domingo, 29 de septiembre de 2013

“Pose” de Alberto Olmos

Hoy toca celebrar la reedición de la primera novela de Alberto Olmos ("A bordo del naufragio") en los Compactos de Anagrama con una reseña de lo ultimísimo. Que no se diga que aquí no nos gusta la fiesta.

Pose es un libro chiquito, tamaño tarde de playa, que incluye dos cosas que tienen forma de artículos o memorias o diarios o algo que tiene que ver con la cruda realidad sin serlo necesariamente. Con Pose no se aprende nada. Lo cierto es que ni siquiera es especialmente interesante. Lo que sí puede pasar con Pose es que uno acabe hasta los cojones de Alberto Olmos. Esto no lo digo porque sí, lo digo porque Pose es puro Olmos del mismo modo que Olmos es pura Pose

A ver si a lo tonto a lo tonto, he dado con el quid de la cuestión.

Pero hablábamos de Olmos Pose

El libro contiene dos fragmentos de la vida del escritor. No son grandes momentos pero hubieran podido serlo. Cualquier momento puede ser un gran momento. El caso es querer y aquí no se quiere. Más bien lo contrario: los momentos, que podrían haber sido geniales,  no valen ni como autoedición cutresalchichera en Amazon en una antología de escritores-nóveles-imberbes-absolutamente-desconocidos. Sería incluso demasiado. Ventajas de hacerse un nombre, supongo.

Esto de hoy me está quedando un poco bestia pero a ver si me hago entender.

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JAPÓN 2005

El primero de los relatos tiene lugar en Japón en el año 2005 de nuestro señor. Es como la versión monedero de Trenes hacia Tokio. Cosillas de hace ochos. Vamos a limpiar los cajones.

En esa historia un chaval que parece Alberto Olmos (quiera dios que no lo sea) es un tipo anodino y vulgar. Unas veces parece duro como una avellana (Me encanta ser racista en los parkings después de cenar), otras veces parece un pasmarote (González vuelve con el cedé de Oasis y uno que se titula The best of Earth, Wind and Fire. Me pasa los cedés y me quedo mirando las portadas) y otras directamente no se sabe: Kaori abre una botella de vino blanco y todos ponderamos su dipsomanía. Las fiestas en casa de Alberto tienen que ser el novamás siempre que no se te caiga una errata en la sopa.

En cualquier caso, da igual, no importa: no funciona. Para que se hagan una idea voy a decir una pequeña salvajada: este diario o crónica o lo que sea, aburre más que una novela de Tao Lin. Dicho queda. No me creen, lo sé. No es fácil. Créanme ahora. Créanme así:

“Ahora miro fotos. González me ha preguntado si quiero ver unas fotos de su aventura en Estados Unidos y yo le he dicho que sí quiero ver unas fotos de su aventura en Estados Unidos. Fue a la costa Oeste en 1994. Hay un montón de fotos de cómo era la costa Oeste en 1994. Era grande. El mar es grande y las canchas de baloncesto son grandes. En la tienda-museo de Nike sale un Michael Jordán bien grande. ¿Y esta foto dónde es?, le pregunto. En San Diego, responde. Ah, hay un zoo muy grande en San Diego, a que sí.”

Ya lo ven: LITERATURA.

Literatura que sale de dentro, de las entrañas. Literatura de altura; la que nace del dolor. 

“El personaje habla, lo que dice está bien, pero no es suficiente, entra más dentro de mí, personaje, reviéntame, sigo tecleando, reviéntame, escribo cinco palabras que me hacen llorar, sigo tecleando, sigo llorando, el personaje está por fin diciendo algo que es verdad y yo estoy llorando mientras tecleo y ya sé que nadie nunca me va a enseñar nada de literatura que supere lo que he aprendido hoy, a esas cinco palabras que, cuando termino de escribir, releo y releo para seguir llorando, cinco palabras que son como el código genético de mi vida. Cinco palabras que dicen: Sabes que vas a fracasar.”

Si con esto no lloran, es que no tienen corazón.

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MÉXICO 2010

Por este relato leí el libro; lo anterior me daba igual. Me interesaba la FIL, pero más que la FIL me interesaba la versión malherida de la FIL. Y de eso debería ir ello: Alberto Olmos haciendo turismo en la Feria del libro de Guadalajara podía perfectamente ser la hostia. Y llamándose el libro POSE, la rehostia. Podía ser oro puro. Tenía que serlo. Ya podía oler la sangre, el sudor y las lágrimas. Podía ver las cabezas rodar antes incluso de ser cortadas. 

Pero no pudo ser. Alberto Olmos es un osito de peluche disfrazado de Juan Malherido.

Lo sé, parece una broma. Y quién sabe, quizá lo sea. ¿Conocen esos chistes de Chuk Norris que circulan por ahí tipo Chuck Norris puede dividir por cero o Chuck Norris puede derretir M&M´s con las manos? Pues atentos a las siguientes citas de esta crónica que juro por dios verdaderas y no adulteradas ni sacadas de contexto ni nada que tenga que ver con las ganas de hacer llorar a nadie: 

“A Alb le va Barcelona.” 
“Alb nunca deja propina."
“Alb nunca duerme en los aviones.”
“[...] a Alb, algunas veces, le gusta practicar el desprecio por la carne, por las jovencitas más seguras de sí mismas, sólo por joder.” 
"Alb es puntual; infinitamente puntual.”

Se lo juro por mi gato: tal cual.

¿Y que hace Alb en la FIL si para Alb la FIL era “una concatenación de detalles malintencionados, un crucigrama abierto a respuestas libres; una lectura torticera”? Nada. Nothing the nothing. Ni una pinche cosa. Podía cagarse en todo pero no, decide dormir, callar, tal vez morir. Si acaso comprar sus propios libros para regalárselos a no sé quién. Palabrita del niño Jesús. 

Lo que no esperaba Alb de su fatal destino era que él mismo fuera a tener que comprar sus propios libros. No hay muchos autores que acudan a una feria internacional del libro y se conviertan en los únicos que compran sus propios libros: admitámoslo.

Se puede caer más bajo, pero hay que agacharse mucho.



Alb es un lindo gatito

El problema es la actitud. Alb se marcha a México como otros van al dormitorio y así no se puede. La FIL, en el relato de Alb, es de cartón piedra y la cámara sólo enfoca la falta de interés de Alb. Sabremos por Alb que en la FIL hay stands y que se venden o se intentan vender libros y que el espacio de Lengua de Trapo es como de un metro cuadrado. Sabremos también que libros, de Alb, no hay muchos, apenas alguno, si acaso los regalados. Y no sabremos mucho más. No al menos por Alb.

Guadalajara, su cogollito, le pareció a Alb muy sudamericana. Y poco más. Alb se sentía dentro de su propia imagen de Latinoamérica, formada a base de documentales vistos mientras se hace zapping, reportajes de El País Semanal y películas de John Sayles. Alb, insatisfecho, echó a correr por las calles y dobló con determinación algunas esquinas, pero siguió sintiéndose, allá en Latinoamérica, dentro de su propia imagen preconcebida de Latinoamérica. La vida era como la televisión, pero contigo dentro. Concluyó que el turismo no era su fuerte, y entró a un bar.
Nuestro héroe consideró que, dado que su vida entera hasta fechas muy recientes, había sido quedarse en su cuarto leyendo libros, la vida en la que pasan cosas (la vida en la que pasan cosas) se le atragantaba un poco.



CONCLUSION, REFLEXIÓN, CRUCIFIXIÓN

Desde fuera da la impresión de que Alberto Olmos ha tocado techo. Tampoco es que fuese un techo muy alto. Me explico: creo que lo que Alb tenía que decir como novelista de ficción ya lo ha dicho. Lo ha dicho en Anagrama, lo ha dicho en Lengua de Trapo, lo ha dicho en Mondadori y en algún sitio más. Creo que aquí, en La Uña Rota, ha salido el nuevo Alberto Olmos, Alb para los amigos, un personaje autobiográfico y moderno donde los haya que, tal como ocurre con Tao Lin (la referencia anterior no fue en absoluto gratuita) tiene de interesante lo que él ponga de su parte. Alb es el tema, now. Con sus defectillos, sí, y sus complejillos, sus contradicciones; con esa apatía general y ese ombliguismo tan poco disimulado pero cualquier caso fiel reflejo de la realidad de ser humano, relativamente joven y de Segovia. Seguro que dentro de 50 años lo tendrán en cuenta para alguna antología de toros pasados y hasta el posible que se lean algún libro suyo, pero de momento, aquí, en este presente continuo, lo que hacemos, más que leerlo, es (com)padecerlo. Porque sabemos (tenemos pruebas) que se puede ser Alb y ser interesante es por lo que no podemos perdonarle esta Pose. Y porque para leer a Tao Lin ya tenemos a Tao Lin, qué coño.

Releyéndome compruebo que no ha salido del todo bien, pero este último párrafo quería parecerse a un cumplido.



jueves, 26 de septiembre de 2013

Lo que no es “El héroe discreto” de Mario Vargas Llosa. [Una rendición]

“El héroe discreto”, la última novela de Mario Vargas Llosa trata de un señor que no se deja amedrentar por unos chantajistas que le quieren cobrar equis dinero al mes a cambio de no amargarle la existencia y de otro que quiere tocarle los huevos a los barandas de sus hijos, que son unos impresentables. Dos hombres hechos y derechos luchando contra la adversidad; una excusa como cualquier otra para hablarnos de lo mucho que ha cambiado Perú.

Decían dos críticos el otro día en Culturas —el minúsculo suplemento de La Voz de Galicia— en la misma página, columna con columna, lo siguiente (atentos al nivel, Maribel): 

(1) “El héroe discreto no es La guerra del fin del mundo —así que conviene anotarlo, porque tampoco hace falta que militemos en la rendición incondicional todos los días—. Pero, de todas formas, es un libro magnífico”.
(2) “El héroe discreto no es Conversación en la catedral. Pero tampoco hace falta que lo sea. Porque Conversación en la catedral es una novela que Vargas Llosa había publicado ya. Y El héroe… […] viene a recordarnos muchas cosas que no deberíamos olvidar jamás. Entre ellas, que hay que mantener la cabeza alta. Y, por supuesto, que siempre nos quedará la literatura”. 

Incluso Joaquín Marco, en El Cultural (13/09/2013) dice que “no es exactamente una novela de tesis y está lejos de sus primeras obras. Se trata de una gran broma barroca que intenta demostrar el papel del azar en la vida o las complejidades que puede depararnos el azar”. Azar, azaroso azar.

Hay consenso, pues, sobre la insuficiente calidad de la novela y si algo queda claro, es lo que "El héroe discreto" no es. ¿Y que es? Pues un culebrón, mayormente, con un punto de intriga (atentos amantes del género), que parece haber sido escrito por aquello de escribir algo y no estar todo el santo día jugando al dominó en el bar de la esquina. Yo, que he leído el 30% de la novela, puedo decir y digo que es un peñazo tamaño monumental, como corresponde a un Nobel. Dice Pilar Reyes, su editora, que en El héroe discreto “aparece el Vargas Llosa más juguetón y relajado”. Relajado, dice. Soporífero, más bien. Lo de “juguetón”, si se lo preguntan, no es porque en esta novela se folle bastante (que se hace, lo cual es siempre motivo de alegría sobre todo por lo que viene siendo la cuestión documental) sino porque entre los personajes aparecen unos viejos conocidos de otras novelas de Vargas Llosa: Lituma, el de los Andres y Rigoberto, el de los cuadernos. Esto a la crítica parece haberle encantado; yo personalmente no veo que tenga mayor interés, de hecho si te paras a pensarlo, parece un truco para despistar bastante pobre.

Yo me rindo más o menos en la página 115 pero me reservo el derecho de continuar. La novela no es nada especial y personalmente no podría interesarme menos ni hablando de futbol, y más sabiendo como sé, por culpa de Joaquín Marco, que “Nada queda al azar” (lo de este chico es una obsesión) “y el final feliz convierte la novela [..] en un canto al optimismo”. Qué ganas de joder la marrana, de verdad.

Novelita para incondicionales y gente con mucha paciencia. Puede que, tal como dice su editora, Vargas Llosa escriba gran literatura pero desde luego no es la gran literatura que uno espera de Vargas Llosa.


miércoles, 25 de septiembre de 2013

[#ineditosis] Editores avispados (o tonto el último)

Algo están tramando en Random House Mondadori. 

Me pasan un link a una encuesta que lleva el originalísimo título de megustaescribir. En esa encuesta, a la que pueden llegar haciendo click AQUÍ, se plantean algunas preguntas interesantes que tienen mucho que ver con ese gran mal conocido como #ineditosis.


 -¿Has autopublicado o te gustaría autopublicar un libro?
- Si autopublicas sería parar: a) llegar a un público lo más grande posible o b) para que me lean mis familiares y amigos.
- Si te interesa autopublicar, ¿cómo prefieres hacerlo? a) en papel, b) en ebook, c) en papel y ebook.
- Formas de autopublicación que conoces. 
 -¿Cuáles crees que son las características más atractivas de una plataforma de autopublicación? (Distribucion, comunidad lectores, control, diseño, colocarse en Amazon, marketing, etc.)
- ¿Te merece tanta confianza un libro autopublicado como uno publicado por una editorial tradicional?
 -¿Lees libros autopublicados?
 -¿Qué precio máximo te parece justo pagar por un servicio de autopublicación que incluya edición, diseño y marketing profesional y te distribuya en todas la librerías baja un sello editorial reconocido?



La última es mi favorita, por eso he puesto la foto. Lo de los cien euros debe ser para descartar miserables. Lo de los 15.000 para captar gilipollas. 

Inmediatamente después vienen las habituales preguntas sobre sexo, lugar de residencia y hábitos navegadores no vayas a ser la vieja del quinto haciendo un curso de redes sociales. (#nointeresa)

La gran pregunta es: ¿Se traducirá esto en algo o no es más que otra gran idea de los creadores de El Sindicato? ¿Espera acaso RHM hacer negocio avalando subproductos (con perdón) a cambio de, digamos, la desesperación del autor? ¿Tú pones la pasta y yo el nombre? ¿A partir de ahora cobrarán los editores los anticipos? ¿Se podrá pagar a plazos? ¿Aceptarán tarjeta? ¿Asumirán alguna responsabilidad? ¿Ya cualquiera podrá decir aquello de “Yo publico en una gran editorial”?

¿Sueñan los editores con novelas eléctricas?

Váyanse preparando; en Mondadori están pensando.


domingo, 22 de septiembre de 2013

“Andanzas del impresor Zollinger” de Pablo d’Ors

Pablo d’Ors es sacerdote. Nos ha jodido. Personalmente soy de la opinión de que ser miembro de un club te define y, bueno, ya ven, Pablo d’Ors es sacerdote. Pues, con todo, lo leo. Y lo leo porque me lo han recomendado, para que luego digan que la blogosfera no sirve para nada. Ocho euros, me he gastado, total para un libro que no se puede ni prestar, ni quemar, ni vender, ni utilizar para ocultar amapolas, ni para dejar muescas de semen restos del frenesí sexual de alguna convivencia vocacional. Bromas aparte, esto rollo lo largo para que entiendan que no es fácil afrontar la lectura de una novela con más prejuicios de los que yo tenía cuando la empecé. Porque yo, a los curas, ni agua. Si con esto y con todo la novela me gana para su causa entonces es que algo debe tener. O no. 

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Para no dar muchas vueltas podríamos decir que no está mal, “Andanzas del impresor Zollinger”, sobre todo al principio, cuando a uno lo asalta la impresión (valga la redundancia) de que se puede ser español, escribir bonito y además tener algo que contar que no sean las primeras reflexiones de un joven escritor y su entorno mediodramático. Los inconvenientes propios de las primeras impresiones. 

Zollinger es un muchacho de veintipocos y mente limpia que un día decide ser impresor, pero los impresores de su pueblo, que como competencia son un poco desleales, lo amenazan de algo, de muerte seguramente, y el pobrecito Zollinger echa a correr como alma que lleva el diablo. Desaparece durante años, como siete o así. La novela cuenta qué hace, dónde y de qué manera. Esas son las Andanzas. Y son cinco: Zollinger es guardavías, es soldado, es ermitaño, es escribiente y es zapatero, pero aunque la cosa parezca variadita, en realidad trata siempre de lo mismo. Trata de esto:

"Hay una posibilidad de vivir y de experimentar la plenitud de la existencia en cualquier lugar, en cualquier momento, con trabajo o sin trabajo, con amigos o sin amigos, con casa o sin casa, con proyecto o sin proyecto, con reconocimiento o sin él, algo que tiene que ver con la aceptación, con la nobleza, con la ilusión, con la gratitud, con la capacidad de asombrarse, con la atención cuidadosa a lo que se tiene entre manos y con el descubrimiento tranquilo de la sorprendente belleza que tienen todas las cosas en todas partes."

¡Claro que uno puede ser feliz pasando el puto día pegando sellos y mirando el horizonte! Faltaría más. Que se lo digan al clero. Pero retomando, la cosa está escrita como si un angelito caído de los cielos dirigiese la mano del pater y que es todo uno leerlo y dejar el paño perdido de lágrimas: “Y así, en esa fragua de celos y de amor, estuvieron él y ella durante meses, concediéndose un minuto al día y dedicándose el resto de la jornada, casi por completo, a pensar y ensoñar cómo podrían quererse más en el nuevo minuto que se les brindaría al cabo de unas horas.” 

Luego está la cuestión de saber si hay algún mensaje oculto de Dios en todo esto o si a la historia se le marcan las costuras del cilicio. Temazo. Pues un poquito sí, para que nos vamos a engañar, sobre todo en la parte del Zollinger Ermitaño, que todo es naturaleza salvaje y árboles cantando y votos de obediencia y castidad: 

“Cuando ya se alejaba de su cabaña, quiso August escuchar a un árbol más, solo a uno —lo prometió—, con la esperanza de que aquello que este le dijera iluminaría definitivamente su destino. Jurando acatar el mensaje que se le transmitiese y sin pensar a cuál de todos aquellos pinos debía escuchar, August oyó del árbol que abrazó la palabra «lejos» con la misma claridad con que días antes había oído aquel temible «fuera». Y ya no quiso recurrir a más árboles. Había prometido obediencia; tenía que irse lejos —esa era la consigna—.” 

Lo mejor de la novela, por hablar un poco de ella, es que se lee con cierto interés y eso que lo que se cuenta no podría ser más aburrido ni queriendo. Me refiero a que centrar el tema en el tedio y la monotonía es mucho arriesgar. Te puede salir bien, ahí tenemos a Buzzati, pero también te puede salir fatal, no hay más que ver lo que le pasó a Isaac Rosa en su penúltima novela, precisamente aquella en la que la monotonía del empleo era una pesadilla y no la ventaja de aquí. Las andanzas quedan a miedo camino de ambas, que sin ser nada del otro mundo ya quisieran muchos hacerlo medianamente parecido. Personalmente creo que d’Ors salva la situación gracias a que el protagonista (uno que parece sufrir una tara mental de grado límite) no acaba de ser nunca consciente de su situación. También puede que simplemente sea imbécil y yo lo haya entendido mal, pero lo dudo.


lunes, 16 de septiembre de 2013

Guerra [Una apología pirata]

Llevaba tiempo intuyéndose pero no fue hasta septiembre que sucedió lo inevitable: me harté de acumular papel. 

El metro cuadrado va muy caro y suponiendome un marco ideal todavía me quedan veinte o veinticinco años como comprador cuasi compulsivo (y cada vez más selectivo) de libros. Por eso en septiembre (a día 15, cuando escribo estas palabras) y después de darle muchas vueltas, me planteo seriamente darle prioridad al formato digital. Tiene mucho que ver el balance que acabo de hacer y sus conclusiones: más de la mitad de los setenta y pico libros que llevo leídos en 2013 ha sido en ebook. Es por un margen ínfimo (apenas un 2%) pero más que el margen es la tendencia. Y más que la tendencia, es la intención.



Claro, el encanto del papel. Que sí, que sí. Pero el problema del espacio. Ajá. Y la cuestión del precio. 


La cuestión del PRECIO

Entre el uno y el quince de septiembre me hago con seis libros vía Amazon por el módico precio de (agárrense los machos) 18 euros. Ni un céntimo más, ni un céntimo menos. Seis libros. Uno es gratis [#ineditosis al canto] pero los otros no. Por Los hechos de Philip Roth (Mondadori), pago 5,69 €, lo mismo que por Zuckerman Encadenado (que para más inri viene a ser un 4x1). Por tres libros de Playa de Akaba (la editorial de Lorenzo Silva & Co.) pago 6,62 € con el siguiente detalle: unas cartas de T. E. Lawrence, 1,89; Enemigo innúmero de Carlos Soto, 1,89; Judith y sus muñecas monstruosas, 2,84 (la mini-Tongoy reclama su parcela). La última “compra”, Democracia a sueldo, de un tal Cliffhanger, me sale degratis por casualidad (pasaba por allí).

Lo que quiero decir con esto es que aunque me declaro públicamente ladrón de derechos de autor también soy de los que ante un buen precio prefieren pagar y que cada uno reciba lo suyo. Ojo, ANTE UN BUEN PRECIO. 

He aquí la causa de mi indignación y la subsiguiente


Apología Pirata

Llevaba tiempo intuyéndose pero no fue hasta septiembre que sucedió lo inevitable: me harté de que me tomasen el pelo. 

Un día (el 14, por ejemplo) a las tantas de la noche leía y me aburría y era tal la aburrición que salí disparado a Facebook para pasar el rato agradable mirando los egos ajenos y allí no sé quién se acordó y me recordó que Piglia, Ricardo Piglia, había sacado libro nuevo y, de repente, así como quien no quiere la cosa, me dio por consultar en Amazon el precio del libro dichoso, a ver si me lo podía bajar en plan legal y tal. Y es que la cosa digital tiene la irresistible ventaja de la inmediatez, que ya la quisieran para sí las ganas de follar. 

La versión digital del libro (todavía no disponible, por cierto) era de 13,29, que venía a ser casi el doble de lo que yo había pagado el mismo mes por seis libros, algunos de ellos novedades. Claro, 13,29 euros, son muchos euros. Y más teniendo en cuenta que la versión en papel costaba exactamente 17,00. Para los que son de letras Amazon informa de que el ahorro es de 4,61 euros que comparado con la inmensidad del océano es una puta mierda y comparado con lo que cuesta el cine últimamente, pues también. 

No parece mucho de recibo que una cosa que tiene forma de libro, huele como un libro, pesa como un libro y ocupa como un libro cueste casi tanto como otra que no tiene forma de nada, que no ocupa nada, que no pesa, que no huele si no es a quemado y además no puedes prestarle a un amigo ni ojear una tarde de enero ni recordar aquello que habías destacado. Por no hablar de ocultar margaritas o entradas de cine entre sus páginas o llevarlo a que lo firme el culpable y te dé las gracias y te recuerde cada vez que lo abres lo especial que fuiste para él aquella tarde.

A ver si nos enteramos de una puta vez:


El libro digital ya está aquí

No es una utopía, no es una amenaza, no es como el invierno de Juego de Tronos, que no acaba de llegar, ni es el gadget de una película de Stanley Kubrick. Es una realidad. 

A quien le gusta leer, le gustan los libros. Y a quien le gustan los libros —la física de los libros, se entiende— no creo que le haga mucha gracia que le suponga el mismo desembolso verlos en la estantería que imaginárselos en la memoria del iPad. No hay color. 

Veamos un ejemplo práctico.

Esta mañana, temprano, después de las abluciones matutinas entré en Amazon para consultar el precio del último libro de Vargas Llosa, El héroe discreto. Costaba 9,59. Yo lo siento mucho pero mi tope está en ocho, por eso, y mientras me tomaba un yogourt, me lo bajé de una conocida web pirata. Minutos más tarde, acabando de desayunar, empecé a leerlo. Así de fácil. Así de rápido. Así de sencillo. Así de BARATO. 

Anoche, curioseando, di con una de las novedades de Seix Barral (Ha vuelto, de Timur Vermes). Hoy, ya lo he dicho, con Vargas Llosa. ¿Cuánto tardaremos en ver lo último de Isaac Rosa, de Piglia, de Foster Wallace, de Richard Ford (si acaso no están ya, que tampoco he mirado)? El siete de noviembre sale lo último de Cormac McCarthy, ¿quieren apostar sobre los días o las horas que tardará en estar disponible? 

Insisto: el libro electrónico YA está aquí. Y es imparable. 

Los lectores no somos idiotas. Sabemos perfectamente lo que cuesta escribir un libro del mismo modo que sabemos (también perfectamente) lo que nos jugamos cada vez que hacemos un download. Otra cosa es que nos importe. Cada vez son más los escritores que claman al cielo y advierten sobre las posibles consecuencias de NUESTROS actos, como si los ladrones, ahora, fuésemos únicamente nosotros; como si el negocio editorial no tuviese parte de la culpa a fuerza de mirar para otro lado y fingir que lo del libro electrónico no va con ellos.

De acuerdo, asumamos las consecuencias de nuestros actos y veamos sus consecuencias: es posible que Lucía Etxebarría deje de escribir. Bueno, vale, ¿y? Y nada, efectivamente. No se detiene el otoño por esto. El retiro de Philip Roth fue noticia durante dos días. Al tercero, las redes sociales seguían hablando de fútbol. No pasa nada. Será por escritores. Será por novelas. Será que no tenemos fondo de estantería para veinte, treinta, cien vidas ejemplares. (Mención aparte para todos aquellos que ni siquiera contemplan la posibilidad de incluir semejante tecnología en su catálogo).


Ocho euros. Ocho. Eso es todo lo que yo, personalmente, estoy dispuesto a pagar por un libro digital. Y ya me parece que no está mal. Y también me parece que no soy el único que piensa así. A partir de ahí hay dos opciones toda vez que la opción bibliotecas, en tiempos de crisis, ya no es una opción: piratearlo o leer otra cosa. A mí me da igual; tengo una lista con más de 1200 lecturas pendientes y no espero vivir para contarlas. Por eso, el que quiera dejar de editar porque no le sale a cuenta, que lo deje, pero el que no, que se atenga a las consecuencias de no ajustar los precios a un mercado con alternativas reales de pasárselos por el forro.

Así es la guerra.

Y ahora, si me disculpan, voy a ver cuánto cuesta el último libro de Gonzalo Torné antes de decidir si lo compro o no, porque ya les digo que leer, lo voy a leer.

Clic.


#ineditosis [introducción]

La ineditosis es un síntoma o un signo que sufren aquellos escritores (o “aspirantes a”) que no encuentran editor para sus novelas, ensayos o pajas mentales. Se calcula que su versión crónica afecta al 70% de la población escribiente.

Tiene una gran prevalencia en la población general. Se estima que más del 87% de las personas la padecen en algún momento de su vida. Es muy frecuente presentar ineditosis en tiempos de recesión económica, con obras cuyo humor ahoga la narración, cuando se carece de padrino o si no se tienen los amigos adecuados. El talento o la falta del mismo no es un factor determinante: lo mismo se puede ser un genio que un maldito inútil. Es más frecuente en personas menores de 30 y mayores de 50 años. A partir de los 60, se considera mortal e irreversible.


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#ineditosis es una etiqueta que acompañará algunas reseñas y/o artículos que poco a poco irán saliendo en esta Medicina. El primero, pronto.




viernes, 13 de septiembre de 2013

[Criticar por criticar] Aproximación a la rentrée vía El Cultural 13.09.13

Hoy tocaba reseña, pero después de los chorrocientos comentarios del post anterior me voy a regalar un par de días y este articulillo que irá de criticar por criticar el último suplemento de El Cultural, aprovechando que hoy todo en él es la hostia y sabiendo que no hay mejor novela que la última novela. Tómenlo como los anuncios de un intermedio pero olvídense de marcas blancas y otras mediocridades, aquí sólo hay anunciantes de primera división: Seix Barral, Alfaguara, Plaza & Janes, Anagrama... Bueno es El Cultural para eso.

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Isaac Rosa, por ejemplo, que se lleva las cuatro primeras páginas del suplemento (las mismas que la semana pasada regalaron a Coetzee (la comparación es mía)). La articulista, Nuria Azancot, lo entrevista con motivo de la publicación de su última novela, “La habitación oscura”, un relato que, dice Rosa, tiene mucho que ver con “El vano ayer”, “El país del miedo” y sobre todo, “La mano invisible”. Muy bien, así nos aseguramos que la compre todo el mundo. Dos páginas de entrevista dejan otras dos para que Senabre se deje los huevos en la promoción. La frase final aspira a ser la faja de la segunda edición: “La habitación oscura será con seguridad una de las novelas más destacadas del presente año”. Y por esto no fuera suficiente: ¡la caballería! Aramburu recita entrecolumnadamente: “A veces […] asoma el hacha que rompe el hielo interior y entonces la calidad y fuerza del libro leído me libera del vicio profesional. Llegan la fascinación, el abandono al disfrute, las intensas reflexiones suscitadas por la lectura. Enhorabuena a Isaac Rosa por su gran novela.” Esta va a ser la novela de mes. Sí o sí. No hay escapatoria. Léanla o mueran.

Care Santos reseña “Hijos apócrifos”, la novela de Victor Balcells Matas, (se ve que a Care le gustan jovencitos, ñam, ñam), un viejo conocido de este blog. Según ella “la novela es muy ambiciosa”, que de todos los tópicos es el peor. Termina la reseña (el resumen de la novela, en realidad, porque esto es lo único que realmente hace) del modo más neutro posible: ni pa ti ni pa mí ni pa nadie: “Apunta alto y en ocasiones da de lleno en el blanco. En otras, se hace prolija y redundante en exceso. He aquí una estupenda primera novela. Demasiado buena para no esperar de su autor mucho más.” Que no le gustó, vaya, pero que tampoco se atreve a decirlo.

Laura Fernández apuesta, como es habitual, por los lugares comunes, (por algo es periodista) en este caso ¡la bomba de relojería!, que es una expresión que ya hacía por lo menos dos meses que no escuchaba. La muchacha reseña “Calle Berlín, 109”, la apuesta noir de Susana Vallejo para Plaza & Janés. Vean: "Pero la historia de Susana Vallejo no es un mero ejercicio de voyeurismo literario (y criminal), pues ambiciona la recreación de un momento, el presente, en un lugar, la Barcelona del Ensanche, que es en realidad la verdadera protagonista de la novela, el motor de una historia que funciona como una auténtica bomba de relojería." La crítica establece paralelismos con “La comunidad”, de Alex de la Iglesia, y “La ventana indiscreta” de Hitchcock. Ahí es nada. Si con eso no pican, no picarán con nada.

Sanz Villanueva se las ve y se las desea para recomendar una novela sobre la postguerra: “El arranque de Los ingenuos [Manuel Longares, Galaxia Gutenberg] está concebido con una malicia que supone un reto para  el lector apresurado.” O lo que es lo mismo: que el comienzo es un auténtico coñazo. “Buen número de páginas despiden inconfundible aroma costumbrista. Encontramos una familia menesterosa en una destartalada y gélida portería del centro menestral de Madrid. La España miserable de los años 40, el fanatismo, las privaciones y negocietes turbios de entonces tienen trazas de testimonio documental, aunque algún disparate, excentricidad o exageración, apunta a un tipo de realismo diferente.” ¿Qué tal? ¿Emocionados? Claro. Si con esto no se les ha hecho la boca agua, benditos sean Yo esta me la voy a saltar porque así de entrada parece la novela más bien orientada a los incombustibles fans de Cuéntame. 

Joaquín Marco reseña la última de Vargas Llosa, “El héroe discreto” (Alfaguara), una semana después de que tanto ABC como Babelia le hubiesen dedicado sus portadas. Excusaba hacerlo, Joaquín, pues a estas alturas ya sabemos todos que este es, junto con el de Coetzee y el de Rosa, uno de los tres libros que todo el mundo va a leer. A Coetzee le tocará llevarse los palos, por extranjero y para demostrar que la crítica se limpia el culo con los premios Nobel. Joaquín dedica, atentos, algo más de 700 palabras de un total de 970 a contarnos argumento y estructura, así como detalles de ambos. El resto es una ovación contenida un rato y otro, el final, no: “La nueva novela del incansable premio Nobel no defraudará a sus lectores y a quienes quieran sumárseles. No es exactamente una novela de tesis y está lejos de sus primeras obras. Se trata de una gran broma barroca que intenta demostrar el papel del azar en la vida o las complejidades que puede depararnos el azar.

Bernabé Sarabia reseña el ensayo perdedor (también llamado finalista) del premio Anagrama: “Librerías” de Jordi (o Jorge, nunca sé) Carrión. Dice Sarabia que “el autor utiliza más bien las librerías como un argumento literario que va desenvolviendo la historia”. Se estarán preguntando cuál es la historia y porqué esto no es una novela. No sean malos, ya saben que hace tiempo que hemos fundido las fronteras entre ensayo, novela, relatos y microcosas. Ahora todo es Literatura y ya. Retomando, la historia es esta: “Desde la Librería del Pensativo en 1998 hasta los primeros meses de 2013, Jorge Carrión narra en primera persona sus encuentros con las librerías y va dando cuenta de sus peculiaridades culturales, de sus espacios, de su manera de facilitar la lectura a los clientes y de la propia arquitectura del local.” Es decir, que las librerías se utilizan como argumento literario para hablar de las librerías, lo cual, viendo el percal, es todo un avance. Ya sólo por esto muero por leerlo.

Ignacio Echevarría se va a poner tetas. Qué cosas. El título de su artículo de esta semana hace referencia a lo que dijo Pedro Lemebel cuando le concedieron el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso 2013, dotado con 50.000 dólares: “Me voy a poner tetas”. La cosa de Echevarría hoy va de ensalzar la figura de Lemebel: “En la escena literaria española no hay ni ha habido equivalente alguno a la figura de Lemebel.” No lo hay, dice, ni desde el punto de vista de su orientación y militancia sexual, ni desde su estrategia literaria, ni desde su posicionamiento político. Bueno, nada, todo muy pesado. En definitiva, que editen y lean ustedes a Lemebel y se dejen de tonterías. Yo voy a ver si lo encuentro pirata por ahí.

Y ya no me apetece seguir escribiendo. Me voy a ver una película.


miércoles, 4 de septiembre de 2013

Un recuerdo de “Intento de escapada” de Miguel Ángel Hernández

Me hago fuerte en mi pereza y tardo aproximadamente seis meses en reseñar esta novela. De ahí el título del post. Lo que quiero decir es que me van a tener que perdonar lo vago del recuerdo que tengo de los detalles. También podemos ver el lado positivo de la cuestión y agradecer una reseña que hable de lo que queda de una novela una vez que ha pasado tanto tiempo por ella.

La cosa de va de arte. 

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Dark Room
 
El 15 de agosto Miguel Ángel Hernández se hace eco en las redes sociales de la siguiente noticia: Abel Azcona, de profesión artista, es ingresado en una clínica de Madrid. Este ingreso, dice la noticia, pone fin al proyecto Dark Room. 

No siendo el proyecto Dark Room el proyecto más famoso del mundo se siente uno obligado a hacer un resumen de la cuestión.

Abel Azcona decide encerrarse durante 60 días en un espacio de seis metros cuadrados situado en una galería de arte como parte de un proyecto llamado “Confinement In Searh of Identity” que traducido al inglés de Teruel viene a decir algo que tiene que ver con la identidad y el confinamiento. Abel Azcona lo explica mejor que yo, que por algo es el padre de la criatura: “En el exterior encontramos a diario miles de contaminantes, en mi caso voy a entrar a “Dark Room” con muchos de ellos, y quiero explorar en mí mismo mi propia capacidad de desprenderme de ellos y encontrarme a mí mismo desde cero. Perder la noción del tiempo y de mi propio yo. Construir una identidad no contaminada. No marcada por un abandono”. Más allá de lo sensacionalista de tan estúpida idea, que perfectamente podría llevarse a cabo en el bosque de Walden, está la cuestión de mí mismo, a mí mismo, yo y mis circunstancias, que si algo demuestra es que el problema de Abel tiene mucho que ver con la identidad. 

Total, que no fue bien. A los 47 días, después de llevar dos inconsciente, se llevaron al muchacho al hospital. Dos días. Dos. Tuvieron que pasar DOS días. ¿El arte hace idiotas? Pues igual sí.

En 2007, en Managua, un tal Guillermo Vargas ató un perro a un pared, lo privó de agua y alimento y lo dejó morir. A su lado un cartel decía “Eres lo que eres”. Vargas pretendía (o eso decía a perro pasado) demostrar la hipocresía y pasividad de la gente. Parece que lo consiguió puesto que nadie le pidió que soltara al perro ni saltó la cinta para desatarlo. Lo cierto es que a nadie le importó un carajo el perro mierda ese. La gente se limitó a verlo morir. ¿Por qué no iban a hacerlo? Al fin y al cabo, ¿no estaban en un museo? ¿no era aquello ARTE? Pues entonces. Tal como dice el propio Vargas: “Los límites son los que el artista se impone” y, ¿quién es el público para llevarle la contraria a un artista? Ya se ha visto que no hay huevos.

La parte que menos entiendo de todo esto es porqué no dejaron los vigilantes de Abel (Abel no es el perro) que transcurrieran los 60 días antes de sacarlo del armario. Recordemos que debían pasar 60 días para que éste se encontrase a sí mismo, ni uno más, ni uno menos o de lo contrario hubiese dicho “cuando me encuentre a mí mismo, saldré”. Está claro que ya no hay artistas como los de antes. Lo que era Amor al Arte, ahora parece simple Encoñamiento. Desde luego tiene mucho más mérito el perro, dónde va a parar.

No, Abel no tuvo tanta suerte como el perro. A él no lo dejaron morir. No esperaron los 60 días que él estimó oportunos. No le dieron la oportunidad de encontrarse a sí mismo y a cambio nos dejaron una obra inacabada de 47 días que ahora no sabemos dónde poner. La pregunta es la siguiente: ¿y si no fuese Abel sino un inmigrante sin papeles, remunerado a razón de 1000 euros el día, el que se metiese en una caja para demostrar no sé qué, lo que sea? ¿Sería todo exactamente lo mismo o simplemente parecido? ¿Sería esto también ARTE? Bueno, pues de eso trata “Intento de escapada”, una novela anterior a esto del Dark Room.

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Intento de escapada

No recuerdo exactamente la razón por la que Jacobo Montes, el gran artista social del presente, propone al inmigrante cerrarse en el cajón arriesgándose a morir de hambre, sed o desesperación. El caso es que lo hace y que el inmigrante acepta.

Conviene aclarar que Jacobo Montes no es el protagonista, no al menos directamente aunque sí es verdad que acaba siendo el personaje interesante y sobre el que se centra la acción. El protagonista real, Marcos, es un estudiante de Bellas Artes de erección fácil y consumación imposible al que se le ofrece hacer de guía y ayudante del gran Jacobo Montes durante la preparación de la que será su próxima performance, una cosa que se intuye espectacular, que es como tiene que ser el arte, siempre un poco más espectacular que el de la semana pasada. 

Yo creía que la novela de Miguel Ángel Hernández fallaba en el personaje de Marcos (un ser demasiado inocente para ser estudiante en el último año de carrera) hasta que descubrí la existencia Abel. Bromas aparte, hay un punto de ingenuidad en el personaje protagonista que no es normal. Se supone que el joven e inmaduro e inexperto y virginal Marcos ha estudiado una carrera y que llevarse las manos a la cabeza por ciertas obras que ya no sorprenden (aunque sí repugnen) es como bastante insostenible de puro increíble.

Eso y que la novela no da para tantas páginas como tiene. Guardo en el recuerdo vago de un epílogo innecesario y una parte central que da demasiadas vueltas a lo mismo y dónde tiene lugar una investigación de calle (Marcos investigando para Montes la cuestión de la inmigración como si Montes fuese imbécil) que parece la versión Aburrida (así, con mayúsculas, que hoy nos hemos levantado atrevidos) de un Especial Callejeros.

De todo, me quedo con la reflexión en torno a los límites del arte, límites que ya supondremos inexistentes y completamente ajenos a la dignidad humana y canina. Por eso el comienzo de la novela es lo mejor. Se habla de la cuestión el perro mencionada un poco más arriba, o la de unos vagabundos a los que se les paga a cambio de que se coman sus propias heces o de artistas que se golpean los testículos para demostrar que la polla sirve para algo más que para pensar. Al final de la novela se mete a un negro en un cajón, se deja reposar, se expone en un salón y se deja que el público adivine si es un fake, un cadáver o Abel Azcona tirándose un pedo.