima les diré que esta novela es asombrosamente fácil de leer. Por si no ha quedado claro: esto no ha sido un cumplido. 



Ya no se escriben libros como los de antes. Al menos no de la misma manera, ni probablemente con el mismo esfuerzo. Este, por ejemplo. "Alma" empieza así: 
"Recuerdo haberme masturbado una vez pensado en mí mismo y no haber obtenido placer alguno. Mis uñas no tienen aristas y brillan como si estuvieran pintadas de laca. Me gusta la cocina china, la cocina hindú, la cocina italiana, la cocina japonesa y la cocina mexicana". 
Y eligiendo otro libro cualquiera, un poco al azar y otro poco no, pero que también esté narrado en primera persona, digamos, por decir, “El Extranjero” de Camus, nos encontramos el siguiente comienzo: 
“Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.» Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.” 
No sé cómo lo ven ustedes pero yo lo veo clarísimo. Cristalino. La diferencia entre uno y otro es la diferencia entre el prestigio de uno y el futuro que le espera al otro que es poco más o menos la diferencia que hay entre construir un personaje a base de “lo que tengo”, “lo que me gusta” o “lo que hago a cada minuto” durante tropecientas páginas o hacerlo con un simple esbozo en apenas cuatro líneas. No, definitivamente ya no se escriben libros como los de antes. Bueno, vale, estoy exagerando: todavía quedan buenos libros, sí, y buenos escritores, alguno incluso joven. Pero no es tan descabellado lo que estoy diciendo. Piénsenlo, tiene su lógica: hoy en día es difícil que una persona se dedique exclusivamente a escribir, por lo tanto los infelices que lo intentan han de hacerlo superando los cienes y cienes de inconvenientes que surgen en el camino; me refiero al trabajo pero también al sexo, Facebook, Twitter, Myspace, los videojuegos, las series de televisión, el cine, los programas del corazón, las revistas de corazón, el aeromodelismo, la cocina y otras pajass tipo congresos, cursos, cursillos, blogs, páginas webs o reuniones de antiguos alumnos. También hay mas cafeterías que antes y bares y pubs y restaurantes y centros comerciales y hacer la compra lleva mucho más tiempo que hace cincuenta años. Ser escritor y tener insomnio es una bendición de dios, visto lo visto, pero puede que ni eso valga la pena si no se está a lo que hay que estar. 

Esto que acabo de contar es lo que provoca que la mitad de los escritores sufran déficit de atención y deban recurrir a narraciones desestructuradas o tramas inexistentes cuando no directamente al microrrelato o la poesía. Esto no por malo es poco conocido. Javier Moreno lo sabe y en cierto modo lo justifica: 
Creo que ya lo he dicho pero hay cosas que no me cansaré de repetir: me fatigan los argumentos. Los acontecimientos de la vida apenas duran unos pocos segundos; a lo sumo, algunos minutos. Una línea o una página deberían ser suficientes para describirlos. El resto –la trama- no son sino extrapolaciones. La vida es una suma de acontecimientos carente de trama. Como mucho, podría hablarse de pequeñas convergencias que procuran la ilusión de sentido. (Pag.31) 
Ojo, no dice “los argumentos son fatigosos” sino “me fatigan los argumentos”. Está bien localizar el problema y admitirlo o nunca podremos curarlo. Como terapia invertida Javier Moreno nos regala 140 páginas de extrapolaciones. Por el camino siembra un línea argumental: una novela que le hubiese gustado escribir; la historia de amor de una mujer llamada María que escanea cosas y las archiva en una carpeta del Windows llamada “Alma” y se las envía a su amigo Eduardo que es más raro que un perro verde. Esto (las extrapolaciones con telenovela de amor incrustada) sin respirar durante mucho, mucho tiempo. Y cuando estamos bien hasta los cojoncillos, allá por la página 57, nos cuela la primera foto, supongo que para descansar la vista. 

Me estoy pasando, lo sé; la novela no merece tantos golpes como le estoy dando pero es que hay cosas que claman al cielo, por ejemplo la apasionante retrato íntimo de María: de modelo estelar a imagen difuminada, como aquella película de Woody Allen (¿Desmontando a Harry?) en que Robin Williams tenía que vivir desenfocado. Sus usos y costumbres (los de María) son un ejemplo a seguir: “La manera en que María se seca después de hacer pis es tomando tres pliegues de papel higiénico, doblándolos por la línea de puntos y plegando el conjunto de nuevo por la mitad.” Yo hago casi lo mismo cuando meo de pie, pero sin respetar la línea de puntos porque con una sola mano no puedo plegar el papel y si utilizo las dos temo salpicarme los pantalones, pero si no se lo he contado antes fue nunca imaginé que algo así pudiera interesarles. 

Esta novela no es tan mala como la hago aparentar, en serio. Tiene su “aquel” aunque sólo sea como experimento. El problema es que esto no es un colegio ni yo un profesor por mucho que la mitad de los escritores de este país sean estudiantes (no es el caso de Javier, ojo). Esta novela debería durar la mitad de lo que dura e incluirse en un recopilatorio de relatos de la nuevas y prometedoras voces de menos de cuarenta años que Granta saque por navidad para animar el whislist de la Fnac. Pero convertirlo en novela me parece un exceso, honestamente. Esto es literal, lo juro: en la página setenta supe que ya tenía suficiente. Aún así, insisto, le reconozco el mérito que tiene tratar de hacer algo diferente por mucho que el resultado no me haya convencido. Además, admitámoslo, este estilo difícilmente podrá ser repetido, ni por el propio Javier, sin arriesgarse a caer en el hartazgo, el aburrimiento, en el “esto ya lo he visto antes” o en el “a Javier se le han acabado las ideas”. 


LA CRÍTICA DICE… 

Una última cosa. He leído unas cuantas reseñas de esta novela, casi todas de blogs y me ha sorprendido enormemente descubrir que no hay ni una sola que no caiga rendida a sus pies. Desde Agustín Fernandez Mallo diciendo en El Cultural que “Alma es un buen ejemplo [de la depurada intuición que tiene el autor a la hora de establecer un equilibrio entre las fuentes arcaicas, pasadas por las helénicas y enchufadas directamente en contenidos científicos contemporáneos]; de cada 3 frases podría hacerse una poemario entero o una novela entera, concatenación de intuiciones audaces, exigentemente poéticas, inteligentes, en absoluto pretenciosas ni forzadas” pasando por una del ABC que afirma que “en este tiempo de obras de supuesta valentía que, simplemente, aportan gotas de modernidad a lo mismo de siempre alivia el hallazgo de una obra auténticamente kamikaze.” Por el camino, ya lo dije, blogs y más blogs a reventar de citas y aplausos. Todos en la misma línea: el reconocimiento a la valentía de crear un novela con una trama tan minúscula (algunos hablan incluso de la consecución de un proyecto frustrado de Flaubert) que se sostiene por sí misma a golpe de frases minúsculas. A mí esto no me parece meritorio en absoluto, sinceramente. Sí me lo parece, en cambio, ser capaz de dedicar tanto tiempo y esfuerzo a escribir algo completamente intrascendente que será olvidado antes de que acabe el año por mucho que se empeñe todo el mundo en hacer de ella una obra maestra.



martes, 5 de julio de 2011

Un par de miserables pero justificados abandonos

El mes de Julio empezó con dos miserables abandonos. Últimamente todos mis meses empiezan igual. El primero de ellos fue 

"LAS TRES BALAS DE BORIS BARDIN" de Milo J. Krmpotic 

Esto que viene ahora es una putada porque Milo, sin conocerlo personalmente, es un tipo que me cae bastante bien. Es algo instintivo, no busquen justificación o lo estropearán. Bien, ya lo he dicho; ahora, procedamos: la novela de Milo tiene uno de los peores comienzos que le he leído últimamente (siendo "últimamente" un período de tiempo demasiado extenso y siendo "comienzos" lo que va de la página uno a la veintidós) a excepción de las primeras líneas de "Alma". No me refiero, ojo, a una primera frase tipo "Lo que les voy a contar a continuación cambiará su vida para siempre" o similar (el habitual sistema de enganche) sino a un conjunto de frases enooooorme. Mi problema durante/con la novela, lo que leí de ella al menos (ya les diré luego exactamente cuánto fue) era más bien de tipo -permítanme el adjetivo- "inaprensible"; es decir, que por alguna extraña razón - que puede que sí tenga explicación- la información facilitada por Milo no estaba siendo capturada debidamente por las ventosas de mis ondas cerebrales. Algo así. Que no me estaba enterando, vaya; pero tal como he dicho, puede haber una explicación para esto. 

Creo recordar que lo empecé a leer el viernes pasado. Estoy casi seguro que de sí. Hacía calor y la enana chapoteaba en la piscina. La novela, parecía ideal para este tipo ambiente pero no se dejó querer. Entre eso y las continuas interrupciones opté por dejarlo para otro momento más feliz. Al día siguiente volví a intentarlo: misma situación, idéntico resultado. No hubo manera. Me cansé, me rendí, me enfadé. Lo que más me molestaba de todo era que no lograba enterarme de qué iba exactamente (miren si tenía fe en Milo que llegué a echarle la culpa a mi hija y su manía de entrar y salir del agua continuamente): ¿cuál era el argumento y porqué se resistía tanto a hacerse evidente? Sé lo que están pensando pero no, la contraportada no sirve para nada. Allí sólo nos cuentan cosas sobre el apellido del escritor, nos dicen que nos fiemos, que el muchacho es más español que el rey y recomienda a las librerías que no lo ubiquen en la sección de literatura rusa. Mejor le iría, creo yo, pero allá cada cual. También nos dice que por culpa de la crisis podemos acabar igual o peor que Argentina. En fin. Pero lo mejor es que para contar el argumento nos remite al primer párrafo de la novela. Cito textualmente: 

“La cosa va de esto: Llegué al lugar de madrugada, en auto, del modo en que uno debería siempre enfrentarse por primera vez a una ciudad argentina. Y puede que también a las del resto del mundo, pero sigo sin estar en condiciones de asegurarlo. Nunca salí de este país, lo que me dispensó el privilegio de verlo hundirse una y otra vez en la mierda. Y de hundirme a su lado, que las grandes fidelidades están para eso, para hacerte la ilusión de que hay alguien en condiciones de salvarte y acabar ahogándote de todos modos, sí, pero en compañía. Es la gran virtud de Argentina, que jamás te deja solo. Las miserias son compartidas o no son.” 

¿La cosa va de qué, exactamente? ¿De las memorias de un argentino en caída libre? ¿De la Argentina en caída libre? ¿De cómo hacer turismo en Argentina? ¿De cuáles son las mejores horas para viajar? ¿De las miserias y su condición? ¿Puede alguien por favor hacerme el favor de decirme de qué (coño) va la novelita de marras? Porque yo, se lo juro, ni en la página 50 -cuando lo cerré definitivamente- lo tuve claro. Eso fue anoche. Dejé apartado el libro de Philip Roth que tenía entre manos y ya más tranquilo me puse a ello. Pero nada, imposible. Ni con música. Por el amor de dios, ¿pero de qué trata?!!! 

(Hoy) me rindo. Opto por tirar de google. El primer resultado es una reseña de El Cultural escrita por Santos Sanz Villanueva. Aquí un extracto: 

“El autor, Milo J. Krmpotic […] es algo así como el Ferran Adrià de la novela criminal: la deconstruye, conserva sus ingredientes básicos y elabora, en lugar de la espuma de tortilla de patata, una espuma de thriller. De ahí que se evite la exposición orgánica de un acto criminal que avanza con claridad en esta historia tramada con los hilos del suspense. 
Crímenes y delitos y violencia y policías e intriga que se aclara muy al final como resolución del misterio o suspense se encuentran en Las tres balas de Boris Bardin, pero la exposición de ninguna manera sigue las pautas previsibles. Krmpotic es un esmerado artesano del sugerir, insinuar, decir con medias palabras, o, mejor, de no decir lo que ocurre como lo haría una crónica periodística de sucesos; un forofo de no proporcionar nunca a la primera los datos evidentes; en fin, un apóstol del camuflaje anecdótico. Krmpotic pertenece a la última hornada de prosistas que tratan de insuflar nuevos aires a nuestra narrativa mediante un acusado vanguardismo formal.” 

¡Una novela desestructurada!! ¡Acabáramos! Voy a aprovechar este instante de felicidad para cagarme en las novelas desestructuradas. Ya está; mucho mejor, gracias. Sigamos. Villanueva me absuelve con el final de su reseña: 

“El enfoque elusivo paga, sin embargo, el alto precio de una dificultad de lectura muy grande por culpa de un virtuosismo algo gratuito y de unas ganas excesivas de complicarle la vida al lector.” 

Miren, a mi no me importa leer novelas desestructuradas, se lo juro. Es verdad que puestos a elegir prefiero las que ya vienen montadas pero si tengo que leerlas las leo y tan amigos. Cualquier día de estos encontraré una que me guste, ya verán. Pero hoy no, todavía no y desde luego NO de policías. Y menos aún con “Rayuela” todavía sin leer -quizá el mayor y más imperdonable de todo mis pecados-. Y desde luego NO si el virtuosismo es gratuito (que Milo escribe bien es innegable desde la segunda página, pero eso es algo que ya suponía) y TAMPOCO si recurso de complicarle la vida al lector oculta un secreto indescifrable. 



* * * * * * * * * * * * *



La historia del abandono de UMBRIA, en comparación con la de Milo, es una memez pero también más breve, lo cual supongo agradecerán. El asunto fue más o menos así: 

Un día, en Facebook, me encontré entre las fotos de un conocido una serie de recomendaciones a cual mejor. Entre ellas estaba este libro, el único del que no había oído hablar. Yo, que soy muy bien pensado, me tiré de cabeza a la piscina sin mirar si había gente. Cuando recibí el libro la semana pasada fue cuando me di cuenta de que me había equivocado. La novela de Antonio Calzado va de esto: 

“Un antiguo cuadro holandés desaparece de la abadía de Umbría. Cuatro siglos antes, el autor del lienzo, Dirk Van Nister, recibe una cuantiosa herencia que le permite viajar por todo el orbe, hasta que conoce a un misterioso personaje que le encarga un retrato. 
Durante la investigación del robo, el detective Dantas descubre detalles de la vida de Van Nister que parecen guardar extraña relación con horrendos asesinatos que se han perpetrado en la ciudad. En el curso de sus pesquisas, Dantas contacta con un librero llamado Montenegro, tras cuya figura podría agazaparse la presencia del propio Van Nister.” 

Miren, seguro que es cojonuda, de verdad, pero a mí el fantástico (como género) ahora mismo no me apetece por mucho ambiente seductor, por mucho emotivo y deslumbrante final y por mucho inusual talento para crear tramas absorbentes en la que latan las principales preocupaciones que inquietan al ser humano desde el albor de los tiempos (estoy citando a la editorial). A la piscina me tenía que haber llevado este y no el de Milo, que lo sé yo, pero lo pensé tarde y ahora estoy a otro rollo y ni uno ni otro y a de ahí el abandono y si te he visto no me acuerdo.