Kevin Powers cometió dos errores imperdonables en su vida: el primero fue apuntarse a clases de poesía; el segundo ir a la guerra. Viendo el resultado, no sabría decirles cuál fue peor. Bromeo, claro. Creo.
En Irak –su guerra- le dieron una ametralladora y le dijeron que la cuidase bien, que la mimase; que si tenía que disparar, disparase; que si tenía que matar, matase; que tonterías, las justas. El chaval se pasó dos años allí arrimado al fiero metal y al licenciarse se tiró a la calle a no saber qué hacer, que es lo habitual en la soldadesca retornada. Aprovechando que el río James pasa por Virginia (!) echó mano de sus cursos de versos desatados para hacerse un libro a la medida de sus posibilidades, esto es: pistolitas y versitos todos juntitos. Así nació Los pájaros amarillos.
La novela cuenta la historia de un soldado, joven, aguerrido e inconsciente -mismamente el protagonista adulterado- que, de vuelta a casa, recuerda su estancia en Irak durante un momento muy concreto. Nada de contarnos en detalle lo emotivo de su evolución. Se agradece. Está a las órdenes de un sargento un poco bestia que resulta ser todo un personaje. Pues bien, una vez instalado, nuestro soldadito, ya más o menos veterano, conoce a un chaval temerariamente joven que, el mismo día que llega, es amparado bajo su ala protectora por imperativo materno. Marronazo. Al no querer ser uno protegido ni el otro responsable, nace una relación que no evoluciona si no es a golpe de arrepentimiento.
Lo malo de una guerra es que ya sólo se innova en el armamento. Esto condena la novela de Powers a transitar caminos demasiado trillados. Si lo del héroe contra su voluntad está muy visto, lo del sargento de hierro ya ni les cuento. La mitad de la novela es el protagonista de vuelta en casa: sin forzar la imaginación ya sabrán por dónde van los tiros.
Que para ir a la guerra hay que valer, ya se sabe, aunque no siempre a tiempo. Esto es un poco lo que viene a demostrar esta novela a partir de los tres únicos personales principales. El sargento representa la fuerza y da una idea (falsa, en vista de los resultados) de que para sobrevivir sin perder la cordura es necesario abstraerse de la realidad. El protagonista sería algo así como la sensatez personificada pero al mismo tiempo la estupidez que implica la obediencia irracional y absoluta a que obliga el ejército. Es el soldado perfecto. Demasiado, quizá. Finalmente el chico más joven es lo inevitable; es el yo no debería estar aquí, es el no ser capaz de aceptar lo extremo de la situación; es verse superado por la realidad. No destripo nada; la novela es así, empieza así. La novela es eso. Eso, y lo que está detrás. Con esto quiero decir que no todo es galería: hay una razón por la que un hombre finge estar loco, por la que el segundo obedece ciegamente y por la que el tercero muere. De fondo, el sinsentido de la guerra y las atrocidades que en ella se cometen; atrocidades que Powers obvia en un valiente ejercicio de comedimiento pues hubiese sido demasiado fácil provocar el asco, la rabia y el horror mostrándonos las barbaridades propias de los ejércitos invasores. Powers sabe perfectamente que nosotros sabemos perfectamente, y nos lo ahorra.
La novela tiene poco menos de doscientas páginas porque tampoco es necesario mucho más para contar la historia que se cuenta. Se agradece la brevedad, en cualquier caso. Personalmente me ha gustado en la medida que decepcionado: esperaba más (no sé cuánto) pero al mismo me siento obligado a reconocerle el afortunado esfuerzo de intentar hacerlo diferente y aunque no puedo negar que ha sido una lectura más que agradable, tengo que decir no he aprendido absolutamente nada con ella. Es decir, no he llegado a ninguna conclusión a la que no hubiese llegado un millón de veces antes y por lo tanto no acabo de entender a qué viene tanta recomendación y tanto entusiasmo, que es lo que se ha venido haciendo desde su publicación, a excepción, quizá, de Rodrigo Fresán y su ya he visto esta película, que, como argumento, es de un simplismo terrible. Pues no se repite veces ni nada la misma historia en la literatura... Se trata muchas veces de saber cómo llegar al lector y Powers llega, sobre eso no tengo duda, pero la guerra... joder, la guerra; qué peñazo la guerra y sus traumas.
La novela tiene poco menos de doscientas páginas porque tampoco es necesario mucho más para contar la historia que se cuenta. Se agradece la brevedad, en cualquier caso. Personalmente me ha gustado en la medida que decepcionado: esperaba más (no sé cuánto) pero al mismo me siento obligado a reconocerle el afortunado esfuerzo de intentar hacerlo diferente y aunque no puedo negar que ha sido una lectura más que agradable, tengo que decir no he aprendido absolutamente nada con ella. Es decir, no he llegado a ninguna conclusión a la que no hubiese llegado un millón de veces antes y por lo tanto no acabo de entender a qué viene tanta recomendación y tanto entusiasmo, que es lo que se ha venido haciendo desde su publicación, a excepción, quizá, de Rodrigo Fresán y su ya he visto esta película, que, como argumento, es de un simplismo terrible. Pues no se repite veces ni nada la misma historia en la literatura... Se trata muchas veces de saber cómo llegar al lector y Powers llega, sobre eso no tengo duda, pero la guerra... joder, la guerra; qué peñazo la guerra y sus traumas.