El tema de la novela es, en mi nada humilde opinión, la perdida que va asociada a la edad. Perder el pelo, un hijo, una esposa, perder la vista. También la independencia, la movilidad, las metas. Que llegado el momento ya no te quede nada y no importe un carajo, entre otras cosas porque el siguiente viaje es sin equipaje. La novela está escrita desde ese último escalón donde todo es aceptación y saber estar. No hay rabia y ni siquiera el dolor de lo vivido genera en el protagonista otra cosa que nostalgia. “La luz difícil” es el relato escrito por alguien que fue lo bastante feliz para no sentir rabia cuando ya no se puede más. Y a mí este tipo de libros me dan un poco de repelús, qué quieren que les diga. Aprecio la belleza de su prosa y a ratos agradezco la serenidad que transmite, pero al mismo tiempo esa supuesta calidez me deja frío no tanto porque no me la crea como porque no me interesa.
Y conste que: ojalá llegar así. Al final, digo. Ojalá llegar así. Herido pero sereno, en cierto modo satisfecho. Pero si lo hago, prometo no escribir. Ojalá para entonces una espada y no una pluma.
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