martes, 26 de abril de 2011

"Los enamoramientos" de Javier Marías (Irreverent Review)

Vayamos al grano; no quiero perder demasiado tiempo con esto. Los seguidores de Marías, entre los que no me incluyo, disfrutarán, por lo que he oído, con esta novelita de amor… perdón, de esta novelita, tan tierna, que trata sobre el amor. Es muy Marías, dicen, es él en esencia, dicen; al margen de lo acertado o no del argumento, es más de Marías, dicen, y eso es, por lo tanto, lo mejor de lo mejor. Dicen, dicen, dicen… si hiciéramos caso de todo lo que dicen… Menos mal que estoy yo aquí para abrirles los ojos con mi clarividencia. Hoy sí que seré breve, ya verán, porque al no entender nada (siendo “nada” la presunción de calidad de los "caldillos" que prepara Javier Marías) tengo muy poco que contar. Es por ello que la crítica bestial que esperaban la vamos a tener que dejar (me parece) para las lágrimas bajo la lluvia de Rosa Montero. Pueden denunciarme si quieren, por imbécil, inmoral; por lo que les de la gana.



Le robo una cita de Auden a un blog –que por cierto habla maravillas de esta novela- en la que se asegura  que reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo, sino un peligro para el carácter. No puedo estar menos de acuerdo. Quizá en lo del carácter sí, porque a mí se me está avinagrando un tanto, pero con el resto no. Los libros malos o los mediocres, los poco notables, hay que denunciarlos siempre.  Sistemáticamente. Norma de la casa. Y con vehemencia además, nada de medias tintas, nada de “puede que algunos les guste”, nada de “veremos de aquí a veinte años” y desde luego nada de “sería mejor  empezar por obras anteriores del mismo autor”. Eso jamás. Nunca, niños, nunca hagáis caso de los señores mayores que os digan que es imperativo recorrer la bibliografía de un escritor para entender, apreciar o valorar en su justa medida su última novela porque lo único que quieren, los señores mayores, es que le cojáis cariño a golpe de lectura; algo así como hacernos creer en dios a golpe de misa durante la infancia.

Decía más arriba que al no entender, al no conocer, no puedo argumentar en contra de Marías más allá de lo que me dicta el menos común de los sentidos, ya saben: el sentido común. Les voy a poner un ejemplo: en un momento indeterminado de la novela leo lo siguiente:
“Esa fue la única ventaja y desde luego no valió la pena. Los camareros estaban equivocados y cuando dejaran de estarlo no me lo comunicaron. Desvern no volvería nunca, ni por tanto la pareja jovial, como tal había quedado también suprimida del mundo”.
A ver, antes de que me maltraten: la he revisado setenta veces siete, la he negado tres, como Pedro, y al final siempre el mismo resultado: la errata de la segunda frase y la incongruencia del final de la tercera no son mías. ¿”Cuándo dejaran de estarlo no me lo comunicaron”? A Marías le convendría abandonar la máquina de escribir y pasarse al portátil: el corrector gramatical es nuestro amigo, recuerden (aunque en este caso no sirva de mucho). También puede ser que esté bien y yo sea el único que ve cierto desarreglo verbal o que Marías nos la quiera jugar, ver si estamos atentos. 

Otro cantar es el estilo del escritor, con el que ya no me meto (con el estilo, quiero decir; con el escritor sí); sus digresiones; su forma de reflexionar sobre los misterios menos misteriosos del alma humana. Eso (la digresión -y el resto-) en esta novela tiene mucha importancia. Me atrevería a decir que tiene una importancia vital. Esta novela, para los que no lo sepan, tiene un tamaño aproximado de 400 páginas durante las cuales se desarrolla una historia que en manos de otros, pongamos, no sé, profesionales del medio (esto incluye aspirantes con talento y sin suerte y/o periodistas deportivos) ocuparía, siendo generoso, no más de 50 páginas. Con esta historia, poniéndome cabrón, apostaría casi cualquier cosa a que hay seres humanos perfectamente capaces de hacerles a ustedes un microrrelato que incluyese elaboradísimas, por detalladas, recetas de cocina y cocktails varios. 

Me da un poco de pena y de risa, pero sobre todo de rabia, no ser menos respetuoso de lo que en realidad soy porque ser así es el motivo por el que no puedo contarles de qué va la película que nos cuenta Marías -como demostración palpable de todo esto. Él mismo ha insistido, por activa y por pasiva (en las tropecientas mil entrevistas que me he tragado como documentación -para que no me vean especialmente desinformado-) que es importante no desvelar la trama para no estropear la sorpresa. Eso es de cajón. Lo que quiere decir Marías es que en este caso no se puede decir nada de nada de nada de nada porque a poco que se diga algo, lo que sea, cualquier cosa, nos quedaremos sin sospresa. Imagínense lo elaborada que es la trama. Lo único que parece justificar la extensión de la novela son las ganas que tiene el escritor, en mi opinión, de lucir su prosa afectada (marca de la casa) y su capacidad (su facilidad, sería más correcto) para la digresión. No tengo nada contra eso. Parece que sí, pero no. Es más, si tuviera que destacar una virtud sería precisamente esa. 



Miren, no se compliquen, no me hagan caso, ¿vale?, olviden esta reseña. Léanse el libro, cómprenlo si quieren. Lo que ustedes vean. Aquí lo único que pasa es que a mí Marías no me convence y de ahí  que tire a matar (por eso y porque me divierte) pero si a ustedes sí, pues perfecto. Vamos a zanjar la cuestión con las tres conclusiones que podemos extraer de este librito tan amoroso:
  • A quien le guste J.M. esta novela no le decepcionará (ni habrá quien lo aguante en la feria del libro) porque es, lo dije al comienzo, más de lo mismo. Más de Marías. Páginas y páginas de información inútil y de una historia que no avanza si no es a trompicones. De amor también; a raudales; de ahí el título. Y lágrimas, claro, y un montón de personajes todos hablando igualito que Marías en la intimidad. ¿Quién, aparte de mí, no ha soñado con eso alguna vez?
  • A quien le deje indiferente J.M. no le va a cambiar mucho la vida. Puede que consiga coger el sueño con más facilidad o que se anime a ver aquella película tanto tiempo demorada, pero poco más.
  • A quien no le guste J.M. tampoco creo que en esta ocasión vaya a cambiar de parecer. Por lo mismo de antes: lo peculiar de su estilo. Marías tiene su público, numeroso, generoso, que no se baja sus libros de páginas ilegales, que no duda en defenderlo a capa y espada, que se pasa por el forro lo artístico de su prosa . Incluso yo, aquí donde me ven, disfruto en ocasiones de ella, pero cuatrocientas páginas de lo mismo, cuando cojea una historia, son demasiadas. A mi denme una buena historia, algo de pasión, algo mínimamente adictivo, algo que tenga que rascar y escriban como les salga de los huevos. Pero a mí, la floritura por la floritura no. Ya no.


miércoles, 20 de abril de 2011

La Patrulla de Salvación



Me viene ocurriendo, desde algunos años, un hecho muy curioso: me persiguen las mujeres. Cómo lo oyen. Casi siempre para golpearme, es verdad, para darme mi merecido, dicen, y ponerme de vuelta y media o dejarme en un lamentable estado que tengo más que merecido. El caso es que además de las mujeres últimamente han empezado a hacerlo también los hombres y también, dicen ellos, por las mismas razones. Yo, que soy natural precavido y tengo sin aprobar el Curso Intensivo de Técnica Pugilística al que me apunté hace un par de semanas, acostumbro a resolver el inconveniente echándome a correr presa del pánico. 

Pero hete aquí que ayer cuatro mujeres me echaron el guante aprovechando mi consabida pasión por esa cosa numerada de papel llamado libro. Se trata de una patrulla, nada menos. “La patrulla de Salvación”, se dicen. Me hace mucha ilusión porque es mi primera patrulla. La primera que me acosa, quiero decir. Y claro, la primera de la que no tengo que huir. Primero porque son mayores y no quiero infartarlas y segundo, y más importante, porque compartimos objetivos. Yo quiero ser, ya me conocen, la memoria de la literatura y quiero salvarla de su posible desaparición. Puesto que lo de estas bellas mujeres es más de denuncia que de crítica les pronostico un futuro laboral tan intenso y agotador como mal pagado, porque aquí hay mucho que hacer, mucho que denunciar, mucho que criticar y poco o nada que rascar. Quieren ser –y cito textualmente- “un observatorio del mundo editorial en castellano” y defender “los buenos libros y las editoriales de verdad”. Benditas sean. 

Desde aquí les deseo lo mejor de lo mejor: un futuro plagado de éxitos. Quede esta entrada como reclamo publicitario a ver si a fuerza de multiplicar los gritos nos hacemos oír. 



"Niño hipotético" de Daniel Espinar

A mí este blog me va a dejar sin amigos, ya verán. Pero es que además la mía, por borde, va a ser la carrera más breve de la blogosfera literaria. Fulgurantemente breve. Voy a ser peor que su peor polvo. No se pierdan el principio de mi decadencia. 



Acéptenme un consejo: si algún día tienen un blog, si ese blog es de literatura o aproximaciones, si lo que en él escriben tiende a la sinceridad, si acostumbran a ser honestos, tengan cuidado: sean inteligentes: no lean los libros de aquellos escritores por los que sientan alguna clase de simpatía. (*) Y si los leen, si no pueden o no quieren evitarlo, procuren no ser tan imbéciles de ir junto a su (amigo) (conocido) (estimado) (en cualquier caso blogger) escritor a decírselo porque entonces se van ustedes a meter en un patatal de mil demonios. 

Esto viene a cuento de que no hace mucho, apenas un mes, tuve la genial idea de hacer una desiderata a mi biblioteca habitual (*) del libro que estamos tratando, “Niño Hipotético”, por razones exclusivamente sentimentales: Daniel Espinar, el joven hidalgo de Elisa Calatrava y escritor del mencionado libro (por ese orden, creo) es también el autor de un blog llamado “Miedo a la literatura” hacia el que siento una especial debilidad (por motivos que no vienen al caso, entre los que se encuentran gustos afines y una envidiable capacidad para sustraer y expresar, sin malabarismos ni la pedantería habitual del gremio, los placeres que se ocultan en las lecturas). Con esto lo que quiero decir es que su blog me gusta mucho y que él me cae muy simpático. (*) Les recuerdo el nombre del sitio; puede pinchar sobre él para visitarlo: “Miedo a la literatura” (*

Pero hablemos del libro en cuestión (*): se lo voy a poner fácil, medio esquemático, para no eternizar mucho esta entrada [...] 

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(Y así me quedé. Me tiré en este punto algo así como dos meses; no era capaz de avanzar ni de retroceder y mucho menos de hacer esquemas de la clase que fuesen. Pero me he me negado a perder terreno, a ceder ante la adversidad!, a reconstruir una entrada que se veía a todas luces que por las buenas no iba a salir. Esto lo digo porque habrá un cambio de registro más evidente a partir de este mismo instante y donde antes el libro era de cinco sobre diez ahora, ya no, ahora es de seis o seis y medio o seis con dos, por una razón muy sencilla que les resumo enseguida. Yo soy el ser humano con peor memoria que conozco. En serio. Leo un libro y una de dos, o me impresiona mucho (esto incluye sorpresa, estupor, indignación) y no me lo quito de la cabeza en meses o me deja completamente indiferente y pasa directamente al olvido. (También puede ser, pero esto es más raro, que me impresione, me guste y lo olvide, tal como me ocurre con los libros de Piglia, Vila-Matas o Houellebecq). Lo primero siempre es positivo y últimamente bastante extraordinario y lo segundo, evidentemente, no. Pues bien: cuando leí “Niño hipotético” creí que era de los segundos y me puse muy triste, tristísimo, pero han pasado –dejen que lo mire- doce libros desde entonces y sigue siendo todavía de esos que me rondan en la cabeza y no me dejan en paz y cuando quise retomar esta reseña –lo anterior lo escribí entonces, una vez terminado- caí en la cuenta de este hecho tan curioso. Por eso lo conservo (el párrafo); quiero que sepan ustedes todo por lo que Daniel Espinar me ha hecho pasar, por si quieren un día darle una paliza. Y ahora sigo con la reseña real, desdiciéndome unas veces y otras no). 

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El libro de Daniel Espinar no es un libro fácil de leer y mucho menos de comentar, ya se habrán dado cuenta. Esta reseña es como un mal parto. Su novela está demasiado llena de matices e invita (también demasiado) a la interpretación. Siempre es complicado hablar de algo que es difícil de entender. Quizá hubiera debido hablar con él (con el autor), debatir, arrancarle los secretos de su novela y luego venir a contárselos ya depuraditos para que no tuvieran ustedes que esforzarse durante la lectura que, ya supongo, les resultará inevitable, irresistible. Hace unas semanas no creía que un libro de estas características, que se supone accesible, mereciese tanto esfuerzo. Luego sí, precisamente por lo mismo; pero no sé, ya no sé. Es posible que los secretos que le presupongo no sean tales, que la oferta se limite a lo ofrecido excluyendo lo inferido. Pero es que precisamente mi problema con “Niño hipotético” es mi propia negativa a aceptar la versión simplista de “lo que ves es lo que hay”. Decía Ricardo Piglia en no sé qué ensayo (probablemente en alguno de los incluidos en “Formas Breves” (Anagrama, 2000)) que una de las claves del éxito del cuento reside en la capacidad el escritor de dotarlo de un doble mensaje. Que los buenos cuentos, aclaraba, los cuentos realmente potentes, efectivos, son aquellos que paralelamente a la historia narrada cuentan otra de la que no somos conscientes hasta el final, que es cuando se hará evidente, visible, cuando convertirá ese cuento en algo más que una simple historia de princesas y dragones. La novela de Daniel (y esta es la parte más demoledora de la crítica, la que he tratado de evitar por todos los medios posibles) invita durante toda la lectura a creer que detrás de todo esto hay algo más, algo que reventará cual espinilla purulenta al cruzar la última página y una de dos, o yo me he perdido algo, que puede ser, o explosión es en realidad una implosión o ni explosión ni implosión ni nada de nada. Puede ser que nada, efectivamente, que todo esto no sea nada más que una inmensa broma del escritor. 

Con esto no quiero dar a entender que la novela de Daniel Espinar sea mala; en absoluto. Siento haber dado esa impresión. Lo que significa, lo que quiero decir, es que es desconcertante; que deja a uno (al menos en mi caso ha sido así) con la sensación de no haber prestado la atención suficiente, de haberse perdido algo. Me gustaría pensar que es así. Quiero pensar que es así. Quiero pensar que, como siempre, he leído demasiado rápido. Quiero pensar que detrás de todo esto hay algo más que un intento de construir una novela con restos de recuerdos y las correcciones de esos restos (*). Quiero creer que esta exigencia está recompensada de algún modo en alguna parte de la misma. Y quiero creer que esa parte es el final, justo en el momento en que tiene lugar una revelación que, comprenderán, debo callar. 

Y ahora las inevitables conclusiones: voy a ser sincero: no las tengo. No he podido extraerlas todavía. Soy de natural perezoso y demoro en lo posible segundas lecturas, por muy inevitables que estas sean, como es el caso que nos ocupa y aunque he fotocopiado vilmente la novela y ahora descansa sobre mi mesa en espera de ser observada con lupa temo que tendrá todavía que esperar un poco. Un mes, dos; un año. 

Un consejo para terminar: si quieren salir de las dudas en que acabo de sumirlos léanla, decidan por ustedes mismos si vale o no vale la pena. No dejen que blogs miserables como este decidan por ustedes. 



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(*) [alguna clase de simpatía] Otro día hablaremos con calma del peliagudo asunto de las diferentes clases de “simpatías” que uno puede desarrollar a lo largo de su vida pero en este caso en concreto me refiero al tipo de simpatía de “¿Conoces a Menganito? Apenas, parece un tipo bastante simpático”. De ese tipo. Es decir, que no lo he follado ni nada. 

(*) [biblioteca habitual] Otro día, completamente distinto del anterior, hablaremos también de esto de las bibliotecas públicas, los presupuestos generales del estado y los criterios de selección, que me tiene a mi medio mosca a pesar de que los de mi barrio son alarmantemente generosos conmigo. Y no, a estos tampoco me los he follado. 

(*) [muy simpático] No me repito más que el ajo porque no me sepa expresar es simplemente que a fuerza de reiteraciones trato de crearles a ustedes una imagen amable del buen Espinar, así de paso voy aliviando un poquito mi conciencia por la que se nos viene encima. El caso es que hay algo que me quedé con ganas de decir: soy perfectamente consciente de que todo esto suena a algodón bañado en alcohol para refrescar y limpiar la zona de impacto antes de clavar la aguja. Ustedes no serán nunca conscientes de lo mucho que estoy sufriendo, que lo sepan. 

(*) [Miedo a la literatura] Ya sé que parece que me estoy pasando con los asteriscos pero no pensarían lo mismo si se hubiesen leído el libro de Daniel. (Espinar, Daniel Espinar. No vayan a acabar leyendo la biblia por mi culpa.) 

(*) [libro en cuestión] Tengo un amigo que me dice que cada vez hablo menos de los libros y más de las cosas que (se) me ocurren durante las lecturas. Y tiene razón, pero eso es porque la mayor parte de las veces lo que me pasa a mi es infinitamente más interesante que lo que pasa entre sus páginas. Es broma. La verdad absoluta es que por la mierda que pagan los escritores en estas promociones caseras que se hacen en estos blog aficionados no pueden tampoco esperar mucho rigor. Academicismos los justos, no me vayan a tachar de gilipollas por el camino. 

(*) [las correcciones de esos restos] Pues claro que hay algo más, vamos a ver, esto no es un ensayo, es una novela. Una novela que cuenta además con imágenes de lo más sugerentes: la de la Plaza Polar, revestida de pantallas, de cámaras, de nosotros mismos esperando vernos inmortalizados durante un instante fugaz, de fotografiar ese instante. La búsqueda, en general, como gran motor de la novela: la de nosotros mismos en un lugar en el que no somos nadie; la de Simón Leví a través del niño hipotético; la de su pareja a través de las verdades escondidas, las aclaraciones, las notas al margen. Una búsqueda que da como resultado el descubrimiento de que en ocasiones la verdad y la mentira tienen puntos de encuentro y que estos se ocultan en la primera novela de Daniel Espinar.

lunes, 18 de abril de 2011

Tres apuntes sobre “Las niñas perdidas” de Cristina Fallarás





Miren, les voy a decir la verdad, hoy me levantado un poquito hijo de puta, pero por el cariño que les tengo a ustedes (que ya sabrán infinito) y el respeto que me inspira Cristina Fallarás (que por ahí le andará) voy a contenerme y toda la mierda que pensaba escupir (sin motivos realmente justificados) me la voy a reservar para la crítica de algún libro de, no sé, Rosa Montero, por ejemplo, que seguro que se lo merece mucho más. Y mientras llega ese día si les parece bien podemos hacer algo de tiempo analizando obras más ligeras, de menos calado. Nada que nos vaya a arreglar la vida, vaya. Y se me ha ocurrido que como vengo un poco salvaje podemos hablar, por ejemplo, de libros de mujeres que escriben sobre hombres malvados que descuartizan niñas. A continuación, con todos ustedes, tres breves apuntes sobre el librito canibal de Cristina  Fallarás; tres apuntes que tratarán temas tan apasionantes cómo: 

1º Lo buena, mala o impersonal que sea o no Cristina como escritora. 

De lo único que me voy a ocupar en este apartado es de decirles a ustedes que no tienen nada que temer; que si leen esta novela no se van a encontrar con la típica mierda de escritura automática de las tropecientas novelas de asesinos y asesinados que pueblan el panorama literario internacional, incluidas Lackberg´s y Larsson’s (especialmente Lackberg’s y Larsson’s). Se aprecia una huella, hay un poso de muchos años de escritura (y de vida, me temo); un estilo que ya en su momento me pareció entrever en, por ejemplo, su blog personal (no, ya ven que no le he seguido mucho la carrera). Digamos que si la veteranía es un grado con la de Cristina uno se puede llegar a colocar; sin perder el sentido, vale, pero sí, un puntito sí que lo tiene. (Aquí había pensado incluir un montón de citas a cual más singular como demostración palpable de lo defendido pero he pensado en usted, lector, que estará deseando llegar al final y me he contenido y por eso lo voy a dejar a su imaginación. También se puede leer el libro para salir de dudas, que casi será lo mejor.) 

2º Las precauciones a tomar durante su lectura. 

¿Saben lo que es el miedo? ¿El miedo de verdad? El miedo de verdad, ya se lo digo yo, es leer “Las niñas perdidas”. Y lo es porque durante toda la novela permanece una sensación de que en cualquier momento recibiremos una patada en los huevos, lo merezcamos o no. Parece una chorrada, pero esto es muy importante. No sé a los demás pero a mí personalmente esta sensación de leer con cierto acojone me produce un extraño placer que no es este el momento de tratar y mucho menos con ustedes pero me sirve para explicarles que durante esta lectura no me ha abandonado en ningún momento la sensación de que Cristina estaba arreglando (a través de la novela) pequeños asuntos pendientes, no sé si con hombres, con mujeres o con el mundo (seguramente esto último). Esta agresividad, que no se atenúa de ningún modo -ni con la lírica de la prosa- dota de una fuerza inusual todo el texto a la vez que sirve para descartar ciertas dudas que se han ido sembrando a lo largo y ancho de cuantas entrevistas he leído: que “Las niñas perdidas” no puede ser una novela social, como creía yo en su momento, es una de ellas. Tampoco una novela negra, como nos promete la editorial. Podría ser, en el mejor de los casos, un ensayo sobre la violencia, sobre las distintas formas de ejercerla, percibirla y ser objeto. La propia Cristina, en la página 88, pone algunos ejemplos cuando dice que, dependiendo de quien la ejerza, la violencia puede ser “delicada, líquida, elegante, propia de un mundo de formas y piel de melocotón que ya hemos perdido definitivamente. Violencia muelle. Pequeña molicie criminal”. También, continúa, puede ser “química. […] Violencia adquirida por desarraigo […] viene del íntimo dolor y del pasmo”. Y por último “la violencia del mundo navaja, afilado, puntiagudo. Nace de la pérdida total, no conoce las formas ni guarda información genética al respecto. […] Es una violencia ejercida por el otro con toda su bestia actuando.” 

Lo que quiero decir con todo esto es que la violencia de la novela está tanto dentro como fuera de sus páginas: la escritura lírica, elegante, violenta; la trama, tanto en el origen de la misma como en su final pero también en los movimientos de los protagonistas, agotados de reacciones convulsas, a un paso del vómito permanente. 


3º De lo que la novela no es. 

Se acabaron los besos. Miren, sospechen de todo aquel que les diga que la novela de Cristina es la pera limonera del género porque les estará mintiendo. La novela de Cristina está bien. Punto. La novela de Cristina cuesta 15 euros que es lo máximo que yo estaría dispuesto a pagar por ella (que ya no está mal). Además, ese premio de barrio que le han dado, a pesar del ruido, tiene pocas nueces. ¿Saben porque lo sé? Porque la novela de Cristina, se lo acabo de decir, no es negra. Ni negra, ni social, ni erótica (es decir, que si se ponen ustedes cachondos durante lectura lo más probable es que lleven un psicópata dentro. Mírenselo, hagan el favor). Y cuando digo que no es Negra me estoy refiriendo a la negrura de su acepción más primaria, la que definió Raymond Chandler en su momento. Eso no me supone ningún problema -aunque entiendo que pueda parecer que lo esté planteando como tal- porque el 99% de la novela supuestamente negra que se publica actualmente no lo es ni remotamente. Es otra cosa: un thriller de intriga, una novela de suspense, una de tiros. Lo que ustedes quieran; menos negra, lo que quieran. Y en esa nueva categoría, en ese género inventado, evolucionado, es donde podemos ubicar estas niñas perdidas, con su violencia, con su detective embarazada; con sus traficantes y su Barcelona yonki. 

Si me obligasen a explicarles porque me molesta tanto que se considere (esta novela) del género que no le corresponde -a sabiendas de que a mí el sometimiento de la literatura a los géneros me parece una forma como cualquier otra de menospreciar el trabajo del escritor de la obra en cuestión (la que sea)- les diría que es porque no ha cubierto las expectativas formales que (yo) había puesto en ella. Esperaba una mujer fatal, o en su defecto, un hombre fatal; esperaba un caso complejo, una investigación más retorcida, con más vericuetos, con más trucos y trampas mortales; esperaba personajes más elaborados, villanos menos estereotipados, esperaba UN villano, sólo uno y no dos, o tres, o cien, como aquí (pobre truco, éste el mío, para no desvelar secretos argumentales); esperaba una violencia diferente, más vulgar (aunque soy consciente de que esto último es más un elogio que una patada). Lo que no esperaba, ni me ha gustado, honestamente, es el recurso de apelar continuamente a lo extremo de la violencia ejercida sobre las niñas protagonistas (“Mira, Santo, he visitado el lugar donde una niña pasó un paquetón de horas, y un minuto ya sería demasiado tiempo, donde le hicieron cosas que no quiero saber y donde murió en una agonía de vómito. Pero esa sólo es una de las dos niñas a las que busco. Me falta su hermana. Si no me equivoco, su cuerpo estará ahora en un lugar semejante a aquel, espero que muerto, porque así habrá cesado su sufrimiento”) porque lo único que consigue es difuminar las fronteras entre los géneros que me he empeñado en defender a pesar de odiar y que lo que parece importar no es tanto el caso a resolver como lo repugnante del caso en sí.



Y esto es todo lo que tengo que decir al respecto. Las conclusiones las sacan ustedes como buenamente puedan o quieran. Personalmente soy de la opinión de que lo mejor para juzgar es leer (de ahí que me trague cada año tanta basura) pero también soy consciente de que la oferta literaria es inmensa y que es muy difícil apostar por una novela como esta, de una violencia tan evidente, tan miserable, en unos tiempos en los que, como me decía un amigo el otro día, "a la gente que le gusta la mierda y la basura ya está harta de mierda y basura de barrio y quiere mierda y basura imperial y no barriobajera, quiere mierda de políticos, reyes, magnates, países destrozados y millones de muertos". 





Mi relación con la escritora: a poco que la conozcan ya se imaginarán que he escrito esta reseña con una pistola apuntándome a la cabeza y que si no soy suficientemente elogioso (que ya se ve que no) en cuanto haga clic en "Publicar entrada" moriré por impacto de bala en el occipital.  

Clic.



viernes, 15 de abril de 2011

"Rapsodia in Black": un proyecto


Les voy a contar pequeño proyecto que se me ocurrió el fin de semana pasado. Fue mientras leía la novela de Cristina Fallarás, "Las niñas perdidas" y lo más probable es que acabe llevándolo a cabo en unas condiciones completamente diferentes a las planteadas inicialmente. La idea consistía en demorar unos días (unas semanas, en realidad) la reseña de la novela de Cristina con la (sana) intención de que sirviese de colofón de una sucesión de artículos dedicados al género Noir, ya saben, el de lasmujeres fatales y las pistolas humeantes. Algo así como un especial donde la "estrella" (por llamarlo de alguna manera) sería “Las niñas perdidas”, no tanto por su calidad –de la que no me ocuparé ahora, ni para bien ni para mal- como por haber sido la precursora del proyecto. Un proyecto, que dicho sea de paso, no deja de crecer día a día. 

La primera de un total de tres entradas empezaría comentando de El simple arte de escribir” de Raymond Chandler con el único objetivo de poder sentar las bases de lo que se considera Novela Negra desde más o menos el principio de los tiempos; a saber: que la resolución del misterio no sea el objetivo principal, que las divisiones entre el bien y el mal estén bastante difuminadas y que la mayor parte de sus protagonistas sean individuos derrotados, en decadencia, que busquen encontrar la verdad por encima de todo y siempre –o en la medida de lo posible- a través de la violencia. Después de éste, en la misma entrada, comentaría varias novelas, tres, seguramente, dos de las cuales estarían inscritas en dicho género por ser fieles a las mencionadas normas. La primera podría ser “El largo adiós, también de Chandler y la segunda Cosecha Roja” de Dashiel Hammett. La tercera en discordia, 1280 almas” de Jim Thompson, serviría de ejemplo para mostrar cómo los parámetros del género noir fueron ampliados en su momento (no éste) para dar cabida a muchas otras novelas, que sin serlo, pudiesen ser consideradas como tales. Resultaría difícil, por no decir imposible, ubicarlas en cualquier otro sin arriesgarse a que antes o después los márgenes se difuminasen. 

La segunda entrada de este pequeño festival hablaría de dos novelas relativamente actuales que también se consideran inscritas en el género –sin estarlo; no al menos completamente. Por un lado estaría “Sólo el silencio” de R. J. Ellory, editada el año pasado por RBA y que he elegido por varias razones entre las que destaca que el escritor, al contrario que la editorial, no se considera un especialista en el género y porque al igual que las otras dos que iban (y van) a ser incluidas (“Todo lo que muere” de John Connolly y más adelante el libro de Cristina Fallarás) utiliza la infancia como motor argumental. En un principio tenía la intención de concluir con una revisitación (ver entrada anterior) a “Vicio Propio” de Thomas Pynchon, pero a estas alturas creo sinceramente que no viene mucho a cuento. La segunda, ya lo han visto, era “Todo lo que muere” de John Connolly, una novela por la que siento una especial debilidad y que no solo me sirvió para conocer al escritor sino que me hizo pasar uno de los mejores momentos del año pasado. Uno, que es poco sádico.

La tercera entrada -la última- hablaría de la novela de Cristina Fallarás, "Las niñas perdidas", que sin ser novela negra al uso (en su sentido más puro) sí podría entenderse como una versión moderna de la misma, tal como ocurre con las de Pynchon, Ellory o Connolly. 

El motivo por el que este pequeño proyecto aún no se ha materializado es que todavía está en marcha y me tengo que leer casi todo lo mencionado. Aunque llevo buen ritmo: he terminado “1280 almas”, tengo a medias “Cosecha Roja” y sería más que probable que en dos semanas pudiese dar cuenta de todo lo previsto, pero lamentablemente, tal como dije al principio, el proyecto no deja de crecer día a día alterando las condiciones planteadas inicialmente. Es pronto para saberlo pero en cualquier caso lo que venía a decir con todo esto es que el motivo por el que mi siguiente entrada será, en contra de lo previsto, la novela de Cristina es porque me parece injusto que habiendo sido la novela detonante de este giro radical en mis hábitos de lectura (esto no es necesariamente un cumplido) sea la que más tenga que esperar para ser reseñada. Tampoco quiero que, a la vista de la calidad de algunas de las novelas elegidas, el tiempo juegue en su contra y pueda ser vapuleada donde iba a ser simplemente comentada. 


martes, 12 de abril de 2011

“Vicio Propio”: un thriller crepuscular de Thomas Pynchon

No hace ni dos horas le contaba a un amigo que esta semana me la iba a tomar de descanso; que no iba a escribir ni una triste reseña. Le dije y cito textualmente: “Pongo el blog en Modo Pausa una semanita”. Como no es la primera vez que se lo digo ni la primera vez que lo incumplo ya imagino que tampoco esta habrá sido la primera vez que este amigo no me ha creído. 


Habrán visto que no he cumplido. Pues bien, esta mañana era realmente complicado, por no decir imposible, saber qué libro de todos los previstos de aquí a fin de mes podría quitarme de esta modorra tan de lunes. Que sería una novela de corte “negro” lo tenía bastante claro, básicamente porque es a lo que me dedicaré durante una brevísima temporada, pero siempre creí que sería sobre la de cierta mujer que ganó recientemente un premio. (Lo vamos a dejar ahí.) Yo quería que fuese el libro de Thomas Pynchon, “Vicio Propio”, pero no me atrevía porque a mí Pynchon por lo general me intimida bastante y siempre temo no estar a la altura de las circunstancias. Pero finalmente fue (ya lo ven) y la consecuencia del cambio de parecer es el párrafo que sigue. 

A estas alturas ya todo el mundo debe saber –y si no se lo digo yo- que “Vicio Propio” es probablemente la novela más accesible de Thomas Pynchon. Lo que esto quiere decir es que cuando uno la está leyendo no tiene la permanente sensación de haber perdido el hilo de la narración en algún momento inmediatamente anterior. Abro un paréntesis para decir que (en mi humilde opinión) en estos casos desandar el camino andado sería casi siempre un error porque nos condenaría a leer las primeras páginas del mismo libro el resto de nuestra vida. A Pynchon se le quiere o no se le quiere, se le lee o no se lee, pero desde luego (y como norma general) lo que no podemos pretender es entenderlo; no completamente, al menos. Cierro paréntesis. “Vicio Propio” es la excepción que confirma la regla. Vicio Propio se entiende. A uno debería bastarle con una memoria de elefante, o en su defecto una libretita para ir tomando notas, para llegar a buen puerto sin perderse por el camino; nada que no hayamos hecho antes. No es más complicado que cualquier novela del género más o menos elaborada en la que (como en esta) abunden los personajes y los escenarios, los secundarios y las descripciones de coches, canciones o armas de las que no hayamos oído hablar jamás. A esto, claro, y por tratarse de "un Pynchon" -como un Picasso, un Sorolla o un Klimt- hay que añadirle pequeñas disonancias como que el investigador sea un “viejo” surfer aficionado a la marihuana o la existencia de un red de información secreta (una suerte de google ilegal) como aquel servicio de correo postal, también secreto, de "La subasta del lote 49". Estas disonancias, unidas al peculiar estilo narrativo del escritor (prepárense para no dejar de reír), convierten el viaje a través de las páginas de esta novela en una experiencia (hilarantemente) gratificante. Los amantes del clásico tampoco podrán quejarse: mujeres fatales, malos malísimos, buenos buenísimos, secundarios invisibles, secundarios imprescindibles, pistolas humeantes, muertos que no mueren, vivos que no viven (plaga de zombies incluida!), nobles intenciones, conspiraciones  gubernamentales, policías corruptos y, como no podía ser de otra manera, (mucho) sexo, (muchas) drogas y (mucho, muchísimo) rock & roll. 

No tengo mucho más que añadir. En un principio, hace unos días, cuando cogía el sueño con vívidas ensoñaciones de mí escribiendo esta reseña -cuyo resultado era siempre algo completamente diferente a lo que ahora tienen ante sus ojos- había pensado plagar esta entrada de citas de la novela como una forma de disimular mi manifiesta incapacidad para hacer una reseña inteligible de cualquier obra de Thomas Pynchon. Cuando el volumen (de citas) se volvió indecente -hecho este que tuvo lugar demasiado pronto- opté por reducirla drásticamente dejando sólo dos que además de servir de conclusión fuesen también la explicación de porqué creo que “Vicio Propio” es, tal como indico en el título de esta entrada, un thriller crepuscular, otra de sus (infinitas) (muchas) cualidades.

Todo ha derivado en una fascinación enfermiza –opinó Bigfoot- y, mientras tanto, el universo entero de los homicidios se ha puesto patas arriba: bye bye Dalia Negra, descansa en paz Tom Ince, sí, me temo que ya no volveremos a ver más de esos asesinatos con aura de misterio de L.A. de los viejos tiempos. Hemos encontrado la puerta al infierno y es pedirle demasiado a los ciudadanos de L.A. que no quieran atravesarla en tropel, cachondos y riéndose como siempre, buscando la última emoción fuerte. (p.241) 


… y ahí estaba Doc, sobrio, atrapado en un mal rollo de bajo nivel del que no se sabía salir, dándole vueltas a cómo los Psicodélicos Sesenta, este breve paréntesis de luz, podían acabar finalmente y todo se perdería, volvería a la oscuridad…, a cómo cierta mano pavorosa saldría de la oscuridad y se reapropiaría del tiempo, con la misma facilidad que se le quita un canuto a un fumeta y se apaga para siempre. (p.291) 



jueves, 7 de abril de 2011

"Richard Yates" de Tao Lin




PRIMERA PARTE: Mi opinión

Miren, hay muchas razones por las que puedo abandonar una lectura pero la única infalible es que el libro en cuestión sea aburrido y el “Richard Yates” de Tao Lin es con diferencia el más aburrido que me tragado en lo que va de año -a pesar de lo cual lo terminé-. Si una novela en la que predominan los diálogos y en la que se reduce la parte descriptiva a su mínima expresión, es aburrido, malo. Si además de estar plagado de tópicos –que lo está- y todo tipo de disfuncionalidades (sospecho que en un intento inútil de dotarlo de una falsa profundidad –véase: varón bipolar, inestable, dominante, misógino vs. mujer insegura, obesa, maniacodepresiva o “qué pasaría si Romeo y Julieta fuesen tontos del culo y mereciesen morir”) el libro pasa por el mundo sin dejar más huella que la de su propio peso entonces malo no, malísimo. No voy a entrar en disquisiciones literarias de simposio porque a mí, honestamente, ese tipo de valoraciones en según que casos me interesan entre poco y nada. Es decir, que no esperen comparaciones con Beckett, Wolfe o Baudelaire. Quienes quieran ver en esta novela la representación de una generación adolescente con serias dificultades para relacionarse a través de medios no digitales son muy libres de hacerlo pero, ojo, quienes pretendan acusar a los detractores de la novela de ser unos idiotas costumbristas deberían pensar antes en el grado de imbecilidad de los personajes de la novela de Tao Lin y el nivel de costumbrismo (entendiendo éste como la atención que se presta al retrato de las costumbres típicas de un país) que puebla cada una de sus páginas. Estoy convencido de que debe haber mejores, más dinámicas y amenas formas de conseguir lo mismo, si acaso este objetivo es criticar -tal como parece querer hacer notar cierto sector- a través de la plasmación hiperrealista de los usos y costumbres de dos adolescentes –espero que atípicos- la decadencia social americana y el influjo negativo que esto tiene en la nuevas generaciones. Decía que debía haber mejores formas de lograrlo que este retrato mural de depresiones y miedos que atestan unas líneas de diálogo que se repiten hasta la extenuación y que no conducen a ninguna parte. Que si voy, que si vienes, que si somos estúpidos, que si el mundo también, que si mi madre me odia, que si estoy harto de ti, que si te muerdes los pulgares, que si interrumpes a la gente. Que si nos suicidamos como veinte veces. Por amor de dios, ni que fuera tan difícil. Menos pasión hay de todo: mucha tontería, mucha inmadurez, demasiadas amenazas, demasiadas mentiras… pero sobre todo y por encima de todo lo que hay es una sucesión ininterrumpida e infinita de una nada inmensa, descomunal; de un vacio argumental como no he visto en mucho tiempo. 


SEGUNDA PARTE: La opinión de otros

[Les voy a poner en antecedentes: este libro está levantando cierta polémica a raíz de su supuesta modernidad. El (ab)uso de las tecnologías y la apatía de los personajes “acosados” por la desesperanza común a cierta edad –y a los tiempos que corren- “parece” haber conformado los dos bandos de esta peculiar (y divertidísima) contienda: los detractores serían aquellos considerados los adultos –los que son o pudieran ser “papás”, para que nos entendamos- y los defensores -que serían los, en su mayoría, jóvenes post-adolescentes.] 

Cuando alguien dice que como lector no puede o no quiere (no lo aclara) tolerar que se menosprecie el trabajo de un autor simplemente (la cursiva es mía) porque no le agrada el contenido del libro reseñado a mí me parece que es ir demasiado lejos. No es para rasgarse las vestiduras, entiéndanme, pero es pasarse. Esto ocurrió aquí. El discurso, cuando parece cobrar interés (que es inmediatamente después de esa frase) toma un rumbo tan inesperado y de tan poco peso que casi no merece el esfuerzo de ponerlo en evidencia. Aún así haré gala de mi habitual generosidad para regalarles la vista un rato. Lo que justifica la afirmación que encabeza este párrafo, mejor dicho, lo que pretende dar valor a la afirmación (iba a cometer el error de decir “lo que justifica su argumentación”, como si hubiera tal cosa) no es “qué”, sino “quién”: Vicente Luis Mora y su (más que correcta, todo hay que decirlo) reseña. Este escritor y crítico por el que siento el mayor de los respetos desplegó en su momento un discurso que trataba de demostrar que el libro de Tao Lin es todo lo digno de elogio que nos prometía y nos promete la editorial. (Yo siempre he tenido la sospecha de que a Vicente, a quien no quiero hacer protagonista de esta entrada porque no va el cuento con él, lo pervertían otros intereses –no espurios, no económicos- y que su crítica, que se fingía defensora, venía a ser como un truco de magia, un despliegue de habilidad, algo así como la demostración matemática, a fuerza de tergiversar las ecuaciones, de que dos y dos podrían perfectamente ser cinco.) Sin embargo lo que parece hacer Mora (y seguramente me equivoque) es limitarse a darnos -como si hubiera sabido entonces lo que se avecinaba- las razones por las que el libro de Tao Lin puede ser salvado. No dice nada que no sea cierto: la decadente sociedad americana hace estragos entre las nuevas generaciones que ven su futuro negro chamizo y actúan (en mi opinión desacertadamente pero) en consecuencia, que en este caso es no actuando en absoluto. A mí, en cambio, si el libro me hablase de algo sería de que cuanto más comunicados estamos menos comunicados nos sentimos. Se sienten. Algunos. Ya me entienden. 

Retomando el origen del debate no puedo dejar de preguntarme qué es exactamente lo que debemos valorar en una novela si, como se nos indica, el contenido del libro no puede o no debe ser uno de los factores a tener en cuenta. La portada no, eso seguro (o por lo menos espero que no). Entiendo, por algo que esta chica, Carlota Moseguí, dice después, que lo que debemos valorar (no especifica que sea únicamente con esta novela y de hecho sus sentencias parecen incluir toda cuanta literatura se hace actualmente) es la "modernidad" con que está escrita y el nivel de realismo con el que se dibuja la sociedad actual. Es cierto que el Gmail es una herramienta habitual, diaria, que el Spotify también, incluso eso llamado What´s up parece ser algo bastante común –mención aparte merecería el comentario de que la comunicación con los padres la realiza a través de la Blackberry, algo que puede sonar muy moderno, sin duda, pero que a mí me produce cierto espanto-. Lo que no es normal es que la gente considere que el libro de Tao Lin es bueno simplemente porque los mecanismos de comunicación utilizados por los personajes son los mismos que pueblan el día a día de los lectores. Esto plantea un interrogante (a mi, al menos, me lo plantea): ¿es la modernidad –amparada o no por Baudelaire- lo único que determina qué es el arte auténtico? Y aunque así fuese, ¿justifica ese supuesto despliegue de modernidad (y costumbrismo postmoderno) del que hace gala Tao Lin que “Richard Yates” sea una obra de arte? Yo creo que no, sinceramente, como tampoco creo que el problema de que las diferencias entre los bandos a favor y en contra de esta novela tengan que ver con esa “modernidad”. Yo, que ya tengo cierta edad, también soy usurario del chat de Gmail, tengo cuenta en Facebook y dispongo de acceso a internet a través del móvil pero eso no quiere decir que vaya a tragar con ruedas de molino. El problema de Tao Lin nunca ha sido una incapacidad para reflejar el día a día de los jóvenes (más o menos adolescentes, más o menos americanos) de hoy en día sino que el discurso utilizado para ello sobrepasa con mucho la paciencia de cualquier lector que sepa que para transmitir ideas globales acerca de los cambios sociales no es necesario aburrir al personal. 




[Esta entrada terminaba, en un principio, del modo siguiente: “En definitiva, que recomiendo imperativa y activamente (manifestaciones silenciosas incluidas) su no-compra y posterior no-lectura.” Ahora ya no lo pienso. Les invito a una lectura completa o parcial (los asientos de la Fnac y media hora son más que suficientes para esto segundo –que se lo digan a Clément Cadou-) y a la no-compra (si tienen modo de evitarlo, al menos hasta que puedan echarle un vistazo) para que se hagan ustedes una composición de lugar y decidan si está bien o no está bien considerar que esta novela es buena simplemente porque trata temas actuales y se ubica en la más resplandeciente de las modernidades.]



[Mi relación con los implicados: ninguna. Ni buena ni mala, sino todo lo contrario. Esto incluye a la blogger citada, Carlota, que espero no se tome a mal el haberla maltratado un poquito durante esta entrada. Respecto a Vicente Luis Mora quiero dejar clara una cosilla insignificante: no creo que existan "oscuras intenciones" por su parte a la hora de hablar bien de este libro. Si él dice que le gusta yo me lo creo, no tengo motivos para lo contrario. Simplemente me ha parecido que sería divertido jugar con la (falsa) ambigüedad que me ha parecido (a mi) detectar en su entrada. Ya me conocen: me pierde la boca.]



miércoles, 6 de abril de 2011

Una aproximación a "Los enamoramientos" de Javier Marías

Porque no todo va a ser un sesudo análisis metaliterario tras otro les voy a regalar una reflexión de esas de tarde de primavera de no tener mucho que hacer.

Así empieza la nueva novela de Javier Marías, "Los Enamoramientos", desde hoy a la venta en librerías: 

La última vez que vi a Miguel Desvern o Deverne fue también la última que lo vio su mujer, Luisa, lo cual no dejó de ser extraño y quizá injusto, ya que ella era eso, su mujer, y yo era en cambio una desconocida y jamás había cruzado con él una palabra. Ni siquiera sabía su nombre, lo supe sólo cuando ya era tarde, cuando apareció su foto en el periódico, apuñalado y medio descamisado y a punto de convertirse en un muerto, si es que no lo era ya para su propia conciencia ausente que nunca volvió a presentarse: lo último de lo que se debió de dar cuenta fue de que lo acuchillaban por confusión y sin causa, es decir, imbécilmente, y además una y otra vez, sin salvación, no una sola, con voluntad de suprimirlo del mundo y echarlo sin dilación de la tierra, allí y entonces. 
Hace aproximadamente una semana le prometí a mi hermana, fan fatal de Javier Marías, que me leería, no uno, sino dos libros suyos (de Marías, no de mi hermana). Dos. Miren, les voy a confesar algo: yo no he querido nunca leer a Javier Marías porque he sido siempre de prejuicio fácil y basta que uno (no yo, otro, en este caso él) venda libros como churros para que me salten las alarmas y me de por la espantada para refugiarme en alguna cosilla menos popular, más intrascendente. No me pasa con todo. Mi prejuicio es (dejó de serlo pero hemos vuelto a las andadas) un poco bastante de carácter nacional. Nada personal, tampoco leo asiáticos y eso no quiere decir que sea racista. Pero esa es otra historia. También me parece sospechoso tanto premio y tanta leche. No es normal. No, no lo es, se pongan como se pongan, no lo es. Imagínense que (ustedes) publican un libro el mismo año que Marías: dense por jodidos. ¿Que cuál era la reflexión? Ah sí, perdón. La reflexión es que ya me estoy arrepintiendo de la promesa que hice porque el párrafo anterior me pone muy nervioso por no sabría decir muy bien qué razón. También es verdad que cuanto más lo leo menos nervioso me pone y de hecho la última vez, hace unos minutos, estuvo a nada de gustarme. Pero claro, tampoco es plan que me lea cada párrafo setenta veces para ver si le cojo cariño. Quizá ese nerviosismo de la parrafada inicial tenga que ver con la manía persecutoria que le tiene Marías a la muerte. Miren como empezaba "Mañana en la batalla piensa en mí", uno de los libros que prometí leer. 

Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos y que ya no verá más su rostro cuyo nombre recuerda. Nadie piensa nunca que nadie vaya a morir en el momento más inadecuado a pesar de que eso sucede todo el tiempo, y creemos que nadie que no esté previsto habrá de morir junto a nosotros. Muchas veces se ocultan los hechos o las circunstancias: a los vivos y al que se muere —si tiene tiempo de darse cuenta— les avergüenza a menudo la forma de la muerte posible y sus apariencias, también la causa. Una indigestión de marisco, un cigarrillo encendido al entrar en el sueño que prende las sábanas, o aún peor, la lana de una manta; un resbalón en la ducha —la nuca— y el pestillo echado del cuarto de baño, un rayo que parte un árbol en una gran avenida y ese árbol que al caer aplasta o siega la cabeza de un transeúnte, quizá un extranjero; morir en calcetines, o en la peluquería con un gran babero, en un prostíbulo o en el dentista; o comiendo pescado y atravesado por una espina, morir atragantado como los niños cuya madre no está para meterles un dedo y salvarlos; morir a medio afeitar, con una mejilla llena de espuma y la barba ya desigual hasta el fin de los tiempos si nadie repara en ello y por piedad estética termina el trabajo; por no mencionar los momentos más innobles de la existencia, los más recónditos, de los que nunca se habla fuera de la adolescencia porque fuera de ella no hay pretexto, aunque también hay quienes los airean por hacer una gracia que jamás tiene gracia
Está claro que los personajes de este escritor no leen sus libros, de lo contrario ya sabrían (ya se ocupa él de repetirlo hasta la saciedad) que lo más común es morir de una muerte sobrevenida e inesperada y andarían por la vida poniendo más atención a los peligros que les acechan, que por lo que veo se cuentan por miles. Pero miren, mi problema no es tanto ese (porque yo estoy por encima de la muerte, no hay más que verme) sino que las prosas tan afectadas me irritan siempre bastante y ésta, de tan exagerada, roza el sadismo. Además la primera frase (no me aclaro: ¿recuerda el nombre del rostro o de la muerta?) es, con diferencia, la más fea que he leído en mi vida. Yo le doy mucha importancia a las primeras frases; para mí son vitales (esto merece una entrada en el futuro; recuérdenmelo) por eso sospecho que me voy a llevar fatal con Javier Marías, que lo nuestro va a ser una relación odio/odio desde el minuto cero y que mis comentarios de sus obras serán siempre puro arrebato visceral incontenible. Ni que decir tiene que la culpa es casi toda suya porque no sólo me molestan los principios, también son los medios y ya no les quiero ni mentar los finales. Miren, lean otro fragmento extraído de las primeras páginas de "Los Enamoramientos" (en las que sigue hablando de los muertos) y verán qué "medianías" y que final tan feo: 
Pero desde el principio sabemos —desde que se nos mueren— que ya no debemos contar con ellos, ni siquiera para lo más nimio, para una llamada trivial o una pregunta tonta (‘¿Me he dejado ahí las llaves del coche?’, ‘¿A qué hora salían hoy los niños?’), para nada. Nada es nada. En realidad es incomprensible, porque supone tener certidumbres y eso está reñido con nuestra naturaleza: la de que alguien no va a venir más, ni a decir más, ni a dar un paso ya nunca —para acercarse ni para apartarse—, ni a mirarnos, ni a desviar la vista. No sé cómo lo resistimos, ni cómo nos recuperamos. No sé cómo nos olvidamos a ratos, cuando el tiempo ya ha pasado y nos ha alejado de ellos, que se quedaron quietos. 
Nada es nada, efectivamente. Así nos va. Que sí, que ya sé que es una cuestión de gustos, pero este blog es mío y digo lo que me da la gana. Si quieren leer cosas bonitas de Javier Marías se abren uno y lo llenan de elogios y besos. En fin, que yo ahora vivo sin vivir en mí por culpa de una promesa un tanto inconsciente y me voy a tener que tragar algo así como tropecientas mil páginas de nudos verbales y puntuaciones tan retorcidas que a mí no me salen ni queriendo provocarles el vómito.


lunes, 4 de abril de 2011

Calendario de Lecturas: ABRIL 2011

En la primera entrada de este mes -la que resume mis lecturas de febrero- me propusieron hacer una entrada, también mensual, en la que hablase de las expectativas que tenía de cara al mes en curso en lo que a lecturas se refiere. Me pareció una idea genial; todo lo que sea llenar esto de palabras me parece bien. El que la propuso, no contento con limitarse a la idea me sugirió también la estructura que podría tener. También eso me pareció bien, sobre todo porque es la que ya tenía. Esto es, por lo tanto, lo que se van a encontrar a continuación: 

Dividiré la entrada en tres partes; tres zonas que llenaré con los libros que, en principio, planeo leer durante los siguientes treinta días. Cada zona irá plagada de expectativas, unas mayores, otras no tanto y algunas, las menos, directamente injustificables. Les adelanto que soy una persona muy poco disciplinada y que la lista que propongo puede llegar a tener poco o nada que ver con el resultado final. Prometo tratar de ajustarme a lo planeado. 


[Zona Cálida

Espero mucho de Thomas Pynchon. Quizá no debería, podría acabar odiándolo, como la mitad del planeta, pero tengo un grado de tolerancia alto y un gusto bastante bueno y por eso creo que “Vicio Propio” me gustará. Otro grande del que lo espero todo y que también sé que no fallará es Salinger y su “Levantad carpinteros, la viga maestra y Seymour, una introducción”. Sí, ya sé que arriesgo poco. ¿Qué quieren? Si puedo elegir elijo lo creo que me va a gustar. A ustedes no sé pero a mí no me pagan por leer (todavía). Y con el tercero tampoco me la juego: Houellebecq.  El libro elegido será “Plataforma”. -Aquí iba a ir “Corrección” de Thomas Bernhard, pero en mi biblioteca habitual lo han extraviado o descolocado y parece que voy a tener que pasar sin él.- 



[Zona Templada

Aquí, en esta zona, voy a hacer trampa y voy a meter alguno que debería estar arriba, pero ya lo aclararé llegado el momento. El primero de los nominados es “Las niñas perdidas” de Cristina Fallarás (si llega a tiempo, claro). La iba a poner arriba, en la zona alta, pero me parecía cruel. A mi Cristina me parece una mujer muy simpática –motivo por el que me voy a leer su libro- y las primeras páginas (ver entrada anterior) de esta novela fueron prometedoras pero aquí hablamos de expectativas y yo del único autor de novela negra del que espero lo máximo que se puede esperar de un escritor es James Ellroy. Del resto, Cristinísima incluida, me conformo con que me hagan medio feliz con muchos muertos y mucha sangre y una trama que no de vergüenza ajena. Tampoco espero mucho más que divertirme con “Wendolin Kramer” de Laura Fernández, si es que la desiderata que me aceptaron el tres de marzo se hace realidad de aquí a fin de mes, cosa que dudo. Luego hablamos de suplencias. El tercero del que espero lo justo tirando a mucho (es que no quería abarrotar la zona cálida) es Don Delillo y su “Punto Omega”. Seguro que me encanta, pero al menos en este caso prefiero pecar de prudente. No les cuento el porqué me apetece leer este libro porque hay autores para los que no hacen falta justificaciones. Y por último un libro que han hecho llegar esperando mi (creo que) sincera opinión. Se trata de una colección de relatos llamada "Un hombre cae de un edificio" de Raúl Quirós. 

[Suplentes: Permítanme una aclaración: puesto que tanto “Wendolin Kramer” como “Punto Omega” son desideratas y “Las niñas perdidas” depende del correo postal y las buenas intenciones, voy a dejar un par de libros más a modo de repuesto por si los anteriores no pueden cumplir. Podrían ser: “Cut & Roll” de Oscar Gual, que está siendo injustamente demorado un mes tras otro y “Las vírgenes suicidas” de Eugenides, porque siempre le tuve muchas ganas y porque "Middlesex" me gustó mucho cuando lo leí en su momento (además es un préstamo y quiero devolverlo pronto). Por no comprometerme demasiado lo vamos a dejar aquí y en caso de ir bien de tiempo puedo continuar con “La Pantalla Global” de Lipovetsky o "El gran asombro" de Jeanne Hersch



[Zona Fría

Este es fácil. Parece mentira, pero lo es. Facilísimo, ya verán. El primero en ocupar esta zona es mi libro de cabecera en este momento (quizá por eso me noten algo triste estos días): “Nocilla Dream” de Agustín Fernandez Mallo. Ya tendremos tiempo la semana que viene para hablar largo y tendido sobre él pero a 80 páginas del final ya sé lo que me puedo esperar y no es mucho. Quizá parezca injusto, que después de “El guardián entre el centeno” cualquier cosa desmerece, pero lo de este libro es de juzgado de guardia, ya se lo adelanto. El siguiente truño que me voy a tragar dentro de muy poquito (porque será un truño y porque me lo voy a leer se pongan como se pongan) será el “Richard Yates” de Tao Lin. Sé que parece que voy con prejuicios (je), pero no es cierto. Bueno, sí que lo es. Lo que pasa es que de este libro se ha hablado mucho o yo he leído demasiado y quienes lo critican negativamente son en su mayoría santos de mi devoción mientras que los que hablan bien, genial o simplemente regular de él acostumbro a hacerles poco o ningún caso porque su opinión me parece partidista, sesgada o directamente fraudulenta. Me puedo equivocar, pero lo dudo, porque para según qué cosas o seres humanos tengo un ojo infalible. (Esto excluye a la editorial, que entiendo que simplemente defiende un producto y lo menos que espero por su parte es objetividad. Aunque la sea (objetiva) no me interesa, porque no me la voy a creer). 

(*)

[Mi relación con los escritores. De momento ninguna, pero yo espero que a lo largo del mes se vayan poniendo en contacto conmigo para proponerme algún trato del que podamos extraer, al menos yo, algún beneficio. Si puede ser económico mejor que si es anímico y vayan descartando el intercambio de fluidos porque yo esta clase de favores no se los hago a nadie. Arriba, en mi perfil, encontrarán mi dirección de correo. Pueden escribirme a cualquier hora del día o de la noche que ya les contestaré yo cuando me venga bien.]


(*) Al cierre de esta edición -uno no escribe cuando quiere sino cuando puede- "Nocilla Dream" es historia y "Richard Yates" mi nuevo libro de cabecera que espero terminar esta misma noche. ¿Recuerdan lo que dije del truño y el ojo infalible? Pues lo confirmo.


viernes, 1 de abril de 2011

Resumen de Lecturas: Marzo de 2011



[La parte alta: Zona Cálida] 

En las entradas inmediatamente habrán sido testigos de mi entusiasmo por la biografía de “J.D Saliger” escrita por Kenneth Slawenski. No creo que haya mucho que añadir al asunto; sepan que Salinger se ha convertido en mi héroe personal desde este mismo mes. Como no podía ser de otra manera después de éste me puse inmediatamente con la relectura de su novela más famosa, “El guardián entre el centeno”, una cuenta pendiente desde hace mucho tiempo. Por prudencia lo he valorado con un 9,5 pero sepan que el cuerpo me pedía un 10 (no soy muy amigo de poner notas, pero hago esta excepción para que entiendan a qué me refiero). La tercera gran historia del mes fue "Chronic City" de Jonathan Lethem. También hablé de él no hace mucho y no voy a repetir cuánto me gustó pero baste decir que no está aquí por lástima. Cualquiera de estos tres libros pasan a formar parte de mi particular catálogo de imprescindibles. Tres libros. En un mes. De ahí mi entusiasmo. 


[La parte central: Zona Templada] 

Aunque hay mucho que decir voy a ser de una brevedad ejemplar porque de todos los libros que citaré a continuación espero poder hablar con más detalle en el futuro. De los cinco que ocupan esta zona el mejor (que hace tres días iba directo a la zona cálida) es “La muerte de Montaigne” de Jorge Edwards, publicado este mismo mes por Tusquets. Tiene una prosa que me recordó mucho a la de Pierre Michon pero lo mejor es la maravillosa historia que cuenta llena de regicidios y conspiraciones y grandes hombres como Montaigne. Una lástima que se alargue tanto el final. “Epígrafe” de Gordón Lish, es más de lo mismo: un ejemplo de perfección narrativa. Lamentablemente la historia que cuenta no está a la altura y eso le hace perder algunos puntos. Nada grave. Ojalá todos los libros fuesen la mitad de buenos que este. “Submáquina” de Esther García Llovet es una novela que calificaría simplemente como interesante. Menos de lo esperado, es verdad, pero eso es porque las expectativas, basadas en críticas ajenas, eran muy altas. La típica lección que nunca termino de aprender. Materia Prima de Francesc Serés me gustó mucho en su momento pero a medida que han ido pasando los días lo he ido bajando del pedestal al que lo tenía subido. Aún así sigue siendo una magnífica recopilación de relatos sociales que no deberían perderse si les interesa la temática. Y por último, aunque no por ello menos importante -más bien todo lo contrario- Niño Hipotético de Daniel Espinar. De este no diré nada. Les dejo con la intriga. Tengo una entrada a medio terminar y prefiero no adelantar información (y así dejamos que el señor Espinar sufra un ratillo más). 


[La parte baja: Zona Fría] 

Si son habituales de este blog ya conocerán a los que llevan este mes las de perder. Ambos tienen entradas y pueden ustedes consultar en ellas los motivos de este castigo. Jimina Sabadú, por Celecanto y Javier Avilés por Constatación brutal del presente, la una por escribir para niños y el otro por escribir para él. No quiero hacer más sangre y por eso lo vamos a dejar aquí. 


[Abandonos] 

No hubo abandonos como tales, sino más bien cierta dejadez; dos libros que empecé a leer y dejé con intención de retomarlos en un futuro inmediato. Con uno lo cumpliré y con otro no lo sé, seguramente no. El primero es “Nocilla Dream” de Fernández Mallo. No recuerdo porqué interrumpí su lectura; creo que recordar que fue cuando me llamaron de la biblioteca para recoger el de Javier Avilés y me pudieron las prisas y el entusiasmo. No importa; no lo hubiese dejado si me estuviese gustando mucho aunque sí es cierto que tenía un planteamiento interesante y merece, por lo menos, ser terminado. Por ese motivo lo retomé ayer y por lo mismo de antes lo volveré a dejar: por el entusiasmo frente a otro libro que ya sé yo que no me va a gustar. El otro, el que dejé sin saber todavía si retomaré es el de Rafael Reig, “Todo está perdonado”. Empezó hablando de fútbol y yo no soporto el fútbol. Me pone malo malísimo. Y ya si me lo meten en un libro apaga y vámonos. Eso fue lo que me predispuso inmediatamente contra él pero al mismo tiempo Reig es un tipo que me cae simpático y creo que debería darle otra oportunidad. Pero no lo haré. Al menos de momento. Hoy mismo lo devuelvo, que ya me quema en la mesa y me tiene frito tanta incertidumbre sin sentido.