miércoles, 28 de noviembre de 2012

Cajón desastre [11/2012]

Porque el mal no descansa, abrimos, mis socios capitalistas y yo, nueva sección, que ya veremos si prospera o no prospera. La cosa no estará tanto en hablar de lo que nos gusta como en rajar de lo que nos plazca. Resumiendo: he aquí un bloque de noticias (o simples cosillas que me he encontrado por la red) irregular y descontextualizado; un ejercicio para reírse de todo y de todos, un poco por aquello de no perder la costumbre y otro poco porque sí. Me siento supermegahijodeputa haciendo esto, de verdad, pero yo no sé escribir de otra manera. Que no, tontis, que es bromis; si lo hago encantado. 

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Las cartas al director de Miguel Espigado 

El escritor Miguel Espigado (voy a dar por hecho que lo conocen y así me ahorro el par de líneas de su currículum) protesta enérgicamente. ¡Protesto enérgicamente!, piensa y no dice. Razón no le falta. Yo también estaría enfadado si me hubiera pasado lo que a él. ¡Qué desastre, madre mía! Ya verán qué horror, qué pena, qué drama. 

Miguel Espigado es un amante de la literatura que pertenece a esa generación, como los Fernández y Fernández, que creen que la letra con música entra y de ahí que se dedique a hacer Sponken Words de su novela. Lo suyo es la guitarra, como los trovadores. El caso es que nuestro hombre orquesta ama las letras por encima de todo y fue todo uno enterarse del proyecto Diario Kafka y ser feliz. Como otros se ofrecen a Lourdes él se ofreció al órgano de gobierno del suplemento o complemento del diario.es pero he aquí la sorpresa: cuando descubrió en los dos días siguientes (la semana del estreno) que habían fichado a Alberto Olmos en plan Mal-herido por un lado y a servidor en plan cirujano por el otro le dio un parrús.  

Todo ESTO es lo que dice Espigado (clic) pero yo se lo resumo en un parrafito porque supongo que tendrán mejores cosas que hacer que andar pegando botes de hipervínculo en hipervínculo: 

Que muy mal Alberto (hay confianza, ya) y yo. Fatal. Que somos unas verduleras; que no tenemos criterio. Que nuestros juicios son todos sumarísimos; que nos hemos olvidado del análisis. Que somos como la Estaban y nuestros blogs como La Noria. Que es inconcebible que eldiario.es, que se supone que apuesta por el rigor periodístico, acepte entre sus filas a impresentables como nosotros; que por eso envía la queja a la defensora del lector a pesar de qué (esto sí que me ha gustado) nuestra originalidad y enrevesamiento en la forma de construir estos sarcasmos alcanzan verdaderos estados de gracia. No se me merecen. Pues así, encadenando elogios, durante 1.500 palabras. 

Es decir, que se pregunta Miguel Espigado dónde está la policía de Eldiario.es, dónde los profesionales de Diario Kafka y dónde el sentido crítico de servidor. Pues mira, Miguel querido, te diré que los demás no sé, pero se ve que mi Sentido Crítico está en un hotel, el Kafka seguramente, teniendo sexo anal con tu Sentido del Humor

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Los Promotables según Enrique Rubio 

Quizá recuerden el tema de los Promotables de Claudio López de Lamadrid, aquella insignificancia de la que hablamos hace un par de semanas que tenía que ver con vender un escritor antes que un libro. AQUÍ, era. Pues bien, hace unos días, dando un paseo por los blogs habituales me encontré con un divertido artículo del eternamente ácido Enrique Rubio que guardaba una estrecha relación con aquello. Les dejo en enlace (ENLACE) y un fragmento para que se hagan una idea. 

Sé que puede sonar algo exagerado o inverosímil, pero imaginad que a una poetisa le diera por hacerse continuamente fotos de sus rasgos aniñados y sus señales de fertilidad, como labios hinchados y estrogenados u ojos de rana, para vender sus poesías. El éxito estaría asegurado. El porno es el negocio perfecto. El instinto primario siempre triunfa. Una foto de una lolita con rasgos claros de fertilidad y un gesto lascivo siempre vendería más que mil poemas.
Bien. Lo vería apropiado si la lolita vendiera solo sexo y pornografía explícitos en vez de utilizar la calidad de sus óvulos para venderme otra cosa muy distinta, pues acabaría haciéndonos la picha un lío. Cuando un hombre fuera a ponerse a leer una poesía en su blog, ya habría eyaculado mirando las fotos y no le apetecería nada más, mucho menos ponerse a leer poesía. Todos conocerían la calidad de sus óvulos pero nadie el título de uno de sus libros. Sin embargo, la mayoría de hombres y muchas mujeres creerían que sus poesías son extraordinarias por el efecto halo. (Texto completo: aquí

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Gonzalo Garrido, de profesión Perpetrador 

Gonzalo Garrido fue el hombre que montó, organizó, perpetró, aquello que se dio en llamar “Encuentros de blogs literarios” que reunió a un puñado de gente del medio que habló, habló y habló (hasta que el entendimiento derrotó) de un montón de cosas que sólo les importaban a ellos y sus familias. Luego siguió perpetrando, Garrido, y perpetró una novela llamada “Las flores de Baudelaire” de la que ya se hablaron maravillas en este mismo blog. Me niego a resumir la película. Toda la historia AQUÍ

Puesto que Garrido lleva lo de perpetración en la sangre sugirió que estaba planeando un segundo encuentro de blogs literarios por si la gente no había quedado contenta con el menú o algunos de los integrantes no habían acabado de decidir si quedaban para follar o no. Mensaje para aquellos que no tienen plan para el viernes por la noche de un indeterminado mes del año que viene: esta es la vuestra. 

Perpetrando, perpetrando y viendo que lo de los frikiencuentros le sentaba muy bien a su novela, que ya va por la segunda edición (tiembla María Dueñas), Garrido, el azote de los vagos, se apuntó a otro encuentro literario: Liburutekia. Se ve a que este hombre lo de las letras le mola. Total, que los días 13 y 14 se juntó en Bilbao con un grupo de escritores que no conoce ni dios (hora va siendo, ya, de que llamen a Nuria Azancot para que les monté una Generación Literaria en condiciones) para hablar, otra vez, de la putas nuevas tecnologías, total para que acabemos todos escribiendo en Word, cogiendo los libros en la biblioteca o bajándolos por alguna torrentera. [Aquí el programa para los curiosos.] Por las conclusiones no esperen; ya se las cuento yo: que todo muy bien; que super-majos, todos; que el futuro está aquí; que sin tarifa plana no eres nada, monada; que qué tacones tan altos, amor. 

Puesto que nuestro héroe, Garrido, aspira a una tercera edición de su novela, perpetra otro encuentro, el primero de esta clase, también en Bilbao, llamado “Negra y de Bilbao” (gran nombre) que ha tenido lugar o está teniendo lugar hoy, ahora, en la Casa del Libro (de Bilbao, sí). [Salvo error] participan en él cuatro colegas (de profesión), un moderador (aunque no son de esperar grandes conflictos) y un puñado de gente que seguramente se verá obligada a comprarse alguno de los libros de los contertulios. La charleta irá sobre entender el alcance de este género y sus limitaciones, o lo que es lo mismo, por dónde se mueve el animal y de qué color tiene la cola. Apasionante. A ver si hay suerte, los sacan en Quimera y nos enteramos con detalle. 


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Nuevo trovador para el Nuevo Drama 

Los más viejos de lugar recordarán aquello del Nuevo Drama, la primera Generación Literaria de Diseño. Se lo resumo: Soto Ivars, Manuel Astur y el eternamente escritor novel Sergi Bellver (el único hombre capaz de escribir un poemario, una novela, un relato, un microrelato, una obra de teatro y el guión de una película sin dejar rastro alguno) utilizaron un recopilatorio de cuentos llamado “Mi madre es un pez” para adscribir a todos los antologados a su propio círculo concéntrico y vicioso; un plan que parecía de natural espontáneo sin ser tanto así. Aquello fue un desastre en todos los sentidos sobre todo porque se quedaron más solos que las tres teniendo que pagar ellos solitos el dominio web a perpetuidad. 

O eso creíamos hasta ahora. 

Si hacen ustedes clic AQUÍ verán que el Nuevo Drama está de enhorabuena: ¡ha parido un poeta! Su nombre: Francisco Javier Sanchez Ocaña. Vamos a hacerle el curriculum: FJ ve la luz en Granada en 1981. Nace, crece y se desarrolla sin llamar la atención pero desde muy joven siente la llamada de la literatura, una pasión que acabará desembocando en un poemario que le publica una editorial. No es fácil ser especial. Dice Soto Ivars que el poemario de este chico fue razón más que de suficiente para invitarle a formar parte de ese peculiar valle de lágrimas. Estoy convencido de que Soto, que es un poco cabrocete, dice esto a sabiendas de que de los tres miembros sólo él ha aportado producción a esta desigual cooperativa. 

Damos desde aquí nuestra más sincera enhorabuena a Sánchez Ocaña, a quien se le ve realmente ilusionado cuando afirma que enseña a su familia y amigos el mail que le escribieron los neodramáticos; se le llena la boca, dice, con un mantecado de ilusoria grandeza, se chupa los dedos, emborrona el ratón. Se deshace lentamente, Ocaña, el hombre que tiene “Los ojos de Sarah” junto a “Rayuela” sin leer por miedo a empezarlos porque no quiere que se acaben (que de todas las excusas que se dan por no haber leído un libro es, con diferencia, la mejor). 

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ANEXO: Promociones varias


Nuestros tiempos felices” (La esfera de los libros), una novela de la coreana Gong Ji-young (autora que se vende como “la Paulo Coelho de la literatura oriental”), lleva en su portada un globo informativo que dice lo siguiente: “más de 20 millones de lectores en Asia”. El lector se imagina que por muy grande que sea Asia veinte millones no dejan de ser una cifra a tener en cuenta. Pues no. En la web de la editorial, que consulto por sincera curiosidad, descubro que la cosa no es tanto así como asá: “Con más de veinte millones de ejemplares de sus títulos vendidos en Asia, Gong Ji-Young es una de las autoras más sobresalientes del panorama narrativo actual.” Según la wikipedia el total de títulos vendidos por esta mujer son once. No es por restarle méritos a la muchacha pero cambia de cojones, la cosa. 



y 2 

Recibo una nota de prensa (automática) de la editorial Planeta (la del premio ese tan importante) informándome de un acontecimiento de repercusiones bíblicas: “Pídeme lo que quieras”, de Megan Maxwell, la primera novela de una saga erótica española publicada por Esencia y que está teniendo una gran acogida, ha recibido un premio: las tres plumas a la mejor novela erótica (claro) otorgada por “Pasión por la novela”, un blog de color rosa chicle. La autora prepara actualmente la secuela que se llamará “Pídeme lo que quieras ahora y siempre”, algo para lo que no tenemos palabras. Porque no hay dos sin tres, nos tememos lo peor con el cierre de la más que posible trilogía de la que nos atrevemos a aventurar un posible título: “Pídeme lo que quieras ahora y siempre pero cierra la puerta al salir”. Ahora bien, los más impacientes, aquellos que no sean capaces de pasar ni cuatro meses más sin leer algo de Megan Maxwell, nos avanza el avance que la muchacha publicará en breve otro libro chic-lit (este palabro figura en el comunicado) en la misma editorial, llamado “Melocotón loco”. Ahoguen las carcajadas: Melocotón loco es, con diferencia, el mejor título de novela erótica que yo he visto en mi vida. Aún así esta chica necesita urgentemente que alguien mire por su imagen púbica pública. 

A destacar, también, en el plumarés del premio, el libro llamado “Recuerdos” de Melanie Alexander galardonado con las tres plumas a la mejor novela romántica autopublicada paranormal, que como subgénero marginal es absolutamente genial porque sí. 



martes, 27 de noviembre de 2012

Autopsia Crítica: Agustín, el poeta cuántico

El martes será el día de la Autopsia Crícita en Diario Kafka, el suplemento cultura de Eldiario.es. En esta ocasión el objeto criticado no es tanto un libro (fundamentalmente "Antibiótico", Visor de Poesía, 2012) como su autor, el inabarcable Agustín Fernández Mallo. Los críticos a los que se hace referencia en esta ocasión son dos: a mi izquierda, representando a Babelia, Manuel Rico; a mi derecha, representando a El Cultural, Túa Blesa. 

A continuación un fragmento y el enlace al contenido íntegro en Diario Kafka.


Esto es un poema. Me refiero a lo que viene a continuación. Este texto, en su totalidad, es un poema. Disfrútenlo, será breve. No están frente a un ejercicio metaliterario, no se apuren; no es un verso prosado, esto; no es una prosa versificada, esto; no es nada de eso, esto; si acaso es algo, será un postpoema, será postpoesía. Yo lo sé, Agustín lo sabe; me lo han dicho los sulfitos del vino con el que quiero regar los versos que siguen. 
Agustín Fernández Mallo, nuestro héroe de la semana, es el tipo que hace años escribió un libro experimental al que puso el nombre de bote de crema de cacao y del que salió una generación de escritores (Los Nocillos) de los que se ha hablado en exceso si tenemos en cuenta sus méritos. Cuando me levanto quisquilloso pienso que quizá solo quería, el bueno e inocente, el físico polifónico Agustín, hacer un remake de aquellos botes de sopa Campbell’s que otro antes que él dibujó. No hace tanto que volvió a repetir la experiencia de meter la pata hasta el fondo versionando unos textos de Borges. Otra vez el remake como idea original. No le salieron del todo rana los experimentos, viendo el lodazal resultante de aquellos barrizales. Y doy con esto a Mallo por presentado.

Dice un proverbio tailandés que siempre que a alguien le llama la atención algo que hace Agustín una musa muere ahogada en sus propios vómitos. Por culpa de los críticos Manuel Rico (Babelia) y de Túa Blesa (El Cultural) han podido morir, en las últimas semanas, legiones de musas. Parece que se hayan propuesto aniquilar, estos dos, en su dislate devocionario, a toda cuanta ninfa se le cruce al gallego por delante. Objetivo: salvar los postversos de Agustín o, citando libremente a Blesa: de su panglosa a reventar de variedades del habla y sistemas semióticos.




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[Texto Editado]


 El 30/11/2012 se publica en Diario Kafka el siguiente artículo.


NOCILLITIS/NOCILLAFOBIA. Diagnóstico sobre violencia crítica

«Agustín, el poeta cuántico» [Edición crítica]

Autor: Antonio Gil

Introducción: Hace algún tiempo Jara Calles tituló uno de sus ensayos La nación infectada. Clínica del último modelo narrativo español; y el “equipo de investigación crítica” de El juguete rabioso anotaba el capítulo ‘Últimos compases y literatura multimedia’ del séptimo volumen de la reciente Historia de la literatura española (editorial Crítica) también relativo a las últimas tendencias narrativas y autores como el que aquí se comenta, como si de una edición crítica se tratase. Hacemos ahora lo propio con la Autopsia crítica publicada esta semana por Carlos González Peón sobre Agustín Fernández Mallo.



domingo, 25 de noviembre de 2012

Sexto Piso “Realidades” [Capítulos I y II]

Descubro en el catálogo de Sexto Piso que este mismo año echa a andar una nueva colección llamada “Realidades” que, según sus propias palabras, será “una colección de crónicas y otros textos a medio camino entre la narrativa y el ensayo, en busca de dar cabida en el catálogo a libros imprescindibles para comprender la realidad de nuestro mundo.” Así a primera vista, leyendo esto y ojeando el mencionado catálogo, la primera impresión es que se trata de diarios de viaje. Y, bueno, todas mis reservas hacia ello, por lo poco amigo que soy que este tipo de narrativa; tantas (reservas) que cuando me preguntaron si estaba interesado en alguna les dije que no, gracias. Inmediatamente antes de recibir "La herencia colonial y otras maldiciones" de Anderson, que pedí a la biblioteca tras haber leído el prólogo, me llegó a casa -directamente de la editorial y sospecho que por error- "El cóndor y las vacas" de Isherwood, casi con seguridad el libro de su catálogo que menos interés despierta. 

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El Condor y las vacas es el diario de viaje de Isherwood, un escritor americano de adopción que a mediados de siglo pasado decide darse una vuelta por Latinoamérica de la mano (es un decir) de un fotógrafo a quien, por hacer el chiste, llamaremos Viernes. La idea, si no me equivoco, consistía en recopilar información para una serie de artículos. Parece que Isherwood evitó documentarse en exceso para darle al texto cierta espontaneidad. Pues vale. No sé qué prefiero, honestamente. Su viaje no acaba de ser todo lo especial que prometía; todo aquello de Colombia, Ecuador, Perú y un par de países más en los años cincuenta queda ya un poco alejado en el tiempo y el retrato sociopolítico resultante no es de gran utilidad en el presente. Quedaría, pues, este libro, como un extenso y detallado diario de viaje por selvas, montañas y caudalosos ríos. Es decir, que aquello que salva el relato es exactamente lo mismo que lo condena. No está exento de interés, cierto, pero fundamentalmente porque Isherwood es un excelente narrador capaz de amenizar incluso los pormenores de un larguísimo y tedioso viaje en tren. Isherwood, que lamenta profundamente no tener más nociones de geología para describir paisajes, es un hombre con una capacidad asombrosa para describir situaciones y dibujar personajes en apenas dos pinceladas. Resulta especialmente divertido el comienzo (seguramente lo que me convenció para seguir con el libro), cuando narra el crucero en el que viajan hacia su primer destino. El retrato que hace de los viajeros y el propio trayecto es sensacional. Angel Barrueco sería el destinatario perfecto de este libro. Le ayudaría a entender qué es eso que hizo tan mal en “Asco”, la novela de la que hablé no hace mucho tiempo, creo que en septiembre.


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La herencia colonial y otras maldiciones” de Jon Lee Anderson es un libro completamente diferente, empezando por la portada, que es una auténtica maravilla. Anderson conoce perfectamente el terrero en el que se mueve y sus artículos, más que de un relatar los detalles de un viaje, se ocupan de ponernos al corriente de la situación política y social de cada uno de los países que visita.

La conclusión a la que se llega con esta lectura es que África es el infierno en la tierra. De Libia, Angola, Liberia, Zimbabue, Guinea o Sudán, que son los países de los que nos habla Anderson, se explica tanto la situación actual (un puto desastre, siempre) como aquello que ha venido siendo el país desde la descolonización que tuvo lugar, en la mayoría de los casos, en la segunda mitad del siglo XX (otro puto desastre). África levanta la cara del polvo sólo para que se la vuelvan a partir.

Nunca he sido aficionado a la literatura de viajes, pero de todos los lugares del mundo ninguno me ha interesado menos que África. La imagen que uno arrastra desde la infancia (esa selva tan poco frondosa, repleta de senderos y parques naturales; ese Johnny Weissmuller en taparrabos; esos porteadores negros precipitándose al vacío desde montañas escarpadas repletas de tesoros ocultos) se disuelve cual pastilla efervescente para dejar paso a la imagen de un país como Angola, por ejemplo, en cuya capital conviven, en una armonía impuesta por la fuerza de las armas, la mayor de las riquezas con la mayor de la miserias. A un lado de la avenida principal está la tercera ciudad más cara del mundo, al otro lado los ciudadanos, sin absolutamente ningún futuro, deambulan por la calles llenas de escombros y mierda y orines y cadáveres con piernas. Una ciudad en la que comparten pista de aterrizaje los aviones que llegan con armamento ruso con aquellos que traen ayuda humanitaria. Y todo bajo la atenta mirada de los desplazados de Naciones Unidas.

Y lo mismo en Libia, que busca petróleo desesperadamente o Zimbabue o Santo Tomé y Príncipe, una isla misérrima que lleva años peleando sin recursos (y con el temor permanente a una invasión) unos metros de mar con la salvaje Nigeria tratando de decidir cuál de los dos se llevará el trozo más grande de oro negro que por supuesto succionará y gestionará alguna empresa americana. Porque eso sí, los americanos están en todo. Su amoralidad los convierte en los más perfectos hijos de puta, una actitud ideal para hacer negocios (hablo de altas esferas, no de fabricantes de calcetines) con los dictadores de hoy en que se han convertido los revolucionarios de ayer. Por no hablar de Sudán del norte y su eterna guerra con el sur o Libia y el apasionante y detallado relato de la revolución que acabó con la vida Gadafi. O la silenciosa pero asfixiante presencia de la maquinaria china, la solución a todos los problemas de financiación del continente. No hay ni un solo país que salvar. No hay ni un solo inocente que no sufra hasta la muerta el infierno de haber nacido en el peor lugar del mundo.

Leyendo esta recopilación de artículos se convence uno, nuevamente, de que lo único que puede salvar este planeta es el exterminio, la aniquilación total, de la raza humana, empezando por los poetas y acabando por los dictadores. Bromeo sin ganas. Si los ojos son el espejo del alma, África es el reflejo de la mezquindad y el egoísmo sin límite del ser humano. La solidaridad no ha fracasado; la solidaridad es una pantomima; es el analgésico que nos permite, al primer mundo, tener dulces sueños cada noche. África, lo que hacemos con ella, todos, es la enésima razón para perder la fe en el ser humano.

Creo sinceramente que “La herencia colonial y otras maldiciones” de Jon Lee Anderson es un libro excepcional y muy necesario siempre y cuando no se prefiera seguir mirando para otro lado.



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Nota: La traducción de "El cóndor y las vacas" ha estado a cargo de Andrés Barba. La de "La herencia colonial..." está hecha a dos cuatro manos por A. L. Tobajas y M. Tabuy. Ambas traducciones, a entender de este ignorante en la materia, son impecables. (Quizá convendría que las editoriales incluyesen más información sobre la trayectoria laboral de los traductores. La experiencia es un grado.)
 


jueves, 22 de noviembre de 2012

“Hace cuarenta años” de Maria Van Rysselberghe

“NO ME DECÍA A MÍ MISMA que lo amaba: él era, sencillamente, lo principal. Aparte de él, ocupaban mi vida un amor muy alegre y la ternura de una hija. Mi existencia transcurría plena y placentera, sin frivolidad: el arte al que servían quienes me rodeaban era un dios difícil. Sin embargo, sin aquella criatura a la vez desfigurada y resplandeciente el mundo habría carecido de significado; sólo en él percibía lo irreductible que me corresponde. Él encarnaba la sensatez necesaria, mi centro de gravedad. Lo llamaré Hubert.” 
La novela empieza con este párrafo tan prometedor de la protagonista dando rienda suelta a la nostalgia de un viejo amor de verano, de esos de agarrarse al versos del otro. Pero lo primero es lo primero: el argumento: Una mujer casada con un pintor (Antoine) de reconocido prestigio se va a pasar unos días o unas semanas a la casita de playa acompañada de las dos chachas y su hija (personajes estos de los que no volvemos a saber nada en las 80 páginas que dura la novela). El amante amado, Hubert, recala también allí por culpa de “una serie de eventualidades ([…] la necesidad de pasar una temporada junto al mar a pesar de que Agnes [su esposa] no podría acompañarlo)”. Esto es: había que meter, con la excusa que fuera, un hombre y una mujer casados, en edad de merecer y viejos amigos, en una casita de la playa. De aquí podría salir una peli porno ma-ra-vi-llo-sa. Pero nada, qué va; no se ve un triste nabo. 

A ella le pone la autoridad, se intuye, y a él le gusta ejercerla. Le dice la primera noche: “Vamos a practicar alemán: usted leerá y yo trataré de traducir. Venga a sentarse a mi lado.” Y ella que sí a todo y hasta emocionada. Hubert pasa el brazo por debajo del suyo y ella, que ya antes era presa fácil, ahora es presa apresada. Lo pasan muy bien, dice, hasta que él decide cerrar el libro: “Suficiente por hoy. Leamos. […] Usted leerá prosa y yo poemas”. ¿Se puede ser más gilipollas? Ella, claro, se cuelga hasta las trancas de su seguridad y su sensibilidad y esa forma tan viril de interpretar a Rimbaud. O algo. 

El resto, resumidito: se prendan ambos, el uno del otro, y se lo dicen un día, así, sin más, en el mismo salón de cada noche y como sintiendo vergüenza de un ardor quinceañero de difícil aceptación: “Mi amor por Antoine se me antoja de repente como algo acotado que se puede aislar, mientras que éste carece de dimensiones y brota de profundidades ignotas”. Se aleja. “Yo a Agnes la quiero con locura, ¿sabes? ¡Pero a ti…!” Y, acercándose de nuevo, me pasa suavemente la mano sobre los ojos. A continuación, añade con rudeza: “Ven”. Él agarra la lámpara y yo abro despacio la dos puertas”. 

No me digan: esto es súper-guarro: “Él agarra la lámpara y yo abro despacio las dos puertas” suena a él se la coge y yo le hago sitio. Pero no. Mi gozo en un pozo. Realmente hay una lámpara y dos puertas aunque a mí no se me quiten de la cabeza las analogías siguientes de dejarse caer en una silla, apoyar la cabeza en la mesa, extender los brazos anonadada y él sentado frente a ella apretándole los puños por encima de la mesa y diciéndole aquello que repetirá muchas a partir de ese momento: “Mírame”. A ver, ahora en serio: yo creo que están follando pero la autora lo ha dibujado para fingir que no, supongo que para evitar la censura. Es todo tan bonito que da un asco terrible aunque todo lo que sea mojar a escondidas tiene su encanto, en realidad, y esto de estos resulta incluso, por momentos, creíble. 

Pues así como setenta páginas de orgasmos contenidos y miradas cálidas y esto no puede ser y qué será de nosotros, qué pena no habernos pillado solteros. La prosa es la que han visto: prosa de llorar de pena de pura afectación, claro que por otro lado es justamente lo que pide el texto si la autora no mete nada más que angustias; que digo yo si no se podrá amar a escondidas sin verle un poco la gracia al asunto o concederse ese momento de risa en el encuentro antes de llegar al drama de la separación. Si me dijeras que después de tanta pena se tiran los dos de un puente… pero ni eso. La novela es un de un vacío argumental alarmante, pero ese no es su único problema: no se habla de matrimonio más que tangencialmente; no se dan razones de ninguna clase para eso que les ocurre así sin más; no llegamos nunca a entender la mecánica de ese amor tan repentino; no se habla de la bondad de adulterio, pero no se condena, tampoco; no se profundiza en la personalidad de ella, no digamos en la de él, que no pasa de ser un mero figurante objeto de deseo. No son, ellos, los protagonistas, nada más que estereotipos de unos seres humanos cualesquiera pero en enamorado. Es en realidad todo un poco una tontada de dos que no saben qué hacer con su tiempo libre en aquel verano que les pilló como sin querer en una casita de playa. 

martes, 20 de noviembre de 2012

Diario Kafka

El 19 de noviembre nace Diario Kafka, el único suplemento cultural que depende de sí mismo y de sus circunstancias y en el que, para variar, no están los de siempre (no todos, al menos). Sé que cuesta imaginar un proyecto digital con esperanzas de futuro que no haya sido planeado tomando unos chupitos a la puerta de un colegio, pero aquí está. (Bueno, quizá esta frase no sea muy acertada en su totalidad.) 

Les cuento: Diario Kafka es el último invento de Hotel Kafka, ese antro de artistas que persigue dominar el mercado cultural de este país y parte del extranjero. Dicen que es una iniciativa destinada a cubrir la sección cultural del recientemente creado diario.es pero yo sé que es mentira. En realidad Diario Kafka es un instrumento al servicio de alguna perversa y malintencionada corporación que lo que realmente quiere es acabar con la cultura. Bienvenido sea, pues. 

Los padres de la criatura (a saber: Rafael Reig, Antonio Orejudo y Miguel Roig) me han invitado amablemente a participar y yo, que soy de natural agradecido, he dicho que sí (a la vista está) entre otras razones porque me ha parecido una oportunidad excelente para extender el mal más allá de las fronteras de esta Medicina. 

Pero como una cosa no quita la otra y a mí lo que me gusta es rajar, estaré aquí y estaré allí (seré algo así como un dios menor); aquí haciendo lo de siempre y allí más o menos. La sección se llamará Autopsia Crítica y su objetivo no será, como en La Medicina, reseñar lecturas sino desmontar la crítica, tratar de poner en evidencia al crítico, sus intereses, sus tópicos y su, en ocasiones, mala fe. No será fácil -la crítica hace tiempo que murió- pero intentaremos que, al menos, sea divertido. En cualquier caso no espero hacer muchos amigos con esto. 

A continuación les dejo un fragmento de la primera columna. Al texto completo pueden acceder haciendo e CLIC al final. Espero que les guste pero si no es así, mientan. 



AUTOPSIA CRÍTICA de “Misión Olvido” (María Dueñas) 
A veces la vida -dice María Dueñas al comienzo de Misión Olvido - se nos cae a los pies con el peso y el frío de una bola de plomo. Otras veces –esto ya no es tan cosa de María como mía aunque quiero pensar que me daría la razón si no le fuera la pasta en ello- lo que se nos cae a los pies con el peso y el frío de una bola de plomo son las reseñas literarias, también conocidas como críticas, de algunos suplementos o revistas o diarios culturales, pesos pesados algunos de ellos y un poco, a su manera, también bolas de plomo en caída libre. De esas críticas hablaremos aquí. Las desmontaremos, las desgranaremos, las desgraciaremos, en la medida de lo posible; aquellas, al menos, que se lo están buscando. 

jueves, 15 de noviembre de 2012

Los promotables (no follables) del Bértolo

Todos los años -al menos durante los pocos que yo la iba siguiendo- la revista Fotogramas publicaba en su número de julio o agosto un artículo en el que hablaba de las jóvenes promesas del panorama cinematográfico español; aquellos que tarde o temprano darían la campanada, se suponía, sin llegar esto a ser ni remotamente así. Eran todos asombrosamente jóvenes, algunos desconocidos, todos guapos y enfermizamente delgados y posaban en grupo vestidos con unos pantalones vaqueros de, imagino, el patrocinador de turno. O al menos ese es el recuerdo que guardo en la memoria. Puedo estar equivocado, pero sólo en el estilismo. Este mes de noviembre repiten artículo. (Seguir el enlace si interesa, que no creo porque tampoco es el tema.)

Podría decirse, al hilo del post anterior (clic AQUÍ) dedicado a Claudio López de Lamadrid, que eran actores PROMOTABLES, es decir, que tenían el tipo perfecto para vender entradas de cine. Pues bien, lo de Fotogramas es un clásico y se entiende la tontería pero lo de Lamadrid, que yo tomaba por una debilidad propia la vanidad, parece en realidad ser más bien una cuestión de política de empresa. Esto lo digo por algo, claro. Concretamente lo digo por esto:

Resulta que ahora también Caballo de Troya, a las órdenes de Constantino Bértolo, se suma al cambio y propone, al igual que la revista de cine y siguiendo la estela dejada por El Sindicato (del Crimen Literario y se ve que Organizado), una serie de nombres que todos juntos dan forma de Soberana Estupidez a un libro editado este mismo mes llamado “Madrid, con perdón” que cumple la siguiente función: 

Este libro responde a la necesidad, urgente, de elaborar una cartografía literaria sobre el Madrid contemporáneo. Su propuesta es abarcar la ciudad en quince textos; es decir, mirarla y escucharla con suma atención, pero también con osadía. […] Otros Madrid son posibles, pero están en este. En este libro. (Leer la “sinopsis” en el primer comentario de este post).

No soy la persona más indicada para hablar de este libro –que no creo que llegue a leer- entre otras razones porque no tenía ni idea de que hubiese una necesidad URGENTE de elaborar una cartografía literaria sobre el Madrid contemporáneo. De verdad; ni idea. Pero ahí está. En cualquier caso mi intervención tiene que ver con lo mudo de asombro que me quedé al leer quienes estaban metidos en el ajo. A saber (entre paréntesis, su edad): Mercedes Cebrián (1971), Elvira Navarro (1978), Fernando San Basilio (1970), Esther García Llovet (1963), Carlos Pardo (1975), Juan Sebastián Cárdenas (1978), Jimina Sabadú (1981), Antonio J. Rodríguez (1987), Oscas Esquivias (1972), Natalia Carrero (1970), Grace Morales (?), Alvaro Colomer (1973), Roberto Enríquez (1968), Jordi Costa (1966), Iosi Havilio (1974).

A todo esto: antologa y edita Mercedes Cebrián, habitual de Caballo de Troya, Mondadori y Alpha Decay y cuyo estilismo fue recientemente por analizado por Bob Pop para El Sindicato. (Que ya es casualidad, también.) Más moderna no se puede.

Me sorprende ver, sobre todo a cierta gente. Jimina Sabadú, por ejemplo, que es, de todos, mi favorita. Les voy a contar una anécdota. Cuando esta chica (Jimina) se enteró de que yo, desde este blog, había puesto a parir su premiada primera novela (Premio Lengua de Trapo de no sé qué año) y siguiendo la máxima de que la mejor defensa en un buen ataque (y quizá también por cierta irreconocida falta de argumentos) lo primero que hizo fue acusarme de haberle mirado las tetas en Facebook. Se lo juro. Ya se pueden imaginar que me faltó tiempo para ir a ver si efectivamente estaban allí. Pero no, nada, ni un triste pezón. Fue entonces cuando descubrí que Jimina era un ser todavía menos interesante que su infumable novela. No volver a saber nada ella me dio esa felicidad que da la ignorancia. Se pueden imaginar mi emoción al descubrir que Jimina seguía ejerciendo este oficio tan viejo.

A algunos como San Basilio, Elvira Navarro o el benjamín, Antonio J. Rodríguez, era fácil imaginarlos aquí, al fin y al cabo son de la casa y más concretamente los dos últimos tienen el don de la ubicuidad. Otros, a quienes no sigo la pista, no sé qué pintan (Llovet, Pardo, Cárdenas, Carrero, Morales o Iosi) pero de entrada me predispone negativamente su edad. Al resto, los menos, no sé qué milonga les han contado para engañarlos de este modo (Colomer, Enríquez o Costa). Supongo que son los inconvenientes propios de la amistad.

El caso es que el 15 de noviembre, (hoy) se presenta a las 20:00 horas en la central de Callao esta recopilación de relatos que después del tema de los desahucios es, de las que tengo noticia, la más urgente necesidad madrileña. 

Y con esto y El Sindicato parece que ya vamos perfilando el panorama literario de este país. El futuro está aquí y ha venido para quedarse.


martes, 13 de noviembre de 2012

Los promotables de Don Claudio

P: Hablando del valor añadido del libro; Rafael Díaz, cofundador de la editorial Valdemar, nos contó que en el momento en el que se pusieron de moda los autores jóvenes empezaron a llegarles originales acompañado de una foto, para que en la editorial vieran que era joven. ¿Es la juventud un valor a la hora de publicar?
R: Lo es. Como también lo es, sí, la apariencia. Hasta tiene un adjetivo: promotable. Los agentes te mandan autores y te dicen que se trata de escritores promotables, promocionables. Quiere decir que tienen un look vendible. Chicos jóvenes, gente guapa, todo eso. Da un poco de vergüenza, lo sé, pero es un reclamo al que se sigue recurriendo para vender a un autor.



Promotable es, desde hoy, mi nuevo palabro favorito. 

La pregunta se la hacen los de Jot Down a Claudio López de Lamadrid en una extensa entrevista que pueden leer AQUÍ. La respuesta es un arrebato de sinceridad innecesario visto lo visto últimamente. Cuando digo esto pienso en el jardín de infancia de Mondadori; el proyecto de fin de carrera de vayan ustedes a saber qué poeta, ese antro masturbatorio conocido como El Sindicato. 

Ojo: que a Claudio le gusten los niños me parece maravilloso. Nada que objetar a eso. A otro antes que a él también le gustaron. (Lo crucificaron, por cierto. Esto lo digo por si alguien quiere ir preparándole el epitafio a este señor.) Digo que me parece maravilloso -absolutamente genial, sería la expresión correcta- porque demuestra que Claudio es un hombre sensible, que el contacto con los caprichosos artistas no lo ha insensibilizado. La protección a la infancia debe estar siempre por encima de todo. Por otro lado, me ha parecido muy interesante que un hombre de la talla de Lamadrid, editor de un sello como Random House Mondadori, reconozca abiertamente que lo suyo ha dejado de ser la literatura; que ahora lo que le interesa es el posado juvenil. Así no resulta sorprendente que la promoción de una novela de Joan Didion, por ejemplo, pase por utilizar la imagen de una joven poeta de veinticuatro años cubriéndose los pechos con uno de sus libros. ¿Para cuándo la nueva novela de Rodrigo Fresan salpicada con el semen de Pablo Muñoz? 

No me hagan caso, bromeo por bromear. Lo cierto es que todo esto no deja de tener cierto sentido. Los jóvenes, modernos y promotables adictos a las redes sociales, suponen, por sí mismos, media promoción. Es sacar un libro y enterarse diez mil. (Lo que te ahorras, Lamadrid, aunque escriban con el culo.) Bonito panorama el de Mondadori. En cualquier caso algo como El Sindicato es de agradecer: ayuda a identificar a los personajillos y da una idea del despropósito de panorama editorial.

Algunos parece que busquen caer. Tanta tontería no es normal.


jueves, 8 de noviembre de 2012

“Chatarra” de Daniel Ruiz García


Antes de empezar a leer la novela reseñada busco información sobre Daniel Ruiz García. Me encuentro lo siguiente: Sorpresa: es escritor. Tres datos básicos: uno: su nombre sale en algo así como cinco libros (en alguno por haber metido un relato en una antología llamada Viscerales); dos: tiene un blog, como casi todo el mundo y tres: ejerce la crítica literaria en otro blog,  grupal en este caso, llamado “Estado Crítico”. No sé dónde leí que la prosa de Daniel ha recibido elogios de Fernando Royuela, por ejemplo. Aquí empiezan las casualidades. Anoten: Fernando Royuela es el mismo ser humano al que Daniel presentó su novela “Cuando Lázaro anduvo” en la Biblioteca Pública Infanta Elena de Sevilla el 25 de mayo de este mismo año. A mí la novela de Royuela me parece una mierda (ver mi reseña aquí) pero la crítica que le hace el propio Daniel para Estado Crítico lleva el título "Una novela mayúscula". Imagínense. Sigo. Otras de las reseñas de Daniel elogian a Jose Ángel Barrueco, todo un clásico en este blog. Una de ellas es Asco, editada por Eutelequia. También de Eutelequia está reseñada (hablamos siempre de Daniel como crítico) una novela de un tal Irurzun ("¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis!") a quién no tengo el placer. Y la última casualidad: Daniel Ruiz García también forma parte del catálogo de Eutelequia gracias a una novela llamada “Moro”. ¿Cómo lo ven? Igualito que yo, supongo. 

Y ahora, con su permiso, voy a leer “Chatarra” que, las cosas como son, a primera vista no tiene mala pinta.



Ha pasado una semana desde que escribí el bloque anterior. Una semana es mucho tiempo para leer una novela tan cortita como Chatarra, que no tiene ni 130 páginas, pero entre empezar a leerla, pensar en dejarla, seguir, dejarla, retomarla, replantearme esto último, re-retomarla, tomarme unas cervezas, salir con los amigos, demorarla, dilatarla, aplazarla y acabarla ya de una puta vez pues se me pasaron los días volando no se pueden ustedes imaginar de qué manera. Y más que volarán porque no sé ni por dónde empezar…. 

Ha pasado otra semana desde que escribí el párrafo inmediatamente anterior (y pasarán meses hasta que la publique). Parece un chiste pero no lo es. Por ser no es ni gracioso. (Bueno, un poco sí.) Me había olvidado completamente de la puta reseña que ya no sé ni por qué me molesto pero también me da rabia haber hecho el esfuerzo de lectoescritura para que luego no se me reconozca debidamente ergo ahora sí, aquí está: 

Chatarra va de lo siguiente: en un indeterminado y muy pequeño, pequeñísimo, pueblecito español -vamos a imaginarlo montañoso, rocoso, agreste- aparece un buen día el cadáver desnudo de una hermosa joven en el rio. Llega la guardia civil, con su patetismo acostumbrado, y un poco después los listos de la capital, que visten de negro, tipo FBI y conducen coches grises como ellos mismos. Sé lo que están pensando pero ya les digo que no: Chatarra no es un remake de Twin Peaks como tampoco es la pobreza de su argumento la culpable de mi desencanto. 

Charrata es una novela coral en la que abundan los personajes y las voces narradoras (esto incluye primeras, segundas y terceras personas) aunque todas hablen y piensen exactamente igual, que a mi es una cosa que siempre me jode bastante. Esto debe ser lo de vivir en un lugar tan de mierda que se pega todo, hasta la sintaxis, y acaban siendo los seres y sentires una masa informe que los cubre y mimetiza. El ejercicio, con todo, es interesante. Hay en el estilo de Daniel Ruiz un no-sé-qué-qué-sé-yo que atrae y repele casi al mismo tiempo. Uno empieza a leer con ilusión aquello que se le cuenta tan bien, tan de campo, tan de interiorizar el personaje, tan de no perderse en lo barroco hasta que llega un momento en que parece que Daniel Ruiz se va perdiendo en sí mismo de tanto gustarse cómo lo hace, sin ser para tanto. Esto tiene su gracia durante exactamente tres personajes -el equivalente a una quinta parte del libro-. El problema es que ese no ocurrir nada más que una voz narradora llega a ese punto que tienen también los amigos borrachos, aquello de hacer gracia hasta que YA. 

Y luego, sí, pasan cosas, claro, alguna vez tenía que ser. Pasa esto, lo otro y lo de más allá (nada del otro mundo, tampoco) y, Daniel, consciente de los recursos de la cosa escrita aprovecha para radicalizar la sintaxis cada vez un poquito más, entendiendo esto como un comprimir la frases hasta hacerlas de una sola palabra, creo recordar que en algunos casos incluso onomatopéyica. El sueño de Daniel ha de ser escribir una novela solo con signos de puntuación. Y esto es en lo que se convierte, hacia el final, la novela: 

Vuelven a preguntar a alguien. Alguien asiente. Brazo señalando. Gafas negras. Continúan la marcha. Clanc, clanc. Torso desnudo. Moreno guapo, moreno simpático. Sombras. Hierros. Aparca. Aparca ahí. Los de negro. Los de gafas negras. Automóvil gris. Esto es hierro, esto no es hierro. Puertas abiertas. Puertas cerradas. Míralos. Han bajado. Uno. Dos. Tres. Tres. El del bigote. El jefe. A la chatarrería. Allá van. Coche gris aparcado. Pájaros rondando el cielo. Chatarrería. Las tres sombras adentro. El chaval de Valera. La moto bonita aparcada en el garaje. Roncando. Qué moto más bonita. Para llevarte a ti, niña. Para lucirte por todos lados. Por tu pueblo. Por Valera. Guapa. La niña más linda. Tú. Tú. Yo. Jacinto. Jacinto Morales. Cretino. Ponte la camisa. Tapa tu torso moreno. Sécate el sudor. Hijoputa.

Leer las partes más salvajes (estilísticamente hablando) de Chatarra es un poco como leer un comic en el que cada palabra es una viñeta y cada viñeta es un algo que por sí mismo no dice mucho pero en conjunto sí, gracias a dios. El problema es que es este ejercicio tan visual (contra el que no tengo absolutamente nada) parece afectado en exceso y ahoga una historia ya de por sí medio ahogada y plagada de personajes tan estereotipados (el policía tonto, el policía abnegado, el policía gilipollas, su compañero, la madre loca perdida, el pueblo cotilla) que ya se imagina uno allá en la página cincuenta por dónde van a ir algunos de los tiros. Y malo si a uno le cuentan con tan poca gracia una historia tan poco interesante. Malísimo. Lo que pasa con Chatarra, para que nos entendamos, es lo que pasa cuando uno antepone el lucir al seducir.


viernes, 2 de noviembre de 2012

“Conversaciones con David Foster Wallace” de Stephen J. Burn

Las editoriales vienen y van, sólo algunas (demasiadas) permanecen. En los últimos años he visto morir pocas (pienso, ahora, en DVD) y nunca deja de sorprenderme -y eso a pesar de que en este país cada vez se compren menos libros y cada vez se lea menos (y peor)- la cantidad de ellas que ven la luz. No llevo la cuenta, pero así de memoria puedo nombrar algunas que (salvo error) han nacido este mismo año: Rayo Verde, Sigueleyendo, Automática, Ginger Ape y, ahora, Pálido Fuego. Por falta de presupuesto no les sigo a todas la pista con el mismo interés pero no tengo ninguna duda de que de todas ellas la mejor es (será) con diferencia, la última. Tengo razones de peso para creerlo que nada tienen que ver con la amistad. Y sabiendo como sé que el movimiento se demuestra andado puedo asegurar que Pálido Fuego ha empezado dando un paso de gigante. “Conversaciones con David Foster Wallace” (desde ahora DFW) es lo primero que publica. Y, joder, no podía haber empezado mejor. 

* * * * * 

DFW se suicidó en 2008. Tenía cuarenta y seis años. Después de eso quedó un inmenso vacío (ausencia de DFW) y a aquellos que llevábamos seis años esperando, ansiando, una nueva novela del escritor después de aquello que fue “La broma infinita”, nos quedó una pena infinita que no se podía curar con NADA. Fue un triste consuelo la edición de “El rey pálido”, que con tanto bombo publicó Mondadori y a la que le restaba interés el hecho de que no hubiese tenido Wallace nada que ver en su montaje. Me puede interesar una obra inacabada, pero no reconstruida en base al criterio particular de no sé quién. 

No hace mucho se empezó a hablar de una biografía que vería la luz este año; otro asunto por el que no siento especial interés. Pero estas entrevistas… estas entrevistas son otra cosa. Para los que admiramos a Wallace (que por lo general somos unos tipos bastante faciles de convencer para la compra de según qué libros) estas entrevistas prometían ser algo así como un viaje al interior de Wallace desde el propio Wallace y por lo tanto una forma de reforzar la imagen de genio que prevalece sobre todas las demás imágenes que de él nos hemos ido formando, así como la oportunidad de entender, sobre todo entender, cómo pudo escribir todo lo que escribió desde una edad tan temprana. Cómo cojones se puede ser tan rematadamente bueno tanto tiempo seguido, para que nos entendamos. Había un truco, claro: "[...] el 50 por ciento de lo que hago es malo, y así es como va a ser, y si no puedo aceptarlo, entonces es que no estoy hecho para esto. El truco está en saber qué es malo y no permitir que los demás lo vean." 

Para los que no conocen a Wallace o bien para aquellos a quienes intimida Wallace por la imagen de él que transmite cierta gente, es decir, para aquellos que huyen de Wallace por las reseñas que muchos lectores escriben de sus novelas (ya saben -diría él- esas reseñas en las que vas por la mitad y tienes la sensación de que el autor es tan estúpido que cree que puede engañarte para que pienses que la crítica es sofisticada y profunda de verdad simplemente porque es difícil (algo epidémico en la crítica académica)) o simplemente lo rechazan porque sus libros tienen muchas páginas o la letra muy pequeña o desprende tufo a posmoderno o abandera no sé qué mierda de generación o es seguido por devoción enfermiza por según quienes... pues este libro, para esa gente, debería ser mucho más que una curiosidad que ojear en alguna librería, mucho más que la enésima recopilación de entrevistas inútiles por repetitivas, mucho más que una selección hagiográfica de un escritor de culto; para los no lectores de Wallace, digo -y lo estoy diciendo bien: para los NO lectores de Wallace- “Conversaciones…” es, o debería ser, un libro IMPRESCINDIBLE no porque ayude a conocer mejor a Wallace (que también (claro que, ¿a quién le interesa descubrir un cadáver tan fresco?)) sino porque ayuda a entender qué es la buena literatura, cómo se escribe la buena literatura, qué se debe esperar de un escritor y cómo se puede identificar a la plaga de mediocres que pueblan las estanterías de cualquier librería. 

Conversaciones con DFW” son una serie de entrevistas que desde distintos medios se tienen con el autor. Las hay mejores y las hay peores, pero ninguna prescindible. Como en todas las entrevistas se tiende a repetir en ocasiones las mismas preguntas y es inevitable que algunas veces nos encontremos con una respuesta similar. Esto, que yo temía más que nada, se da sorprendentemente poco y en cualquier caso sirve para reforzar aquello que a Wallace obsesionaba más. No voy a detenerme a recomendar una u otra entrevista; tampoco voy a compararlas (a esto en concreto me niego en rotundo) y desde luego no voy a ponerme a rescatar citas (quizá una, sólo una, al final) básicamente porque no sabría cuales de las doscientas  que he recogiendo podrían ser de más interés o resumir mejor la idea de lo que se puede esperar de este libro. No trato de convencer a nadie para que lea esta recopilación sólo porque contenga un par de apuntes interesantes sobre literatura; trato de convencerles de que deben leer este libro porque les ayudará a recuperar algo que tendemos a perder con el paso del tiempo y el encadenamiento de malas lecturas: perspectiva. Leer lo que Wallace opinaba de la literatura (que es sobre todo de lo que se habla, mucho más que de él, que al fin y al cabo odiaba ser entrevistado) equivale a observarlo todo desde ese punto indeterminado desde el que la paja y el grano resultan perfectamente distinguibles. 

Conversaciones con David Foster Wallace” ha sido (y no me duelen prendas decirlo) una de las lecturas más reconfortantes y valiosas de lo que va de año. Y esto lo visualizan ustedes como faja, si quieren.



En lo que a mí respecta, los últimos años de la era posmoderna han acabado pareciéndose un poco a como te sientes cuando estás en el instituto y tus padres se van de viaje y das una fiesta. Traes a todos tus amigos y das una fiesta salvaje, repugnante y fantástica. Durante un rato es genial ser libre y liberar, desaparecida y derrocada la autoridad parental, un goce dionisíaco tipo “el gato se ha ido, divirtámonos”. Pero después pasa el tiempo y la fiesta sube de volumen y se te acaban las drogas y nadie tiene dinero para comprar más, y empiezan a romperse y a volcarse cosas, y hay un cigarrillo encendido sobre el sofá, y tú eres el anfitrión y también es tu casa, y poco a poco empiezas a desear que tus padres vuelvan y restauren algún jodido orden en tu casa. No es una analogía perfecta, pero lo que percibo en mi generación de escritores e intelectuales o lo que sea es que son las 3:00 a.m. y el sofá tiene varios agujeros por quemaduras y alguien ha vomitado en el paragüero y estamos deseosos de que el disfrute se termine. La labor parricida de los fundadores posmodernos fue magnífica, pero el parricidio produce huérfanos, y no hay jolgorio suficiente que pueda compensar el hecho de que los escritores de mi edad hemos sido huérfanos literarios a lo largo de nuestros años de aprendizaje. En cierto modo sentimos el deseo de que algunos padres vuelvan. Y por supuesto nos inquieta el hecho de que deseemos que vuelvan. Quiero decir, ¿qué nos pasa? ¿Somos una panda de nenazas? ¿De verdad necesitamos autoridad y límites? Y, claro, la sensación más inquietante de todas es que gradualmente comenzamos a darnos cuenta de que, a decir verdad, esos padres no van a volver nunca. Lo que implica que nosotros vamos a tener que ser los padres. (DFW)