Tercera y penúltima entrega de este resumen ampliado de lecturas de octubre. Ha sido un largo mes.
Los últimos de Juan Carlos Márquez
Bueno, Los últimos. A ver.
Yo les cuento un poquito del argumento y ya ustedes sacan sus propias conclusiones. Atentos:
El fin del mundo (o al menos el mundo tal como lo conocemos). Por razones equis, en un futuro que supondremos lejano y sabemos imperfecto, un fogonazo de luz, acompañado de un calor abrasador, barre de la faz de la tierra (fulmina, literalmente) a todo ser humano, bicho o arbusto que no pilla con las persianas bajadas. Esto deja la cosa social tan mermada que casi se vuelve a poner de moda el incesto. El caso es que esa luz terrible acaba también con el oxígeno, pero no pasa nada porque quitando los langostinos todo el mundo lleva su mascarita y bombonas y tienen recambio para rato y además está el gobierno como loco trabajando en una nueva línea de metro que los va a sacar a todos del apuro. Esto, como historia, en fin, podía estar algo más trabajado, pero se va aceptando como gamberrada y se deja pasar.
El caso es que un día llegan los mutantes, que son como zombis sin mal aliento pero muy malas pulgas por lo que un grupo de gente de una urbanización que ha sobrevivido tiene que salir por patas para que no se los coman. Igualito que En la carretera de McCarthy pero sin esa pena por el crio ni la nostalgia por la Coca-Cola. Mal rollo cuando empezamos con los paralelismos o los parecidos razonables o las fuentes de inspiración. Pero claro, como es una gamberrada, te tienes que reír y hacerte el tonto y dejarlo pasar. El humor es lo que tiene: no explota la mala hostia del crítico.
Después de esto pasan más cosas que tienen que ver con Marte, el sexo y la wikipedia, pero ya no se lo cuento, uno, para no estropearles la sorpresa (o como sea que se llame eso que se espera de nosotros) y otra porque es tan chiquito el libro que si digo una cosa más ya lo cuento todo y no es plan.
Hasta aquí, la parte promocional. Ahora, mi parecer.
Perdón, ¿he dicho “ahora”? Qué tonto. Quería decir “dentro de unos días”; el próximo lunes o martes. Un par de post resumen más (y es que menudo mes) y vamos con ello. I promise. No se alejen mucho, no se los vaya a comer un vampirillo mutante de esos.
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Londres después de medianoche de Augusto Cruz
Esta es otra de las novelas que quiero reseñar, por lo que quitando el argumento y ligeras impresiones personales, el resto lo vamos a dejar para ocasión más feliz.
Se supone que Londres después de medianoche es un homenaje a algo. Al cine clásico de terror e inmediato posterior y a las noveluchas de serie B de aventuras y misterios, seguro. Aquí un tipo, ex ayudante retirado de J. Edgar Hoover, acepta un caso muy especial: debe buscar una misteriosa película desparecida, una las más buscadas del mundo mundial, porque alguien no se quiere morir sin verla. Hasta aquí todo más o menos normal. El tipo se pone a buscar la peli y medio sin quererlo te entra la nostalgia de tiempos pasados que ya sabemos todos mejores, que supongo que es un poco la intención de la novela. Y bueno, normalita. Hasta que las pistas lo llevan a México, un poco buscando y otro poco huyendo. A partir de este momento, un poco antes incluso, la novela se pierde en detalles y situaciones absurdas de puro ridículas. Y el final, bueno, el final es morirte. Puedo aceptar el MacGuffin sin problema pero lo ya clama al cielo es la sucesión de tópicos de película Disney.
En el mejor de los casos, decepcionante.
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El rito de Laird Barron
No sé si se acordarán pero de este señor hablamos hace un par de días (el miércoles, si todo ha ido según lo planeado). Era aquel que había escrito un relato que se había publicado en Ominosus. El mismo relato que, les decía entonces, era prólogo ideal de una novela de la que ya hablaríamos. Bueno, pues la novela es esta, de modo que hablemos.
El rito es una novela de terror o que se pretende de terror (un día que tengamos tiempo tenemos que hablar de lo que da miedo, realmente, a estas alturas de la vida) de ese que dicen “cósmico” por lo tanto, nada de niñatas sucias saliendo del plasma y sí mucho de protagonistas que llevan las de perder.
La novela tarda en arrancar o lo parece. Lo que ocurre es que empieza bien, un tanto efectista, con un prólogo que parece un chiste demasiado largo pero inmediatamente después cae en un par de capítulos en los que se dicen demasiadas cosas que no aportan gran cosa más allá de la genealogía de los protagonistas. Por más que este sea, en cierto modo, uno de los temas (si no El Tema) de la novela, la cosa podía llegarnos, a nosotros, lectores ávidos de sangre y temblores, un poco más resumidita o, en su defecto, más interesante.
Mal menor, en cualquier caso. Superado el, creo, tercer capítulo, la novela remonta y nos ofrece una historia de civilizaciones perdidas y orígenes legendarios e interplanetarios que harán las delicias de cualquier aficionado al género.
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Que levante mi mano quien crea en la telequinesis de Kurt Vonnegut
Pese a este gran título, este pequeño librito (ciento y poco páginas) recopila una serie de discursos de graduación que al bueno de Vonnegut le pedían que diese frente a jóvenes estudiantes. Es, por lo tanto, y pese a lo que se pueda afirmar, repetitivo hasta la náusea. Y panfletario. Por más que uno esté de acuerdo con Vonnegut (imposible no estarlo) no es fácil evitar la sensación de estar, por momentos, en primera fila del mitin político equis. Con todo, su insistencia en aplicar el sentido común y alimentar el sentido crítico e la juventud, es digna de elogio.
Me pillán sin el libro a mano, de modo que, si les parece, dejamos los detalles para la reseña y así también pongo algunos ejemplos. Además, me he cansado de escribir y todavía queda un post.