En Wikipedia, buscando información sobre el autor, —por si hubiera algo de interés que incluir en la reseña (y confiando en que esto sea lo más bajo que me vean caer este mes)— doy por casualidad con la definición perfecta de esta novela, que es considerada como “desvergonzadamente sentimental”.
Desvergonzadamente sentimental es, desde ya, mi nueva y preferida etiqueta literaria. Vayan preparando el club de lectura.
Insisto: poco más que añadir: la vida de un hombre cuyo mayor superpoder es ser un aburrido profesor de instituto que nace, crece, se relaciona, enviuda, se emociona, se emociona, se emociona, muere y será recordado. Para alcanzar semejante hazaña se convierte en el típico viejo profesor años treinta que alcanza un grado de moñez del calibre de invitar a café con pastas a los nuevos alumnos del instituto del que ya no es profesor total porque al vivir justo enfrente es todo nostalgia de sí mismo, que ya me dirás tú, llegada la página 100, qué mierda de nostalgia es esa.
En resumen: una novela rabiosamente entrañable y dolorosamente anodina ideal para una tarde de terraza en la que lo mejor, sin lugar a duda, será la cerveza.
¿No había una película con ese título en la que Peter O'Toole era un profesor americano en Oxford (o Cambridge, no sé)?
ResponderEliminarRecuerdo que la peli estaba bien.
Gracias
Pues sí, exactamente eso. Y nada que ver, ni por asomo, con Stoner, de hecho, la comparación hundiría del todo esta novela. Yo la califico como mema y ya. Eso sí, con diez o doce años me hubiera encantado, creo. O lo mismo tampoco.
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