jueves, 10 de agosto de 2017

“Centauros del desierto” de Alan Le May (Trad. Marta Lila)

Y luego está Centauros del desierto.

La tentación de dejar la reseña así, con ese “y luego está Centauros del desierto” es grande y además estaría más que justificada. Porque es verdad, uno va leyendo westerns como si no hubiera un mañana total para descubrir lo que unas veces imaginaba y otras ya sabía, esto es, que por un lado de género menor nada, y por otro que hay historias y hay historias. Y esta es una de las grandes. Y cuanto menos se diga de ella mejor, que luego vienen los listos de turno y se hacen pasar por unos que la han leído aprovechando que se han visto la película como tres veces.

Entremedias, la sensación de estar haciendo el ridículo porque, a ver, CENTAUROS DEL DESIERTO, ¿vale?, o sea, como si hubiese algo que demostrar. Que puede ser: no sería la primera película que es mejor que el libro, aunque a mí ahora mismo no se me ocurra ningún ejemplo.

La historia tiene lugar en Texas durante “la ocupación”, cuando los colonos querían vivir felizmente en las tierras que hasta entonces habían pertenecido a los indios, esas malas bestias que de caballos bien pero de títulos de propiedad ni puta idea. Un día estás en tu casa tan ricamente sentado en tu hamaca de cedro y por la noche los comanches se llevan a tus hijas y matan al resto, tú incluido. Heredan sed de venganza tu hermano y un hijo adoptivo que suben a lomos de Rocinante y se echan al campo a buscar a las buenas de las mujeres. Y así chorrocientos años, pues no es grande Texas ni nada, y porque un día sucede al otro y por has ido a dar con el indio más cabrón de todos:

«Jamás se les ocurrió pensar que su búsqueda se estuviera convirtiendo en una enorme y extraordinaria gesta de resistencia; una epopeya de esperanza sin fe, de fortaleza sin recompensa, de tozudez más allá de los límites de la cordura. Simplemente siguieron buscando, dando el siguiente paso, porque siempre hubo un lugar más donde buscar, una leve esperanza que seguir».

Lo que dejan atrás, lo que les espera, lo que les ocurre. Todo suma y todo sirve para alimentar el odio: el cansancio, la frustración, los recuerdos. La novela crece en la medida que sus personajes son aniquilados durante una búsqueda sin sentido.

«Un indio persigue algo hasta que piensa que ya lo ha perseguido lo suficiente. Luego lo deja estar. Y lo mismo ocurre cuando huye. Después de un tiempo piensa que debe desistir, y comienza a aflojar. Por lo visto, no concibe que exista una criatura que persista en una persecución hasta el final».

Centauros incluye paisajes, horizontes, vientos huracanados, fríos glaciares, militares, rangers, amor, sexo, dramas familiares, conflictos armados y raciales, rivalidad, enemistad, errores y aciertos a partes desiguales y posos de locura para aburrir. Tiene hasta humor, un destello fugaz, un instante, un respiro. Y un final trepidante y casi cuatrocientas razones más (tantas como páginas tiene la novela) para no abandonar su lectura; y para no olvidarla, también.

Tal vez crean que es suficiente con haber visto la película pero eso es porque tal vez estén equivocados. Es más, me he tomado la molestia de hacerlo yo una vez más y ya les digo que sí, que están equivocados. Centauros del desierto (la película) es la sombra desdibujada del libro de Le May; es práctica e inevitablemente una sucesión de sketches todo lo memorables que quieran pero que se pasa completamente por forro algunas de la cosas más importantes que tienen lugar en la novela, tipo la evolución de los personajes, por ejemplo, sobre todo de Marty (para los que no son de letras: John Wayne no, el otro). El paso de los años ha de notarse en algo más que en color de los calzoncillos y la realidad es que dos horas no son suficientes para contar esta historia, así seas John Ford, así seas David Lean; es probable que ni siquiera una miniserie de HBO diera para tal cosa. No pretendo restarle valor a cinta, sigue siendo una película magnífica, pero lo es fundamentalmente por la historia que cuenta y por nuestra nostalgia de aquella épica, y tal vez con la nostalgia no podamos hacer gran cosa pero con la historia sí, con la historia podemos hacer mucho: para empezar nos la podemos leer y así tratar de entender el origen de aquello que vimos en pantalla y apreciar y valorar en papel su dimensión real.

O podemos seguir tratando el western como la tercera mierda, ustedes verán.


3 comentarios:

  1. lo más importante de todo, es que el libro lo coges y ya no lo sueltas hasta no haberlo leído, lo cual ya lo pone aparte de todo ese montón de jodidos foster wallace que llenan sus escrituras de tremebundas disquisiciones intelectualoides que a las 20 páginas lo único que te dan son ganas de tragarte un par de aspirinas y largarte al parque a ver a los vejetes tirarle migas de pan a las palomas

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  2. Sí señor, una lección para los que jugamos a hacer reseñas y casi nunca nos sale. Magnífica, sin más.

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  3. De las mejores reseñas que le he leido

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