viernes, 31 de octubre de 2014

Resumen de Lecturas OCTUBRE 2014 [Versión extendida] [3ª parte]

Tercera y penúltima entrega de este resumen ampliado de lecturas de octubre. Ha sido un largo mes.



Los últimos de Juan Carlos Márquez

Bueno, Los últimos. A ver.

Yo les cuento un poquito del argumento y ya ustedes sacan sus propias conclusiones. Atentos:

El fin del mundo (o al menos el mundo tal como lo conocemos). Por razones equis, en un futuro que supondremos lejano y sabemos imperfecto, un fogonazo de luz, acompañado de un calor abrasador, barre de la faz de la tierra (fulmina, literalmente) a todo ser humano, bicho o arbusto que no pilla con las persianas bajadas. Esto deja la cosa social tan mermada que casi se vuelve a poner de moda el incesto. El caso es que esa luz terrible acaba también con el oxígeno, pero no pasa nada porque quitando los langostinos todo el mundo lleva su mascarita y bombonas y tienen recambio para rato y además está el gobierno como loco trabajando en una nueva línea de metro que los va a sacar a todos del apuro. Esto, como historia, en fin, podía estar algo más trabajado, pero se va aceptando como gamberrada y se deja pasar. 

El caso es que un día llegan los mutantes, que son como zombis sin mal aliento pero muy malas pulgas por lo que un grupo de gente de una urbanización que ha sobrevivido tiene que salir por patas para que no se los coman. Igualito que En la carretera de McCarthy pero sin esa pena por el crio ni la nostalgia por la Coca-Cola. Mal rollo cuando empezamos con los paralelismos o los parecidos razonables o las fuentes de inspiración. Pero claro, como es una gamberrada, te tienes que reír y hacerte el tonto y dejarlo pasar. El humor es lo que tiene: no explota la mala hostia del crítico.

Después de esto pasan más cosas que tienen que ver con Marte, el sexo y la wikipedia, pero ya no se lo cuento, uno, para no estropearles la sorpresa (o como sea que se llame eso que se espera de nosotros) y otra porque es tan chiquito el libro que si digo una cosa más ya lo cuento todo y no es plan.

Hasta aquí, la parte promocional. Ahora, mi parecer.

Perdón, ¿he dicho “ahora”? Qué tonto. Quería decir “dentro de unos días”; el próximo lunes o martes. Un par de post resumen más (y es que menudo mes) y vamos con ello. I promise. No se alejen mucho, no se los vaya a comer un vampirillo mutante de esos.


* * * * * * * 

Londres después de medianoche de Augusto Cruz

Esta es otra de las novelas que quiero reseñar, por lo que quitando el argumento y ligeras impresiones personales, el resto lo vamos a dejar para ocasión más feliz.

Se supone que Londres después de medianoche es un homenaje a algo. Al cine clásico de terror e inmediato posterior y a las noveluchas de serie B de aventuras y misterios, seguro. Aquí un tipo, ex ayudante retirado de J. Edgar Hoover, acepta un caso muy especial: debe buscar una misteriosa película desparecida, una las más buscadas del mundo mundial, porque alguien no se quiere morir sin verla. Hasta aquí todo más o menos normal. El tipo se pone a buscar la peli y medio sin quererlo te entra la nostalgia de tiempos pasados que ya sabemos todos mejores, que supongo que es un poco la intención de la novela. Y bueno, normalita. Hasta que las pistas lo llevan a México, un poco buscando y otro poco huyendo. A partir de este momento, un poco antes incluso, la novela se pierde en detalles y situaciones absurdas de puro ridículas. Y el final, bueno, el final es morirte. Puedo aceptar el MacGuffin sin problema pero lo ya clama al cielo es la sucesión de tópicos de película Disney.

En el mejor de los casos, decepcionante.


* * * * * * * 

El rito de Laird Barron


No sé si se acordarán pero de este señor hablamos hace un par de días (el miércoles, si todo ha ido según lo planeado). Era aquel que había escrito un relato que se había publicado en Ominosus. El mismo relato que, les decía entonces, era prólogo ideal de una novela de la que ya hablaríamos. Bueno, pues la novela es esta, de modo que hablemos.

El rito es una novela de terror o que se pretende de terror (un día que tengamos tiempo tenemos que hablar de lo que da miedo, realmente, a estas alturas de la vida) de ese que dicen “cósmico” por lo tanto, nada de niñatas sucias saliendo del plasma y sí mucho de protagonistas que llevan las de perder.

La novela tarda en arrancar o lo parece. Lo que ocurre es que empieza bien, un tanto efectista, con un prólogo que parece un chiste demasiado largo pero inmediatamente después cae en un par de capítulos en los que se dicen demasiadas cosas que no aportan gran cosa más allá de la genealogía de los protagonistas. Por más que este sea, en cierto modo, uno de los temas (si no El Tema) de la novela, la cosa podía llegarnos, a nosotros, lectores ávidos de sangre y temblores, un poco más resumidita o, en su defecto, más interesante. 

Mal menor, en cualquier caso. Superado el, creo, tercer capítulo, la novela remonta y nos ofrece una historia de civilizaciones perdidas y orígenes legendarios e interplanetarios que harán las delicias de cualquier aficionado al género. 


* * * * * * * 


Que levante mi mano quien crea en la telequinesis de Kurt Vonnegut

Pese a este gran título, este pequeño librito (ciento y poco páginas) recopila una serie de discursos de graduación que al bueno de Vonnegut le pedían que diese frente a jóvenes estudiantes. Es, por lo tanto, y pese a lo que se pueda afirmar, repetitivo hasta la náusea. Y panfletario. Por más que uno esté de acuerdo con Vonnegut (imposible no estarlo) no es fácil evitar la sensación de estar, por momentos, en primera fila del mitin político equis. Con todo, su insistencia en aplicar el sentido común y alimentar el sentido crítico e la juventud, es digna de elogio.

Me pillán sin el libro a mano, de modo que, si les parece, dejamos los detalles para la reseña y así también pongo algunos ejemplos. Además, me he cansado de escribir y todavía queda un post.



miércoles, 29 de octubre de 2014

Resumen de Lecturas OCTUBRE 2014 [Versión extendida] [2ª parte]

Hoy, segunda de las cuatro partes en que, por razones evidentes, he considerado oportuno dividir el habitual resumen de lecturas del mes.


Ominosus de Bear, Kiernan y Barron

Decíamos el otro día que «probablemente lo mejor que una editorial puede conseguir con la publicación de una antología de relatos es (además de recuperar la inversión) que el lector ocasional (descartemos incondicionales, para no contaminar esta frágil teoría) se interese por alguno de los autores que participan en ella. En ese sentido, Ominosus es impecable. Si te gusta el terror, claro».

Bueno, pues sí. Ominosus son tres relatos de tres escritores que merodean por el Universo Lovecraft, homenajeando, adaptando o reinventando (o lo que se tercie) breves historias de monstruos, bosques y fosas abisales. Interesante.

Nota: entonces, cuando leí este libro, no lo sabía pero el tercer relato, el de Laird Barron, El don de la oportunidad cuenta una historia que funciona como un prólogo perfecto (repito, perfecto) de una novela de la que hablaremos un poco más abajo o en próximos días, también del mismo autor, llamada El rito. Y cuando digo “perfecto” lo que quiero decir es que deberían, en la medida de lo posible, leer este relato antes de la novela. No es imprescindible, pero enriquece. Háganme caso.



En las montañas de la locura de H.P. Lovecraft

Hacía como un millón de años que no leía al nuevo escritor de moda: Lovecraft. Sí, de moda. No tienen más que filtrar, en Amazon, por ejemplo, todas las reediciones de sus obras publicadas en 2014. Se cansarán de pasar páginas.

El caso es que yo, no queriendo ser menos y viniendo como venía de leer cosillas sobre los shoggots (unos bichos lovecraftianos), entre otros, me fui directo a por una lectura de juventud (o algo que se parecía bastante a la juventud): En las montañas de la locura. Horror. No recordaba lo mal escritor que era Lovecraft ni lo mal lector que era yo. Afortunadamente la historia, si la dejas en pañales, es una estupenda mezcla de terror y ciencia ficción donde unos señores encuentran unas montañas que ocultan un terrible y magnífico secreto. Toda la novela es el narrador tratando de convencernos de que no debemos ir allí a ver todas aquellas maravillas, no vayamos a morirnos. Menudo cabrón egoísta.

Recomendada a entusiastas, incondicionales o nostálgicos de las primeras lecturas. 



En el café de la juventud perdida de Patrick Modiano

Y en esto que estaba yo leyendo en Lovecraft cuando Patrick Modiano ganó el Nobel, que tampoco es algo que se gane todos los días. Y pensé: ¿y si nos leemos a Modiano de una puta vez? Y, bueno, nada, que maldita la hora, yo, que tan feliz estaba con mis horrores. 

La novela no puede ser más aburrida. Con esto ya les sobran argumentos para no acercarse a ella. Miren si será ladrillo que me he quedado dormido cuatro veces tratando de recordar su argumento. 

Creo —no estoy seguro, tal es la bruma que cubre mis ojos, tal el bloqueo mental autoimpuesto— que la cosa iba de unos que iban a tomar café a un cafetería y una chica muy mona que se les unía. Ellos, típicos gilipollas de la época, pedantes e insoportables; ella, dulce y misteriosa mujer que ocultaba un secreto. La cosa va de descubrirlo. El secreto, digo, para lo cual diferentes narradores van contado lo que saben, montando un puzle (qué original) de cuatro piezas que el lector deberá encajar total para descubrir que todos es más o menos como se lo imaginaba. De fondo, París, qué bien.

Dicen que lo mejor de Modiano es su forma de narrar. Será.



Más allá del espejo de John Connolly

Y tras esa injustificada pausa para adentrarme en la literatura de altura, tocaba volver a las andadas. Y qué mejor, para pecar, que John Connolly.

Descubrí a Connolly hace años, no sé cuantos, por esa serie que tiene del detective Charlie Parker. Leí, casi del tirón, los cuatro primeros, digamos, episodios. Y bien, bueno, entretenido. Da lo que promete, que ya no es poco. Lo que pasó fue que cuatro seguidos (o casi, fue hace tiempo) se hizo un poco demasiado y ahí lo dejé y nunca más volví hasta que el otro día, por algún razón desconocida o inconfesable, me dio por librarme de viejas espinas.

“Más allá del espejo” es el episodio 4,5 de la serie de Charlie Parker, que es el nombre del detective protagonista. 4,5 porque aunque cronológicamente se sitúa entre el cuarto y el quinto episodio, se publicó mucho después. Aquí, al menos, en nuestro país. No me interesa tanto el tema como para investigar si ocurrió lo mismo en USA pero no me extrañaría en absoluto porque Más allá del espejo parece una novela fallida que se publica igualmente por aquello de aprovechar el tirón de ser un éxito superventas. 

La historia tiene el estilo habitual (quienes lo han leído lo conocerán y quienes no, lo supondrán, seguramente con éxito) y sigue los patrones del resto de la serie: malos malísimos despiadados, buenos buenísimos atormentados, el humor sin gracia de quien es más duro que una nuez, una mujer enamorada y dos gays con pistola. Aquí, en esta novela, secuestran una niña o están a punto de hacerlo o eso parece. Se trata, por tanto, de evitar que secuestren a no se sabe quién, no se sabe dónde no se sabe porqué (que por algo es una novela de intriga) y todo porque hay una casa abandonada en un bosque, que es una cosa nunca vista antes, donde los malos eran todavía peores cuando se miraban al espejo, como en Poltergeist 3. 

La novela, dentro sus tópicos (violencia, violencia, violencia) y aceptando pulpo como animal de compañía, se desarrolla con la normalidad habitual del universo de los asesinos en serie que creen a pies juntillas en fantasmas hasta que llega un momento, cerca ya del final, en que parece que al autor se harta de la historia o se le ocurre otra mejor y decide echar un cierre precipitado en el que la tensión brilla por su ausencia. 



(Continuará)



lunes, 27 de octubre de 2014

Resumen de Lecturas OCTUBRE 2014 [Versión extendida] [1ª parte]

Por razones que no vienen al caso pero que tienen que ver con las prioridades, de los últimos 25 libros leídos apenas he reseñado cuatro. Cuatro. Que ya hay que ser vago. Porque me conozco y sé que, salvo puntuales excepciones, lo más probable es que no llegue a escriba nunca, voy a dejarme la piel en una suerte de reseñas tan breves que por sí solas no justificarían una entrada en el blog pero que agrupadas le darán cierto contenido en estas horas bajas. Calculo que serán cuatro, los posts; tres, en el mejor de los casos. De modo que casi mejor voy empezando, a ver si nos da tiempo a terminar de aquí al domingo.



Noches blancas de Dostoievski

Dostoievski. Como para que no te guste. Como para decir que no te gusta. Que no es lo mismo, eh. Bueno pues gustar, lo que se dice gustar, mucho no me ha gustado, la verdad, para qué nos vamos a engañar. Pero esto ya lo sabía o lo suponía o lo intuía o algo. Creo, estoy bastante seguro, que Noches Blancas fue lo primero que leí de Dostoievski, hace tantos años que me da bajón pensar en ello. 

Hay una reseña empezada que me da mucha pereza terminar (porque yo para leer saco tiempo pero para escribir ya no tanto) y que empieza tal que así:

«Que dice Frank, Joseph Frank, biógrafo de Dostoievski, que este encantador relato es, junto con El doble, la segunda obra de arte menor que escribió el ruso después de Pobres gentes, su alabado debut.

Bueno, yo puedo entender que uno le vaya cogiendo cariño al biografiado, especialmente si se trata de un alma gentil, pero de ahí a hablar de obra maestra, media un abismo.

Con todo, juzguen ustedes mismos:

La cosa va de un soñadorEl soñador, si es necesario definirlo con más precisión, no es un hombre, sino, si quiere saberlo, un ser de género neutro. Se ubica generalmente en algún rincón inaccesible, como si se escondiera del mundo, y se introduce en él apegándose a su rincón como un caracol, o al menos pareciéndose mucho a ese curioso animal que es casa y animal a la vez, como la tortuga»] que un día se echa a la calle para admirar una noche blanca petersburguesa. Ya saben, la clásica noche blanca petersburguesa. El caso es que este personaje, un tanto melifluo, un tanto infantil, un bastante atormentado, tiene problemillaas serios para relacionarse con el resto de la raza humana y en no sé qué momento de su vida ha decidido que lo suyo es más de frenopático que de taberna irlandesa:

«También conozco las casas. Cuando voy andando, parece que cada una de ellas sale corriendo delante de mí por la calle, me mira con todas sus ventanas faltándole poco para decirme: «¡Hola! ¿Cómo está? ¡Yo también, gracias a Dios estoy bien de salud, y en el mes de mayo me van a añadir una planta más!». O bien: «¿Cómo está? ¡A mí mañana me empiezan a hacer obras!». O incluso: «¡Casi me quemo! ¡Qué susto!», etc. De todas ellas, hay algunas casas por las que tengo predilección y con las que también tengo algo de amistad. Una de ellas está dispuesta a curarse este verano bajo la dirección de un arquitecto. ¡Pasaré por allí a propósito todos los días para ver si le hacen alguna chapuza! ¡Que Dios la ampare».

Esa clase de “soñador”.

El caso es que un día da con una buena mujer y claro, se enamora perdidamente. Cómo no se va a enamorar, si recién sale del cascarón. También es verdad que ella se lo pone fácil:

«He perdido la costumbre de tratar con las mujeres; quiero decir que nunca he tratado con ellas, soy un solitario... Si ni siquiera sé cómo hablarles. He aquí que no sé cómo dirigirme a ellas. Tampoco sé ahora mismo si le habré dicho alguna tontería. Dígamelo directamente; se lo aseguro, no soy de los que se ofenden...
–No, nada, nada, al contrario. Y si usted exige que yo sea sincera, entonces le diré que a las mujeres les gusta este tipo de timidez; y si desea saber algo más, le diré que también a mí me gusta, y no le echaré de mi lado hasta llegar a casa».

Y hasta aquí.



¿Le gusta ser malvado? de Peter Hamm y Thomas Bernhard

De esto hay una reseña. No sé si la han visto. Igual no. La gente no lee las reseñas sobre buenas novelas o sobre cosas que tienen que ver con buenos escritores que no tienen la culpa de un desaguisado equis. Lo sé. Ejemplo, aquí. La gente lee sobre monos con lápiz o sobre lo que hacen los monos cuando encuentran un lápiz o sobre los lápices que tienen la mala suerte de caer en manos de un mono, que para el caso es lo mismo. Podríamos pasar el día haciendo combinaciones. En fin, a quién quiero engañar: yo disfruto con esto más que nadie. Decía que haciendo clic aquí, pueden leer la reseña pero porque ya supongo que lo de hacer clic da pereza, les hago un resumen: Peter Hamm admira a Bernhard. Mucho. Es superfan. El caso es que lo conoce. Ignoro los detalles de su relación. Un día quedan para que Hamm haga preguntas y Bernhard las responda. El resultado es un completo desastre (como ya sabrían, vagos, si hubiesen leído la reseña) que el mismísimo Bernhand (especialmente él) despreciaba tan bernhardianamente: 

«Querido Peter H.: En pocas palabras: todo el texto (¡horriblemente mecanografiado!) de nuestro único (¿y singular?) experimento resulta totalmente inservible y no se debe aprovechar ni una línea de él. Me pongo casi malo al pensar en un libro sobre mi obra; sólo puede resultar otra monstruosidad más… Desde hace años leo únicamente estupideces nauseabundas y no puedo evitar vomitar ante esas fantasías (¿?)».


Todo un personaje.



Washington Square de Henry James

Washington Square es una película maravillosa. También es una novela, cierto, pero ante todo es una gran película. Estoy hablando, para que quede claro, de la versión de William Wyler. Inmediatamente después de verla (estamos hablando de hace media vida, de modo que lo de inmediatamente después tiene algo de relativo) leí el libro que resultó ser asombrosamente fiel a la película. Qué buena, de verdad. 

La historia es absolutamente genial, y, si no genial, estupendísima. La edición de Sexto Piso, que es la que utilicé para esta relectura, no está nada mal. Tiene dibujitos, que es una cosa que siempre se agradece si tienes que hacer un regalo.

La historia, por si les interesa, es una historia de amor en la que el amor brilla por ausencia: chica fea y buen partido no pilla cacho (que ya tienes que ser fea para que no te quieran ni por tu dinero) hasta que un joven guapo inteligente y oportunista ve que esta es la suya y se tira de cabeza total para darse de bruces con el padre de la criatura que, consciente de la fealdad de su insulsa y poco amada hija, trata por todos los medios posibles (incluyendo viaje por Europa a todo tren, que ya quisiera yo ser así de feo) de evitar que la incauta incaute no tanto por ella como por el destino que pueda tener su capital. No hay modo. Ella está tonta perdida, que son muchos años sin mojar, y el chaval plata no pero planta la tiene buena. No les cuento el final para no hacerles llorar y porque seguro que ya la conocen (y si no la conocen, deberían) pero déjenme que les digan que es un final tan de cine, tan de mujer cerrando una puerta y apoyándose en ella… Ya no hay finales como los de antes. Y novelas ni te cuento.


(Continuará)


martes, 21 de octubre de 2014

“El patrón” de Goffredo Parise

Hoy les voy a tocar la moral. 

No miento (y créanme: no lo hago) si digo que la palabra “moral” se repite, de un modo u otro, más de un centenar de veces a lo largo de la novela. Y corto me quedo, seguramente. Pero puesto que es esta novela es una novela sobre el mundo laboral, se trata de una moral inmoral o, si quieren, una inmoralidad moral, que seguramente sea lo mismo.

He recogido citas por valor de más de dos mil palabras pero vamos a simplificarlo mucho: se trata de aceptar lo que uno es, ni más ni menos. Ser patrón o marinero. No hay otra. Saberlo, aceptarlo, aprender a vivir con ello y no andar jodiendo con que si los derechos, que si los sindicatos, que si las obligaciones de la patronal …

«Yo soy el patrón aquí dentro, ¿está claro? ¡Soy el patrón, el patrón, el patrón, estoy harto de ser el siervo de mis empleados, estoy harto de tener que vérmelas con los listos, con los zorros, con los erizos, con las comadrejas de la empresa. Ya no puedo más, os voy a echar a todos..., vuestro comportamiento da asco, yo os pago y exijo respeto. No es por el dinero, me importa un bledo el dinero, podría pasar muy bien sin él, es por una cuestión moral. Y todo esto es inmoral, inmoral, inmoral, ¿lo habéis entendido? Por desgracia, no os va a fulminar Dios, pero lo haré yo si es necesario, ¿habéis entendido? ¿Lo habéis entendido? ¿Lo habéis entendido?»

¿Está clarito? Bien, así me gusta. No se vayan a subir los bancos a las banquetas.

Nuestro héroe de hoy es un mierdecilla que huyendo del campo llega a la gran ciudad para ocupar un prometido trabajo. Es su primer día y ya le van a presentar al doctor Max.

¿Qué quién es el doctor Max? El doctor Max es El Patrón. 

Al mierdecilla le dan a elegir (el mierdecilla se pasará la novela fingiendo que puede decidir algo, pero no, qué va): trabajar en los despachos del nuevo edificio, ocupado por “empleados más o menos iguales sobre los que el ojo del patrón puede vagar como si se tratara de una sola persona: son los administrativos, mecanógrafos y, en general, todo el aparato de la facturación y de la venta a crédito” o bien en la zona vieja, en el área comercial, teniendo por despacho nada menos que el aseo personal del doctor Max, toda vez que éste considerará, así, de repente, inmoral disponer de un aseo para sí mismo. 

«¿Ha visto el edificio de la nueva sede? Una locura, una verdadera locura de la que no le voy a contar nada, pero que es una locura inmoral. Todo ese equipamiento mecanográfico, otra inmoralidad, otra locura. Por lo demás, está claro que el mundo se encamina hacia la completa demencia, una inmoral locura. […] La vida práctica es lucha, por lo demás, inútil, escúcheme bien. Es sumamente inmoral. Ese edificio acristalado que ha visto es inmoral, como es inmoral que yo lo posea. ¿Qué necesidad había de una nueva sede? ¿El aumento de la producción? Sin embargo, todo eso es necesario, incluso más que necesario, es un deber o, mejor dicho, corresponde a una moral negativa. Claro que, bien mirado, la cosa más inmoral de todas es la propiedad. Perdone que le diga estas cosas, pero ¿usted por qué quiere ocuparse de proyectos comerciales? No le he entendido bien...
—Realmente, siempre me ha gustado..., ha sido algo espontáneo».

Este doctor Max, elemento caprichoso, irascible y moralizante como todo buen jefe que se precie, defiende por encima de todo la idea de una empresa propietaria de las almas que la forman y entiende que el sometimiento a la causa superior no puede ser cuestionado por mentes inferiores. Aceptar un puesto de trabajo es o debería suponer esa mutua aceptación de las condiciones laborales aunque el doctor Max, que no es del todo imbécil, entiende que, de todo esto es mejor darse por enterado que andar por ahí pregonándolo.

«—En su opinión, ¿qué es lo mejor moralmente?
—Sería moral que esta gente se diera cuenta de que es de mi propiedad y yo puedo hacer con ellos lo que quiera. Si se diesen cuenta de eso, sería suficiente.
—Pero para eso se necesita poco, poquísimo. […] Tan poco que no es preciso hacer nada. Porque esta gente, como todo lo demás que hay aquí dentro, es realmente de su propiedad. Que luego ellos se den cuenta o no, no tiene ninguna importancia.»

El resto de la novela juega, desde el humor (absurdo humor), con la idea del empleado sometido voluntariamente a los caprichos del patrón, que lo mismo le baja el salario, que lo despide, que lo readmite al día siguiente pero que, a cambio, ese patrón, sufre lo indecible por no poder ser moralmente consecuente. No es un mal precio a pagar.

«Discúlpeme, pero ya se habrá dado cuenta de que soy un histérico. No exactamente un histérico, pero es que son muchos, muchísimos, los pensamientos y las preocupaciones. Sobre todo las morales. Cuando se está en mis condiciones, se vive en un eterno dilema. Ser hombres y al mismo tiempo dueños no es cosa fácil. También ése es un problema moral, porque las dos condiciones presentan problemas morales contradictorios».

Mientras tanto, el mierdecilla, el mismo que trabaja en el aseo del doctor Max y se somete a absurdas inyecciones de lo que parecen ser vitaminas o aguanta pacientemente los continuos cambios de humor de su jefe, se siente feliz por no tener que tomar la iniciativa, por ser parte de una masa inerte que no asume grandes riesgos. Que acepta que su vida esté cortada, y valga la redundancia, por el mismo patrón: “¿Es tan difícil de entender que la del empleado es una elección moral y no una imposición?”:

«[..] formaré parte de la empresa, trabajaré y ganaré dinero, me casaré y formaré una familia, tendré una casa con muebles modernos, radio, televisión, frigorífico, lavadora y todo lo que necesite. Me iré de vacaciones en verano los veinte días que me correspondan, si me corresponden, como todos, como todos los hombres de este mundo. No me moveré de aquí. Apretaré los dientes y no escucharé las palabras de nadie, y en todo caso, repito, seré coherente conmigo mismo. Ahora soy del doctor Max y es él quien va a decidir por mí, no yo. Tengo que quedarme aquí y hacer lo que hacen todos los demás, todo lo que hay aquí dentro: hombres, mujeres, muebles, máquinas de escribir y todas las demás cosas...»

Todo esto planteado desde un absurdo tal que supera con creces la realidad. El empleador como tirano que debe fingir ante la sociedad tener remordimientos por los continuos abusos de poder que ejerce a diario sobre esos hombres que, maldita sea su estampa, son de su propiedad, al menos ocho horas diarias y que deben todo lo que tienen y todo lo que son al trabajo, no que realizan, sino al que les permite, el santo patrón, realizar. Esto es así aquí y en Pekín y si no se grita es, como dice el doctor Max, por simple pudor.

Pero está bien, no pasa nada, al fin y al cabo sólo serán ocho horas al día. O diez. O, bueno, tal vez doce. Pero aceptadas voluntariamente. Que nadie se engañe: se puede aguantar eso y más. De bien nacidos es ser agradecidos y bastante es, ya, que te hagan un contrato. Además, piénsenlo bien, la recompensa es grande. Nada menos que LA FELICIDAD.

«Cada cual desea transmitir sus propios caracteres individuales al hijo que le sucederá. Así que espero que en vez de ser como yo, un hombre con algún indicio de razón, sea […] feliz en la pura beatitud de la existencia. No utilizará las palabras, pero tampoco sabrá nunca lo que es moral y lo que es inmoral. Le deseo una vida parecida a la del tarro que en este momento tiene su madre en la mano, solamente así nadie podrá hacerle daño».

miércoles, 15 de octubre de 2014

“Ominosus” de Bear, Kiernan y Barron [y Fata Libelli]

Probablemente lo mejor que una editorial puede conseguir con la publicación de una antología de relatos es (además de recuperar la inversión) que el lector ocasional (descartemos incondicionales, para no contaminar esta frágil teoría) se interese por alguno de los autores que participan en ella. 

En ese sentido, Ominosus es impecable. Si te gusta el terror, claro. Pero citando a uno de los personajes de estos relatos, empecemos por el principio. No nos dejemos nada.




El continente

Dos chicas un poco frikis montan un puesto de libros digitales y le llaman Fata Libelli. Les gusta el terror, la ciencia ficción, lo fantástico y a tal se dedican en cuerpo y alma. O eso parece. No he querido profundizar demasiado, no fuera a enamorarme. El resultado son una serie de libros de relatos que pueden ver haciendo clic aquí. Hay un poco de todo pero en general flota la intención de arañar títulos y autores de sus géneros favoritos poco o nada conocidos en nuestro país, al menos por quien esto escribe.

Y ya está. Tampoco hay porqué dedicarles un monográfico.



El contenido:

Tres relatos tres ocupan el espacio vital de este libro que se supone una suerte de sentido homenaje o guiño a ese escritor llamado Lovecraft. 

El primero se llama Shoggots en flor y está escrito por Elisabeh Bear. He buscado, sin grandes esfuerzos, otras cosillas de Bear publicadas en España pero fuera de Fata Libelli no he encontrado ni un triste prólogo. 

Perdón, ya me centro.

Los shoggots son un bichitos tirando a grandes –o sea, bicharracos—de cuerpo gelatinoso y forma informe que tienen bastante protagonismo en En las montañas de locura. He ahí el guiño (este ha sido fácil). El relato —fuera de esta anécdota, el menos interesante de los tres— narra la peripecia de un investigador que trata de entender qué cosas son esas, los shoggots, que viven aislados del mundo, sin molestar a nadie a cambio de no ser molestados. 

«Los shoggoths fueron creados mediante ingeniería genética. Y sus creadores no les permitieron pensar, salvo para lo que se les antojase a ellos. El más vil de los esclavos al menos es libre en su cabeza, pero no así los shoggoths. Fueron peones, obreros de la construcción, tropas de asalto. Fueron armas aterradoras en sí mismos y esclavos obedientes. Inmortales, simplemente iban transformándose para adaptarse al cometido de cada momento».

Pues esto un poco sobre un fondo de racismo, empatía animal y ansias de libertad.

Regulín. No aburre pero tampoco llama especialmente la atención.

* * * * * * *

El que sí me ha gustado, y bastante, ha sido Casas bajo el mar, el relato de Caitlín R. Kiernan, escritora que descubrí no hace tanto a raíz de La joven ahogada, publicada por Insomnia, el nuevo sello de Valdemar y que reseñé, sin mucho entusiasmo, por aquí. El relato me ha gustado lo suficiente para plantearme seriamente —todo lo seriamente que yo me planteo estas cosas— releer el librito dichoso aprovechando que estos días ha ido ganando enteros en el recuerdo, que de todas las formas de ganar enteros es la más tramposa pero también resultona.

«No es cometido del escritor «contarlo todo», ni siquiera decidir qué dejar, sino decidir qué quitar. Lo que queda, la exigua suma de esa profana escisión, es la quimera bastarda que llamamos «historia». No estoy construyendo, estoy recortando. Y todas las historias, ya se anuncien como verdad o se reconozcan como falsedad, son ficciones, escindidas de cualquier hecho objetivo por la ya mencionada acción de recortar. Medio kilo de piel. Un montón de serrín. Fragmentos desechados de mármol de Carrara. Y los despojos.
Un hombre condenado en un almacén vacío».

Sin ánimo de destripar demasiado el argumento (para variar) les diré que la cosa va de ciudades abandonadas en fosas abisales (nuevo guiño a las montañas de la locura) y mujeres que creen a pies juntillas en otras formas de vida. Hay altares, invocaciones, fanatismo y suicidios colectivos, que siempre es un recurso muy agradecido. Al margen del interés en la propia historia, está el modo de contarlo, de dosificar el misterio y de tensar la cuerda que sostiene el intríngulis lector. Kiernan insiste (ya lo hizo en La joven ahogada) en hacer que el terror venga del mar (o habite en él) y que el personaje femenino se lleve el Oscar a lo mejor de la novela. El resultado es relato muy interesante que mantiene la tensión en todo momento y que, al contrario que el anterior (el de Bear) que tenía intención continuista, este sí es capaz de utilizar las ideas de Lovecraft para crear algo más personal o, al menos, no tan dependiente de.

* * * * * * *

El tercer y último relato se llama El don de la oportunidad. El autor: Laird Barron. De este señor podemos encontrar un libro recientemente editado por Valdemar, también, como el de Kiernan, en su nuevo sello Insomnia (lo que nos lleva a fantasear con relaciones eroticofestivas entre ambas editoriales) llamado El rito que si no lo tengo entre manos cuando lean ustedes estas líneas, estaré a punto de hacerlo. O ya lo habré hecho. Ay, no sé, ya les contaré.

El cuento, sí, es verdad.

El cuento va de unos leñadores que se meten en un bosque que da miedísimo para poder cenar venado y se encuentran con un pueblecito de pirados adoradores de monstruos devoradores de algo. Grosso modo, esto. En el relato hay un grupo de gente que no deja de correr y otro grupo de gente que no deja de gritar y un montón de ellos que se mueren quiero pensar que para siempre. Por el camino se nos cuenta el cuento de Rumpelstiltskin, que ya es como para mearte de risa, pero asombrosamente la tontería, al final, tiene, si no sentido, gracia, y además da una idea aproximada de cuál es el origen de los traumas infantiles del autor. Para ello no hay más que leer el comienzo de esa novela (El rito) que acabo de mencionar y que no es otro que este:

«La versión popular del espléndido cuento de hadas sobre la hija del Molinero y el Enano que la ayudó a hilar la paja para convertirla en oro tiene un final feliz. No puede decirse lo mismo de los sucesos que inspiraron la leyenda.
El Espía, hijo del Molinero, se embarcó en una arriesgada misión que lo llevó a las Montañas del Oeste. Las huellas de carros y los rastros de caza que siguió eran tortuosos, se internaban en bosques sombríos de ladrones y toda clase de animales salvajes».

¿Ven?: enanos, bosques… La hija del Molinero. Una infancia difícil, sin duda. No por nada la profesión de escritor es el refugio de los suicidas cobardes.

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Total, que, en general y bromas aparte, bien. Interesante. Una editorial y unos autores a los que tener en cuenta. Yo ya no pido más.



viernes, 10 de octubre de 2014

“La insólita reunión de los nueve Ricardo Zacarías” de Colectivo Juan de Madre [o la reinvención de la Nocilla]

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Todavía no sé por dónde empezar pero ya sospecho que esto se me va a ir de las manos. Sean pacientes.

Lo primero supongo que debería ser preguntarse qué clase de padre pone a su hijo el nombre de Colectivo Juan de Madre. Menudo cabrón. Bromas aparte, esta entidad u organismo se define como un colectivo artístico multidisciplinar, igualito que un aula de plástica de niños con déficit de atención.

El caso es que han escrito un libro. Sería lo que tocaba ese mes. El libro es este que hoy nos ocupa. Va de lo siguiente:

Premisa: Parece ser que el 15 de febrero de 1916 un eminente físico llamado Ricardo Zacarías desapareció misteriosamente sin dejar otro rastro que el de sus estudios (algo sobre la mecánica cuántica, dicen). Cinco años después, en un hotel de Manhattan un hombre apareció asesinado en una habitación completamente cerrada. El misterio, también en esa ocasión, quedaría sin resolver, al menos hasta hoy, que llegó el Colectivo y puso las cartas, marcadas, sobre la mesa.

La insólita reunión… es una ficción que trata de dar respuesta a estos dos sucesos o bien de dar respuesta a uno de ellos utilizando el otro como palanca, que para el caso es lo mismo. Una explicación, dicen, tan buena como cualquier otra, sobre todo si crees en máquinas del tiempo, los cuentos de Iker Jiménez, la teoría de cuerdas y la relatividad. 

Ricardo Zacarías —a ver si me centro— es un señor que tiene una máquina del espacio/tiempo (los detalles no son importantes). La mecánica es la siguiente: el sujeto tiene dos chismes, uno la coloca en el punto de origen (A) y otro en el destino (B). Si hace lo que tiene que hacer puede ir desde su casa a la panadería todos los días a la misma hora para ver salir a la dependienta. Pues algo así: decide viajar a la misma habitación de un hotel a un momento muy concreto del futuro. Y lo hará todos los quince de febrero en nueve ocasiones entre 1905 y 19016. El resultado no es complicado: se trata de meter a nueve Ricardo Zacarías en una misma habitación a ver qué cara ponen.

«El problema me acecha cuando en nueve ocasiones, a lo largo de mi vida, decido viajar a un mismo instante, donde se encuentran nueve Ricardo Zacarías, llegados de nueve años distintos. Y el lenguaje se convierte en una trampa para explicar sin trabas lo sucedido. Por eso, supongo, decidí escribir nueve veces lo que allí ocurra, una por cada oportunidad en que yo lo viva. La reunión sólo sucederá una vez; seré yo, que la viviré en tantas ocasiones».

Muy interesante. Lo digo completamente en serio. Piensen en ello un minuto: viajan al futuro y ven a sus otros yo, cada vez algo mayores, haciendo algo, porque algo hacen, no van a estar todo el rato sentados mirándose como gilipollas. Observen a su yo del año que viene y ahora pregúntense: ¿es posible cambiar el destino? ¿Puedo obligarme, el año que viene, a hacer algo completamente diferente lo que me he visto hacer? ¿Me interesa hacerlo?

Pues, básicamente, de eso trata.

Al Sr. Colectivo Juan de madre le gustan un poco bastante las notas auxiliadoras y es por ello que ha plagado de ellas todito el libro. Durante la lectura uno se encontrará letras o números que deberá seguir si quiere ampliar información respecto a lo leído o simplemente no faltarle el respeto al escritor. Siguiendo el hilo, dará con breves ensayos, comentarios o anécdotas varias que se supone que tienen relación con el asunto de referencia («[…] se intercalan otro tipo de textos con la trama. Son breves ensayos y artículos que deben ampliar o desarrollar temas apuntados en las páginas del diario personal de Ricardo Zacarías»). 

Va un ejemplo: 

En un momento equis se habla de “concebir el universo como un instante eterno” y se nos invita a seguir la llamada 18 que está al final del capítulo (y no al final del libro, como hubiera más práctico, claro que se trata no de ser práctico) y que recoge citas de Warhol, Borges, Philip K Dick o Arthur Nersesian, citas que hacen referencia a la incompatibilidad entre el sentir y el contar, entre el observar y el narrar y la maldita limitación del lenguaje. De hecho esta es una fantasía erótica del amigo Colectivo que, ya en las primeras páginas, nos hace partícipes de la (su) particular frustración de verse sometido a las limitaciones de las leyes universales como si la dinámica posmodernista consistiese únicamente en llevar la contraria a todo el mundo:

«Este volumen, lejos de ser una cuerda, aspira a ser una red. Su lectura ideal consistiría en una lectura totalizadora, leyendo todas sus páginas a la vez, sin jerarquías, ni pirámides; comprendemos que es una aspiración imposible, ya que leer es un acto secuencial. Por lo que finalmente, cada lector deberá decidir el recorrido por dicha red: trazar una trayectoria según sus deseos, priorizar unos nodos, saltar sobre otros o regresar a los que dejó atrás, y de tal manera ensamblar su propio libro: su propia máquina del tiempo».

Falso, en mi opinión (es decir, falso sin más). No es cierto que la novela esté pensada para una lectura totalizadora. La novela está estructurada como una novela de toda la vida de Dios y pensada para un lector con forma y maneras de ser humano: los capítulos se desarrollan a lo largo del tiempo y el lector asiste, con el protagonista, a los descubrimientos que tiene lugar día a día y de hecho hay un misterio que consiste en saber qué ocurrirá al final, lo que directamente desmonta la idea de novela cuartodimensional. Ahora, ¿que suena bien? Sí, claro, mucho. Y moderno, ni te cuento lo moderno que suena.

Y conste que estoy a favor de la masturbación mental pero al pan, pan.

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2

Y ahora vamos a complicarlo un poco más.

Volviendo a la idea de las citas y dejando a un lado esa reseña oculta en una digresión, la putada de todo esto es que aunque algunas de esas citas, ensayos y/o comentarios sí tienen una razón de ser (o simplemente un interés compatible con nuestra santa paciencia) hay muchas otras —descubrirán, terminado y reposado el libro, que son la mayoría— que no sirven absolutamente para nada o que directamente parecen una tomadura de pelo, como puede ser el caso de colar, a modo de chiste privado, un par de veces a Eloy Fernández Pinchadiscos Porta, artista afterpop-up del ensayo-error español de penúltima generación:

«(27) Por último, el escritor Eloy Fernández Porta24 tomó el escenario para recitar sus canciones elegidas [se refiere al evento El pop també es llegueix que pueden ustedes buscar en google si les place], torció el cuerpo y emuló el gesto adolescente de aquel Jonhy Rotten de los primeros Sex Pistols, forzando la voz hasta alcanzar un falsete infantil e insoportable. El público asistente se debatió entre aplaudirle o golpearle».


Se habrán fijado, y si no lo han hecho ya se lo digo yo, que junto a su nombre, así como quien no quiere la cosa, figura otra llamada (la 24) que nos lleva a un artículo que trata sobre la artista multidisciplinar (la etiqueta no es mía) Violeta Gómez. Pues bien, la cita que he puesto es, a su vez, una nota que viene de, adivinen, otra nota. Esta: “(ñ) […] ¿Recuerdas cuando nos conocimos? Fue bajo la estatua de la Libertad 27…”. Bueno, da igual. El caso es que la mencionada llamada 24 hace referencia a un evento que, como se nos recuerda en el libro (faltaría más), organizó Fernández Porta entre el 9 y 11 de octubre de 2008 (el mismo año que el escritor publicó el famoso Homo Sampler, que ya es casualidad también) y al que asistieron –a excepción de Vicente Luis Mora, que no pudo ir— todos estos señores: Jordi Carrión, Javier Moreno, Alberto Santamaría, Francisco Ferré, Gabriele Wiener, Robert Juan-Cantavella, Manuel Vilas, Agustín Fernandez Mallo… y un largo etcétera.

¿Me siguen? Bien. Pues no me pierdan de vista; ya termino.

El plan de ese congreso era el siguiente (sigo robando citas del libro que hoy nos ocupa): «empezar a redefinir el espacio literario del nuevo siglo» que traducido del chino quiere decir: «hágannos sitio que queremos volver». 

Nos ha jodido. 

X años después nace el colectivo artístico multidisciplinar Colectivo Juan de madre. No quiero de dar a entender que este grupo (si acaso es tal cosa) esté formado por los arriba mencionados, pero dado el secretismo y viendo como florecen las casualidades en esta primavera de nuestra incertidumbre creo que tampoco deberíamos descartarlo toda vez que, para más inri, Aristas Martinez edita trabajos de, entre otros, Javier Calvo, Jordi Carrión y Laura Fernández o antologías en las que colaboran Francisco Ferré, Vicente Luis Mora, Antonio J. Rodríguez, Julio Fuertes Tarín, Oscar Gual o Robert Juan-Cantavella (otra vez, entre otros).

Señores, la Nocilla ha vuelto. Y lo ha hecho para quedarse. O eso creen.

Me puedo equivocar, pero sería la primera vez.



lunes, 6 de octubre de 2014

“¿Le gusta ser malvado?” de Peter Hamm (que NO Thomas Bernhard)

Ohlsdorf, 1977. Llueve. 

Ring, ring. Quién es. Peter Hamm. ¿Qué Peter Hamm? Ya sabes, hombre: tu amigo, tu admirador número uno, tu primer crítico. Ah sí, tú; cuánto tiempo, y qué quieres, tú. Entrevistarte. Anda, no me jodas, Peter H. En serio. A ver, suplica. Por favor, por favor, Thomas B., te lo suplico. Venga va, no te humilles más y sube, pero trae pastelitos, que estoy sin desayunar. 

Esto pudo haber empezado así o no. Seguramente no, pero en cualquier caso el resultado fue el mismo: Thomas Bernhard y Peter Hamm (y una que pasaba por allí) pasaron una noche sentados frente a frente: el uno preguntando, el otro respondiendo; el uno creyendo que lo sabía todo, el otro quitándole continuamente la razón; el uno haciendo el ridículo más absoluto, el otro perdiendo una noche que podía haber dedicado a escribir o a la cópula salvaje. 

Pero eso no es lo peor (se lo juro); lo peor es aquello que el propio Peter Hamm, en un arrebato de sinceridad, cuenta en el prólogo: resulta que cuando terminó la entrevista —y después de haberse duchado, arreglado, después de haber ido a su casa y dar de comer al gato— llevó la grabación a la editorial con la que había negociado el asunto para que la transcribieran. Una vez transcrita (se tomaron su tiempo) se la mandó a Bernhard para que la corrigiese (Hamm, por lo que se ve, en este asunto se limitó a frecuentar a Bernhard, apretar un botoncito y pagar un sello en el sobre). 

Bernhard contestó… pues como le gustaba contestar a Bernhard. 

«Querido Peter H.: Sin duda sentirá nostalgia de Sintra al ver este papel… En pocas palabras: todo el texto (¡horriblemente mecanografiado!) de nuestro único (¿y singular?) experimento resulta totalmente inservible y no se debe aprovechar ni una línea de él. Me pongo casi malo al pensar en un libro sobre mi obra; sólo puede resultar otra monstruosidad más… Desde hace años leo únicamente estupideces nauseabundas y no puedo evitar vomitar ante esas fantasías (¿?). Por favor, piénselo todo a fondo otra vez… Estoy en buena forma y debería usted aparecer por aquí de nuevo —¡espontáneamente! — … quizá entre dos… Me despido de mi primer crítico (1957), que tan joven era y al que tomé por tan viejo. Suyo, Thomas Bernhard». 

Y ahora viene la parte en la que les invito a no comprar (ni tan siquiera leer) este libro abyecto y miserable y dónde me niego a reseñarlo, toda vez, además, que está lleno de preguntas torpes, tontas, carentes de interés, equivocadas y de respuestas correctoras y donde no se aporta absolutamente nada que no se pueda encontrar en cualquiera de los libros del bueno de Bernhardo: que si el problema del teatro son los actores, que si sólo se publica basura, que si los editores son unos ladrones, que si mi abuelo era guay, que sí, que claro que me gusta ser malvado: 

«Puedo ser sin duda muy malvado, sí, cruelmente malvado. Pero no puedo expresarlo, darle rienda suelta, ¿no? Eso produce entonces cierto agarrotamientos y a veces, durante largos períodos, cierta infelicidad. […] Pero en mi pensamiento soy muy malvado. Malvado, sí». 

¿Le gusta ser malvado? es Peter Hamm buscando una pepita de oro en el culo de una gallina muerta y vendiéndolo después por cuatro euros en el Todo a cien de la periferia. No les quepa duda de que si a Bernhard este entrevista no le gustaba, era por algo. 


«[…] se me ocurre una cosa: el amor apenas aparece en sus libros
Al contrario. Todo lo que hay en ellos está hecho de amor. Porque el mundo se compone al fin y al cabo de muchos espejos. Quien escribe sobre odio o vileza escribe al mismo tiempo sobre el amor, lógicamente. Sólo hay que leer bien y saber lo que quiere decir. O ver bien. Es al fin y al cabo una cuestión de punto de vista. De algún modo, mirar en un espejo quiere decir verlo todo, ¿no?, y sobre todo ver lo que se refleja, es decir, no sólo lo que hay allí sino también lo reflejado. Sin embargo, ¿quién lo hace? La gente que le no sabe mirar al espejo. Sólo ve un cristal pulido, ¿no?, y eso, naturalmente, no devuelve nada». 

miércoles, 1 de octubre de 2014

“El genuino sabor” de Mercedes Cebrián

El genuino sabor es una novela corta, cortísima que merece una reseña breve brevísima y ejemplarmente fugaz. Fugacísima, diría. [No será el caso] El argumento es tan simple que cuesta justificar las 150 páginas que tiene: una joven (llamada Almudena, por si les interesa el dato) fantasea con ser, de mayor, esposa de diplomático. No es tanto por follarse a uno de clase como por viajar, que es algo que, desde la más tierna infancia, cuando se dedicaba a marear una bola del mundo, la tiene frita de pura obsesión.

«Almudena fantaseaba de pequeña con tener un marido diplomático en el futuro para así viajar a todas partes. En el salón de casa de sus padres hacía girar el descomunal globo terráqueo que escondía en su interior un mueble bar repleto de botellas y, en plena rotación, situaba el dedo al azar sobre un punto de la superficie abombada que reproducía fielmente el estilo cartográfico de Juan de la Cosa».

Hay, a lo largo de la novela, una obsesión por lo culinario que roza lo enfermizo. Esto habría que ir mirándolo, yo creo. A la protagonista no le gusta tirar comida, pero se ve que tampoco comerla cuando corresponde, de ahí que los alimentos se pasen de fecha y ella arriesgue su integridad física un día sí y otro también. La cantidad de tiempo que se le dedica a la cuestión de la caducidad, como si esto fuese herramienta suficiente para construir un personaje, es alarmante. Y esto siendo generoso. No dudo que hay un significado para todo esto pero la novela no invita a hacer el esfuerzo de tratar de entenderlo. Si la Filomena se quiere comer el jamón cocido de hace dos meses, que lo coma, y de paso que nos deje algunas páginas en blanco en las que ocultar nuestra desidia tras de unos monigotes.

«¿Qué habrá de cena? Isidro, antes que acudir a la nevera o levantar las tapas del par de cacerolas que hay sobre la vitrocerámica, ha preferido levantar la del cubo de basura. Ahí están, elocuentes desde sus envases, todas esas fechas de caducidad pertenecientes a momentos en los que Almudena aún no vivía en Londres. Como ya está más que inmunizado contra esa afición de su amiga, no le da importancia, pero á ella le ha dicho más de una vez que esa ruleta rusa que cree jugar con una pistolita de pega es más peligrosa de lo que parece, pues la bala fatídica no implica solo una mera gastroenteritis sino también el posible enfado, y definitivo, de aquella gente cuyo aprecio logró no sin empeño». 

Pero estoy divagando.

En la novela la protagonista se dedica profesional y personalmente a representar la marca España y lo trabajando para una empresa que representa la marca España en el extranjero. Esto puede parecer una idea genial y seguramente lo sea (uf) pero a la vista del resultado Mercedes Cebrián no parece ser la persona más indicada para llevarlo a cabo.

«Las tareas del hogar, los recados de diversa índole que retrasan la vida o que parecen transcurrir fuera de ella son, de tan cotidianos, conocidos por todos. Los esporádicos, no por ello son menos molestos: para el varón, la chapuza y el trabajito fino, el perfórame, instálame y móntame tal o cual cosa; a la mujer se le asigna más bien el zurcido de calcetines y otras prendas de ropa y la eliminación de manchas particularmente rebeldes. En la categoría unisex destaca el permanecer en largas colas tediosas para recoger o entregar documentación sellada. Y aquí surge una pregunta: ¿cómo transcurriría la vida de aquel cuyo trabajo consistiera en hacerles recados a otros? ¿Sería él mismo, por tanto, quien llevaría a cabo sus propios recados?»

No sé si ustedes, como yo, tienen la sensación, tras leer ese párrafo, de que detrás de la prosa correcta, académica, fría y calculadora de mujer fatal de Mercedes Cebrián se oculta el gusanito del tedio y la falta de ideas; un gusanito aficionado a narrar lo evidente, lo cotidiano, la anodino y vulgar, lo accesorio y prescindible. Un poco lo Marías, digamos y otro poco lo que viene siendo la literatura que se hace actualmente en este país. Así, en general.

Pues de párrafos como ese está la novela llena no, lo siguiente. 

A esto, en mi pueblo, le llaman escribir por escribir.

No todo es prosa, Merce. Además, para eso ya tenemos la poesía.

Tengo la impresión (como la tuve también leyendo la ya olvidada –así de buena era— La nueva taxidermia) de que a Mercedes Cebrián, una de o dos, o bien le importan un comino los personajes [me inclinaría, en mi buenismo habitual, por esto…] o bien no tiene ni pajolera idea de cómo crear uno que resulte mínimamente creíble, no digamos ya medianamente complejo […si no fuera que prefiero inclinarme por esto otro]. 

En un momento equis la protagonista se marcha a Londres para cubrir una baja de maternidad. Se supone que aquí reside el intríngulis de la novela, pero resulta que no, para nada. Se convierte en exactamente lo mismo que habíamos venido leyendo hasta el momento, pero en otro país, uno que a Almudena la pone nerviosa por esos detalles tipo «creer que está abriendo la puerta cuando en verdad la está cerrando con llave (ya que el giro se realiza en sentido contrario a la lógica continental)» o porque «los cuartos de baño sin tomas de corriente por miedo a que se repita el gran incendio de Londres de 1666» o porque existe «en los pubs, la obligación de pagar las consumiciones nada más pedirlas». Todo esto, como se ve, da mucha profundidad a la novelita dichosa no digamos ya a la personaja. Por si no era suficiente como Manual Encubierto de Peculiaridades Inglesas para Recien Llegados, Mercedes Cebrián salpica la narración con ejemplos teórico/prácticos de experiencias ajenas que ya quisiera yo saber qué coño tienen que ver con aquello de la Marca España pero que si ha viajado usted recientemente a la isla le hará mucha gracia:

DICCIONARIO BIOGRÁFICO DE LA PRESENCIA ESPAÑOLA EN LONDRES (II)
Martínez Alarcón, Paula (1976): Diplomada por la Escuela Oficial de Turismo de Madrid. Trabajó en el PrétáManger de Charing Cross Road entre 2000 y 2003 mientras se preparaba para sacarse su Certifícate in Advanced English en la academia Buckingham. A los tres meses encontró trabajo en una agencia de viajes donde valoraron su diplomatura. Compartió piso con un galés, un canadiense y una noruega que, cada vez que viajaba a su país, traía un bloque de queso color toffee de sabor dulzón que daba a probar sin éxito a sus compañeros de piso y que, indefectiblemente, acababa mohoso en la basura. Se echó un novio de Leeds, Patrick, y ahora vive con él a dos paradas de Wimbledon.

Y ahora les voy a estropear el final. 

Al final Almudena se marcha de Londres, vuelve a España y se plantea ocupar una plaza en Gibraltar como responsable de algo, lo que sea, qué más da. Y surge la pregunta, ¡la intriga!, la enésima razón para dejarnos las uñas: ¡el sinvivir!: «Entonces ¿se queda o no se queda a vivir allí si le dan el trabajo?» 

Ah, son estas preguntas, grandes, inmensas, dolorosas y necesarias, las que hacen de la literatura el refugio de la inteligencia.  

Si de algo puede presumir Mercedes Cebrián, además de tener tiempo libre que perder en estas cosas y escribir igualito que Luisgé Martín, es de haberse col(oc)ado en Mondadori a base de escribir relatos, nouvelles o novelas ejemplarmente inútiles, aburridas y prescindibles y encima llevar la etiqueta de promesa, nuestra eterna promesa número seiscientos veinte. 

Quiera Dios que no sea también marca España o no salimos del arroyo.