El año empezó mejor que bien gracias a Thomas Bernhard; concretamente con “El imitador de voces”: una colección de (algo que me niego a llamar) microrrelatos que tienen en realidad mucho más que ver con una noticia comentada. Bueno, es Bernhard, ¿vale?, muy mal lo tiene que hacer para hacerlo medianamente mal. La cosa, tan breve como placentera, cumple la doble función de ser una patada en la boca de todos aquellos que creen que los finales sorprendentes o los títulos de los micros o los perros verdes marcan alguna diferencia. Y no. Bernhard demuestra que no hace falta mucho, apenas nada, para sacarle punta a cualquier cosa, lo que sea. Librazo. Altamente recomendable.
“La gente no es como tú” de Gabi Beltrán ya lo comenté en su momento. Gabi Beltrán dibuja un fracasado tan creíble que llega uno a dudar que semejante texto pueda ser cualquier otra cosa que autobiográfico. Es la lectura perfecta para todos lo que quieran leer sobre Gabi Beltran o uno que se le parece mucho.
“Ajedrez para un detective novato” de Juan Soto Ivars es como un monólogo del club de la comedia sobre fondo de absurdo novela negra y microsátira. La reseña está en curso.
“Agua dura” de Sergi Bellver es, que yo sepa, lo primero que el autor publica en solitario tras muchos años de constantes amenazas y, supongo, más que posibles reescrituras. He visto en la red que los amigos lo avalan: Fernando Clemot, por ejemplo, tal vez en pago por su colaboración en Quimera, presenta su libro mientras Elias Gorostiaga, habla, en su blog, de relatos brutales y fronterizos. Habla de derrumbes definitivos. El valor de la amistad, para que luego digan. Y, bueno, en fin, yo solo puedo hablar de mediocridad y decepción. Pero seré yo, que soy un cabrón. Que no soy su amigo. «Hoy se presenta el libro de Sergi Bellver, lo hace rodeado de amigos y aunque faltan muchos, los amigos que están, incluso a los que no se espera, son el detalle en la vida de este tipo que ha elegido uno de los caminos más duros que hay en esta tierra de caminos duros y televisados, ser escritor». Ya lo saben: no hay camino más duro que el del escritor. El acabose, esto. Tres veces he intentado escribir la reseña y tres veces me he quedado dormido. A la quinta, me rindo.
“Los hechos” de Philip Roth es un relato autobiográfico de Philip Roth de difícil etiquetado. Es una propuesta más que interesante que, además de servir como repaso a una vida, actúa como crítica a ese repaso. Simplificando hasta la náusea, una lectura, a ratos soporífera, que viene a demostrar que un libro sí puede ser salvado gracias un magnífico final.
“Esto es agua” de David Foster Wallace es un discursito que Wallace dio en no sé qué lugar a no sé qué estudiantes. Bueno, vale, curioso y tan breve que tampoco vamos a perder mucho tiempo con él. Mondadori lo vendió en su formato flash a un precio tan ridículo que mejor le hubiera ido regalándolo.
“Los que duermen y otros relatos” de Juan Gómez Bárcena va de rollito de corte fantástico. Los textos, embutidos en una épica ininterrumpidamente agotadora de puro falsa, transitan entre lo mil veces visto y una enfermiza corrección formal propia de curso de narrativa. El resultado son textos aparentemente imaginativos e impersonales que se leen con relativo placer.
“14” de Jean Echenoz ya ha sido comentado, aquí. Nada que añadir, si acaso que la “heroicidad” de meter una guerra mundial en apenas cien páginas, de un modo especial o simplemente diferente, no es incompatible con el aburrimiento. Esto, que parece tan obvio, no lo entiende todo el mundo.
“El mes más cruel” de Pilar Adón fue una relectura. Leí este libro hace dos o tres años y me dejó ni frio ni calor tirando a fresquito. Tras leer las muchas, buenas y continuadas críticas a la escritora, me obligué a volver a él. Lo leí en dos días. Mi impresión es la misma: sí, pero no. Se puede escribir bien y no ser nada especial, ser una más, lo cual equivale, a la postre, a no ser gran cosa.
“Catedral” de Raymond Carver es una colección de relectura obligada si uno pretende, como es mi caso, ponerse un poco al día de lo que se está haciendo actualmente en el minigénero este. Por aquello de comparar, más que nada.
“Jóvenes y guapos” de Aloma Rodríguez ha sido casi con total seguridad una de las peores colecciones de relatos que me he echado o me han tirado a la cara. La reseña ya está escrita. Será lo siguiente que publique. Cosa de un par de días.
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En la categoría de ABANDONOS sólo un libro: “Mi primo, mi gastroenterólogo” de Mark Leyner. Leyner es un tipo de gatillo rápido y estilo desesperante cuyo mayor mérito (tirando de contraportada) parece residir en el hecho de haber sido “recomendado” (un poco de aquella manera) por el bueno de David Foster Wallace, el hombre con la sombra más alargada del planeta. Hay un momento (allá por la página 50) en el que tanto de esto se vuelve insoportable: «Y en el extremo del bar, una mujer cuyo poema de larga duración sobre la disfunción de la articulación temporomaxilar (ATM) había ganado un Grammy a la mejor declamación grabada está suave y lenta y ritualmente frotándose hexafluoracetilacetona de cobre en el clítoris mientras contempla al cachas de rasgos no euclidianos disparar una gota de etilbenceno deshidrogenado a una distancia de 6000 kilómetros hacia el archipiélago ártico, la cual finalmente cae en forma de diluvio sobre un fiordo de la Bahía de Baffin.»
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Y para FEBRERO muchas y muy buenas intenciones. Tantas —y tales— como estas:
En la colección jóvenes promesas de hoy, fracasos del mañana: “De música ligera” de Aixa de la Cruz, “Debo ser muy buena presa” de Eduardo Izquierdo, “Los combatientes” de Cristina Morales y “Después de Rita” de Mariano Veloy. Se acompañará de lecturas varias de los famosos recopilatorios “Última temporada” (Lengua de trapo) (en formato papel) y “Bajo treinta” (Salto de página) por aquello de comparar o comprobar el nivel o maldad similar.
Otras buenas intenciones son: “El patrón” de Goffredo Parise, “El año del desierto” de Pedro Mairal, “La verdad en la ilusión” de Luis Antón del Olmet, “Los Modlin” de Paco Gómez y “Días lúgubres” de Juan Sayagues.