lunes, 22 de noviembre de 2010

"Los dos húsares", León Tolstói





19 de abril de 1856 

Un Tolstoi de 28 años escribe en su diario (“Diarios (1847-1894)”) que ha terminado su novela en curso (“Padre e Hijo”) a la que, siguiendo el consejo de su amigo y poeta Nekrasov (que por entonces era también codirector de la prestigiosa revista literaria rusa “El Contemporáneo” -primer lugar en qué se publicó esta novela corta-) cambia el título por el de “Los Dos Húsares”, nombre con el que se conocerá partir de ese momento. 


1968 

Este es el año en que se publica por primera vez en nuestro país. Lo hace de la mano de la Editorial Juventud (S.A.) bajo el título “Polikuska y Dos Húsares” (siendo “Polikushka” otro de esos relatos largos o novelas breves de los que nada se sabe pero que gustan de ser incluidos en recopilatorios de diversa índole). 



1993 

Compro en Círculo de Lectores el ensayo póstumo de Italo Calvino “Por qué leer los clásicos”. Se trata de una recopilación de críticas literarias de grandes y medianos clásicos, más o menos (des)conocidos; críticas que parecen llevar implícita la esperanza de invitar a su lectura a la vez que defender obras en desuso. En cierto modo esa compra es mi primer intento serio de acercarme a ellos: a los “clásicos”, quiero decir. Recuerdo, por aquel entonces haber afrontado sin mucho éxito lecturas como la “Metamorfosis” de Ovidio, las “Noches Blancas” de Dostoievski y muy probablemente también “Niétochka Nezvánova”, del mismo autor, si es que, tal como recuerdo, estaban compendiados en un tomo de coleccionable: aquellos publicitados como grandes obras de la literatura: encuadernados simulando piel y de tamaños diferentes, quizá con la intención de darle al comprador, por el mismo precio, la categoría de coleccionista de arte y (fraudulento) lector de culto. Creo recordar que hubo también un asomo –y subsiguiente susto- a “La Eneida” de Virgilio en una (extraviada) edición mucho más vulgar: blanca, de bolsillo: de auténtico lector de bajo presupuesto. Esperaba encontrar en el libro de Calvino una invitación que me hiciese atractiva la recuperación de estas obras. Vano intento pues erré de plano al afrontar su lectura de un modo lineal. Quiero decir con esto que debí ahorrarme paseos por latitudes literarias demasiado lejanas porque al fin y al cabo, ¿qué podía esperar mi yo de entonces del relato (“Anábasis”) de Jenofonte sobre una expedición de diez mil mercenarios griegos a Persia o las maravillas que se ocultan en “Las Mil y una noches”? ¿Qué me hizo pensar que aquella metamorfosis ovídica era un paso a la hora de afrontar obras más modernas y menos mitológicas? (esto me hace sospechar que fue el libro de Calvino lo que me influenció a la hora de llegar a Ovidio y no, como creí al iniciar este relato, mi incapacidad de enfrentar al segundo por lo que busqué al primero) o ¿de dónde saqué la ridícula idea de que la mejor forma de huir de “El Quijote” era refugiándome en “Tirant lo Blanc”?). Ahora sé que hubiera sido mejor acercarme sin tanto recelo al ecuador del libro porque a pesar de ser una zona también desconocida resultaba, por su realismo, mucho más accesible; estaba toda ella (la zona) empapelada de referencias a textos inéditos de Dickens (“Our mutual friend”), relatos de Flaubert (“Tres cuentos”) y otras obras que quizá por ignorancia consideraba entonces menores: “El hombre que corrompió a Hadleyburg” de Mark Twain, “Daisy Miller” de Henry James, “El pabellón de las dunas” de Robert Louis Stevenson y el motivo de este artículo: “Los dos Húsares” de Tolstoi. 



2007 

El diario El País reedita “Los dos húsares”: es un libro más entre los 30 que integran un coleccionable diario dedicado al relato breve de grandes autores. Recuerdo vagamente aquel coleccionable. Quizá pensé que era una forma un tanto extraña de aumentar las ventas; seguramente no: lo más probable es hubiese descartado su compra, no por no ser comprador habitual de periódico alguno (ya que no sería la primera vez que hiciese el esfuerzo por según qué colección) sino porque por aquel entonces me interesaba más la compra de clásicos modernos del cine en dvd. 



Octubre de 2010 

Descubro por casualidad, al caer la faja promocional de un libro que consulto un poco por azar en unos grandes almacenes, que estamos en el “Año Tolstoi”. No necesito investigar demasiado para darme cuenta de que es un homenaje que está pasando sin pena ni gloria, sin publicidad, sin esperanza de vender reediciones de libros que al fin y al cabo ocupan ya las estanterías de la gran mayoría de las casas, gastados en su mayoría de tanto no leerse: húmedos, carcomidos, suplicando un prólogo decente. Nadie ha tenido la genial idea de aprovechar el momento para reeditar sus obras completas en económicos fascículos quincenales, con formatos variables y falsas encuadernaciones en piel. ¡Qué poca iniciativa editorial! ¡Qué falta de visión comercial! ¡Qué lástima la sensación de ver pasar el año y no tener ni un triste calendario con foto que usar de marca páginas! Hacer coincidir este año con este homenaje no es casual; no ha sido el azar el que ha dictaminado tal cosa, ni hay intereses ocultos en esto. El 20 de noviembre de hace 100 años, con 82, moría Tolstoi de neumonía en la estación de ferrocarril de Astápovo, acompañado de su hija Alexandra y de su inseparable médico Makovitski con quienes había huido de Yasnaya Polyana, su hogar, y de su mujer, Sofia, para envejecer en soledad. Apuesto a que la estación estaba nevada y solitaria, como nos gusta a los nostálgicos que sean las estaciones rusas de hace 100 años; nevadas como aquellos parajes en los que vivían pobres y enamorados Yuri Zhivago y la dulce Lara. Muere Tolstoi dejando un legado de 180.000 páginas manuscritas entre las que se encuentran algunas de las obras cumbres de la literatura mundial. 




EPÍLOGO

Noviembre de 2010 

Resulta desalentador descubrir que aquella pequeña obra motivo de esta entrada, considerada por cierto sector de la crítica como la tercera mejor novela del autor, malvive en el anonimato. Todos mis intentos de encontrarla han sido inútiles. Inútil encontrarla y por extensión imposible leerla. Hubiese sido un bonito gesto que este año, aniversario de su muerte, alguna modesta editorial la hubiese rescatado del olvido. Me hubiese conformado con una edición sencilla, de bolsillo, ya fuese sola o recopilada conjuntamente con otras obras mayores, menores o insignificantes, cuentos o relatos, o restos de diarios como aquel que su mujer le encontró oculto en una bota. Pero no ha podido ser. Me quedan dos consuelos: por un lado la mastodóntica reedición que sacó el mes pasado la editorial El Aleph, que vuelve a traducir "Guerra y Paz" para presentarla con un excepcional formato y hacerle, esta vez sí, un justo homenaje a su figura, inmensa también; y por otro esa novela llamada "Sobre mi padre" traducida por la editorial Nortesur, que sirve para recoger los diarios escritos por los protagonistas de los últimos días de Tolstoi, en especial los de su hija y confidente Tatiana Tolstoi.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Prólogo a "25 centímetros" de David Refoyo






Esto no es una crítica de la novela de David Refoyo (1). Y desde luego no es un plagio. Esto no es más que un prólogo no autorizado a su novela. Pero no contento con eso, además de ser un “prólogo no autorizado” es a la vez un ejercicio gimnástico de contenido (alto y) abiertamente sexual. En definitiva y por ahorrarles tecnicismos: tengo la (in)sana intención de pornografíar esta entrada del blog del mismo modo que, en cierta manera, David Refoyo parece haber pornografíado su novela. Digo “parece” porque este prólogo nace tanto del apetito literario -y algo sexual- del momento como de la insatisfacción -también literaria y también sexual- que me produce no tener acceso a su novela, puesto que lo que hasta ahora se conocían como “medios naturales para poder leer un libro” (comprarlo, alquilarlo, etc.) han demostrado ser a todas luces insuficientes. No sé si de la manifiesta falta de profesionalidad que de todo esto se desprende es culpable la editorial, la distribuidora o la librería; para el caso es lo mismo: a mi esta situación me tiene desde agosto en permanente estado de erección y, como podrán imaginarse, con un terrible dolor testicular. 

Es por ello que harto de ambigüedades editoriales y eternizantes esperas -y ávido de inseminaciones culturales- he optado por el camino más lógico y menos tortuoso: me propongo prologar, del modo que prologan los preliminares sexuales en el juego del amor carnal, la novelita en cuestión. Se nos ha ocurrido (“nos”: esto es cosa de dos; una coproducción en toda regla) que nada mejor para hablar de sexo que hacerlo harto evidente. Y he aquí el quid de cuestión: lo que importa: el leit motiv de este descalabro verbal: ustedes no lo saben, pero todo lo escrito hasta este instante es fruto de la inspiración sugerida por los albores de un juego erótico aún por concretar y que atiende a una única regla: desnudar mi alma y mi cuerpo al mismo tiempo y someterlos (al segundo con especial interés) a todas cuantas prácticas sexuales sean posibles lápiz en mano. Me comprometo, sinceramente, a trascribir fielmente en esta entrada lo que tenga lugar en la alcoba; no “antes”, no “después”: durante; no duden ni por un instante que no les cuento la verdad. He elegido prologar antes que epilogar por temor a una eyaculación precoz porque luego me entra la modorra e igual no me da por escribir. He aquí pues, ya sin más demora, el ejercicio: 

PREELIMINARES 

Empiezo por quitarme los pantalones. Bien, digamos que, técnicamente, me los quitan: no puedo escribir y desbrochar botones al mismo tiempo; ya sólo la dificultad en la prosa de la cuarta frase del párrafo anterior ha evitado una erección demasiado temprana. Mi partenaire, en cambio, se las tiene que apañar solita para quitarse la ropa, lo cual mis sentidos agradecen enormemente, no así mi pulso, que tiembla horrores (: no había, hasta hoy, masturbado un lápiz). Me está quitando la camisa… muy despacio… cuando surge el primer problema técnico: debí pensarlo antes: interrumpo la escritura por causas de fuerza mayor… … para retomarla segundos después de lo esperado: la camisa, en mi torpeza, no salía. Los nervios, supongo. Entiéndanlo: es mi primera vez en público. He dudado, lo confieso, durante el ínterin, en dejar esta memez y echar un polvo en condiciones, pero mi pareja me ha recordado que este no es un acto sexual sino literario y que debe prevalecer por encima de todo el rigor periodístico si quiero hacerme un hueco en la industria. La lascivia en su mirada me desconcierta; no sé a qué industria se refiere exactamente entre las dos posibles en este entorno tan hostil. 

En ropa interior nos tumbamos en la cama; busco apoyo para la libreta en la almohada y mientras fruto de una habilidad pasmosa veo caer, en el armario, el reflejo de las últimas prendas que nos quedaban descartamos, entre risas nerviosas, el sesenta y nueve como punto de partida. Su espalda es mi pupitre y el espejo del techo evita que acabe siendo su piel improvisado pergamino. Y así, enamoradísimos (ya se pueden imaginar) empezamos a lamernos: los pezones, los ojos, el mentón, el lóbulo de las orejas, las orejas mismas… por lamer nos podríamos lamer hasta la vesícula biliar de tanto que nos gusta; y arqueando la pierna uno y la espalda el otro, y consintiendo gestos obscenos, acabamos mezclándolo todo: efluvios, fluidos y 




superado así el éxtasis de la eyaculación caemos rendidos tras esta media hora de agotador combate, esta suerte de amor inmenso, y con la espada todavía en alto ruego a dios que me dejen de temblar los brazos o acabaré dibujando criptogramas. 

David Refoyo merece el cielo por hacer posible este momento. Qué gran novela la suya. Qué gran idea escribirla y publicarla y hacerla inaccesible. Qué gran labor este secuestro editorial. Un visionario, David: un mago: haciendo realidad nuestros deseos. 

Y puesto que el objetivo de esta entrada era pornografiar un prólogo, y no habiendo en el reposo poscoital mas erótica que la uno mismo otorga, doy por concluida la labor documental confiando en que hayan ustedes disfrutado con la lírica del relato de este momento de sincero periodismo informativo que descansa ahora embellecido con dos cuerpos tendidos, exhaustos y sudorosos. 



(1) PRESENTACIÓN DE 25 CENTÍMETROS POR MANUEL VILAS (a): Esta novela de David Refoyo es puro sexo. Es sexo y política. Sexo y destrucción. Sexo y complejidad social. Sexo e Internet. Sexo y alienación. Sexo y terror. El escritor se cuela en los intestinos de la industria del porno. El porno aquí es un símbolo del deterioro de la civilización occidental. Casi todo el libro demuestra que nuestro tiempo ha convertido a la pornografía en el último animal tecnológico. Se folla mucho en esta novela. Actores porno, prostitutas, emigrantes, mujeres desesperadas, gigolós, convierten esta primera novela de David Refoyo en una orgía tipo «Walk On The Wild Side» de Lou Reed. Es una novela coral, pensamientos de mucha gente que cuelgan del aire postindustrial. David Refoyo ha escrito una novela original y distinta, también valiente, y tal vez todo ello signifique que estamos circulando ya por las nuevas avenidas de la literatura española del siglo XXI, lugares del futuro, porque esta novela revela que España es ya un país globalizado. 25 centímetros es una narración de terror. Me gusta este libro. Me he leído este libro con pasión, y he pasado miedo, miedo auténtico. Me gusta pensar que España tiene ahora escritores diferentes, nuevos escritores.
(a) Presentación de Manuel Vilas: Fíjense que no tiene entrada en la wikipedia Manuel Vilas de tan famoso que es. Pero yo se lo cuento: es escritor; y muy bueno. Tan bueno como desconocido. Así de bueno. Buenísimo. Se le asocia al movimiento literario llamado Nocilla pero hubo cierto jaleo y no sé yo si al final renunciaría al cargo. Pero miren: en google aparece: lo encuentran por ahí seguro.