viernes, 12 de abril de 2019

“La edad del desconsuelo” de Jane Smiley (Sexto Piso)

Tengo una dinámica a la hora de escribir artículos, reseñas, comentarios o como quieran llamar estas cosas. Por lo general acostumbro a escribir siempre una pequeña introducción antes de entrar en materia. Me da el tono y me sirve para hacer dedo. También por lo general la borro, la introducción, aunque algunas veces simplemente la mutilo por aquello dejar un par de gracias que les hagan la vida un poco más llevadera. Lo que escribo suelen ser dos párrafos, nada del otro mundo y siempre, siempre, opongo cierta resistencia antes de que entre la podadora en escena. Hoy no ha sido una excepción, he borrado lo escrito, pero había una notable pequeña diferencia respecto a anteriores ediciones: he borrado algo más de dos párrafos. Me he cepillado nada menos que ochocientas palabras.

Y yo pensando que no tenía necesidad de escribir.

Lo digo porque me estoy viendo venir. Y no me refiero sólo a lo de hoy.

 * * * * *

Descubrí Sexto Piso en 2011. Fue con Los ingrávidos, de Valeria Luiselli. Por entonces ya tenía el blog de modo que escribí una reseña que no quiero volver a leer de momento. Creo que me gustó. Sospecho que moderadamente pero sí, apostaría que sí. No sé si entonces estaba ya en Modo Hijoputa. Es probable. Pronto lo sabremos. Después, no mucho después, repetí con ellos, esta vez de la mano de Gaddis. Ágape se paga fue mi primer Gaddis. Me gustó tantísimo... No entendí un carajo, pero me gustó tantísimo… 

El caso. 

El caso es que luego vino lo que vino, esto es, esa guerra abierta y en ocasiones un tanto exagerada contra el mundillo literario, la cosa patria, la caspa, la degradación cultural, la premiología invariable, etcétera, pero entonces, antes de ese caos, había una ilusión que no he vuelto a sentir nunca más; una suerte de inocencia moderadamente infantil, una forma de enfrentarse a las novedades sin las canas o la actitud abiertamente hostil que vino después.

Me gustaba aquello. Me gustaba llegar sin prejuicios a los libros. Me gustaba juzgarlos sin la pesada losa de ser uno mismo y sus circunstancias. 

Y en estas reflexiones ocupaba yo el tiempo cuando llegó providencial un cartero con el catálogo de Sexto Piso. Esto fue hace cosa un mes, tal vez menos. Probablemente más. Debió ser entonces cuando se hizo firme el propósito de hacerme con todo absolutamente todo cuanto sacase este grupo, no por fe inquebrantable, especial interés o apoyo moral sino simplemente por la nostalgia de lo que un día fue pero ya sin la esperanza de que pudiese volver.

Según iban saliendo, yo los iba pidiendo. 

La semana pasada me llegó el primero, o sea, este.

Es un libro pequeño, manejable, perfecto para escapar de la dinámica enfermiza del tocho. La autora me suena pero no la conozco, no he leído nada suyo; sospecho que vi en su momento la adaptación cinematográfica de su novela más popular, Heredarás la tierra, ganadora de no sé qué premio. Intuyo –no puedo hacer otra cosa, de esto hace mil años— que mi interés se limitaba a Michelle Pfeiffer, por entonces mito de quien esto escribe.

Lo que quiero decir con todo esto es que La edad del desconsuelo no llamó mi atención por nada en concreto (o sí, yo qué sé, probablemente sí o, de otro modo, para qué), simplemente me dejé llevar. No había empatía, ni ganas de adular; ocurría simplemente que las circunstancias eran demasiado parecidas a las de 2011 minutos antes de enfrentarme por primera vez a un producto de la misma editorial.

El libro me duró dos días.

Tiene cien páginas, mérito cero.

Ahora bien…

Está lo de leer un libro y que se te caiga de las manos. También está lo de empezarlo, terminarlo y pasar al siguiente ya sea olvidándolo inmediatamente después, ya sea no haciéndolo. Y luego está, como en este caso, lo de leerlo y, por la razón que sea, no quitártelo de la cabeza varios días después.

No, no es verdad. “Por la razón que sea”, no. Hay un motivo, siempre lo hay, y la reseña de hoy gira en torno a él. No me moveré de ahí porque ahí está todo lo que necesito para defender esta novela (más bien relato). 

En esta historia hay un matrimonio con tres hijos. A ese matrimonio se le escapan a veces pensamientos por la boca. Uno de ellos es el detonante del drama. La mujer cree que no volverá a ser feliz. No interpreto: dice: «no volveré a ser feliz». No sabemos más puesto que el narrador (esto es, él), no tiene más información que nosotros. La conclusión a la que llega y que debemos dar por buena (qué otra cosa podemos hacer) es que su mujer se ha enamorado de otro hombre. Nuestro héroe decide guardar silencio, tal vez por cobardía frente a ella, tal vez por miedo a saber, por inseguridad, tal vez por respeto. Tal vez por todo. La vida está plagada de escalas de grises.

La sensación que he tenido en todo momento (sensación que me ha acompañado desde la primera hasta la última página) era que la historia se expandía en torno a la narración. Sé qué siempre debería ser así, pero lo cierto es que no siempre es así y en ocasiones es tan evidente y es tanto lo que se deja salir que no puede uno evitar sorprenderse. Es un efecto parecido al de abrir una cremallera. Uno puede centrarse en el mecanismo, en los dientes separándose o bien ampliar la perspectiva y dejarse seducir por aquello que se quiere mostrar.

Para que nos entendamos: en Goodreads hay un tipo que ha leído esta novela y que piensa lo siguiente: «Un matrimonio de dentistas de mediana edad y clase media, con tres niñas pequeñas tiene problemas cotidianos de dentistas, de gente de mediana edad y clase media, y de tener tres niñas. Él cree que ella le engaña. Fin». Que ya es difícil entender menos. Claro que también es difícil leer PEOR.

En la novela HAY eso, claro sí, de hecho está llena de eso, pero no TRATA de eso. Este tipo habla de la cremallera porque en su cazurrismo no se ha sabido o no ha querido fijarse en otra cosa; no ha visto todo lo que hay detrás. 

No ha escuchado la detonación que tapaba la melodía, básicamente.

Y es una pena, porque se ha perdido una novela cojonuda.

Me niego a ser el cabrón que se la cuente. Baste decir que pese a algunos titubeos la novela me ha seducido absolutamente. Porque todo lo que ocurre tiene importancia; porque no he visto, como decía Chejov, un solo clavo en el que no acabara alguien colgado y sí he visto, como exigía Piglia, una segunda narración oculta que se hacía evidente al final, enriqueciendo no, multiplicando. El dentista no se entregaba a la salud de sus hijos sólo porque estuviesen enfermos, del mismo modo que no perdía la paciencia sólo por tener un mal día. Hay unos personajes absolutamente creíbles, anodinos y vulgares que hacen cosas creíbles, anodinas y vulgares mientras a su alrededor todo se desmorona y nada es vulgar ni anodino sino todo lo contrario. Y ver ese derrumbe, ese nivel de derrumbe, que es un derrumbe catastrófico total, en torno a un matrimonio mientras se hace algo tan ridículo como darle jarabe a una hija porque le ha subido la fiebre es algo que me ha fascinado, sobre todo porque he sido testigo sin ser testigo, porque no he sido consciente del volumen o las repercusiones hasta el último minuto, hasta la última y prácticamente única conversación del libro, conversación de una brevedad difícil de igual y unas consecuencias difíciles de superar. 

No tengo nada más que decir. Que ya no está mal, tampoco, pero avisados estaban.

También en Goodreads alguien la comparaba con Richard Ford. Estoy bastante de acuerdo. Podría serlo perfectamente. Podría ser uno de los cuentos de Ford. Qué coño: también de Carver. Creo sinceramente que podría ser uno de los mejores cuentos de cualquiera de esos dos señores tan dignos y reputados.

Y ustedes podrían no llegar a enterarse nunca.

14 comentarios:

  1. Fantástica Jane Smiley. Ya que menciona a Ford y Carver, debería leer, si aún no lo ha hecho, a Grace Paley. Y debería, sobre todo, escribir más reseñas...

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    1. Gracias, lo intentaremos.

      A Paley no, no la he leído, pero es que sigo con esta fobia tonta a los relatos. Smiley porque vino así, que si no tampoco. Pero la tengo en cuenta desde hace mucho. Cualquier día.

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  2. Jo. Te echaba de menos Tongoy.
    Y retornas con Jane Smiley, de la que tengo en la estantería, esperando el momento, "Heredarás la tierra", "MU U." y "De buena fe". Me llevo alguno para este fin de semana.
    Y te recomiendo un libro del que habrás visto la peli: "Medianoche en el jardín del bien y del mal", de Peter Berendt (la adaptación es de Clint Eastwood). Una historia de Savannah, Georgia (la ciudad y sus tipos). Muy recomendable. Luego volví a ver la peli y me decepcionó; debía ser la época en que Clint andaba cruzando puentes.

    Gracias.

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    1. Qué majo. Gracias, Alberto.
      Heredarás la tierra pinta muy bien, muy de mi rollo, pero no quiero estancarme en un autor, bastante lo llevo haciendo todo el año.
      Me anoto el de Berendt. La verdad es que la peli de Eastwood está lejos de contarse entre mis preferidas pero probablemente la novela sea mucho mejor. Quiero decir que la historia se presta a ello. Miraré de hacerle un hueco.
      Cuídate.

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  3. ¿Pero entonces Sexto Piso te los manda gratis o no?

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  4. Meeeec!! Vaya, lo siento, acaba de perder un valiosísimo reloj de pulsera.
    Lo siento. Play again.

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    1. Y no sería mejor que en lugar de "Según iban saliendo, yo los iba pidiendo.", los pidiera de 5 en 5 o de 10 en 10 para evitar envíos innecesarios y, por lo consiguiente, contaminar menos?

      Una idea.

      Ivan Rúmar

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  5. Oye, ¿y qué onda 'Las hijas de otros hombres'?

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  6. Tongoy ha vuelto¡¡¡ para alegrarnos las mañanas,(o las noches)que cada uno sigua con sus vicios...
    nos leemos pronto, saludos.

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  7. También me ha durado dos días y me ha encantado. Y sí, podría ser perfectamente un cuento de Carver con dosis de Yates.

    SPOILER-SPOILER-SPOILER-SPOILER-SPOILER-SPOILER-SPOILER:
    Con lo de narración "oculta" que se hace evidente al final, ¿te refieres tan sólo al hecho de que ella admita tener un amante? Porque confieso que yo he pensado que su amante no es un hombre, en lo que cualquiera piensa a priori (su marido el primero), sino una mujer, Dalilah (su ayudante en la clínica), por un par de pistas muy sutiles que se dejan caer... Tal vez me equivoque, es probable, pero me pareció muy sugerente.

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  8. Cuando terminé la novela, con un nudo en la garganta, me quedé un poco aturdida, como asimilando. Cuando hice mi propia reseña, me salió todo lo que me encontré en ella y no fue poco. La forma de centrarse en los detalles pequeños para poder seguir adelante, cómo el personaje va sintiendo y adelantando lo que puede venir, el desastre; la forma en que canaliza su rabia y la impotencia... De las que hay que releer.

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