Queridos Reyes Magos (1):
No voy a entrar en intimidades; no hablaré acerca de las bondades o las maldades de las que fui involuntario o no autor durante el largo recorrido que fue el recientemente extinto 2010 pues doy por ciertos vuestros dones sobrenaturales, aquellos que os confieren la virtud de la omnipresencia incorpórea, cual Orbe de Agamotto, algo que a la vez que insana envidia provoca también, al menos en servidor, un pánico terrible.
Vaya por delante que no os guardo rencor alguno por el daño infligido en el pasado, aunque debo confesar que tentado estuve de invitaros, en esta ocasión, a meteros los regalos por el culo. No me malinterpretéis, no quiero parecer desagradecido, pero es que llevamos ya cinco años con la misma discusión. Os estoy viendo: no pongáis esa cara; sabéis perfectamente a qué me refiero: confundir las ediciones en rústica de los ensayos de Lipovetsky con un jersey de lana de renos juguetones, árboles pelados, campos nevados y duendes retozando en el pesebre es injustificable. Puedo entender lo del 2008, cuando errasteis en los Henning Mankell y acabé tragándome el coñazo que fue la trilogía Larsson, aquel tríptico negro escrito sobre el fondo blanco que es Suecia. Pero nada como el 2006, el glorioso 2006, cuando imbuido por el espíritu de Bragi mendigaba poesía –y vosotros lo sabíais, pues me visteis sufrir los ardores de la pasión desmedida- no se os ocurrió mejor idea que cambiar las obras completas de Rimbaud, que me harté de suplicar, por la traducción al gallego de las rimas de Becquer. Joder, majestades, que no tenemos edad: no os pongáis creativos, leche, que siempre llevo yo las de perder. Me ha venido a la memoria el 2007. Cielos, el 2007: ¿cómo he podido olvidarlo? Fue inmenso. Inmenso de terrible, entendedme: todas vuestras torpezas, despistes o lo que cuernos sean esos cambios que aplicáis con inoportuna y ejemplar laxitud quedaron eclipsados en la navidad de 2007 por aquello que ocultaba cierto paquete bajo el árbol; sí, aquello que parecía el diccionario de la real academia de la lengua en dos tomos que os había pedido. ¿Lo recordáis? ¿Recordáis aquella noche nevada? Yo no puedo olvidarla: no podemos ninguno en casa, Majestades. Pero no quiero hablar de ello. Será mejor para todos que evitemos hablar de según qué cosas.
Pero volvamos al feliz presente: empiezo ilusionado este 2011. Ilusionadísimo. Radiante de ilusión, diría. Es por ello que os perdono todo. Anoche soñé que el propio Herralde, en una fiesta o conmemoración o presentación literaria o rito festivo verbal, escrito o similar, se acercaba a mí y ante la multitud presente y expectante me decía “Enséñame lo que tienes” e inmediatamente después, entrecerrando los ojos, ruborizado, seguramente avergonzado “Súbete los pantalones, haz el favor y enséñame, de lo que tienes, lo que has escrito”. Y le gustaba tanto el fruto de mis desvelos que me publicaba aquella obra maestra que trataba de la casualidad y la mentira. Luego, al despertar, al tratar de escribir me vi justo de genio y pensé que nada mejor, para ponerle remedio, que darme un banquete de grandeza. Por eso en mi mesa descansan ("Diarios" de) Gombrowicz, una obra menor ("Naci") y otra no tanto ("Un hombre que duerme") de Georges Perec, una curiosidad flaubertina de Julian Barnes ("El loro de Flaubert") y otra obra magnífica e inclasificable de Thomas Bernhard ("Maestros Antiguos"). ¿Y el futuro? El futuro está en vuestra manos, al menos el inmediato, y es prometedor (lo sería, al menos, si me hicieseis caso) pues esperaba, si tuvieseis a bien y mientras que el otoño me traiga el último Franzen (“Freedom”), regalarme la vista, en paquetitos multicolores bajo el árbol, con los dioses del Olimpo literario: James Ellroy y el final de su trilogía ("Sangre derramada"), unos clásicos imprescindibles de Faulkner (“Luz de agosto”, “Mientras agonizo”); la obra cumbre de Matthiesen (“País de Sombras”); el nuevo, flamante y elogiado premio Herralde de narrativa ("Tres ataudes blancos" de Antonio Ungar), otro habitual de Anagrama: Lipovetsky ("La pantalla global"); y otro más, Eloy Fernández Porta, también habitual de anagrama y también premiado con el Herralde ("Eros"), el exceso biográfico de Bernhard ("Relatos Autobiográficos"); la obra cumbre de Perec ("La vida instrucciones de uso") y mucho, demasiado e insuficiente del irreverente Pynchon (“Mason y Dixon”, “Contraluz”, “V”). Y es que hay tanto por hacer que vuestros presentes resultan poco menos que imprescindibles: resucitar al inolvidable Wallace (“La niña del pelo raro”); sumergirse en el mundo Delillo (“Punto Omega”, “Submundo”, “Libra”, “Ruido de fondo”); redescubrir las Américas de la mano de Piglia (“Respiración artificial”, “Blanco Nocturno”); saldar cuentas con Ellis (“Glamourama”, “Luna Park”, “Menos que cero”) y con Palahniuk (“Rant”, “Snuff” ,”El club de la lucha”); regalarme los oídos con Michon (“Los once”, “El emperador de Occidente”, “Tres autores”) y los sentidos con Sebald (“Vértigo”); dejar a Cortázar despertarme la imaginación (“Cuentos completos”, “Rayuela”); reinventar la historia con Doctorow (“La feria del mundo”); viajar al pasado con Flaubert (“Madame Bovary”, “Bouvard y Pecuchet”) y librar mil batallas con el hombre que inventó la guerra (“Guerra y Paz”). Por las novedades de este año no temáis, ya me las arreglaré como buenamente pueda a medida que vayan saliendo o bien lo dejamos para el 2012 y reajustamos las cuentas que quedarán por saldar de éste (que os adelanto serán considerables: sólo Alpha Decay, de la que quiero todo, tiene un catálogo cuatrimestral que aturde de bueno y Anagrama, junto con la anterior de las pocas que nos dejan ver sus novedades, casi tanto de lo mismo).
Estimadas, queridas, adoradas majestades: os ruego, este año al menos, diligencia en el encargo para poder hacer este de blog un lugar digno de ser visitado, a fuerza de empanarlo de obras maestras, propias y ajenas y así alcanzar, de una vez y definitivamente, la fama, la gloria o lo que antes llegue.
Vuestro, siempre y a pesar de todo,
La Medicina de Tongoy
(1) (y más concretamente tú, Baltasar, que gestionas mi cartera)
¿Se cumplieron tus deseos?
ResponderEliminar¿Fueron, este año, eficientes los reyes?
Bastante eficiente, sí, aunque fue una eficiencia compartida con el de rojo: dos lipovetskis, un Vila-Matas, un Matthiessen y un Pynchon. Me doy con un canto en los dientes. En volumen me cubren casi un mes de lectura. El resto lo tengo ya medio amañado en la biblioteca habitual del reino que habito. En lo personal, mejor: hablé con ellos: los esperé haciéndome el dormido debajo de la mesa del comedor y hablamos, turrón en mano, largo y tendido de las deficiencias varias en los servicios de entrega. Me invitaron a contratar con ellos un seguro anual de Gestión de Residuos Futuribles y Querencias de Ayer y Hoy. Por un módico precio, aseguraban, garantizamos el 50% de éxito en la entrega y el resto a convenir en el momento de confeccionar la carta dentro de los límites presupuestados. A mi me sonó a jerga poco literaria y les dí con la puerta en sus reales narices por lo que doy por supuesto que el próximo año se vengarán dejándome lo nuevo de Stephanie Meyer y algún sucedáneo de producto televisivo en forma de juego de mesa.
ResponderEliminarNo puedo evitar una sonrisa.
ResponderEliminarPues disfrute usted con sus regalitos, y no olvide dejar constancia de ellos.
Que buena carta. Felicitaciones. Me da mucha alegria. Estamos para servirle mago infantil
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