Entre las muchas lecturas de febrero que no comentaré (ya hemos hablado de esto) se encuentra Steve Erickson, un perfecto desconocido para la gran mayoría de lectores de este país, al menos aquellos lectores incapaces de salir de la mesas de novedades y adentrarse en el ignoto laberinto de estanterías que ocultan artículos condenados al silencio y al olvido, no vayamos un día a equivocarnos y a leer algo que valga realmente la pena. No estoy diciendo con esto que Steve Erickson, o más concretamente esta novela (conviene no juzgar el todo por la parte), caiga en el saco de las recomendaciones, simplemente les digo dónde pueden encontrarla, si acaso les apetece buscarla.
Steve Erickson, les pongo en antecedentes, ya fue publicado por esta misma editorial el año pasado. En aquella ocasión se trataba de Zeroville, un libro escrito muchos después de éste (que, aprovecho para comentar, es la opera prima del escritor), libro del que se suponía que iba a salir una película que a estas alturas suponemos maldita. Esto lo cuento porque tiene su gracia. James Franco dirigió y protagonizó la versión cinematográfica que, una vez terminada, vendió a una productora que quebró a mediados de 2016, dejando su futuro a la sombra de un gran interrogante. Imdb asegura que se estrenará en 2017, pero yo de ustedes no me haría ilusiones y directamente me dejaría de excusas y me leería el libro aprovechando que es considerablemente mejor que este.
Esto, ya lo he dicho, venía a cuento de algo, claro.
En la novela que nos ocupa, al igual que en Zeroville también se habla de cine, concretamente de cine mudo, concretamente de una película maldita llamada La morte de Marat que nunca llegó a estrenarse (tipo el Zeroville de Franco) y que guarda un paralelismo más que evidente con otra película también maldita también muda llamada Napoleón, dirigida por Abel Gance, un innovador nunca sufrientemente comprendido no digamos ya valorado, como tanto otros, ustedes mismos.
Todo esto se lo cuenta mucho mejor que yo en la web de pálido fuego, pero ya que estamos, sigamos.
Bueno, “sigamos”, es un decir. No tengo intención de desvelar mucho más, básicamente porque es la mejor parte y no quisiera privarles del placer de descubrirlo por ustedes mismos.
Ocurre que esta parte de la novela no es la única parte de la novela, de otro modo hubiera sido perfecto y no estaríamos ahora tratando de evitar esta parte del post.
El resto, es decir, aquello que no tiene que ver con niños abandonados en prostíbulos, enamorados de sus hermanas que acaban dirigiendo el París una obra maestra del cine, se desarrolla en una época algo menos lejana que aquella. En ella un hombre que ha perdido la memoria y una mujer que ha perdido un hijo y a punto está, cada cinco minutos, de perder un marido (es decir, una comedia al uso) se encuentran y se conocen en todas las acepciones del término pese a no saber nunca gran cosa del otro no digamos ya de sí mismos. Entre medias, misterios familiares, ciudades ocultas bajo la arena, bares, conciertos de rock, sexo sexo sexo, el Sena congelado, Venecia resecada y la búsqueda de una cinta de video de una mujer hablando de amor y muerte y gemelos.
Suena bien. Yo sé que suena bien porque es la razón que me llevó a leerla (esa, y la confianza ciega en una de las pocas editoriales de este que merece ser tenidas en cuenta y la tentación de leer uno de los pocos libros que Thomas Pynchon ha recomendado en su vida o dicen que ha recomendado, que con Pynchon nunca se sabe, pese a que uno tiene que estar preparado para cualquier cosa que recomiende ese señor) pero es irregular, en exceso onírica y con unos personajes poco o nada atractivos con los que no hay modo (tampoco necesidad) de empatizar, que no hay por dónde coger, vaya, que no sabe uno (permítanme el atrevimiento: autor incluido) muy bien qué hacer con ellos.
Buena estrategia de ventas. Como todo el mundo sabe que Thomas Pynchon jamás va a decir esta boca es mía, digo que ha dicho que la novela vale la pena y a vender, porque es difícil que rompa su conocido autismo, ni siquiera para desmentir.
ResponderEliminarMe lo apunto. En la próxima entrada de mi blog voy a decir que Pynchon ha recomendado la novela que nunca escribiré.
Aunque... ¿y si Steve Erickson fuese en realidad un testaferro literario del huidizo Pynchon? ¡Entonces habría que decir que nos apoasiona su obra!
ResponderEliminarsuena bien, sí sí, realmente suena bien... apuntada
ResponderEliminartotal, que la cosa esta es digamos una puta mierda, para qué darle tantas vueltas
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