Leyendo hace unas semanas “El gabinete de un aficionado”, de Georges Perec, tuve una epifanía: tenía en mis manos las claves de la gran novela del siglo XXI: un artefacto magnífico que lo mismo podría encumbrarme como genio que defenestrarme como escritor. O ambas: primero lo último, y años después, miserable cadáver en fosa común, lo anterior, cuando algún crítico de imparcial criterio, cazador de talentos y bartlebys (un Vila-Matas del futuro, perpetuador de la estirpe de Recolectores de Citas y Embusteros Compulsivos), rescatase del olvido mi gran creación y la hiciese pública, hasta los menores detalles, en un libro que bien pudiera ser a su vez también falso documental: un elogio justo a mi encomiable labor.
Pero no adelantemos acontecimientos. Las bases sobre las que se asienta esta Crítica Constructiva de Alba Cromm, -novela de Vicente Luis Mora que publicó Seix Barral el pasado año y de la que llevo queriendo hablar desde entonces sin saber cómo- están, por más sorprendente que pueda parecer, en “El Gabinete de un aficionado”. Esta obra de Georges Perec, para quien no esté informado, trata, entre otros temas, el espinoso asunto de la falsificación, de la impostura (otra vez asoma Vila-Matas, ahora cómo inoportuno recuerdo), a través de la invención de una tela pintada por (un tal) Heinrich Kürz de la que es propietario (otro tal) Hermann Raffke en la que, a través de la técnica conocida como Mise en abyme (la misma que Velázquez usó en “Las Meninas”), se muestra al propio Raffke sentado en su gabinete frente a una extensa colección cuya obra central, destacándose sobre el resto, es el propio lienzo de Kürz, esto es: un cuadro dentro de un cuadro dentro de un cuadro (ad nauseam). Sobre esta premisa se construye una novela que relata cómo fue creciendo la colección del industrial así como las interioridades del peculiar cuadro central a través de multitud de detalles aparentemente nimios y tediosos (estos últimos no sólo en apariencia: compras, precios…) cuya única finalidad –y he aquí la causa de mis desvelos- consiste (consistía) en hacer creíble, al lector de 1979 –año en que se publica la obra en Francia-, que es por entonces un ser de limitados recursos tecnológicos (la era Google quedaba lejos), la historia que se le estaba narrando como si de un ensayo artístico se tratara. Hoy, nosotros, avezados periodistas aficionados, constrastadores de información, no avanzamos demasiado en la lectura antes de recurrir al mencionado buscador para descubrir -en mi caso con cierto asombro y enorme placer- que todo lo narrado no es más que una enorme broma: un elaboradísimo ejercicio para hacer real a través de la literatura algo que no lo es.
Cuando Vicente Luis Mora nos enlaza, muy sutilmente, durante Alba Cromm, a dos blogs que aparentemente guardan relación con la trama (desde el momento que para los personajes tienen algún valor lo tienen para nosotros), tardamos menos tiempo que con la obra de Perec en recurrir al navegador, para descubrir que esos blogs existen realmente; que contienen la información que, en cierto modo, se esperaba de ellos y que son un complemento perfecto a la narración cuya función es la de reforzar la impresión de que los vehículos ficcionales son compatibles con aquellos que asociamos a la realidad (blogs, artículos, webs informativas). Al mismo tiempo, estas addendas no resultan en modo alguno imprescindibles a la hora de seguir la historia. Lo que Mora demuestra con esto es que se preocupa por ese otro lector menos interesado en los derroteros que debe puede tomar la literatura del presente siglo, aquella que se adscribe al pangeísmo, piedra angular del pensamiento Mora (me niego a llamarlo Moratino por razones harto evidentes; preferiría en cambio “ponerme Mora-do”) y que involucra -permitiría involucrar-, como acabamos de ver, todas cuantas formas de comunicación sean posibles. Prueba de ello es el formato elegido: una revista masculina, que (supongo que) por razones editoriales, toma forma de libro para llegar con familiaridad a las estanterías. En mi modesta opinión creo que este clasicismo editorial le hace flaco favor a la novela de VLM que sufre así el mayor de los agravios posibles: una absoluta falta de fe en el producto (no Mora, sino la mencionada editorial). Pero estaba por ser dicha la última palabra: no muchos meses después, en septiembre de 2010, es el propio Vicente quien, sin abrir la boca, desarma los argumentos simplistas y carpetovetónicos de la política editorial de Seix Barral, con un golpe de efecto brillantemente sutil, al sacar al mercado el número 322 de Quimera, un ejercicio, perequiano en grado sumo, que demuestra que la buena literatura, aquella que tiene como fundamento la idea antes que el populismo narrativo, no está reñida con los formatos alternativos, ya sean estos revistas (como el caso que nos ocupa), vídeos o fotografías. En definitiva: la pantpágina. (1)
Resumiendo: Alba Cromm, independientemente de sus virtudes (que las tiene, qué duda cabe) como vehículo de entretenimiento de un género que podríamos denominar “negro” (sobre todo si tenemos intención de minusvalorarla), es un ejemplo perfecto (y frustrado) de las desaprovechadas posibilidades que ofrecen los recursos sociales y tecnológicos a la novela que se hace actualmente.
Por darle a este final forma de ensoñación retomo aquello que dije al comienzo de este (discurso en que se ha convertido este) comentario cuando veía en la obra de Perec y por extensión en la de VLM, las claves para afrontar la gran novela del siglo XXI, aquella que a mi muerte por incomprensión me haría famoso. Planear la gran mentira y llevarla a cabo en una época en que todas las respuestas posibles están al alcance de un clic, se presume como uno de los mayores retos a los que aspiro. Sembrar, durante años, la red de pequeñas mentiras, detalles insignificantes, aparentemente vulgares, que inconexos carecerían de peso específico, de interés, pero que unidos, sumados, tomarían forma de pequeña verdad. Y así, inocente mentira tras inocente mentira, con la complicidad de blogs, foros y webs, con subrepticias entradas en la wikipedia, acabar, dentro de veinte años, creando una novela, una obra, en apariencia real, un documental escrito, un ensayo ficcionado, que tenga por soporte, llegado el caso y sin mediar palabra ni enlaces, únicamente a través de la convicción inherente a las palabras, la inmensa red de mentiras creada hasta entonces y así, ya, al fin, dejarla en el olvido de cualquier estantería dándola por veraz cuando no lo es.
Concluyo. Este comentario, que parece tan demencial por incluir a Perec, una novela de intriga, una revista y una ensoñación, no lo es (demencial). Todo tiene, en el fondo, el mismo origen: la literatura: la pasión por ella y por encontrar nuevas formas narrativas, que adaptadas a los tiempos que corren de hipervínculos e hiperenlaces y videos que suben y desaparecen y blogs especializados en artículos de menos de cien palabras, permitan perpetuarla y hacerla, si cabe, más accesible y dinámica.
(1) Cuando Vicente, en su blog, respondía en los comentarios de la entrada a quien le preguntaba por los motivos de desvelar la autoría del artefacto que es Quimera 322, hablaba de “tantear, testar, probar, poner en cuestión, examinar la capacidad de recepción crítica de la crítica y la autorización de los procesos autoriales”, y añadía: “Había otras intenciones, ya expuestas en el blog, y otras más que saldrán en la entrevista en el próximo número, y otras más que me guardaré, cuidadosamente, para mí.” Y son estas últimas palabras las que, desde entonces, no he podido quitarme de la cabeza: quizá entre esos secretos inconfesados estaba el deseo de un resarcimiento frente a la incomprensión de Seix Barral. Puede que me equivoque, puede que no: en mi fuero interno me inclino por esto último y así aprovecho para sentirme mejor al ver como se hace justicia.
Un comentario/discurso muy estimulante. Si te interesa mi opinión, creo que si seguimos depositando nuestras energías en gastar y generar buena literatura, esa ensoñación que anhelas terminará convertida en realidad (virtual) sin necesidad de ser construida a voluntad de forma artificial ni artificiosa. Sí señor, hay que dar trabajo a futuros investigadores de Bartlebys. Te sigo, Carlos. ¡Enhorabuena por Tongoy!
ResponderEliminarMuchas gracias, Eugenio; comentarios como el tuyo son gratificantes e invitan a seguir. Claro que me interesa tu opinión. Me interesan todas. De hecho así es como nació la mía: a golpes de las demás.
ResponderEliminarNuevamente gracias.
Me ha puesto los pelos de punta lo que he leído... he pensado que así se han construido los estados y las religiones y los amores y hasta las torturas... pequeñas mentiras que se traman sin remisión hasta dar con la ballena blanca...
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