Cărtărescu es, para unos, el mejor escritor de Rumanía; para otros, un perfecto desconocido. Eterno candidato al Nobel. Carne de quiniela. En lo personal Cărtărescu es, desde hace un par de meses, una espinita que tenía yo clavada y que me he quitado con la lectura de este libro (que he elegido por breve y por esas cosas que tienen tanto que ver con las recomendaciones robadas en la red, y esa suerte de común acuerdo que se alcanza tan pocas veces sobre lo que debe ser una obra maestra).
Recuerdo haber visto, hará cosa de diez años (según imdb, no más de ocho), una película francesa llamada 13 Tzameti. Trataba sobre un chaval que iba algo escaso de dinero cuando daba por casualidad con la forma de entrar en un circuito de ruletistas (de ruleta rusa, se entiende). A cambio de jugarse la vida, se sacaba un buen dinerillo. La cosa era bastante aburrida, creo recordar, pero la idea de las apuestas y el juego en sí no estaba falto de interés. Lo que viene siendo una idea mal desarrollada seguramente porque la historia, que no merecía más de media hora, se alargaba hasta unos eternos 95 minutos. El director, Géla Babluani, repitió experiencia en las Américas cinco años después, en un remake protagonizado por Mickey Rourke y Jason Stathman que no llegué a ver.
No sé si el bueno de Babluani leyó el relato que Cărtărescu intentó publicar sin éxito (maldita censura) en 1989 y que no vio la luz hasta 1993 pero es de suponer que sí y es de suponerlo por varias razones: la primera es el tema (si obviamos ciertos detalles), la segunda es esa sensación de la historia estaba basada en un relato corto, tan corto como pudiera ser el de Cărtărescu que se lee en poco menos de una hora. En cualquier caso, leyendo uno y viendo el otro, queda claro lo que es un buen escritor y lo que es un mal director: es difícil no ser capaz de trasladar a la pantalla ni una sola idea interesante de las doscientas que hay entre las cincuenta o sesenta páginas que pueda tener el relato. (Vamos a evitar el recurso fácil de trasladar este ejemplo al plano exclusivamente literario de extensas novelas de contenido cero).
Pero estoy divagando.
En El ruletista un señor escritor muy mayor muy mayor muy mayor narra la historia de un hombre al que un día conoció, un pobre infeliz, un delincuente no especialmente inteligente, que de lo único que podía presumir era de tener muy mala suerte. Un buen día este escritor, tras perderle la pista, se lo vuelve a encontrar protagonizando el arriesgado deporte de ruletista. En el relato, inmediatamente detrás la figura de este sujeto-objeto está la del apostador, representado por hombres de nivel adquisitivo alto que se juegan en locales clandestinos la vida de otros hombres, generalmente pobres desgraciados que tienen ya muy poco que perder y sí, en cambio, mucho que ganar.
En el relato de Cărtărescu el ruletista alcanza un status como no se ha visto antes para alguien “de su clase”. Encadena éxito tras éxito y cada apuesta lo hace más y más rico hasta el punto de resultar incomprensibles las razones que lo llevan a arriesgarse más y más cada vez metiendo dos balas en recámara, tres, cuatro, cinco. Seis.
Personalmente me quedo, de entre todas las posibles lecturas, con aquella que habla del valor que muchos, con su desprecio, dan a la vida ajena: poco más que un pedazo de carne. El típico tema universal que, lamentablemente, nunca pasa de moda: los abusos que se permite el poder utilizando como excusa la economía. (Pilladito por los pelos, es verdad, pero me van a perdonar: últimamente se me acumula la indignación.)