viernes, 29 de noviembre de 2013

Resumen de lecturas NOVIEMBRE 2013

Había puesto yo muchas esperanzas en este mes. Demasiadas. Al final ha resultado ser flojete. No tanto por la calidad de las lecturas (de esto no me quejo) como por la cantidad. Pero el tiempo es el que es.

Empezó con dibujitos, concretamente con la magnífica y estupendísima "Asterios Polyp" de David Mazzuccheli (sin sentido). Anótenla como primera recomendación. Asterios Polyp es un comic de unas 300 páginas que se lee en dos sentadas. No podrán evitarlo. No me ocurre todos los días que no soy capaz de soltar un libro. La cosa va de dualidad (no me obliguen a escribir ahora la reseña): un engreído y narcisista arquitecto de unos cincuenta años que ejerce la enseñanza y que no ha visto materializarse ni una sola de sus creaciones toca fondo. Su vida ya era un desastre cuando se le quema la casa por lo que se larga, sin decir nada a nadie (¿a quién se lo iba a decir?), a un pueblucho de mierda donde comienza a rehacer su vida y desde donde asistimos a la reconstrucción de su pasado a golpe de recuerdo. Incluye una tierna historia de amor de las que no hacen vomitar. Anoche empecé su relectura. Ya les contaré con más detalle. 

Lo siguiente fue la para muchos esperadísima nueva novela de Eduardo Lago, "Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee" (Malpaso). De esta ya escribí reseña. La pueden consultar, está por ahí. (clic). Inmediatamente después empecé y terminé "Las enseñanzas de Don B." de Donald Barthelme (Automática) es… bueno, es Barthelme. ¿Qué puedo decir? Humor y tal. Hay un mínimo de calidad garantizado. Tengo la reseña pendiente de escribir pero antes quiero volver a echarle un ojo al libro. En diciembre les cuento. 

"El ruletista" de Mircea Cartarescu (Impedimenta). Recomendadísimo y efectivamente muy interesante relato corto de uno de esos eternos candidatos al premio Nobel, en este caso rumano. No les haré perder el tiempo ahora porque de este sí hay una reseña escrita que, si nada lo remedia, será la siguiente que salga. 

Después fue el turno de "La casa de hojas" de Mark Z. Danielewski (Pálido Fuego y Alpha Decay). Miento, en realidad empecé “Jota Erre” de William Gaddis (Sexto Piso), pero lo interrumpí en la página doscientos y pico, primero por cuestiones prácticas (tomazo) y segundo por puro enganche a la de Danielewski. Con “Jota Erre” estoy ahora mismo y de “La casa de hojas” me niego a decir ni una sola palabra más. Ya tienen, si quieren, una aproximación aquí (clic) y una reseña aquí (clic-clic)

Para descansar la vista, volví a los dibujitos. Después del buen sabor de boca que me había dejado el mes pasado la inquietante “No cambies nunca” de David Sánchez me atreví con la que es, era, creo, su primera obra, “Tú me has matado” (Astiberri). Bueno, tengo que decir que me gustó bastante menos. Visualmente es clavadita, pero argumentalmente no tiene la fuerza de la otra, seguramente porque se entiende mejor, que es una cosa que a veces desmerece el resultado.

A continuación "Historias de barrio" de Gabi Beltrán con dibujos de Bartolomé Seguí (Astiberri), que me fue recomendado un poco por casualidad y otro poco no, es una recopilación de “anécdotas” de Gaby Beltrán de jovencísimo. Es el dibujo de un lugar (un barrio) muy concreto y de una época también muy concreta que a la vez es todos los lugares y todas las épocas. Normalita, tirando a interesante. Ideal para nostálgicos.

"El consejero" de Cormac McCarthy (Mondadori), es el guión (no una novela) de la película de Ridley Scott de reciente estreno. Es infumable. La película no lo sé, pero el libro, seguro. Mala no, lo siguiente. Una chorrada como un piano. No me voy a extender. En unos días saldrá la reseña. 

Y ahora, diciembre.



Avance de DICIEMBRE

Acabaré enseguida. El mes se presenta tranquilo. Dudo mucho que la media de lectura de diciembre llegue a las mil páginas, por lo tanto, cualquier previsión que haga deberá ser interpretada como una fantasía. 

El plan es terminar (jajaja) “Jota Erre” de William Gaddis pero, tal como comentaba antes, no es un libro especialmente cómodo y yo soy mucho de leer en cualquier parte. Por lo tanto, para esos momentos de caña y terracita me llevaré “La casa y el cerebro” de Edward Bulwer-Lytoon, “Las bellas extranjeras” de Mircea Cartarescu y el que empecé ayer: “Pobres magnates” de Thomas Frank.

Tengo también empezado “Memorias del subsuelo” de Dostoievski, la reedición de Sexto Piso con ilustraciones de Jorge González, pero acompaño su lectura con la parte en que se hace referencia a esta novela en el tercer tomo de la biografía de Joseph Frank y claro, esto va a llevar su tiempo porque una cosa me está llevando a la otra y no sé dónde voy a acabar.

En el apartado dibujitos, tengo por casa “Ice Haven” de Daniel Clowes, para los momentos tontos. Por otro lado, mi hija me ha pedido por favor por favor por favor que le cuente Moby Dick. Que me lea el libro, de una vez, por favor, papi, y se lo resuma. No sé qué perra le ha entrado con Moby Dick ahora pero el caso es que, para evitar su lectura (este mes, quiero decir), he pensado echar mano de la versión gráfica que publicó Sexto Piso no sé cuándo y que hoy, sin falta, sacaré de la biblioteca (se trata de “Moby Dick” de Jean Rouaud y Denis Deprez). 



miércoles, 27 de noviembre de 2013

“La Casa de Hojas” de Mark Z. Danielewski

Generalmente las aproximaciones (ver aquí) me quitan las ganas de escribir las reseñas. Esta no es una excepción, pero lo prometido es deuda. 

“House of leaves” (traducido como “LA casa de hojas”) se publica en el año 2000 y desde el primer momento se presume prácticamente intraducible. Sobre los costes de traducir semejante trasto flota la idea de estas rarezas sólo las compran dos. O doscientos, da igual; los que sean siempre parecerán insuficientes a la hora de recuperar una inversión como esa. Y así fue. Durante mucho tiempo, la traducción de "House of leaves" fue, para los que no dominamos el inglés, un sueño que alimentábamos con la búsqueda de imágenes (sobre todo IMÁGENES) del interior. Luego veremos alguna.

Y un buen día llegó Pálido Fuego. Y dice la leyenda que se encontró con Alpha Decay en la sala de espera. Cómo será esta novela que me ha obligado a romper mi palabra de no volver a reseñar nada que publiquen ambas editoriales. Esto, si lo digo, no es para calentarle la cabeza a nadie, sino a modo de cumplido. Me quito el sombrero y no me lo vuelo a poner. La edición (a excepción de la desafortunada elección de la portada (ver post anterior)) es sencillamente MAGNÍFICA.

Al tema.

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“La casa de hojas” es una novela de terror. Eso ante todo. El argumento, grossísimo modo, es el siguiente:

El joven Johnny Truant es un elemento que un buen día, gracias a su buen amigo Lude y por la razón que sea, da con un baúl que contiene un manuscrito de viejo ciego llamado Zampanó que muere en extrañas circunstancias. El manuscrito hace referencia al “expediente Navidson”.“La casa de hojas” es el montaje que Truant hace con las notas de Zampanó y su propia aportación en forma de anotaciones (todas a pie de página) que un buen día manda a unos editores (que a su vez incluyen sus propias notas). Es decir: Truant recoge la información de Zampanó, es decir, una análisis sobre la particular experiencia que vivió la familia Navidson en una casa.

Parece un lío y sí, lo es, pero no demasiado.

El expediente Navidson. Recién trasladados a su nuevo hogar, aparece, un bien día, una puerta en el salón. La puerta conduce a un pasillo OSCURO ora de tres metros ora de quince. Donde está el pasillo, debería haber campo. El pasillo tiene una puerta. La puerta da a otro pasillo, a otra puerta, a otro pasillo, a otra puerta. Etcétera. Da a una gran sala. Da una escalera. (Ver portada). Acompáñese de oscuridad total. Total. De ausencia de ruido, de viento. Acompáñese de un frío glaciar. Acompáñese de espacios que se reconfiguran solos. De distancias variables. 

El expediente Navidson (1) habla de una grabación detallada de la investigación que el propio Navidson, con ayuda de una serie de personas, lleva a cabo para tratar de entender qué coño es eso que ha aparecido en su casa y de dónde demonios sale. Y a dónde lleva.

Ese es el argumento. Una parte, al menos. La novela tiene 736 páginas. Podríamos entrar en detalles y nunca estaríamos detallando suficiente. Como buen “informante”, Zampanó detalla minuciosamente cada momento del video, lo acompaña de extractos de los numerosísimo estudios que se han hecho sobre él. Todo lo que cabe en la novela está en la novela y por si no era suficiente, Truant, el descubridor del manuscrito, se empeña en meter, en los pies de página, su particular experiencia durante la lectura del informe , una experiencia que, les adelanto, tiene muy poco de feliz, por más que el tipo se pase media novela borracho y follando.


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Me estoy liando pero es que la puñetera invita a ello. Dos palabras más y vamos a las conclusiones.

Más allá del argumento, está la forma, que es lo que realmente hace esta novela tan especial y tan difícil de replicar en otro idioma. La novela se retuerce. Se complica. Se unen, al detalle del expediente, columnas de información aparentemente inútil pero que, en cierto modo, cumplen una importante función. Otras veces el texto se estrecha, la página queda casi en blanco o bien el texto se da la vuelta, se refleja como en un espejo o cae en cascada. Utilicen la imaginación. Para los que no tengan, aquí una fotito robada de la red. Y ya. Si sienten curiosidad, seguro que dan con la manera de encontrar más fotos en Google. 



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A mí, personalmente, me sobra media novela. Concretamente TODO lo que tenga que ver con Truant. El tipo tiene su aquel, pero lo realmente apasionante de la casa de hojas es la casa de hojas, ¡no lo que el susodicho siente o padece por la lectura dichosa! Me importan un comino las claves que oculten sus notas o los juegos a qué invitan (que son unos cuantos), al final lo que queda de él es pura anécdota mientras que el expediente Navidson, todo aquello que escribió el cegato de Zampanó, es, quitando episodios puntuales, apasionante. Sería un novelón si, conservando la alocada estructura, Danielewski le hubiese metido un buen tijeretazo al, digamos, artefacto. Y cuando digo bueno, quiero decir buenísimo. Quiero decir generoso en extremo. Pero supongo que la idea de incluir diferentes tipografías en los pies de página, y más notas que vienen de esas notas, y mandar al lector al apéndice uno o el dos o el B o X, supongo que todo eso de enredar y enloquecer la novela, era demasiado irresistible. Y sí, se entiende, pero también se sabe innecesario. 

Es por culpa de esto que lo que podía haber sido una novela sobresaliente se queda en notable. Con todo, la casa de hojas es una magnífica historia de terror y aventuras que no necesita de fantasmas ni de psicópatas ni de niñatas pelonas saliendo del televisor para crear una atmósfera aterradora y para mantener la tensión durante todo el viaje, un viaje que, obviando a Truant, se hace incluso corto, que ya es decir. Con esto no quiero decir que sea especialmente original. Danielweski recurre a tantos tópicos como le es posible: casa encantada, oscuridad, ruidos de fondo, gruñidos, silencio; exploradores que se pierden, se vuelven locos, se lían a tiros; conflictos sentimentales, que si el hermano borracho, que si la mujer infiel. Pero da igual: el tamaño del terror y sobre todo el modo en que Zampanó desarrolla la narración evitan continuamente el tedio y la sensación (absolutamente justificada) de estar visitando lugares comunes.

Lo dicho: acertada novela experimental de terror que sólo peca de un innecesario exceso de contenido. Más corta, sólo un poco más corta, hubiera sido tan, TAN buena. Una pena. De acuerdo, no es la obra maestra que se vende por ahí (la que uno esperaba, malditas expectativas) pero sí vale cada euro invertido y casi  casi casi cada minuto dedicado. 



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(1) No confundir con la película “El expediente Warren” o su más reciente adaptación hispana, “El expediente Vitu”: (hacer clic para ver, ver para creer)

domingo, 24 de noviembre de 2013

Una aproximación a “La Casa de Hojas” de Mark Z. Danielewski

(O hablar por hablar.)

Hoy vengo sin intención crítica. Esto quiere ser poco menos que una reflexión. Una excusa para hacer una pausa y aclarar las ideas. Llevo una semana sumergido en la lectura de “La casa de hojas” y en “Jota Erre” de Gaddis (y a ratos Cartarescu y a ratos Joseph Frank y a ratos Dostoievski y a ratos Gerónimo Stilton —paternidad obliga—y a ratos qué sé yo). 

Y a ratos duermo, también.

Cuando escribo estas palabras los editores de “La casa de hojas” acaban de anunciar en twitter que van a sacar la tercera edición. A falta de información sobre volumen de las tiradas, la noticia invita a la prudencia tanto como al entusiasmo. Pero nos alegramos, en cualquier caso y nos hacemos eco.

(Nos hacemos eco, qué gracia.)

Se habla mucho de La casa de hojas. Twitter arde. Facebook arde. Todo son fotos, posados, el libro sobre un fondo de piedra, sobre el verde musgo de un bosque, sobre una mesa. Se intuye que pronto llegarán los fondos nevados, los villancicos y los paquetitos de Amazon a los pies de un abeto. Esa costumbre tan nuestra de hacer el gilipollas. Para sacarle una foto a un libro sólo hace falta una cámara. Sin embargo, para leer “La casa de hojas” parece que hace falta algo más. Valor, por ejemplo. Paciencia. Sincero interés. Tiempo. 

Cierto grado de tolerancia.

No me hagan mucho caso, soy el menos indicado para hablar. Cuando escribo estas palabras voy por la página 350, por lo que ya habré leído unas 450. Sí, han leído bien. Tiene truco, claro, la magia no existe: prefacios con numeración romana y extensos y delirantes apéndices como notas finales. Está todo inventado.

Vaya por delante que estoy disfrutando BASTANTE “La casa de hojas”. Lo pongo en mayúsculas para que quede claro. Podría ponerlo también en azul, pero no me apetece; vengo un poco saturado de jueguecitos (orto)gráficos. 

Intento que esto no se parezca demasiado a un promoción gratuita (e innecesaria), pero supongo que será un esfuerzo inútil. Al final este post es mi particular fotografía del libro sobre un fondo de mi culo en una silla y no se me ocurre mejor recomendación que esa, honestamente.

“La casa de hojas” se vende como una novela sin fronteras. Se acompaña, en las críticas de la red, de grandes nombres: Borges, Nabokov, Derrida, Joyce, Julian Rios. Cervantes. Así es, amiguitos, al entusiasmo habitual de las promociones hay que sumarle los elogios desmedidos propios de las obras de culto. También está la querencia a complicarlo todo hablando de deconstrucción, interpolaciones, digresiones, notas, geometrías no-euclidianas de planos de ficción y un largo ecétera, que sin estar faltos de razón tampoco invitan a nada si no se acompaña de un poco de fe. 

Por lo que he podido comprobar, la novela de Danielewski es un lío del demonio que conviene afrontar con entusiasmo y tiempo libre. «[se aconseja] una lectura en cuantas menos sesiones mejor, lo más seguidas que se pueda, en cuatro o cinco días como mucho, para no perder ni el hilo narrativo ni, francamente, el efecto de la lectura sobre el ánimo del lector» dicen en este blog

El mismo ocioso crítico dice (la negrita será mía): «Está escrito usando diferentes tipografías, a veces en función del contenido, otras en función del narrador, y esta distinción no es ni anecdótica ni aparente, es fundamental para la comprensión del texto y uno de sus mayores logros» algo con lo que no puedo estar demasiado de acuerdo. Cierto: es muy útil. Y bonita. Es lo que tiene, también. Pero no es fundamental en absoluto. Hay soluciones mucho menos “visuales”. El dramatis personae de Jota Erre, por ejemplo, nombra más de 120 personajes diferentes; casi todos cuentan con voz pero ninguno necesita ir acompañado de una tipografía especial, ni azul ni verde ni colará, ni cursiva ni georgiana. Y no será por pantones. Bien mirado, el recurso de Danielwski es un recurso fácil y visualmente tan efectivo como efectista. 

Mi impresión inicial, ya que no me lo preguntan, es que DE MOMENTO (recién llegado al ecuador) “La casa de hojas” es un bello y retorcido objeto que oculta una interesante novela de terror pero también mucha paja. Un libro que, o mucho me equivoco, o terminará siendo mucho más comprado y comentado que realmente leído. Ojalá me equivoque. 

Yo, de momento, y habiendo dicho todo lo que tenía que decir, sigo a lo mío.





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viernes, 22 de noviembre de 2013

[#ineditosis] “Los versos del hambre” de Sara Bernard

Cuando escribo esta reseña Sara tiene 467 seguidores en twitter lo que viene a significar que hay 467 organismos pluricelulares a los que les interesa lo que Sara tenga que decir. Un mes después de la publicación de este libro Sara Bernard había vendido 20 ejemplares. A los desinformados les diré que estamos hablando de un subproducto que cuesta 1,16 euros en versión digital y 5,10 en papel. Para eso sirven las redes sociales: para demostrarte a ti mismo cuánto le importas al resto mundo. Pero la conclusión es otra. Es esta:  a 1,16 euros el libro, hay que ser muy hijo de puta para conocer a Sara Bernard, seguirla, interesarte por sus cosillas y no perder de tomar ni un triste café.

La gente no tiene corazón. 

Esto, claro, no tiene nada que ver con una reseña, pero aquí nos gusta hablar de todo un poco y, las cosas como son: yo nunca, nunca, jamás, hubiese leído ni me hubiese fijado en “Los versos del hambre” si no fuese por la relación casual que tengo con Sara en la red social (el pareado es de regalo).

Cuando Sara despertó, Yo Precario ya estaba ahí.

Etiquetemos. “Los versos del hambre” es Literatura de Autocompasión, mal que le pese a la escritora. Lo es. No es una crónica ni es un reportaje. NO. Es exactamente lo mismo que Yo Precario. Literatura de Autocompasión. Es echarle la llorada al personal. El Precario, López Menacho, (reseña aquí) encadenaba trabajillos churreros a una pasión por la literatura que rayaba lo enfermizo desde que se había hecho un cursillo en la de Jordi Carrión. Podemos colorearlo para que quede bonito, pero en esencia el libro de Sara es clavadito a aquello. Ella busca trabajo, encuentra un trabajo, trabaja y se acaba el trabajo. Y a la puta calle, que diría Fallarás. Repita seis veces, entre en detalles para ir llenando páginas de insatisfacción y rece para que otros lo vean como un reflejo de tiempos convulsos y no como la consecuencia directa de estar en el paro.

Que hay mucho hijo de puta ya lo sabemos. Que no hay jefe bueno, también. Pero mientras que el dinero llama al dinero, la precariedad llama a las puertas de las editoriales; editoriales que no siempre tragan porque no a todas le cabe en la boca según qué cosas. Para estos casos: Amazon. Bendito Amazon. ¡Amazon libre! Amazon gratis. Amazon, el recurso de los monos con lápiz. Sólo hay una cosa peor que vender un manuscrito por Amazon: repetir la experiencia después de un desastre. 

Atención a la cita en la que Sara Bernard, la protagonista, se indigna:
“Leo también una entrevista a una profesora universitaria que viene a decir “los títulos universitarios ya no sirven para encontrar empleo”. ¿En serio? ¿Era necesario publicar esta obviedad? Pestañeo incrédula, ante la pantalla. Vuelvo a pestañear. Respiro hondo.”
Lo hacemos. Respiramos hondo. Pestañeamos. Volvemos a pestañear. Y nos preguntamos: ¿era necesario publicar esta obviedad? ¿Era necesario publicar “los versos del hambre”? ¿Este es el libro por el que Sara Bernard quiere darse a conocer?  ¿En serio? ¿Cómo era lo de respirar?

Sara Bernard lo tiene a huevo para una segunda parte que podría perfectamente subtitular como "generación 40". Le bastará con reescribir la novela, fantasear un poco y donde pone Los versos del hambre poner Los besos del hambre y donde cuenta la historia de una parada de larga duración que encadena trabajos de mierda, escribir la historia de una parada, también de larga duración, que recurre a la prostitución de clase media (ni mamadas en portales, ni cava en lofts confortables) para dar de comer a sus hijos y a sus hijas y a sus padres, que perdieron el piso por su culpa, y a su marido a pesar de que este no ha vuelto a tocarla desde que se dedica a tal oficio. Los capítulos podrán ser largos o cortos, dependiendo de la pollas protagonistas y en algún momento la triste putilla se enamorará del vecino del quinto que cada viernes requiere sus servicios y con el que acabará viviendo una hermosa historia de amor entre látigos y potitos de bebé. Podría cerrar una trilogía con una "generación 50" si se anima a vender órganos; incluso abrir una vía al género negro si son ajenos.

Lo que sea con tal de alagar la pena.

Pongámonos serios. Esta no es una historia extraordinaria. Ni siquiera es una historia interesante. Tampoco se esperaba, que conste. Es la monótona y autocompasiva historia de una mujer que no es nadie en mundo laboral plagado de monstruos. Por no ser, no es ni mínimamente original. Sí es, a ratos, entretenida pero no lo suficiente si uno busca algo más que satisfacer la curiosidad de saber qué hace Sara frente a un folio. Es olvidable en grado sumo. Inevitablemente olvidable.

Quizá la cosa no sea como para invitar al suicidio pero sí para plantear la automutilación como una alternativa real al tiempo de ocio de quienes no saben qué hacer con su culo en las pausas de los telediarios o durante la cópula de los delfines en los documentales de La 2. 



miércoles, 20 de noviembre de 2013

“Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee” de Eduardo Lago

Esta novela es lo primero que publica la Editorial Malpaso. De Malpaso se habla mucho —y bien— en la red. Hagámosle un breve repaso, a Malpaso. Y después, reseña.

Malpaso

He aquí un arranque planeado con tiempo: Malpaso no nace y luego ya montará un blog y más tarde, cuando pueda, una web. No. Malpaso nace con web, con blog, con catálogo para 2013. Tienen incluso correo electrónico. Son tremendos. Saltan a la arena con dos libros en el horno: este de Lago y otro de Vonnegut. Al poco de nacer, sacan los bizcochos, los colocan en la calle y a vender. 

Después llegan los aplausos y los muy bien y los me gusta y los comparto y los retuits y el entusiasmo, la locura habitual, y todas las esperanzas puestas en ellos y cientos de miles de apoyos incondicionales. Y a ver cuántos de todos esos se compran el libro. Y a ver cuántos se lo leen. 

Los libros tienen forma de libros: tapa dura y páginas. Y dos valores añadidos: el canto coloreado y una cubierta que es, a la vez, faja. Y además: incluye ebook. Esto es la monda. Si te compras el libro (te vas a una tienda y pagas por él o directamente lo robas) tienes derecho a su versión digital por cero euros más. El método es algo cutre, pero los programadores van caros y lo que cuenta es la intención. Aquí la mecánica: se abre el libro por la página uno, se escribe un nombre (el de uno mismo, por ejemplo) y se le saca una foto que se manda a un email equis. A la vuelta de correo, habemus libro en formato epub. Doy fe.

Esto es Malpaso. Innovación y tal. Una apuesta fuerte. Quizá me equivoque, pero le pronostico una gran hostia. Y no porque se lo merezcan (no se lo merecen) (todavía) sino por el panorama, que está fatal de lo suyo. Y por el catálogo, que no sabe uno si animarse o esperar comentarios ajenos. Ya veremos.

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“Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee”

Vamos a lo que importa.

1

La cosa gira en torno a Nabokov y más concretamente en torno a “El original de Laura”, su novela inacabada. 

Nabokov se va a morir y le dice a su churri que si no le da tiempo a terminarla haga el favor de tirarla a la basura o quemarla o comérsela con patatas. Ella, que sabe lo que vale su marido incluso muerto (especialmente muerto) no la tira sino que se la da a Dimitri, su hijo, que después de algunos años, tras batirse en duelo con una duda muy poco razonable, decide publicarla. ¿Sorpresa? No, qué va. No veo yo a Dimitri dudando; si acaso haciendo tiempo.

La no-novela viene en fichas. Esto, bien planificado y mejor diseñado, lo venden en fascículos coleccionables y se hacen de oro. No pudo ser. En España lo publica Anagrama: foto de una ficha y traducción, foto de ficha y traducción… así 138 veces. 

Va de esto: “El original de Laura gira en torno a una novela dentro de la novela, o sea Laura, personaje inspirado por Flora, que es un caprichoso y sensual álter ego de Lolita.” Y se cuenta tal que así: “Nabokov redacta unas fichas en las que aparece un escritor llamado Wild que redacta unas fichas en las que aparece un tercer escritor que toma notas acerca de cómo va a ser su novela, Mi Laura. Todo eso está en El original de Laura.

A la crítica no le gustó. La historia estaba demasiado en pañales. Las ideas eran ideas demasiado vagas. Había que pensar demasiado, inventar demasiado. Todo era oquedades. 

Al público, en general, como era de esperar, le importó un comino.



2

Un buen día Eduardo Lago se tropieza con la novela. La lee. Le gusta. Le gusta mucho. Le gusta tanto que la vuelve a leer. La lee sesenta veces. La lee cien veces. Y piensa: aquí una novela; la veo. La ve. No es un delirio. No es un espejismo. Está ahí, la novela.

Y decide: le voy a dedicar un libro.

“Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee” es Eduardo Lago construyendo una novela sobre el esqueleto de otra, siendo su esqueleto la poca información de las fichas de Nabokov. La intención: dar cuerpo a la no-novela de Nabokov (NO acabarla, NO). Cubrirla de músculo y piel y echarla a andar. Hacerse un Jurassic Park a medida.

¿Y esto como se hace? Bueno, fácil no es. 

La cosa va más o menos así:

Un personaje descubre un buen día “El original de Laura” y contrata un negro literario para que haga de investigador privado. “Necesito escuchar voces distintas a la mía para entender ciertas cosas.” El caso es que el investigador, un tipo sin imaginación (imprescindible, esto, dice Lago) enamorado de una mujer fatal (la novela parodia el género negro, por cierto) va contando lo que va descubriendo. Va, para que nos entendamos, explicando la novelita dichosa a partir de la continua y metódica lectura de sus fichas. Por el camino, intrigas varias y guiños para aburrir: que si el betseller es una mierda (Zafones, Follets, Dueñas...), que si los límites de la ficción, que si la novela todavía en pañales. Que si hay tanto todavía por decir y tantas formas diferentes de hacerlo. 

Tiene humor, ya lo he dicho. También: mujeres faltales, millonarios moribundos, islas desiertas con nombre de náufrago, David Foster Wallace, Paul Auster, Nabokov, su hijo, su mujer. Un lío de mil demonios sobre un lío de mil demonios. Literatura, literatos, literofilia, literofobia. Tarta de chocolate con cobertura de chocolate, empacho seguro. Ya te tiene que gustar el cacao.



3

Con esto no se llega a todos los públicos. Estas cosas nunca acaban en betseller. Se sabe. Lago lo sabe y le gusta que así sea aunque en el fondo quién no sueña con vender un millón de ejemplares. Pero no a costa de todo. Todavía hay clases. Pero estoy divagando. Al final lo que importa es el resultado. Si pone o no pone. Si gusta, si engancha, si eriza el vello, si arranca carcajadas. Hay un poco de todo: a ratos, no siempre. No a todo el mundo. Tiene su ritmo, que sube y baja. Hay que hacer concesiones. 

“Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee” es el fruto de una pasión: la pasión de Eduardo Lago. Compártanla, compréndanla y disfrutarán. No hay otra. No hay más.

Vuelvo a la idea de imperfección. Todo libro acabado es un pálido reflejo del que concibió la imaginación de su creador. Con El original de Laura esto alcanza un grado extremo. La intención originaria de Nabokov fulgura en las profundidades que se abren bajo la superficie del texto. Es ahí donde quiere que baje, ¿no es verdad? Lo he hecho, aunque sólo una vez, por ahora. Y es mucho lo que he vislumbrado. La idea más importante es la que apunté antes. Así, en el estado en que se encuentra ahora, desperdigada entre los borrones que ocluyen las fichas, es infinitamente más sugerente que si su autor hubiera conseguido terminarla. Son los errores lo que hacen que el libro llegue tan lejos. En ellos está la clave que permite llegar al texto ideal soñado por su creador, un texto que ninguna imaginación hubiera sido capaz de forjar.


lunes, 11 de noviembre de 2013

“Dostoievski: los años de prueba, 1850-1859” de Joseph Frank

Este es el segundo tomo de la extensa biografía que Joseph Frank dedica a investigar la vida, obra y milagros de Dostoievski. Hablamos de cinco tomos que suman un total aproximado de 3000 páginas. Obviamente no espero convencer a nadie de su lectura máxime cuando la broma sale por casi 200 euros pero aquí uno se ha propuesto leerlo y se niega a dejar de comentarlo.

Resumidísimamente este volumen se ocupa de los 10 años que Dostoievsky pasa en Siberia, primero en una prisión de trabajos forzados y más tarde, cuatro años más tarde, ocupando el más bajo escalafón del ejército. 

En prisión acabó por algo, claro. A principios de los años cuarenta el clima sociocultural ruso pasó del romanticismo al realismo social y, tal como Herzen escribió cinco años después de la publicación de la primera novela de Dostoievski (que recordemos [enlace] que había sido considerada por Belinski, el crítico literario más importante de la época, como “la primera tentativa de novela social”), las obras se vieron “imbuidas por inspiraciones y tendencias socialistas”. Estas tendencias, dice Frank, “habían requerido bastante tiempo para surgir en Rusia, y tal vez puede afirmarse que fueron inicialmente estimuladas por las escandalosas injusticias cometidas con la servidumbre, institución que durante largo tiempo perturbó las conciencias de los mejores miembros de la sociedad rusa culta, y suministró uno de los motivos para la abortada sublevación de los decembristas, en noviembre de 1825”. (1) Es decir, que la cosa venía de lejos y Dostoievski, que además de haber tenido contacto personal con las brutalidades infligidas a los campesinos estaba también muy afectado por la lectura progresista, humanitaria y vagamente utópica literatura socialista de autores como Victor Hugo, George Sand o Eugene Sue, entre otros, hizo algo más que limitarse a escribir novelas sociales de inspiración socialista o participar en un movimiento exclusivamente literario: “a partir del invierno de 1848 empezó a asistir regularmente a las reuniones del círculo de Petrashevski, formado por un grupo de hombres jóvenes que se reunían en la casa de Mijail Butashevich-Petrashevski para discutir todos los grandes temas del día que la amordazada prensa rusa tenía prohibido mencionar.

El zar Nicolás I ordenó la detención de círculo Petrashevski y con él al joven Dostoievski. Todos fueron juzgados y condenados a muerte, una pena de muerte que sería conmutada enseguida aunque igualmente, a modo de escarmiento, se organizó el fusilamiento. Sólo antes de apretar el gatillo, cuando los presos estaban frente al paredón, se les informó de que sus penas habían sido rebajadas en diferentes grados. Dostoievski, condenado inicialmente a ocho años de trabajos forzados, vio reducido este período a cuatro años, después de los cuales tendría que servir en el ejército ruso durante tiempo indeterminado. Así fue como acabó en Siberia. Dostoievski, en una la carta que escribió a su hermano Mijail el 22 de febrero de 1854, apenas una semana después de haber sido liberado del campamento de condenados, le cuenta, entre otras muchas cosas, detalles del lugar:

"Vivíamos apretujados, todos juntos en una sola barraca. Imagínate una construcción de madera, vieja y ruinosa, que se suponía debía haber sido derribada mucho tiempo atrás, que ya no era adecuada para usarse. En verano había una intolerable proximidad; en invierno, un frío insoportable. Todos los pisos estaban podridos. La mugre en los pisos tenía casi tres centímetros de espesor. Uno podía resbalarse y caer. Las ventanitas estaban tan cubiertas de escarcha que era imposible leer en ningún momento del día. Casi tres centímetros de hielo en los cristales. Goteras en el techo, corrientes de aire por todas partes. Nos hallábamos apiñados como sardinas en lata. En la estufa cabían seis leños, pero no había tibieza (el hielo dentro de la barraca casi no se derretía), sino sólo insufrible humo. Y esto duraba todo el invierno. Los reos lavaban en la barraca su ropa, y todo el lugar estaba salpicado con agua. No había espacio para darse la vuelta. Desde el anochecer hasta el amanecer era imposible no comportarse como cerdos porque, después de todo; 'somos seres humanos vivientes.' Dormíamos sobre tablas desnudas y se nos permitía únicamente una almohada. Extendíamos sobre nuestros cuerpos el abrigo de piel de oveja, durante la noche permanecían descubiertos nuestros pies. Temblábamos toda la noche. Pulgas, piojos, cucarachas, a montones. En invierno usábamos abrigos cortos de piel de oveja, con frecuencia de la peor calidad, que casi no proporcionaban ningún calor; y en nuestros pies, botas de media caña."

Gran parte del resto del tomo lo dedica Joseph Frank a relatar todo aquello que tuvo lugar en prisión y que perfectamente nos podemos imaginar. Podía ser un buen momento para hablar de “Apuntes de la casa muerta”, la novela donde Dostoievski pone en boca de una tercera sus propias experiencias, pero el autor del ensayo prefiere dejar para el tomo siguiente el análisis literario de la obra, ya que esta fue escrita algún tiempo después. Esto es debido a que otro de los castigos sufridos fue la prohibición de escribir ni una coma, por lo que producción fue casi nula, a excepción de un pequeño relato bastante mediocre y una comedia con muy poca gracia que escribió al final de este ciclo un poco de mala gana y tras haberse comprometido con la que sería su dinámica habitual: pedir un anticipo: “No se puede escribir lo que se quiere escribir, y se escribe algo sobre lo que ni siquiera se desea pensar, si no se necesitara dinero. Y debido al dinero me veo obligado a inventar relatos intencionalmente. Ser un escritor necesitado en un oficio asqueroso." Es importante destacar que lo que ocurre durante esos años es de una importancia vital, ya que es aquí dónde Dostoievski cambia de actitud -no podemos decir que radicalmente, ya que venía apuntando maneras- y sienta las bases del pensamiento que más adelante se reflejará en su obra. 

También tiene lugar su famosa conversión religiosa, un tema al que Frank dedica muchas páginas y que insisten en relacionar con los ataques epilépticos que desde su encierro se multiplicaron alarmantemente. Frank no cuestiona la verdad o falsedad de las creencias que intervienen en la conversión pero sí sostiene la teoría de que las “penalidades de la vida carcelaria, a pesar de lo bien que pudo haberse adaptado a ellas con el tiempo, lo sometieron precisamente al tipo de tensión que conduce a la desorganización de las funciones cerebrales” lo que unido a las teorías neuropsiquiatricas que analizan los mecanismos piscofísicos de los cuales se obtienen las conversiones, da una idea de qué es lo que el autor cree que le llevó al cambio a esa religiosidad, una religiosidad que, según Wrangel (compañero de armas) “parece haber sido muy personal, vagamente deísta y con una pincelada de panteísmo, pero al mismo tiempo centrada en Cristo”. (2)

En cualquier caso y cuestiones de fe al margen, Dostoievski sale de prisión convertido en otro hombre. Son demasiados temas y demasiado complejos como para poder resumirlos en mil palabras, que era la intención inicial de este post, pero quédense con la idea de un Dostoievski que pasa de occidentalista a eslavófilo por culpa de un contacto directo con los siervos, en los que encuentra a la verdadera madre patria:

“Pueden ustedes haber tenido contacto durante toda su vida con los siervos—dice el narrador de “La casa de los muertos”—, pueden haberse asociado con ellos día tras día durante cuarenta años, de manera oficial, por ejemplo, de acuerdo con las regulaciones administrativas, o, simplemente, en forma amistosa, como benefactores, o en cierto sentido, como padres; pero, a pesar de todo, jamás los conocerán realmente. Será una ilusión óptica y nada más. Sé que todos los lectores pensarán que exagero. Pero estoy cabalmente convencido de esta verdad. He llegado a esta convicción, no mediante libros, no mediante teoría abstracta, sino mediante la realidad, y he tenido abundante tiempo para comprobarla"

* * * * * * * * 

Este segundo tomo es, tal como ocurría en el anterior, un exceso de información imposible de resumir, ya que además de profundizar en la psique del escritor en busca de todo aquellos que de un modo u otro pudiese llevarlo a pensar de esta u otra manera, da muchísima importancia al contexto histórico. Esto se traduce en ciento de páginas de información sobre lo que ocurría dentro del marco social y político ruso. Así es como llega, en la última parte del libro, al conflicto surgido por culpa de Chernishevski con la publicación de su tesis doctoral –después de otros muchos artículos periodísticos— llamado “La relación estética entre el arte y la realidad” donde atacaba la llamada “religión del arte”: 

“Los idealistas estéticos (Hegel y F. T. Vischer) consideraban el arte como una función del deseo humano de enmendar las imperfecciones de la naturaleza en nombre del ideal. Chernishevski, aportando el punto de vista opuesto, afirmaba categóricamente que "belleza es vida", y que la naturaleza, lejos de ser menos perfecta que el arte, constituía la única fuente de placer verdadero, y era infinitamente superior al arte en todo sentido. De hecho, el arte existe únicamente porque le es imposible al hombre satisfacer siempre sus requerimientos reales. Por consiguiente, el arte es útil, pero sólo como un substituto mientras lo genuino se obtiene.”

Esta encendida polémica, este “reto a la hegemonía moral-espiritual de los intelectuales liberales de la pequeña nobleza”, mantuvo entretenido al mundillo literario durante toda la década de 1860-1869, y dando a luz una serie de obras de los escritores más notorios de la literatura rusa. “La víspera” y “Padres e hijos”, de Turguenev; “Los hombres superfinos y el bilioso”, de Herzen; “¿Qué hacer?”, de Chernishevski; y “Memorias del subsuelo”, de Dostoievski fueron el resultado de este combate. Al finalizar la década, el debate fue finiquitado por “Los demonios”. Pero de todo esto ya hablaremos más adelante, durante los tomos tres y cuatro de esta biografía.

* * * * * *

Resumiendo: independientemente del cariño que uno le tenga a Dostoievski y de lo más o menos que interesen sus obras, este volumen mantiene el nivel de calidad del anterior, que ya no es poco, y a pesar de lo aparentemente aburrido de la premisa de la que arranca (el pormenorizado relato de los diez años más improductivos del escritor) el resultado es un texto apasionante unas veces, repetitivo otras pero siempre interesante.

El tercer volumen se ocupará del regreso de Dostoievski a primera línea con obras como “Humillados y ofendidos”, “La casa de los muertos”, “Memorias del Subsuelo” o “Crimen y castigo”, novelas estás que habrá que ir leyendo unas y releyendo otras y comentando con la calma que merecen.


(3)



(1) Salvo que se indique lo contrario, todas las citas pertenecen a Joseph Frank.

(2) “Las memorias de Wrangel son más bien prosaicas. La mayor parte de lo que relata de Dostoievski se relaciona con los incidentes rutinarios que les acontecían en la vida diaria, lo cual ofrece un vislumbre de un Dostoievski ordinario que raramente encontramos en otras fuentes, y es útil para que ocasionalmente recordemos que él también se comportaba como cualquier mortal común.

(3) La imagen es robada. Está dibujada por Jorge González y será incluida en la edición de Memorias del Subsuelo que editará Sexto Piso en 2013.


jueves, 7 de noviembre de 2013

“El libro de los pequeños milagros” de Juan Jacinto Muñoz Rengel

Estoy leyendo, a ratos, con la calma que merecen, que dicen que merecen, los microrrelatos de Thomas Bernhard publicados en “El imitador de voces”. 

Del mismo modo, no hace mucho, apenas nada, también a ratos, también con calma que dicen que merecen, leí esta colección de piezas de Muñoz Rengel. ¿Saben qué quería? Quería que me explotasen en la cabeza (estos, los otros, todos), que es una cosa que está muy de moda últimamente: lectores/escritores a los que les explota un texto en la cabeza y tienen inmediatamente que dejar de leer para disfrutar el momento, que no quieren pasar a otra cosa mariposa simplemente porque sí. Pues bien, imagínenme leyendo con sincero interés, con el mismo sincero interés con el que leo a Thomas Bernhard, este libro de Muñoz Rengel. Créanme. Prejuicios, todos, sí, pero voluntad, también.

Me hablaron de su prosa bruñida. Me dijeron: el libro de Rengel tiene una prosa bruñida. Eso dijeron: bruñida. Una y otra vez. Bruñida, bruñida. Ese era el elogio, el mantra. Esa era su virtud. 

Esa era la trampa.

No lo podemos negar: la prosa, bruñida, si es(tá). También es verdad que eso es lo único que tiene, porque el resto, lo que viene siendo el fondo de la cuestión, aquello que, es de suponer, ha de explotar en la cabeza, de eso no hay. ¿Qué hay? Jajás, muchos; ays, también. Ohs, no, ni el primero. Humms, tampoco.

Lo de Muñoz Rengel es, otra vez (ya lo fue, también, “El asesino hipocondríaco”) un bluff de tomo y lomo. Un fraude. Y nuevamente, como siempre, la cohorte habitual, el club de lo bueno es breve, dando palmaditas y pegando saltitos y ohs y ahs y como gorrioncitos piando y haciendo cabriolas y hablando de maravillas y de pequeños milagros (jaja) y todo son felaciones y todo son orgasmos (y no necesariamente por ese orden).

Y todo es mentira y todo es verdad. A mí no me gusta hablar, pero a algunos parece que no les dé para más.

Aquí un ejemplo, elegido, como siempre, con la peor de las intenciones posibles, pero escrito, corregido, revisado, editado y publicado. Vendido. Comprado. 

CONVENCIONES
El último en bajar fue el conductor del autobús. Junto al vehículo todavía lo esperaban las pasajeras más jóvenes, deshaciéndose en sonrisas, cautivadas por el brillo de su uniforme y la prestancia arrobadora del responsable de tantas vidas. Al otro lado de la cola que formaban los viajeros con sus maletas, sobre la pista, aguardaba el avión. Y bajo la cabina del aparato, desaliñados y barrigudos, fumaban y mascaban chicle un par de pilotos, esos cerdos babosos.

Aquí otro (ejemplo):

FUERZA CENTRÍPETA
Por fin, después de años y de años girando consigue alcanzar su rabo. Lo muerde con fuerza, no puede dejarlo escapar. Cada vez hunde más la dentellada, recordando quizá viejos picores. Va engullendo más y más hasta que, en medio del sopor y la quietud de la tarde, en el salón solitario, desaparece.

Y el último pero no por ello el peor:

HISTORIAS CRUZADAS III/A
Las tripulaciones de la Pinta, la Niña y la Santa María se encuentran bajo cubierta, bailando y bebiendo, en el momento en el que los cascos de las tres naves impactan contra el enorme iceberg.

Se incluyen cositas de marcianitos (otros mundos, otras especies), vacas inteligentes y fauna similar. Lo que viene siendo ir a lo fácil: elija un tema llamativo, pinte un perro de verde, póngale alas: venda originalidad. Mienta. Hágase el interesante. Reinvente a Grandville. Qué feo, todo. (Ver comentario número 1).

Grandville


Hay también una querencia hacia el final sorpresa, que es casi lo peor que se puede decir de un microrrelatista. La búsqueda del oh, que decíamos antes. La puta risita final: (a) “Sin duda el obstetra se equivoca, esta mujer está a punto de nacer aquí mismo, en cualquier momento.” (b) “Ya casi no me quedan dudas: el doble soy yo.” (c) “tú, como quien dice, acabas de morirte.” (d) “Luego, con la ayuda del médico, y entre terribles alaridos de dolor, consiguieron introducirle el recién nacido hasta alojarlo en el interior de su vientre.” (e) “Y dicen que nunca ninguno de ellos ha existido.” Y un asquerosamente largo etcétera.

El resultado es un exceso de mediocridad disimulado con una máscara de fantasía y ciencia ficción sobre fondo de prosa bruñida y confianza ciega en el corporativismo literario. Es un juego malabar. Un artificio. Un montaje al que se le ven, sí o sí, las costuras. Son, estos relatos, las más de las veces, una soplapollez. Saben de mi animadversión y por eso sospecho que no me creen. Error. Deberían creerme. Me van a creer. Ahora: 

SEÑALES
Los gansos, desorientados, habían dejado de volar en forma de uve para hacerlo en forma de ese, una gran ese mayúscula como si serpentearan en el aire. Los patos avanzaban en círculos, dibujando oes perfectas. A veces, cuando veíamos una bandada de gansos, seguida de otra de patos, seguida de otra de gansos, llegábamos a intuir que querían decirnos algo.

Todavía estoy esperando que me explote la cabeza. De momento la cosa no ha pasado de pequeña migraña. Los patitos y los gansitos volando y dibujando mensajes están muy bien, pero para un cuento infantil.

Yo no sé a qué público van dirigidos estos cuentitos, pero un relato como este último que acabo de poner es como para cerrar el libro y prenderle fuego. Al libro, también. Que Muñoz Rengel sea considerado, por semejante cosa, “maestro del microrrelato” (y van…) única y exclusivamente porque ha sabido decorarlo como si de un árbol de Navidad se tratara, es injustificable. Imperdonable. Tamaña afirmación debería ser constitutiva de delito. La solución al despropósito en que unos cuantos han convertido este, digamos, género debería pasar por ejecutar en alguna plaza pública, cada viernes, un microrrelatista. Yo pongo la soga.

Ahora podemos hacer dos cosas con esta reseña: podemos continuar poniendo citas y dejar que hablen por sí solas o podemos dejar de perder más tiempo del estrictamente necesario. Voto por la segunda.


lunes, 4 de noviembre de 2013

“La habitación oscura” de Isaac Rosa

La novela arranca con la cuestión del folleteo que tanto se publicita: un grupo relativamente numeroso de amigos inventa (les voy a ahorrar los detalles) un cuarto oscuro para usarlo a discreción en lo que plazca, fundamentalmente sexo. Todo vale. Peras con manzanas o manzanas con manzanas o plátanos con papayas; lo que te encuentres, da igual. Bien, pues la primera parte de novela de Rosa va de agotar combinaciones y poco más. Plantea al lector casi todo lo que puede pasar en esa habitación. Casi. Todo. No lo voy a resumir, para eso tienen ustedes la imaginación.

Esto como truco publicitario es ideal para ganar seguidores nostálgicos de algún movimiento de liberación sexual pero la cosa tiende al alargamiento, y no de pene precisamente. Por suerte, aquellos que lleguen al capítulo tres serán recompensados con el cansancio de los protagonistas. 

«En qué momento la comedia dejó de tener gracia. Podríamos discutirlo ahora y cada uno tendría una respuesta, un día en que, al decir su frase del guión, notó que la sonrisa se le cementaba en la cara y le costaba seguir el diálogo hasta el final. Cada uno elegiría un momento, aunque no hay una fecha, un día que podamos señalar como último capítulo: fue algo progresivo, una descomposición lenta, con el paso de las temporadas fue pesando cada vez más el cansancio, y las risas enlatadas perdieron fuerza hasta que un día dejamos de oírlas.»

Un día la gente empieza a buscar otra cosa y el cuarto oscuro deja de ser sólo una folloteca para convertirse en un refugio de silencio. Con esto dará comienzo la razón de ser de una novela, que plantea nuestro particular qué se esperaba de nosotros, qué va a ser de nosotros, con lo que hemos sido, en el contexto social actual, crisis económica en vena, de la generación del mismo Rosa y aproximaciones. De ahí la elección de la voz (nosotros) como truco para involucrar al lector; exactamente el mismo truco que utilizó Bruno Galindo no hace mucho en “El Público” (Lengua de trapo), novela con la que “La habitación oscura” guarda un parecido más que razonable (diría uno que incluso demasiado). También allí era todo describir para, con la descripción, dibujar el nosotros, sujetos de consumo.


«[..] para no perder velocidad, para completar el itinerario señalado, hubo también que conquistar ascensos laborales y ganar oposiciones y aumentar ventas y repartir muchas tarjetas de visita, y salir de noche del trabajo y tomar copas y llevarnos carpetas a casa y aceptar la llave para ir un rato los sábados, y hacer méritos ante los superiores y competir con nuestros iguales y frenar el ascenso de los inferiores, y tomar analgésicos y tranquilizantes y somníferos y anfetaminas y cocaína, y levantarnos rápidamente en caso de caída y no llorar y enviar currículum y mentir en entrevistas de trabajo y empezar de cero una y otra vez para de nuevo ascender, vencer la resistencia de los superiores que nos frenaban y […]»


Y. Los he contado; hay más de dos mil. En serio.

Si el plan era plantar una idea, dejarla crecer sobre un fondo de mamadas y masturbaciones y trabajar sobre ella para demostrarnos lo gilipollas que somos, la solución no tenía necesariamente que pasar por llenar páginas y páginas de la misma información ni de caer continuamente en los mismos tópicos. Somos egoístas, no gilipollas. La novela tiene una prosa machacona y un tufillo pretencioso difícil de perdonar que seguramente acabará siendo la razón de que mucha gente abandone pronto su lectura. 

Aquí un ejemplo de tres momentos diferentes en los que se plantea exactamente lo mismo. Hay muchos más, no les costará dar con ellos: bastará con que abran el libro equis veces al azar. No falla.

«[…] era otra forma de refugiarnos, de llegar aún más al fondo, de acurrucarnos bajo la tierra y desaparecer para después resurgir más fuertes, con un blindaje en la piel que nos duraría el día entero ahí afuera, […]»
«[…] para ella la habitación oscura era todo lo contrario: un escondrijo, una forma de cobardía, de ponerte a salvo unas horas,[..]» 
«[…] La habitación oscura se había convertido en un agujero donde escondernos, un lugar donde estar a salvo unas horas.»

La idea de fondo, aquello con lo que justifica la inclusión del cuarto oscuro, se resume fácilmente en la siguiente frase: «El mundo se desmoronaba mientras nosotros follábamos felices» (frase que se entiende perfectamente así, solita, pero que Rosa, en su afán detallista, se empeña en desarrollar hasta el agotamiento como hace con cada puta cosa que tiene lugar en la novela: «… la gente desgraciada era lanzada por los balcones con todos sus muebles y recuerdos mientras nosotros follábamos felices, los enfermos se morían en los pasillos de los hospitales esperando una prueba diagnóstica mientras nosotros follábamos felices, los padres de familia hacían cola con sus hijos en los comedores sociales mientras nosotros follábamos felices, los banqueros y sus políticos robaban a manos llenas mientras nosotros follábamos felices…»)

El problema, insisto, es que el mensaje, por más cargado de razón que esté, no da para mucho (desde luengo no para tanto) y comete Isaac el mismo error que en su momento cometió Bruno Galindo de incluir una supuesta trama de intriga, supongo que para rebajar un poquito la cosa social, tan cargante a veces, y justificar un libro de casi trescientas páginas que se las hubiese arreglado perfectamente con la mitad o un par de páginas en EPS.

Esa puta manía de meter relleno total para dejarlo todo perdido de obviedades.

«Tenéis demasiado miedo, nos reprochaba Silvia; y mientras vosotros tengáis más miedo que ellos, todo seguirá igual. En el fondo no queréis cambiar nada, vuestra aspiración es que todo vuelva a ser como antes. Aunque uséis grandes palabras y votéis en las asambleas por un cambio de sistema económico, en realidad seguís queriendo lo de siempre: una buena casa, un buen sueldo, un buen coche, unas buenas vacaciones. Protestáis, sí, pero con cuidado de no romper nada.»