martes, 2 de mayo de 2023

“Blanco” de Bret Easton Ellis


Es probable –no lo pongo en duda— que Bret Easton Ellis haya transgredido lo habido y por haber con su primera novela, Menos que cero, —escrita y publicada a una edad tan insultantemente temprana que de no ser por American Psyco, uno podría pensar que fue simple casualidad (tipo la novela perfecta en el momento perfecto y ya nunca más)— pero una de dos, o bien su deriva ideológica se ha extremado y ahora ejerce de Señor Mayor desde una autoconsciente posición de Hombre Blanco Privilegiado, o bien la “deriva” siempre estuvo ahí, como el dinosaurio, y ocurría que lo tomaba yo por sátira cuando ni tanto. A día de hoy de inclino por ambas. Pero bien, uno puede ser buen escritor y ser un gilipollas (diría incluso que hay cierto grado de inevitabilidad en ello), y si no que se lo digan a Vargas Llosa y tantos otros. No es ese el problema.

El problema es que dedicar tanto esfuerzo solo para defender primero la llegada a la presidencia y más tarde la política de Donald Trump me parece un despropósito por parte de Bret o de quien sea, sobre todo cuando, como en este caso, se hace desde un posicionamiento falsamente imparcial. El discurso de apelar a la libertad de expresión para legitimarlo TODO (insultos, racismos o lo que se tercie) o esa vieja costumbre de victimizarse acusando a los demás de lo mismo es tan absurda como la contradictoria práctica de decir en todos cuantos foros públicos hay que uno ya no puede decir lo que quiere y que mucho mejor y más libres antes, cuando los gloriosos ochenta o no sé qué mierda.

«Ahora [BEE] presenciaba un nuevo tipo de progresismo, uno que censuraba deliberadamente a la gente y castigaba a las voces en contra, obstruía opiniones y bloqueaba puntos de vista. Este falso progresismo estaba convirtiéndose en la alarmante norma en los medios de comunicación, en Hollywood, y, durante un tiempo, en 2017, en ningún otro lugar con mayor evidencia que en los campus universitarios, aunque esto pareció marcar el límite para todos. La ironía se amplificó cuando los estudiantes y, aparentemente, la propia administración de la institución rechazaron a conferenciantes conservadores en Berkeley, otrora considerada el bastión de la libertad de expresión en América, y ya no hubo forma de transformar esa historia en un relato aspiracional para la izquierda, para la Resistencia ni para nadie».

Respecto a esta cuestión, resulta especialmente llamativa (cuando no directamente preocupante) la facilidad a la hora de pasar por alto la práctica que acompaña la teoría de la que tanto alardean los trumpistas, abanderados ahora de las libertades civiles, y, por extensión, del bueno de Bret, algo que Jason Stantey sí se toma la molestia de explicar y dejar reflejado en su libro “Facha”:

«Jeff Sessions, fiscal general de Estados Unidos, difícilmente será un defensor de la libertad de expresión. Y, sin embargo, el mismo mes en que su Departamento de Justicia pretendía llevar a juicio a una ciudadana estadounidense por reírse, Sessions dio un discurso en la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown en el que criticaba a los campus universitarios por incumplir su compromiso con la libertad de expresión. Según él, la universidad no fomentaba la participación de las voces de la derecha. Y por ello exigía «una renovación del compromiso nacional con la libertad de expresión y la Primera Enmienda» (esa misma semana, monopolizaba todas las pantallas el llamamiento de Trump a los propietarios de los equipos de la Liga Nacional de Fútbol Americano para que echaran de sus equipos a los jugadores que se arrodillaban durante el himno nacional como protesta contra el racismo, precisamente una clara manifestación de los derechos que defiende la Primera Enmienda)». Jason Stanley, “Facha”, Blackie Books.

De alguna forma y por alguna razón que no acabo de entender, Bret dedica demasiado tiempo y demasiado esfuerzo (demasiadas páginas, en definitiva) a hablar de cine y cosas que no le importan a nadie total para acabar dejando meridianamente claro que él no ha votado a Donald Trump (cosa que dudo) pero que tampoco lamenta su victoria, tal como sí hacen todos esos snobs californianos de la supuesta izquierda que lloran amargamente lágrimas de desconsuelo por el incierto futuro de caer en manos de un demente. Ni que decir que a Bret el tipo le cae hasta simpático y que nada de demente o ya verás la economía, como si todo fuera nada más que eso, obviando todo aquello que también es fascismo, como por ejemplo, dar a entender que microagresión es un saco en el que cabe de todo y deja ya de quejarte, hostia, que pareces nuevo:

«Si sientes que estás sufriendo «microagresiones» cuando alguien te pregunta de dónde eres o «¿Puedes ayudarme con las mates?», o te responde «Jesús» cuando estornudas, o cuando un borracho te toquetea en una fiesta de Navidad, o cuando un imbécil se restriega contra ti a propósito mientras esperas al aparcacoches, o cuando alguien sencillamente te insulta, o cuando el candidato al que votaste no sale elegido, o cuando alguien te identifica correctamente por tu género y tú lo consideras una monumental falta de respeto y te irrita y necesitas encontrar un lugar seguro, entonces tienes que buscar ayuda profesional».

Se ve que, para algunos, libertad es no tener que chupar la polla que te meten a la fuerza en la boca.

1 comentario:

  1. Este Bret se llevaría muy bien con nuestro Fernando Savater.

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