miércoles, 27 de junio de 2012

“Los mutilados” de Hermann Ungar

Llego a esta novela gracias a un comentario que leo en un blog de confianza en el que el gestor dice que la ha leído y parece que lo ha dejado medio en estado de shock. Aunque me lo creo visito -bendito google- otros blogs, total para descubrir que parece haberse llegado a un acuerdo general: todos aseguran, con estas u otras palabras, que nos encontramos frente a una novela ejemplar, una pequeña obra maestra de un autor injustamente valorado, despreciado por la crítica, etcétera, etcétera, etcétera y qué penita, además, que se murió tan joven. Se habla tanto y tan bien de ella que dudo por un instante si no será este algún autor español de rabiosa actualidad. Y no. Joven sí, seguro, de hecho, insisto, murió a los treintaypocos pero famoso (o de actualidad) no, ni remotamente.  

El segundo punto en común al que llega la mencionada opinión general (un segundo punto en común menos ambiguo que la aseveración de lo genial de la obra en cuestión) tiene que ver con las referencias artísticas. Cuando se habla de Ungar se habla de Kafka, de Brod, de Musil, de Walser, se dice que si a Mann le flipaba, que si a Zweig también, que si un genio tras otro caían rendidos a sus pies según lo iban descubriendo. Es hoy y lo matan a fajas. A mí este tipo de comparaciones me gustan lo que me gustan, que no es mucho, y si las reproduzco es únicamente para meterme con ellas. Quiero decir que como reclamo publicitario están bien pero al final, kafkas aparte, es un libro frente a un lector y en estos casos cuantas menos promesas, mejor. Thomas Mann ya no acepta reclamaciones. 

En mi opinión “Los mutilados” es una novela brillante, descomunal a pesar de su brevedad. Genial, joder, vale, sí, en el sentido de gran obra, no de referente artístico ni mucho menos, pero genial en la medida que es empezarla y no poder parar, no querer parar, no saber parar. Los hombres del subsuelo tienen un algo especial. Aviso a navegantes: el protagonista no es escritor en ciernes, no sufre una crisis pasajera (bueno, un poco sí), no es un aventurero en busca de un santo grial, ni lleva látigo ni tiene miedo a los monstruos de la noche. Olvídense de vampiros adolescentes, heroicos soldados o detectives con medias de seda. Franz Polzer, el protagonista, es un desecho humano viviendo en un estercolero. Figuradamente, esto. Polzer es un hombre sin vida que trabaja en la banca, no tiene aficiones ni aspiraciones. No sueña, pero no por ello carece de imaginación. Su vida es limpiar sus zapatos, contar sus monedas, las resmas de papel que le quedan, entrar y salir de su habitación sólo para ir al banco o a pasear el domingo y tomarse un café en el bar de la esquina. Es un hombre sin nada que contar y muy poco, así a primera vista, que aportar a la literatura. A este hombre, nuestro Polzer, un día le cambia la vida tras ponerse un sombrero. A partir de ese momento y por buscar un símil cinematográfico, Ungar abre el plano y vemos algo más que ese agujero que es el alma de Polzer. Vemos su entorno: a su casera, una viuda gorda y fea que se lo quiere follar; a su jefe, a sus compañeros de trabajo de quienes recibe constantes burlas, pero sobre todo vemos a Karl Fanta, su amigo de la infancia, casado y padre de un hijo, que vive en una silla de ruedas: ha perdido las dos piernas y poco a poco va perdiendo también los brazos y es de suponer que algún día también la cabeza. Pero este es sólo uno de los muchos Mutilados que pueblan esta novela: el resto son todos aquellos a quienes les falta algo -no necesariamente carne- es decir, todos y cada uno de ellos. 

“Los mutilados” es tremendamente desagradable. La carne es desagradable, la voluptuosidad es desagradable; también lo es el sexo, la religión, las mujeres, los hombres, los niños, las casas, las camas, el rincón tras la mesilla de noche. Todo huele mal, tan mal como las heridas purulentas de Karl Fanta. Todos los personajes son despreciables, monstruosos, son los desechos de la sociedad, son aquellos con los que nadie quiere estar y nuestro hombre, Polzer, vive con ellos, duerme con ellos, come con ellos, trabaja con ellos y los odia a muerte tanto como los teme, pero es un pusilánime, un infeliz sin asomo de personalidad y no puede huir. Es el gilipollas perfecto del que todos se aprovechan, a quien todos exprimen, maltratan, insultan. Violan. 

En definitiva, que es heavy la novela. Tan heavy como buena. Encontrar algo así no pasa todos los días.





NOTA: La versión leída por un servidos es la publicada por Seix Barral en 1989. Casualidades del destino la han reeditado hace nada y al mismo tiempo Siruela, en su calidad habitual, y Backlist (Planeta) que la saca también en digital a un precio demasiado caro en comparación con la edición el papel. Lo de siempre, vaya. La traducción es, en todos los casos, la misma. La culpable: Ana María de la Fuente.

lunes, 25 de junio de 2012

“El viajero sobre la tierra” de Julian Green y un repaso editorial


Hoy le vamos a dar un repaso a Automática Editorial. ¿Les suena? Supongo que a muchos no. Es una nueva editorial (sorpresa!) dicen que joven, dinámica y atrevida. Bueno, relativamente nueva. Quiero decir que no nació ayer. No recuerdo la fecha exacta de su estreno pero no hace mucho de ello, este mismo año, eso seguro. No sé porque estoy haciéndoles perder el tiempo con este detalle tan chorras. Lo de joven, dinámica y atrevida me parece mucha osadía hasta como promoción. “El viajero sobre la tierra”, la novela a la que dedicaré el último párrafo, es, si no me equivoco, la quinta que sacan. Cinco libros no son muchos libros. No tienen web (todavía, dicen) pero sí un blog que no actualizan demasiado: cuatro entradas en seis meses. Trepidante, sí. Empezaron bien, pero se fueron dejando, se fueron dejando… Con todo lo que hay que decir, madre mía. Bueno, da igual, ellos están en Facebook o en twitter o en ambos, no sé. No son difíciles de encontrar si uno siente un mínimo interés. 

La excusa de este post es doble: por un lado pretende reseñar una novela tan pequeña que no justifica un post por sí misma y por otro quiero aprovechar que la editorial en cuestión está todavía en pañales para echarle un vistazo en condiciones, que luego, con veinte libros publicados da más pereza. Si se enteran ustedes de alguna otra (joven, también, y dinámica) no duden en avisar y le damos también un homenaje. Retomando: la editorial en cuestión saca varios libros. Yo les cuento cuáles, a ver si hay suerte y me meten en nómina o me abren una cuenta de gasto en concepto de publicidad, propaganda y relaciones públicas. No soy ambicioso, me conformo con que me dé para, digamos, diez libros de otras editoriales. 



Automática me interesa porque soy un tío con inquietudes -no como otros- y porque uno de sus primeros libros (el segundo, si no me equivoco) es una reedición (ejem!) de “La torre herida por el rayo” de Fernando Arrabal, un escritor/personaje que no necesita presentación. De esta novela (“La torre…”) me enamoré perdidamente cuando la leí no hace menos de veinte años. Por aquel entonces estaba yo muy enganchado a eso del ajedrez y de hecho supongo que fue así como la descubrí; luego me eché a perder. El caso es que pensé (o debí pensar) que leer una historia protagonizada por dos ajedrecistas que están echándose una partidita sería una gran idea. Lo fue. Ganó el premio nosequé, el Nadal, creo. En esto no tuve nada ver. No voy a perder ni un minuto destripándoles el argumento porque no es esta la novela que venía yo a comentar. Simplemente, lo que ocurre es que me hizo ilusión volver a encontrármela en las librerías y no he querido dejar de comentarlo. Por cierto, incluye un epílogo bastante cachondo que entiendo hecho ex profeso para esta edición: se trata de una entrevista que el cadáver de Nabokov hace al escritor. Parte de esta ficción pueden leerla en sigueleyendo, o comprándose el libro, claro, u hojeándolo en la Fnac o dónde sea que hagan ustedes estas cosas. 




La primera novela publicada por Automática editorial es la primera de las tres partes de la autobiografía de Gorki ("Infancia" y "Por el mundo"). La segunda parte es la cuarta novela publicada por ellos. En un principio iba a ser esto lo primero que me iba a leer pero me da un poco de pereza y lo he ido dejando. Hasta hoy. Si es que soy un vago redomado. Será cuestión de semanas; cuando retome la lectura de novela rusa será la primera de lista. Me he jurado acabar la trilogía antes de que termine el verano (siempre dependiendo de que publiquen el tercer tomo a tiempo). Es decir, que ya me puedo ir dando prisa. 



Del orden no estoy seguro pero creo que la tercera novela editada fue “Delhi no está lejos” de un tal Bond, Ruskin Bond, que aquí no conoce ni dios pero que en su país de origen es como muy famoso. De esta novela apenas sé nada, lo siento, ni habiendo leído su reseña en Babelia este fin de semana. Tiene algo que ver con la India y de ahí mi falta de interés. Es que a mí la India me interesa tan poco que no voy ni a perder un minuto buscando información en google. Venga, va, un minuto sí. [Un minuto después...] Listo, Calisto. No hay mucho que contar: Pipalnagar es el lugar inventado en que se desarrolla la historia de un joven escritor que malvive como escritor de novelas de serie B y que comparte piso con una chica un poco puta y un chaval algo epiléptico. Creo que los tres son bellísimas personas y tal y aprenderemos mucho con ellos sobre la bondad, el amor y el optimismo. Algo así. Se lo pongo muy resumidito para no hacerles llorar. Yo es que no me veo leyendo esto.




El viajero sobre la tierra” de Julian Green sí que la leí. Fue la última que publicaron, hace nada. Me llamó la atención sobre el resto por la portada. Me gustan las novelas que muestran en sus portadas casas antiguas. Es una debilidad reciente. Empezó después de leer Gótico Carpintero. Así de reciente. Luego me enteré de que era pequeña como una rata (la novela, digo), que era justo lo que yo buscaba para este inesperado mes de tanto teatro y tanto relato. 

La novela cuenta la historia de un joven que vive con tío, su tía y el padre de ella. Cuando el último se marcha, la segunda se muere y en vista del que el primero parece un poco cabrón, el chaval se escapa de casa para darse a los estudios. Llega a una casa, se hospeda y al poco se muere. La novela se construye con el relato que el joven escribe antes de morir en el que cuenta cómo llegó allí. A modo de apéndice y ocupando poco más de una tercera parte de la novela se recogen cartas de varios personajes secundarios que aportarán su punto de vista de los hechos que tuvieron lugar justo antes de la muerte. 

La novela tiene un punto gótico, con sus fantasmas o su esquizofrenia, no se sabe. No aburre pero tampoco ilumina, aunque sí entretiene y es bastante más digna que mucha de la basura que se publica ahora mismo. Green la escribió a los veinte años lo que hace de ella poco más que un ejercicio de lo que luego sería, dicen, una próspera carrera. Por lo que se escribe a los veinte años no se puede juzgar al escritor pero sí al editor, si acaso este nos hace perder el tiempo. No es el caso o al menos yo no he tenido esa sensación.




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Y bueno, hasta aquí la carrera de Automática Ediciones. Quedamos a la espera de esa página web que nos cuente y nos adelante lo que está por venir ahora que ya hemos visto lo que ha venido y no nos ha disgustado. Me quedo con las ganas de saber si también le harán hueco a la nueva narrativa española (¡preparen sus manuscritos!) o se quedarán en el extrarradio de la reedición. Nada que objetar si lo hacen bien y bueno, de momento no pinta del todo mal. Estaremos observando.





martes, 19 de junio de 2012

...siguescribiendo (Tongoy Editions)



PRESENTACIÓN OFICIAL

La Medicina de Tongoy quiere sumarse a la pandemia editorial que asola este país y aprovechando la gratuidad de este espacio ha decidido montar, por su cuenta y riesgo, OTRA. Otra editorial, se entiende.




Lo novedoso de esta iniciativa no está tanto en las expectativas como en una nueva y revolucionaría idea que acabará definitivamente con la competencia. Les cuento: puesto que entre los objetivos a corto plazo no está el enriquecimiento económico ni la acumulación desmedida de poder (aunque para esto sí hay expectativas a largo) lo vamos a dar todo sin cobrar un triste céntimo al personal por los libros ni al escritor por el apadrinamiento de tan perniciosa actividad. Como lo leen: de gratis total. El origen de la gratuidad está en que esta Medicina entiende el oficio tanto el de escritor como el de editor como una vocación equivalente a la del lector: la búsqueda del conocimiento, la satisfacción personal, dar salida a la creatividad, alentar la imaginación, etcétera, etcétera, es nuestra mayor recompensa (y a falta de patrocinadores, también la única). Felices los unos por dar salida a lo suyo y felices los otros un poco por lo mismo: la mecánica del enchufe aplicada a la literatura.

Que hay demasiadas editoriales no es ningún secreto y que con esto no le estoy haciendo ningún bien al mundo, tampoco. No sé dónde leí hace poco que en España hay registradas más de 2000. Ya sé que no todas editan el tipo de novelas (o aproximaciones) de las que suele ocuparse este espacio pero da una idea del despropósito en un país en el que una gran parte de los lectores ejerce esa actividad obligado por un plan de estudios. Se edita mucho, pues, demasiado (¡y cómo!). Pero ya habrá tiempo de hablar de todo esto. Hoy nos vamos a limitar, mis socios capitalistas y yo, a dar el pistoletazo de salida a esta editorial tan de pobres y de no tener contactos que es lo peor que te puede pasar -muy por encima de la falta de talento- si te gusta escribir. 

En el fondo de todo esto está el deseo inconfeso de codearme con la realeza literaria, de entrar en el mundo de ensueño de los premios amañados, las puñaladas por la espalda, las insanas envidias y los odios viscerales de la mano de mis (ahora sí) colegas de profesión Jorge Herralde, Claudio López de Lamadrid o Ana S. Pareja por poner sólo tres ejemplos elegidos muy poco al azar. 


LA PRIMERA NOVELA

Y ahora, hablemos en serio: siguescribiendo nace con la insana intención de promocionar una novela. UNA novela. La novela de uno de los más excelsos comentaristas que jamás haya tenido un blog (¡claro que me estoy pasando!, lo hago para que vean lo bien que trata este blog a sus colaboradores). Es de suponer que la pobrecita editorial morirá inmediatamente después de su publicación, entendiendo esto como su exposición al público, siempre y cuando no me dé la pájara y cambie de opinión. Esto es: no se me emocionen que no me voy a leer ni un sólo manuscrito más que no venga acompañado de un buen jamón. En buena hora. 

Al grano. Inmediatamente después del siguiente párrafo hay una imagen. Pinchando sobre ella se les abrirá otra ventana que pondrá a su disposición la novelita de marras. El escritor es Enrique Torralba, Quique para amigos y conocidos. La novela lleva el [mejorado, a dios gracias] título “Un sol de justicia” y la siguiente advertencia: “Permite una lectura superficial y otra más profunda ¡ambas profundamente placenteras!”. Promesas, promesas. Ustedes la bajan y la leen si les place y ya otro día, con más calma, montamos un post y entrevistan ustedes mismos al escritor, lo ponen a parir, se lo comen a besos o lo que se tercie. Yo ahora voy a desembalar el Joselito y la caja de Ribera que acompañaba el manuscrito y a darme un merecido homenaje. 





viernes, 15 de junio de 2012

“Una forma de vida” de Amelie Nothomb (y un premio)

Esta entrada (post) tiene dos partes. La primera es una reseña de la novela que le da título, la segunda es una reflexión sobre algo de lo que me acabo de enterar medio por casualidad y que ha precipitado esta publicación.

UNA FORMA DE VIDA

Le robo una cita a la novela: “Lo sabes: si escribes cada día de tu vida como si estuvieras poseída es porque necesitas una salida de emergencia. Para ti, ser escritora significa buscar desesperadamente la puerta de salida. Una peripecia de la que tu inconsciente es responsable te ha llevado a encontrarla.” Un poco después, tras un comentario que sólo entenderán quien hayan leído la novela, se añade la que a mi entender puede ser la clave de la misma: “Serás liberada de tu principal problema, que eres tú misma.” Supongo que esto es poco más o menos de lo que trata (esto es, el fondo, "el centro", que diría Pamuk). Y digo "supongo" porque en esta novela no se sabe qué coño pretende la escritora.

Argumento: Amelie Nothomb recibe una carta de un soldado desplazado en Irak que le confiesa su admiración y toda esa mierda. Se van cruzando emails (la Nothomb es famosa por responder a todas cuantas cartas recibe y de cartearse con medio mundo) y el tipo le cuenta que la guerra le da hambre y se ha puesto orondo no, lo siguiente. Al final medio acuerdan hacer de ello un arte y luego se acaba no les diré cómo, obviamente. Novela epistolar, pues, sazonada con reflexiones de la escritora acerca de un montón de nada porque no profundiza en ninguna, motivo por el cual no sabemos exactamente de qué va todo esto. Y es que cuesta imaginar que trate de gordos o de cartas o de expiaciones personales o de mentiras o de las relaciones escritor/lector. También espero que no sea la excusa para contarnos que en realidad ella es una bellísima persona: dulce, inocente, crédula, bondadosa en grado sumo aunque con los defectillos propios de la humanidad entre los que no se incluye la vanidad. Todo tan asqueroso que me tumba la imagen que tenía de ella de bicho raro. Después de esta novela me ha quedado claro que lo más especial de la Nothomb es su sombrero. 

Nothomb, con esa manía suya de publicar una novela cada año, se ha ganado la fama de escritora prolífica de gran talento y tal. Todo mentira. La novela tiene 145 páginas de letra talla “L”, ideal para vistas cansadas que me juego un huevo y parte del otro que no ha tardado ni quince días en escribir. Algo así -en ese tiempo, con ese argumento- no puede ser bueno si no eres un puto genio, que no es el caso, y de hecho se nota a leguas que esto lo ha ido escribiendo como otros escriben sus memorias cada tarde o un blog al anochecer. Sospecho que, en cierta medida, esto va de Amelie Nothomb siendo Amelie Nothomb y contándonos el día a día de la escritora (que es un poco ella mirándose desde fuera y criticándose con muy poco acierto.) Sabremos que recibe veinte o cincuenta cartas al día y que le apasiona leerlas tanto como a otros follar. Conoceremos cómo las organiza, en qué lado de la mesa las coloca y detalles tan apasionantes como que las abre todas antes de empezar a leerlas, que las más de las veces lo hacer diagonalmente, que huye de las más largas y que hay gente muy gilipollas lo mismo en Bélgica que en Francia. En este punto parece que ya no va del gordo en Irak, ni del arte, ni de ella misma sino de sus circunstancias como escritora de cartas, ejercicio al que dedica la mayor parte de las horas del día de lo tantísimo que le gusta, que es, junto con observar nubes desde un avión, casi lo que más. 

No estoy exagerando por aquello de hacerme el gracioso: la novela es mala con avaricia: argumentalmente misérrima y temáticamente indescifrable (entendiendo esto como no saber si únicamente trata de ponernos al día en su adicción por el género epistolar no directamente remunerado). Un puteo, es lo que es. Que esta tipa escriba este tipo de cosas y que se vendan como churros es un insulto a la inteligencia del lector que únicamente se ve recompensada por la mejora en la calidad del papel de Anagrama, al menos en esta ocasión, que da un gusto enorme notarlo tan satinado y tan de ph neutro. Decepcionante, aburrida y lo que no sé si es peor: completamente inofensiva.



OTRA FORMA DE VIDA

Esta reseña la escribí el tres de abril, un día después de acabar la novela. Desde entonces ha estado muerta de risa en la carpeta de borradores porque no pensé que tuviese especial interés. Lo sigo pensando. La idea era dejarla para las vacaciones ya que entre chiringuito y chiringuito nunca me apetece escribir o estoy demasiado ocupado rascándome los huevos como para que me apetezca perder el tiempo sentándome frente al ordenador. El caso es que no hace ni media hora que he visto que el blog "La tormenta en un vaso" ha elegido esta novela de la Nothomb como Finalista al Premio al Mejor Libro del AÑO (!?) de un autor extranjero. Ahí es nada. Paso de romperme la cabeza con eso del mejor libro del AÑO. ¿De qué año? ¡Pero si estamos en junio, por el amor de dios! Bueno, da igual; a lo que iba. Finalista a mejor libro significa que de las chorrocientas mil reseñas que publica ese blog de reseñas, que vienen a ser unas 240 anuales, esta es una de las tres MEJORES novelas del año (que sea). Las otras, que todavía no he leído pero me pongo a ello YA, son "El asiento del conductor" de Muriel Spark (Contraseña) y "Las vidas de Dubin" (Sajalin) ambas de 2011. Una forma de vida es de 2012, de ahí que no entienda casi nada.

Personalmente me cuesta entender cómo es posible que un blog que reseña 240 libros al año no encuentre una novela mejor que esta mierda para premiar, por más que la haya reseñado la propia Care Santos, coordinadora del citado blog y escritora que "ha sido traducida a media docena de idiomas" (cita de la Wikipedia). Ya sé es que cuestión de gustos, que la crítica en internet es cómo es y que venir ahora con estas es meterme en un patatal de cuidado cuando de todos los que conozco mi criterio  no sólo es el más cuestionable sino con el que menos de acuerdo estoy, pero tiene que haber una explicación tanto para que se premie (nomine) un libro de 2012 en el mes de junio del mismo año como para que sea precisamente éste de entre todos los posibles. Claro, yo después de esto no me vuelvo a fiar de una reseña de ese blog ni que me maten.



jueves, 14 de junio de 2012

“El señor Projarchin” de Fiódor Dostoievski

Contexto histórico-literario: Belinski, reputado crítico literario y algo así como amigo de Dostoievski, abandona Anales de la patria, la revista en la que hasta entonces había trabajado para colaborar con otra llamada El contemporáneo fundada por Pushkin (y editada por dos miembros de su pléyade) que por entonces rozaba la quiebra (y de ahí el fichaje). Algo así como dejar Quimera por un nuevo proyecto literario, cultural o similar, probablemente digital en los tiempos que corren. O mejor: dejar Qué Leer para irse a Quimera. El motivo lo ignoro; el dinero, supongo. El caso es que con su marcha Belinski provoca una pequeña crisis al obligar a colegas y amigos, Dostoievski incluido, a tomar partido: o están con él o contra él. Así de sencillo para unos y así de jodido para otros porque una cosa es ser articulista liberado y otra muy diferente haber recibido del editor de la mencionada revista una serie de anticipos a cuenta de futuros libros que habían de ser devueltos con el sudor de su frente que era exactamente lo que le ocurría al eterno deudor que fue Dostoievski durante toda su vida. 

Esta falsa traición se la tomó Belinski como muy poco sentido del humor. Le faltó tiempo al muy cabrón para poner a parir la última obra del escritor calificándola como “una desagradable sorpresa para todos los admiradores del talento de Dostoievski” llegando a afirmar que era “artificiosa, amanerada e incomprensible” y que “este extraño relato” parecía haber sido “engendrado” por “algo por el estilo de la ostentación y la presunción”. No debió faltarle mucho a Dostoievski para morir del disgusto después de leer semejante crítica de un hombre cuya autoridad moral seguía siendo para él y para media Rusia de un valor incuestionable. 

La pregunta que me hago sabiendo esto es: ¿realmente es tan malo el relato o acaso Belinski se dejó llevar -como todo buen crítico que se precie, por otro lado- por la envidia, el desprecio al escritor y la lectura diagonal? Es para dar respuesta a esta pregunta y porque no hay mejor juez que uno mismo, que leo “El señor Projarchin” hace hoy algunos meses. 

EL SEÑOR PROJARCHIN (1)

Para Joseph Frank este relato nace como una respuesta de Dostoievski a un reto planteado por Maikov, el nuevo editor de Anales de la Patria tras la marcha de Belinski, cuando aseguró que Butkov (un escritor) no había podido hacer frente a su autoimpuesta tarea de humanizar (presentar una descripción artística de) un truhan. También Pleshcheev por aquel entonces planteó en un folletín la problemática a la hora de describir personajes en los “cuales todo germen de bondad hubiese sido triturado por el peso terrible de las circunstancias, de las cuales fueron víctimas desde la infancia”. Según Frank hay, detrás de todo esto, una prolongación lógica de los objetivos artísticos y filantrópicos postulados por la escuela naturalista, pero ya en estas honduras no me quiero volver a meter. 

El caso es que Dostoievski tiende a la concisión cuando escribe El señor Projarchin quizá para evitar las críticas negativas que recibió por El Doble cuando fue acusado de haber escrito un relato demasiado extenso. Eso, sumado a los recortes propios de la censura, deja su cuento tan hecho unos zorros que llega a confesarle a su hermano Mijaíl que “toda vida en [este cuento] ha desaparecido. Lo que queda es tan sólo el esqueleto de lo que te leí. Reniego de mi cuento”. Difícil lo tenemos los lectores cuando el propio escritor reniega de su cuento y el crítico más importante de la época lo tacha de basura probablemente por cuestiones personales. Así aún tiene su mérito ser escritor. Hoy se publica toda cuanta mierda escriben los de siempre, que cuentan además con una legión de amigos y conocidos prestos a regalar sus complacientes reseñas, no vayan los pobrecitos escritores a caer en el olvido.

Pero volvamos a Dostoievski. Me pregunto si tiene algún sentido defenderlo o si lo tiene simplemente reseñar un texto que carece de valor para su autor. No, seguramente NO, y por eso voy a dejar esta reseña aquí. Borraré los dos siguientes párrafos en los que hablaba del propio cuento (con sus virtudes y sus defectos, su influencia balzaquiana y otras cosas del querer) en señal de protesta por tanta mutilación y tanta injusta agresión. Que nadie pueda juzgarme como crítico por esta reseña del mismo modo que yo no he querido (podido) juzgar a Dostoievsky como escritor precisamente por ese cuento (2). 




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(1) “El señor Projarchin” está incluida en el recopilatorio CUENTOS de Fiodor Dostoievski editado por  Siruela en 2009 y lanzado para el Kindle (a mitad de precio y aún así bastante caro) en 2012. Edición y traducción a cargo de Bela Martinova. 
(2) Me reservo, claro, el publicar esos dos párrafos en otra ocasión.

lunes, 11 de junio de 2012

“El hombre que gritó la tierra es plana” de Roberto de Paz

Dejen que les cuente la película que me llevó a leer este libro. Roberto de Paz escribe esta novela de título tan prometedor y lo publica en 451 editores. Yo me entero de tamaño acontecimiento no sé cómo, supongo que por Facebook y entro en Amazon.es sólo para descubrir que no lo tienen en versión digital aunque sí en papel, a unos 17 euros, pero como llevo unos meses un poco cabroncete con todo este asunto de la negativa de ciertas editoriales a publicar en digital (a precios decentes, se entiende) pues pasa lo que pasa y pasa que no me compro este sino otro. Los de la biblioteca -que deben pensar lo mismo que yo- no me aceptan la desiderata y por eso me tengo que joder. Y la editorial se tiene que joder. Y lo peor es que también se tiene que joder el bueno de Roberto que poca culpa tendrá de la mala gestión de sus promotores. De esto me quejo en Facebook no sé cuándo y poco después Roberto se pone en contacto conmigo y me ofrece un ejemplar. Yo me resisto cortésmente pero termino aceptando porque la verdad es que sí me apetecía bastante leer la novela y nada arriesgar el capital. Me llega poco después vía correo ordinario y lo empiezo casi inmediatamente. La razón de tanto interés está en el texto de la contraportada: 

“Una historia sobre la necesidad de cambiar para seguir adelante. 

Matías, tras el asesinato de su esposa, decide volar hasta Nueva York para seguir el rastro de su padre, quien se deshizo de él cuando todavía era un niño. Allí cae por la madriguera hasta el país de las maravillas que diseñó su padre, donde los vagabundos dejan las calles para formar parte de una insólita residencia de escritores y los sex shops son la piedra angular de un proyecto utópico que pretende prescindir del dinero. 

Matt se acerca a la verdad sobre su familia, pero también ha de enfrentarse a las terribles implicaciones que se derivan de las leyes de la termodinámica, de la crisis energética que se avecina, y al final del camino tendrá que responder a una pregunta clave: ¿salvarías el mundo ahora que lo has perdido todo?” 

Claro, a uno, con la que está cayendo, le invitan a leer algo sobre una insólita residencia de escritores en la que los sex shops son la piedra angular de un proyecto utópico que pretenden prescindir del dinero y se pone cachondo no, lo siguiente. Y luego que si Alicia en el País de las Maravillas, que si Nueva York, que si tal y cual y sin poder evitarlo me acuerdo del Chronic City de Lethem que tanto me había gustado.  Y ojalá, pero no. 

Lo cierto es que esta primera novela de Roberto parte de una premisa fantástica (en el amplio sentido del término) que a diferencia de la mayoría va mejorando según avanza. El problema está en llegar a la recta final sin morirse de aburrimiento. Estoy exagerando, claro; yo muriéndome de aburrimiento sólo leo a Tao Lin y únicamente porque sus libros son más breves que algunas notas al pie de La Broma Infinita. Lo que menos me gustó de “El hombre…” fue, aparte del por momentos excesivo -por innecesario- ejercicio de embellecimiento literario, el puto ir y venir de la calle Segovia a la avenida Valencia o lo de pasar frente al Banco de España y decirlo, como si tuviese maldita importancia conocer la geografía de una ciudad para entender lo pillado que está uno de la muchacha de marras. Y hablando de cerezos en flor: lo del amor es también aquí una cuestión de aguante. Ya sé que no es culpa de nadie y de hecho no me cuesta leerlo  siempre que no tenga que hacer paradas para vomitar, pero cuando ocurre como aquí, que el amor toma protagonismo cuando no debía pasar de anécdota, pues me jode, no les voy a engañar, porque yo esperaba encontrarme con las miserias del mundo y sólo me iba encontrando con las del protagonista, al menos durante algo así como la mitad de la novela, que es lo que duran los preliminares. Luego ya sí, pero sólo cuando viene papá a poner las cosas en su sitio. 

Papá  es un tipo genial (y ahora voy a pasar de puntillas para no joderles la novela más de lo que ya lo hace la contraportada), un revolucionario, un tipo singular, peculiar, un anarquista como la copa de un pino que cree que los pilares de la sociedad estarían mejor triturados (aquello de arrancar de cero) para lo cual no se le ocurre mejor idea que acelerar el proceso de destrucción de la sociedad agotando o quemando (dinamitando, directamente) los recursos naturales amén de otros métodos un tanto expeditivos. Lo que vienen siendo “por las malas” de toda la vida de dios. 

Esta última parte se centra más en la cuestión y es gracias a ella que se salva la novela del mismo modo que una comida corriente se puede mejorar con unos buenos postres. Una novela es lo que queda de ella cuando deja de arder y de este novela me quedo, sin dudarlo, con el esbozo de ese Nueva York oculto, marginal, revolucionario y lamentablemente tan poco creíble como necesario. También con el arranque,  un sensacional primer capítulo que sirve para marcar la ruta del viaje y que invita a no desesperar en los momentos flojos. Cuando hace una semana hablaba en el post de Juan Mayorga (“Hamelin”) de esa suerte de necesidad de empezar a poner bombas y cortar cabezas estaba pensando no tanto en aquella novela como en esta y me pregunto en qué momento dio Roberto con la solución a ciertos problemas que aquí todos vemos venir y ninguno quiere afrontar. No me hagan caso; estoy bromeando. "El hombre que gritó al tierra es plana" no da respuesta a ninguna pregunta simplemente porque no es el tipo de novela que se dedique a esto, aunque es verdad que sí puede ser un buen reflejo del nivel de desesperación de la sociedad actual que ve en acelerar el fin de los tiempos una buena salida ahora que ha quedado claro que las urnas no sirven absolutamente para nada.

lunes, 4 de junio de 2012

“Hamelin” de Juan Mayorga

Este post no va a tener maldita la gracia. 

El lunes 21 de mayo se publicó en ElMundo.es una noticia de las que acojonan: “Cerca de 2.200.000 niños viven bajo el umbral de la pobreza en España” (enlace). Que más de dos millones de niños vivan bajo el umbral de la pobreza debería ser una razón más que suficiente para que a la clase política se le cayera la cara de vergüenza. Dos millones de niños que no saben si comerán mañana es, en mi humilde opinión, una razón más que suficiente para empezar a poner bombas. Según pasan los días me voy convenciendo de que un sistema que no puede dar de comer a sus hijos (los únicos inocentes) es un sistema de mierda que habría que arrasar sin contemplaciones. Quizá, aprovechando la tranquilidad que da ver a Papá Estado rescatar un banco tras otro, deberíamos ir pensando en volver a atracar bancos a punta de pistola. Acabar con las medias tintas y los paños calientes: ROBAR y esperar a ver quiénes son los primeros hijos de puta que nos llaman ladrones por querer dar de comer a nuestros hijos, identificarlos y ahorcarlos en patíbulos improvisados en plazas y jardines. Fin de la introducción. 

Hamelin” de Juan Mayorga es una pequeña y muy sencilla obra de teatro que empiezo a leer, por casualidad, el mismo día que ElMundo publica esa noticia. "Hamelin" cuenta una historia tan jodida que se come la más o menos arriesgada escenografía o cualquier asomo de planteamiento narrativo revolucionario que pudiera tener, que no lo sé porque no soy experto en la materia, pero que me parece que no es para mucho (aunque confieso que en general me suele gustar bastante eso de eliminar el atrezzo del escenario y dejar al espectador completamente a solas con los actores y lo que estos tengan que decir.) 

Hamelin” habla del forzoso final de la infancia. Cuenta la historia de un juez que detiene a un hombre al que acusa, con pruebas fotográficas, de abusar sexualmente de menores; de llevar niños o adolescentes a un chalet en la sierra y repartírselos con otros hombres que están por allí de visita mira tú qué casualidad. La historia, que parecía tratar el eterno asunto del secuestrador pederasta, da un pequeño giro cuando conocemos al niño sobre el que caerá el peso de la trama y la justicia (y que en el escenario es interpretado por un adulto). Ese niño es uno más de seis hermanos y sus padres son pobres como ratas. Su benefactor, amigo de la familia desde hace muchos años, es la clase de ser humano que te presta dinero cuando lo necesitas: la clase de persona que está ahí cuando no tienes a nadie más. Es tan bueno este hombre, tan bondadoso, que no duda un instante en hacerse cargo del crío, de acompañarlo al colegio, de ir a recogerlo y/o de llevarlo a cenar chocolate con churro a un chalet de la sierra dónde hay otros niños en su misma situación y otros hombres y mucho, muchísimo amor y poquísimo desinterés, ya se pueden imaginar.

Hamelin” es una patada tras otra: la primera cuando conocernos la labor del pederasta y su catadura moral, propia del hijoputismo; la segunda cuando se nos presenta la complicada situación del objeto de deseo y la tercera cuando es harto evidente que los padres del infeliz están algo más que al corriente de la situación y se confirma lo que cualquiera con dos dedos de frente ya se tenía que haber visto venir: que la confianza es en realidad un pago en especie. Lo de poner el culo de tu hijo para pagar la hipoteca, para que nos entendamos. Pues esa clase de historia es esta.  

El caso es que yo no puedo dejar de pensar en los 2.200.000 niños que viven bajo el umbral de la pobreza y en los 19.000 o 25.000 o 40.000 millones de euros que nos vamos a gastar en tapar el agujero de provocaron una banda de bancos ladrones (y no de ladrones de bancos, como antaño) y en los centenares de lobos con piel de cordero y pollas sedientas de agujeros mucho menos protegidos que esos. Se castiga la inocencia; siempre se castiga la inocencia. Qué bonita la justicia, si existiera. Yo ya no sé si echarme a llorar o arrancarme  a quemar algo, contenedores, bancos, congresos, senados, lo que sea o rescatar la guillotina, sacarla del fondo del armario, plantarla cual geranio frente al congreso y dejar que vayan pasando de uno en uno los directos responsables. De uno en uno.




"En la alegre ciudad de Lepingville le compré cuatro revistas de historietas, una caja de bombones, un paquete de compresas, dos coca-colas, un juego de manicura, un despertador de viaje con esfera luminosa, un anillo con un topacio auténtico, una requeta de tenis, unos patines con botines incorporados, unos prismáticos, una radio portátil, chicle, un impermeable transparente, unas gafas de sol y algo más de ropa: pantalones cortos, varios vestidos. En el hotel pedimos habitaciones separadas, pero en mitad de la noche vino a la mía sollozando, e hicimos el amor sin prisas. Es que la pobre no tenía ningún otro sitio adonde ir, ¿comprenden?" 
 "Lolita" de Nabokov