En qué momento, pregunto, se le ocurre a uno la genial idea de imitar la escritura de otro para hacerse un libro a medida y llevarse una gloria que no le corresponde aplicando la excusa del sentido homenaje o la manifiesta admiración o mierda por el estilo.
Me inclino a pensar que Moya era joven y un poco lerdo y otro poco listo, no sé si de menos o de más, cuando, en 1997, escribió y le publicaron una novela que parecía salida de la pluma de Thomas Bernhard hasta extremos que rozaban cuando no directamente se sumergían en lo inconfesable, no digamos ya vergonzante no digamos ya oportunista.
«San Salvador es horrible, y la gente que la habita peor, es una raza podrida, la guerra trastornó todo, y si ya era espantosa antes de que yo me largara, si ya era insoportable hace dieciocho años, ahora es vomitiva, Moya, una ciudad realmente vomitiva, donde sólo pueden vivir personas realmente siniestras, o estúpidas, por eso no me explico qué haces vos aquí, cómo podes estar entre gente tan repulsiva, entre gente cuya máximo ideal es ser sargento, ¿los has visto caminar, Moya?, yo no lo podía creer cuando vine, me parecía la cosa más repulsiva, te lo juro, todos caminan como si fueran militares, se cortan el pelo como si fueran militares, piensan como si fueran militares, espantoso, Moya, todos quisieran ser militares, todos serían felices si fueran militares, a todos les encantaría ser militares para poder matar con toda impunidad, todos traen las ganas de matar en la mirada, en la manera de caminar, en la forma en que hablan, todos quisieran ser militares para poder matar, eso significa ser salvadoreño, Moya, querer parecer militar, me dijo Vega. Me da asco, Moya, […]
Cierto: nadie odia como Bernhard. Cierto: si vas a escribir una novela que refleje tu odio a una sociedad, a un país entero, Berndard, como referente, es impecable. Ahora bien, de ahí a plagiarlo (en el sentido que tiene “apoderarse de algo ajeno”) media un abismo por más que incluyas nota de autor no tanto de disculpa como de reconocimiento aka admiración aka kaka.
Leyendo esta novela es inevitable pensar en Bernhard, a no ser, como como el propio narrador explica, que la supina ignorancia de los salvadoreños («Mi nombre es Thomas Bernhard, me dijo Vega, un nombre que tomé de un escritor austriaco al que admiro y que seguramente ni vos ni los demás simuladores de esta infame provincia conocen».) les impida acusarlo de otra cosa que cabrón.
Que fue básicamente lo que pasó.
Al igual que ocurrió con los salzburgueses de Bernhard, los salvadoreños de Moya se levantaron en armas, prácticamente quemaron sus libros y se rasgaron todas cuantas vestiduras tenían. Gritaron, despotricaron, se mearon en las tumbas de sus antepasados. Amenazaron de muerte a mamá. Estaba yo fuera, en Guatemala, dice Moya en la Nota de Autor que cierra la reedición que Random House ha hecho ahora de este libro y que veladamente utiliza para vender Moronga, su nueva novela, también de RH, por supuesto no regresé a El Salvador. El Salvador no es Austria. Y en un país en el que sus propios camaradas izquierdistas asesinaron en 1975 al más importante poeta nacional, Roque Dalton, bajo la acusación de ser agente de la CIA, más valía largarse que jugar al mártir.
No hay mejor publicidad de que un buen drama.
Es con esta novela que Castellanos Moya se viene arriba y todo porque alcanza la gloria (entendiendo “la gloria” a salir del anonimato para ocupar primeras páginas de algo, lo que sea, siquiera una vez en la vida); gloria que no le corresponde y de la que igualmente presume pese a que el resultado no pasa de mera replicación de estilo. Moya, que se queda en la superficie de lo que es Thomas Bernhard, se limita y contenta con odiar a todos y a todo, como si esto fuera suficiente, como si Bernhard en El Salvador no hubiera sido capaz de más, mucho más que la mera verborrea de un don nadie demasiado impresionable.
Curiosamente me la he leído esta mañana y, quizás sea porque no he leído a Thomas Bernhard, pero, sin entusiasmarme, lo cierto es que me ha gustado, más por las ideas que por el estilo, algo cansino y repetitivo. Consigue transmitir la sensación de asco de Moya, comprenderle y senitr lástima para luego despreciarlo por insufrible.
ResponderEliminarLa novela es moderadamente entretenida, de eso no hay duda, aunque, como digo, carece de profundidad, quedándose en un odio demasiado genérico. Si el estilo no le ha entusiasmado es probable que Thomas Bernhard no sea para usted pero igualmente me voy a permitir recomendarle Tala, una novela muy corta de este autor que es más que suficiente para dejar en evidencia las carencias y la falta de amor propio que ha demostrado Moya con este libro.
EliminarEs ese aire del personaje con su odio generalizado para mí lo convincente de la novela, ya que no lo limita al contexto meramente salvadoreño. Podría construirse un personaje casi similar en cualquier parte del globo y nos habría dado lo mismo. El recurso no me parece malo; tengo mis dudas con la realización a modo de monólogo insufrible (podría haberse llevado con mayor fluidez). Le echaré un ojo a la obrita de Bernhard, probablemente mejor escrita si la recomienda usted. No es el primero en hablarme bien del austríaco.
EliminarQue no entiendes Carlos, hombre, por Dios, que es intertextualidad, guiño, homenaje. Si es que... como estamos de susceptibles ;)
ResponderEliminarSolo Sebald es un discípulo digno de Bernhard.
ResponderEliminarIgual, Bernhard también imitaba a Beckett.
ResponderEliminarOtro sudamericano que no se conforma con ir en bici u oler bien y se pone a ejercer de escritor... Qué sinvergüenza, con la adoración que le tengo yo a Bernhard!
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=3jInA2wLlFA
¿Lo de la primera línea (del libro) es queísmo?
ResponderEliminarVon Rothbart lo ha vuelto a hacer. La decimotera. La Cuarta desde que lo contrató Florentino. ¿Es que nadie va a parar esto?
ResponderEliminarInteresante lo que has escrito lo que leo y lo que comentan Todos los días aprendo algo nuevo
ResponderEliminarun placer visitarte y ver quien eres....con tus letras
me gusta como reseñas
Gracias por otorgarnos tus mejores años - antes de la paternidad, Oh suplicio - y las risas. RIP.
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