martes, 24 de octubre de 2023

“Mañana y tarde” de Jon Fosse


La cosa va de morirse de muerte natural, esto es, de pura vejez ergo todo “viruelas”. Como sea: no es una lectura agradable pero tampoco especialmente dura por aquello de la muerte dulce y creer que lo peor del más allá es que haya pocos peluqueros para tanto amigo. Respecto a lo “inofensivo” (últimamente estoy en este plan), pues dependerá de la conciencia y el optimismo de cada cual. Para un pesimista de manual como un servidor, la lectura ha sido un tanto horrible, y a poco salgo corriendo a abrazar a mis hijos.

Que de qué va. Bueno, pues lo dicho: de morirse. Es algo así como una reflexión, tirando a superficial, sobre la vida vista desde el más allá más inmediato, esto es, durante el rigor mortis: el protagonista, nuestro héroe, muere mientras duerme. Pues bien, la novela es lo que el pobre infeliz tarda en darse cuenta de que ha pasado a estado gaseoso, que en tiempo literario son ciento veinte páginas de incertidumbres y fantasmas varios de las navidades pasadas. No sé si para Fosse morirse no pasa de ser la constatación de que al final todo total para qué; si no habría sido mejor luchar hasta la muerte en el campo de batalla por alguna noble causa, porque mérito cero si todo acaba cuando uno ya no puede más, pero intuyo que no, que no es eso lo que Fosse da a entender. Sospecho que para este señor morirse no es más que otro inconveniente, si acaso irresoluble, que lleva asociados problemas del primer mundo, y poco más.

Pero no me hagan caso.

La verdad es que no sé qué pretende Fosse con esta novela. Quizá nada, aunque lo dudo. Sospecho que darse un respiro a sí mismo o sembrar la duda de una respuesta frente a la incertidumbre del más allá. Fingir que al final ni tan mal. Regalarse su propio cuento de hadas donde morir es desacostumbrarse a vivir. No sé. Vuelvo a la cuestión de la última novela reseñada ('La luz difícil', de Tomás González): morir entre algodones de nostalgia por una vida más o menos dura, pero habiendo dejado cerradas todas las líneas argumentales, suena a estrategia adormecedora de ficción. Y ya si te cruzan en barca a la otra orilla, NI TE CUENTO. Parece que a los cincuenta nos empeñemos en dibujarnos un final de ensueño, donde las palabras (para los que quedan, en el caso de González, o los que van, en el de Fosse) —entre ellas "miedo", "arrepentimiento" o "dolor"— no existan o no importen.

Pero vamos cerrando.

Lo que me ha gustado: el relato del cambio, cómo Fosse transcribe el desconcierto del protagonista mientras toma conciencia de lo que le ha ocurrido. Lo que no: esa visión absolutamente idealizada que ciertos sectores estrechamente ligados a determinada línea espiritual de pensamiento tienen de la muerte, esto es, como un broche, como un tránsito y no como una fractura, especialmente cuando, como en este caso (motivo por el cual no puedo no solo compartir sino directamente despreciar) ese punto de vista condiciona la forma que tienen de ver y entender la vida; un punto de vista, en mi opinión, bastante limitado, en y por su cortedad, al ámbito de lo propio, siendo, por lo general, “lo propio”, un estado de bienestar minoritario e irreal en comparación.




Jon Fosse
Mañana y tarde
Traducción de: Cristina Gómez-Baggethun y Kirsti Baggethun

“La luz difícil” de Tomás González

Una vez terminada “La luz difícil” de Tomás González no hay mucho que decir. Y aun así, aquí estamos. He visto que esta novela genera elogios desmedidos que intuyo tienen que ver con la muerte, por propia voluntad, de un niño no tan niño (joven ya, prácticamente adulto si me apuran), algo que el lector comprende, justifica y defiende. Porque la verdad es que ya tiene uno que estar uno jodido para decidir ponerle fin a su vida y que nadie —familiar, amigo o espectador— se lo cuestione mínimamente. Especialmente en ese sentido (aunque también todos los demás), el libro es inofensivo. Primero porque, aunque a ratos lo parece, esa muerte no es el tema central y segundo porque no se presta a debate en tanto que no cuestiona ley o moral alguna. Dolor, dolor, dolor; decisión personal; vehículo ilegal. Fin de la cita. Pero lo dicho: no importa: no es el tema.

El tema de la novela es, en mi nada humilde opinión, la perdida que va asociada a la edad. Perder el pelo, un hijo, una esposa, perder la vista. También la independencia, la movilidad, las metas. Que llegado el momento ya no te quede nada y no importe un carajo, entre otras cosas porque el siguiente viaje es sin equipaje. La novela está escrita desde ese último escalón donde todo es aceptación y saber estar. No hay rabia y ni siquiera el dolor de lo vivido genera en el protagonista otra cosa que nostalgia. “La luz difícil” es el relato escrito por alguien que fue lo bastante feliz para no sentir rabia cuando ya no se puede más. Y a mí este tipo de libros me dan un poco de repelús, qué quieren que les diga. Aprecio la belleza de su prosa y a ratos agradezco la serenidad que transmite, pero al mismo tiempo esa supuesta calidez me deja frío no tanto porque no me la crea como porque no me interesa.

Y conste que: ojalá llegar así. Al final, digo. Ojalá llegar así. Herido pero sereno, en cierto modo satisfecho. Pero si lo hago, prometo no escribir. Ojalá para entonces una espada y no una pluma.