Vayamos al grano; no quiero perder demasiado tiempo con esto. Los seguidores de Marías, entre los que no me incluyo, disfrutarán, por lo que he oído, con esta novelita de amor… perdón, de esta novelita, tan tierna, que trata sobre el amor. Es muy Marías, dicen, es él en esencia, dicen; al margen de lo acertado o no del argumento, es más de Marías, dicen, y eso es, por lo tanto, lo mejor de lo mejor. Dicen, dicen, dicen… si hiciéramos caso de todo lo que dicen… Menos mal que estoy yo aquí para abrirles los ojos con mi clarividencia. Hoy sí que seré breve, ya verán, porque al no entender nada (siendo “nada” la presunción de calidad de los "caldillos" que prepara Javier Marías) tengo muy poco que contar. Es por ello que la crítica bestial que esperaban la vamos a tener que dejar (me parece) para las lágrimas bajo la lluvia de Rosa Montero. Pueden denunciarme si quieren, por imbécil, inmoral; por lo que les de la gana.
Le robo una cita de Auden a un blog –que por cierto habla maravillas de esta novela- en la que se asegura que reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo, sino un peligro para el carácter. No puedo estar menos de acuerdo. Quizá en lo del carácter sí, porque a mí se me está avinagrando un tanto, pero con el resto no. Los libros malos o los mediocres, los poco notables, hay que denunciarlos siempre. Sistemáticamente. Norma de la casa. Y con vehemencia además, nada de medias tintas, nada de “puede que algunos les guste”, nada de “veremos de aquí a veinte años” y desde luego nada de “sería mejor empezar por obras anteriores del mismo autor”. Eso jamás. Nunca, niños, nunca hagáis caso de los señores mayores que os digan que es imperativo recorrer la bibliografía de un escritor para entender, apreciar o valorar en su justa medida su última novela porque lo único que quieren, los señores mayores, es que le cojáis cariño a golpe de lectura; algo así como hacernos creer en dios a golpe de misa durante la infancia.
Decía más arriba que al no entender, al no conocer, no puedo argumentar en contra de Marías más allá de lo que me dicta el menos común de los sentidos, ya saben: el sentido común. Les voy a poner un ejemplo: en un momento indeterminado de la novela leo lo siguiente:
“Esa fue la única ventaja y desde luego no valió la pena. Los camareros estaban equivocados y cuando dejaran de estarlo no me lo comunicaron. Desvern no volvería nunca, ni por tanto la pareja jovial, como tal había quedado también suprimida del mundo”.
A ver, antes de que me maltraten: la he revisado setenta veces siete, la he negado tres, como Pedro, y al final siempre el mismo resultado: la errata de la segunda frase y la incongruencia del final de la tercera no son mías. ¿”Cuándo dejaran de estarlo no me lo comunicaron”? A Marías le convendría abandonar la máquina de escribir y pasarse al portátil: el corrector gramatical es nuestro amigo, recuerden (aunque en este caso no sirva de mucho). También puede ser que esté bien y yo sea el único que ve cierto desarreglo verbal o que Marías nos la quiera jugar, ver si estamos atentos.
Otro cantar es el estilo del escritor, con el que ya no me meto (con el estilo, quiero decir; con el escritor sí); sus digresiones; su forma de reflexionar sobre los misterios menos misteriosos del alma humana. Eso (la digresión -y el resto-) en esta novela tiene mucha importancia. Me atrevería a decir que tiene una importancia vital. Esta novela, para los que no lo sepan, tiene un tamaño aproximado de 400 páginas durante las cuales se desarrolla una historia que en manos de otros, pongamos, no sé, profesionales del medio (esto incluye aspirantes con talento y sin suerte y/o periodistas deportivos) ocuparía, siendo generoso, no más de 50 páginas. Con esta historia, poniéndome cabrón, apostaría casi cualquier cosa a que hay seres humanos perfectamente capaces de hacerles a ustedes un microrrelato que incluyese elaboradísimas, por detalladas, recetas de cocina y cocktails varios.
Me da un poco de pena y de risa, pero sobre todo de rabia, no ser menos respetuoso de lo que en realidad soy porque ser así es el motivo por el que no puedo contarles de qué va la película que nos cuenta Marías -como demostración palpable de todo esto. Él mismo ha insistido, por activa y por pasiva (en las tropecientas mil entrevistas que me he tragado como documentación -para que no me vean especialmente desinformado-) que es importante no desvelar la trama para no estropear la sorpresa. Eso es de cajón. Lo que quiere decir Marías es que en este caso no se puede decir nada de nada de nada de nada porque a poco que se diga algo, lo que sea, cualquier cosa, nos quedaremos sin sospresa. Imagínense lo elaborada que es la trama. Lo único que parece justificar la extensión de la novela son las ganas que tiene el escritor, en mi opinión, de lucir su prosa afectada (marca de la casa) y su capacidad (su facilidad, sería más correcto) para la digresión. No tengo nada contra eso. Parece que sí, pero no. Es más, si tuviera que destacar una virtud sería precisamente esa.
Miren, no se compliquen, no me hagan caso, ¿vale?, olviden esta reseña. Léanse el libro, cómprenlo si quieren. Lo que ustedes vean. Aquí lo único que pasa es que a mí Marías no me convence y de ahí que tire a matar (por eso y porque me divierte) pero si a ustedes sí, pues perfecto. Vamos a zanjar la cuestión con las tres conclusiones que podemos extraer de este librito tan amoroso:
- A quien le guste J.M. esta novela no le decepcionará (ni habrá quien lo aguante en la feria del libro) porque es, lo dije al comienzo, más de lo mismo. Más de Marías. Páginas y páginas de información inútil y de una historia que no avanza si no es a trompicones. De amor también; a raudales; de ahí el título. Y lágrimas, claro, y un montón de personajes todos hablando igualito que Marías en la intimidad. ¿Quién, aparte de mí, no ha soñado con eso alguna vez?
- A quien le deje indiferente J.M. no le va a cambiar mucho la vida. Puede que consiga coger el sueño con más facilidad o que se anime a ver aquella película tanto tiempo demorada, pero poco más.
- A quien no le guste J.M. tampoco creo que en esta ocasión vaya a cambiar de parecer. Por lo mismo de antes: lo peculiar de su estilo. Marías tiene su público, numeroso, generoso, que no se baja sus libros de páginas ilegales, que no duda en defenderlo a capa y espada, que se pasa por el forro lo artístico de su prosa . Incluso yo, aquí donde me ven, disfruto en ocasiones de ella, pero cuatrocientas páginas de lo mismo, cuando cojea una historia, son demasiadas. A mi denme una buena historia, algo de pasión, algo mínimamente adictivo, algo que tenga que rascar y escriban como les salga de los huevos. Pero a mí, la floritura por la floritura no. Ya no.