martes, 26 de octubre de 2010

"Dietario Voluble", de Enrique Vila-Matas



Programar una entrada en un blog es establecer una fecha y hora concretas para la publicación automática de un texto previamente escrito. 

De eso va esto. O de esto va eso. De programar. De esperar. De la paciencia y la recompensa. De no hablar por hablar. De no entender nada, también, pero eso solo vosotros. De olvidar, como olvidareis; de recordar, como os recordaré. Programo así vuestro olvido y me comprometo a rescatar vuestra memoria. No temáis, yo os protejo; o temed, por lo mismo.




Acabo de programar una entrada en el blog para dentro de un año aproximadamente: el 12 de octubre de 2011, a las 10 de la mañana, se publicará lo que será el verdadero comentario –no este pequeño engaño- de lo que me sugiere un libro de Enrique Vila-Matas llamado “Dietario Voluble”. Tienen ustedes, pues, un año entero para leerlo y adelantarse así a los demás en la comprensión del texto final. 


Quizá un año parezca excesivo. Estoy de acuerdo. Pero también se antoja(rá) necesario como reafirmación de la idea sugerida. Dentro de aproximadamente un año sabremos si estaba (o no) equivocado y si ha valido (o no) la pena esperar. Y entonces lo entenderéis todo. (O no). No, directamente no: no lo entenderéis: pero no temáis, que yo os lo explico; entonces: dentro de un año. Aproximadamente. 

lunes, 25 de octubre de 2010

La Culpa: El Hoax de Tongoy



"Los Hoax y la cópula son abominables, 
porque multiplican el número de hombres” 
Victor Galeo 


Aviso a navegantes: La revista QUIMERA nº 322 del mes de Septiembre de 2010, la de la portada del rostro difuminado que promete adentrarse en el proceloso mundo de la falsificación es, en sí misma, mas falsa que Judas. Por menos de 20 monedas de oro Vicente Luís Mora se ha colado en nuestros revisteros para beneficio propio y ajeno. Ha venido a mofarse de nosotros, lectores de Quimera entre los que no me incluyo, demostrando que no tenemos ni flores de nada y que nos da igual que nos den pata negra curado o de plexiglás. Por si a estas alturas alguien no se ha enterado, Quimera 322 está escrita por una sola mano fingiendo ser otros. No hay nada, absolutamente nada en esa revista que sea verdad. Ni los anuncios. Mora, en su blog lo introduce así: 

Sí, es cierto, lo confieso: he redactado el último número de la revista Quimera, el 322, correspondiente al mes de septiembre, desde la primera línea hasta la última, a través de 22 seudónimos y varios nombres reales que se han dejado usurpar por mí. 

(Hoy) no voy a engañar a nadie: no me he leído el número en cuestión. Lo he comprado, si, gastándome el dinerillo como acto solidario –comprometiéndome incluso en silencio a su compra mensual a partir de ¡ya!-, pero leer, lo que se dice leer, no, no lo he leído. Y no lo he hecho por la misma razón que sí lo he comprado: porque es mentira. Quimera 322 (no es justo con la revista -en esta ocasión, al menos- desprenderla de su numeración) es un artefacto magnífico; una idea genial por parte del escritor, que se habrá dado la paliza de su vida demostrando además un buen hacer (esto sólo lo supongo, pero en base a cierta experiencia puedo afirmar que no me equivoco (1)) y una osadía ejemplar por parte de los editores de la revista a los que la jugada lo mismo que les salía bien les podía haber ido fatal; pero de eso probablemente no llegaremos a enterarnos nunca porque quienes se han manifestado lo han hecho mayoritariamente en el blog de Vicente Luis Mora, Seres a los que considero Intelectualmente Afines –entre ellos- (por no tacharlos directamente de amigos) que no han dudado en mostrar su apoyo incondicional. Sin que sirva de precedente confesaré ahora mismo ser uno de ellos: no “amigo”, sino lo otro: “Ser Intelectualmente Afín” y haberlo hecho. Apoyarlo, digo, glorificarlo, enaltecerlo, todo eso, públicamente y en su blog, porque, al margen de maniobras editoriales o egos insatisfechos de escritor, Quimera 322 me parece una de las mejores cosas que han pasado en el mundillo literario en lo que va de año, obviando, claro, la sorpresa que ha sido el NOBEL de Literatura de este año, que demostrará (ya lo verán) no ser más que una burda maniobra perpetrada con el único fin de restar protagonismo a mi Quimera particular, ésta que trato de explicar y no me deja la verborrea. 


El Hoax de Tongoy tiene, a grosso modo, la función de mentir. Claro. El objetivo es evidente: crear un artefacto que engañe al lector y le haga creer que quien ha escrito algo realmente no lo ha hecho (o/y viceversa). En su momento [enlace] Oblomov finge su suicidio para así dar veracidad, un poco después  [enlace], a las palabras de quien esto escribe: Tongoy; no se busca otra cosa (caos) que celebrar una ceremonia de la confusión. ¿Existe Oblomov? La respuesta es evidente, al menos para mí. No lo es tanto para ustedes, testigos mudos (2), del mismo modo que servidor tampoco podrá saber nunca si lo que me cuenta VLM (Vicente Luis Mora) en su hoax particular es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad o si quizá, dentro de un año, alguien nos descubrirá una segunda mentira en algún número especial dedicado al fraude del fraude, al hoax del hoax; puede incluso yo mismo, también de aquí a un año, confiese no haber mentido cuando sí lo hice. ¿Y qué pueden hacer ustedes al respecto, afortunados portadores del libre albedrío, ignorantes testigos de mi demencia senil? Muy sencillo: pueden leer los dos blogs creyendo que son uno, o leer uno creyendo que somos dos, o no leer, o leer otras cosas o esperar por la próxima entrada en la Oblomovka Herida (3), que supongo será la más sincera de cuantas han leído ustedes hasta el momento. O hagan ustedes lo que han estado haciendo desde siempre: lo que les plazca. Y no se me quejen por la mentira, no sean pijoteros, que a ustedes les ha salido gratis mientras que a mí me costado una jaqueca y una suscripción a Quimera. 




(1) Y ustedes, en base a la suya (a su experiencia) pueden optar por no creerme y no les faltarán razones. 

(2) Porque quieren: ¡Comenten, comenten! 

(3) No les doy la dirección: si a estas alturas no está en sus “favoritos” ya no sé qué mas decirles. Pero pueden pinchar en el enlace. 

martes, 19 de octubre de 2010

A Roberto Bolaño le gusta Tongoy

Elijo una estación descocida para partir en este improvisado Viajeros al Tren!: entro en la web de Bolaño, por dármelo a conocer, puesto que no nos habían presentado y me encuentro un página casi en blanco: un fondo gris y cinco pequeños enlaces: fea y funcional: muy de gran escritor. Justo lo que buscaba yo para mí.

Me da una rabia terrible que Roberto Bolaño no haya hecho nunca referencia alguna a la calidad de mi blog: ni buena ni mala. Si, ya sé que se murió antes de abrirlo, pero la pena es la misma (la de su muerte y su silencio y viceversa). Llevo tiempo buscando la fama con la insana intención de demostrarle al mundo que nada me puede cambiar, ni tan siquiera un éxito indecoroso, y estoy seguro de que todo hubiese sido mucho más fácil si Bolaño hubiese dicho algo, aunque fuese poco. Me hubiese bastado en un sencillo “Me gusta” en alguno de esos Avances Editoriales que publicito en el facebook semanalmente. Con ese “Me gusta” me las hubiese apañado perfectamente para sacarle provecho. Pero no pudo ser: se murió antes: Bolaño. Y ahora estoy yo, por su culpa, medio huérfano de éxitos, haciéndome valer en soledad.

Se me ocurren terribles maldades y abuso de este silencio salvaje para fantasear con alguna: es primavera (aprovecho lo opcional de la escenografía) y me doy de alta otra vez en el facebook pero esta vez como Roberto Bolaño, no el muerto, claro, sino otro, haciendo coincidir el nombre. Altero una foto con algún morphing para darnos parecido, porque lamentablemente –qué delgado estaba, qué envidia!- no coincidimos ni en las gafas. Ya dentro del facebook me hago un perfil literario; me publico libros con ligeras variaciones: “Las detectives Salvajes”, por ejemplo, o "Putas Homicidas" o "2999": cosas similares. Y entonces le doy a Tongoy prioridad absoluta y me ensalzo en comentarios y en todo lo que encuentro y procuro que la gente vea que “A Roberto Bolaño y 6 personas más les gusta esto”. Después de eso: camino de rosas: entro en foros y digo: “A Bolaño le gusta Tongoy”: miradas de asombro; estupefacción: qué alto ha llegado y en qué poco tiempo. Quién va a fijarse en la fecha. Y aún haciéndolo: con las dudas se entra y bueno, digo yo que alguno se quedará, no para siempre, seguramente no, pero un par de meses, porqué no: algunas entradas. Si ven el error, que lo verán, puede hacerles gracia: “Qué gracioso, mira, de tanto mentir no sabe hacer otra cosa”, dirán y yo tan feliz, entusiasmado, aceptando las críticas mordaces y demoledoras a cambio de un poco de fama. Llega entonces lo mejor: su familia, sus amigos, su fundación: me denuncian: bloquean mi cuenta del facebook y un juzgado de guardia determina "prácticas indecorosas de carácter literario en la red"; me libro de prisión "por vacío legal" y me ofrecen escribir un guión para contar mi historia en una película dirigida por Bigas Luna que me pondrá a follar sin parar con los mejores actores. Y así, cubierto de gloria, la muerte: paseando por un campo nevado caigo con mis setenta años, cual Robert Walser, a plomo; y allí me quedo, infartado, dejando un legado de fotos aéreas y un blog lleno de mentiras.

Este tren no lo quiero, prefiero la estación, tan ocurrente. Me doy cuenta enseguida de la enorme influencia que han ejercido en mi prosa los dos únicos capítulos que he leído del ultimo libro de Daniel Sada y me propongo hacer pronto las américas: buscar referentes mejores, amigos suyos. Se me hace tarde sin haber partido el tren. Bajo y me voy. Ya viajaré otro día.

lunes, 18 de octubre de 2010

Relato original de Ajancio, Proconsul Ovejero



(INTRODUCCION) 

Hace unos días, de viaje en Murcia por motivos de trabajo, me senté, un poco por azar, en una terraza del Café Santos: aquel en que Miguel Espinosa conoció a Mercedes Rodríguez, musa natural y amiga, y donde es de suponer que concibió y en parte escribió “Escuela de Mandarines”. Fui atendido por un hombre muy mayor, pálido y ojeroso, delgado como una estaca, que llevaba en la solapa de la camisa blanca nuclear de camarero una placa identificativa que le otorgaba el peculiar nombre de Macacio, como aquel “Macacio El Canoso”, personaje de la novela de Espinosa, “Enmucetado de Historia, Fundador de la Secta de los Resurrectos y último Ditirámbico de la Feliz Gobernación”, albino, soberbio y arrogante que nació tarde y quiso ser terrible en un época que solo permitía ser majadero. (1) 

De vuelta en casa me dio por recordar a Oblomov Varese, suicida ejemplar e infeliz amigo, pensando sin querer en lo imposible de la resurrección y queriendo establecer, -a pesar de todo- como en su día hizo Macacio, una secta destinada a tal fin: resurrectora de seres queridos, importantes o de efímero e intrínseco valor, dándoles una segunda oportunidad con una única condición: que hiciesen con su vida aquello a lo que parecían destinados antes de perderla. Oblomov, sin duda, estaría obligado a reescribir su pasado, testigo inmutable de la buena literatura. Aunque su temprana muerte nos privó de ese placer, queda todavía, afortunadamente, abundante correspondencia y numerosos relatos. Quizá fuese posible, aplicando la Medicina adecuada, alargarle, en cierta manera, la vida; la literaria. 

Animado por esta idea de la resurrección rescaté, de entre todo su legado, un relato breve que llevaba el misterioso título de “Relato Original de Ajancio, Proconsul Ovejero” (2), que también, como aquel camarero de Murcia, es un personaje de la novela de Espinosa. A continuación reproduzco íntegro y sin correcciones el texto íntegro de Oblómov: 



“Relato Original de Ajancio, Proconsul Ovejero” por Oblómov Varese. 


Primera Parte

Fue durante una jornadas gastronómicas visitando “Casa de la Ermita”, una bodega cuyos viñedos se encuentran en El Carche, la sierra con las montañas más altas de toda la región de Murcia, donde me descubrieron otro vino, un Cabernet Sauvignon, un Syrah Chileno del Valle del Maule, en la cordillera andina, llamado “Oveja Negra”; un tinto muy expresivo, especiado y con un toque de pimienta que le confiere un matiz muy singular. Quien me lo vendió, un hombre viejo, viejísimo, la Vejez Andante si existiera, aseguraba ser camarero de aquella bodega y decía llamarse Ajancio; y algo de verdad había pues demostró ser lo bastante hábil para convencerme de comprar varias botellas de ese vino ovejero del que era, secretamente, representante. Quedamos esa misma noche en una vinoteca del centro de Murcia (creo recordar que en la calle Jimenez Baeza, cerca de la plaza Sandoval en la que estaba mi hotel) y acompañados de unos ibéricos dimos cuenta de algunos Ribera del Duero cuyo nombre nunca he logrado recordar. En la conversación se colaron inevitablemente cosas de nuestro pasado; yo le hablé de mi familia y de mi particular mal: la pereza, la desidia, la desesperanza; aquel que más tarde, cuando descubrí la novela de Goncharov, bauticé como oblomovismo. Hablamos de libros y literatura, de arte y ensayo, de filosofía y de política. Avanzada la noche y la confianza le invité a llamarme Oblomov pero él insistió en usar el apodo de “Ermitaño”, puesto que había sido en la Ermita donde me había conocido. Me acordé sin quererlo de aquel Eremita que un día bajó de una montaña para luchar con la palabra contra cierta Feliz Gobernación. No podía imaginar entonces cuán cerca estaban mis recuerdos de vincular hechos con verdades. Un par de botellas después, desinhibido por el alcohol o la confianza empezó Ajancio a hablar de su pasado y lo hizo del modo siguiente, tergiversando la gramática y llamando a las cosas por nombres que aún hoy no acierto a comprender cómo logro recordar: 


Segunda Parte: "Breve Historia de Ajancio"
Te contaré mi vida en pocas palabras, Ermitaño querido, pero precisamente por ello has de tener la mente despierta o correrán entre por tus orejas sin anclar significancia y perderanse los ulteriores motivos en el insondable olvido de la ignorancia, supina o no. No preguntes ni interrumpas mi relato ni por sorpresa ni por pasmo pues solo así podremos avanzar en el infortunio de mi vida y concluir la historia antes de que truene el alba y deba partir. Y disculpa mis palabras, restos de un pasado difícil de borrar. Soy Ajancio Cornelio, hijo de Sila y Belania: dictador él, consorte ella. Gocé por mor de mi rancio abolengo de dádivas que aquí, frontera aparte, son cuando menos prefectura de alcalde corrupto. Mi infame condición era el pilar sobre el que se sustentaba el futuro de el Molino de la Noble Vaguada, que es como se conoce también al Consistorio Locuaz o Concejo Local Decisorio, lugar en el que no duelen prendas hacer imperiosas las más simples legislaciones locales y del que era regente mi antecesor y padre hasta que a su muerte lo fuese yo por designio consanguíneo, manifiesta voluntad esta la suya al tomar el poder semanas antes; pero quiso la mala fortuna que un golpe de estado al golpeado estado anterior dejase mi osamenta maltrecha en un lagar, viviendo de limosnas y gracias a las lisonjas que hiciere a las damas de alterne y a cuantas putas esclavinas tuviese a bien encontrar, mientras padre y madre, desgraciados ellos en su propia culpa, servían altramuces y limpiaban el culo al nuevo Gestor Ordenante Consuetudinario. Quizá te extrañe que una gobernación de segunda, anexa a poblaciones de jurisdicción nacional como aquella de la que tú procedes, tolere Golpes de Estado y Gracia Funesta en favor de políticas arbitrarias como aquellas que devienen de dictaduras amorales y periódicas; pero el reino al que hago referencia habita entre inexpugnables montañas y se circunscribe a legislación propia. No atiende a imposiciones externas ni tolera sistematizaciones democráticas que deformen la práctica de la corrupción como modelo de envilecimiento local. Aporta y sostiene este régimen político que el esclavismo en un bien común exclusivo de clases altas que busca únicamente beneficiar al conjunto de la casta noble y aquella subalterna por anexión forzosa y necesaria. La escasa población ha favorecido durante años la tropelía local auspiciada y protegida siempre por prácticas habituales de terror común. Y hallábame yo así, desprovisto de altares y condenado al fragor del trabajo diario mal remunerado, -habiendo sido días antes locuaz referente de dispendio excesivo-, cuando tomé la oportuna y necesaria decisión de liberarme por piernas de tan nefasto destino. Pero el Concordato por la Defensa del Mayúsculo Oprobio estaba compuesto por numerosa soldadesca ávida de latigar y someter a la plebe a una voluble normativa, adoctrinada desde los estamentos superiores (3), que aplicaba las normas atendiendo a una absurda filosofía de salón de té, estando entre ellas aquella conocida como “Estética del Temor” establecida por Donicilo durante su efímero mandado que excluía de libertad de movimiento a aquellos descendientes de dictadores, en previsión de algún manifiesto contra el Gobierno Del Momento. Hube de esperar setenta veces siete lunas antes de coincidir con aquella noche cerrada que me permitió soltar mis nocturnas cadenas y cruzar a caballo las montañas que cerraban la Gobernación. Hubo la fortuna de cruzar en mi camino a quien se dio en llamar Espinosa, bondadoso hombre que tuvo a bien ocultarme en su vehículo. Llevóme a la ciudad y diome vestimento y alimento a cambio nada mas de hablarle de mi vida tarde tras tarde, acompañado, unas veces sí y otras no, de una joven acuñada Merceditas. Su insistencia me obligó a confesarle la ubicación aproximada (ni yo la sabía, con aquella noche tan cerrada y aquellos cerros tan lejanos) de mi casa, de mi vieja ciudad, aún sin nombre definido. Me dejó una noche de abril en casa de unos amigos chilenos, exportadores de oficio, tras haberme conseguido un empleado en la bodega que ya conoces. El resto es historia. No he vuelto a ver a Espisona -ni me ha dado jamás por retornar a mi aldea- y no sé de sus obras más que de oídas, tan falto de interés quedé de todo lo de antaño. 


Tercera Parte

No me duelen prendas admitir que le creí; su peculiar fisonomía y su más que particular forma de hablar me convencieron, quizá también por estar sumido como estaba en brumas etílicas, de que no era del todo descabellado pensar que Espinosa se había inspirado en él y sus relatos para construir, años después, su Escuela de Mandarines. Numerosos estudiosos han hablado siempre de varias versiones de la obra (tres, que se sepa) de la que solo queda constancia la última; dejándonos sin saber si sería aquella primera un relato más fiel a la realidad de esa comunidad intemporal que habita en sólo Dios sabe que monte Murciano. Borrachos perdidos salimos juntos de la bodega y entonces, torpe, caí. Al levantarme ya no estaba Ajancio, ni sus posturas, ni su flema ni su prosa. Solo una noche fresca y un recuerdo a pesar de todo imborrable. Años después retomo su historia, su flema y su prosa y espero nada más que haber sido más fiel de lo que, a la vista de los resultados, Espinosa fue. 


Dedicado a cierta Oveja, 
Negra también, como aquel vino, 
más ecléctica que eléctrica, 
descubridora del Hecho 
y cómplice en proyectos imposibles. 



(EPILOGO) 

Y así acaba la historia, narrada por Oblómov Varese, de Ajancio, Vejez Andante, Proconsul Ovejero, quizá también Infeliz Gobernante. Su muerte, fatal, me deja sin saber si hay asomo de verdad en algo de lo que dice: si no es más que un relato, una excusa para invitar a la lectura del libro de Espinosa o si realmente existe en Murcia un espacio, una génesis de aquel otro conocido como la Feliz Gobernación. 






(1) “Escuela de Mandarines” - Introducción - 6 y 7 

(2) En la novela de Espinosa el Proconsul Ajancio era Ovejero de la Ciudad; se reveló con motivo de una Sublevación de Curtidores, negados a pagar tributos, hacia el año 400.012. Los agrupó, citándolos en un campo de aljibes para discutir la jefatura de la protesta, y los degolló sin dejar de gritar: «¡Mata, Ajancio, mata!... Didipo admiró la hazaña desde niño, y la emuló en su famosa matanza de los mandaderos [...]. Cambazzio lo describió «tan fuerte e irracional como un toro, y tan loco como cien legiones en saqueo». Alcanzó los más altos honores, aunque no la Dictadura, porque le aburría el Gobierno. Ya viejo y chocho, tornose sentimental, fundó un Orfanato para Hijos de Curtidores, y murió paternal. Nunca conoció mujer. [54, 547, 6] 

(3) Más tarde supe que se autodenominaban “Miembros Comunes del Concejo Leguleyo Determinante”.

jueves, 14 de octubre de 2010

LA CONFESIÓN


Jorge Carrión es escritor de libros de viaje y desde hace relativamente poco también de una novela tan inclasificable e interesante como es “Los Muertos”. Inclasificable por lo arriesgado de su estructura, que mezcla la ficción televisiva con el ensayo e interesante porque fue en su momento la culpable de un parto, el mío, que dio lugar a un hijo, un blog, pero no este, sino otro; un gemelo algo tardío. El blog de Oblomov Varese, también conocido como Oblomovka Herida. Servidor. 

Efectivamente: yo, Tongoy, soy también Oblomov Varese. Míos son sus tíos, sus primos y sus padres; sus hermanos y la demente conocida como “Leidi Morgana”. Oblomov nace, como dije más arriba, tras haber leído esta novela. Mi simple deseo de comentarla hace posible la existencia de este personaje, esta pequeña marioneta que en mis manos toma forma de monje con tendencias suicidas. Su Oblomovismo fue sólo una forma de hacerlo diferente a mí; de justificar un cierto hastío y una pereza innata a la hora de escribir nuevas entradas en su blog. Oblomov es pues un ser irreal, tan de ficción como lo son las historias que nos ha contado a lo largo de estos dos meses. Oblomov no lee, yo leo; Oblomov no habla, yo hablo; Oblomov no escribe, yo escribo. Oblomov no es; simplemente. 

Iba esta confesión a ser demorada más tiempo (meses, años, qué se yo) pero este Oblomov es agotador y terriblemente exigente por su rigor histórico. Parir una idea es por lo general complicado si uno busca ser mínimamente original pero se multiplica exponencialmente esa dificultad si él, Oblomov, es el creador de una de ellas, por su empeño de dotar de verosimilitud cada una de sus disparatadas aventuras familiares, por conciliar fechas y por asegurarse diligencia en el attrezzo. En ese sentido debo confesar que hay cierta iniciativa ajena a mi voluntad, puesto que sin desearlo me encuentro siempre con que sus historias toman el control sobre las mías. Este descubrimiento dota de un nuevo sentido muchas de las referencias veladas de sus entradas. Sirva como ejemplo aquella conocida como MARIONETISMO (1). Quizá ahora se entienda tanto su afán por darme protagonismo cómo el mío por dárselo a él. 

Por vez primera me siento obligado a hablar del motor de la novela para hacerme entender. Carrión habla en ella de una situación un tanto peculiar: la llegada al plano real (nuestra realidad) de seres de ficción, protagonistas fallecidos de producciones americanas, que son tratados como humanos de segunda categoría. Pero no es esto lo quiero destacar de su libro con esta entrada sino el (falso) ensayo que tiene lugar al final de la primera temporada (esto es, al final de la primera de las dos partes que lo componen) en el que se subraya la importancia que tiene la muerte de un personaje de ficción para los televidentes. Si somos testigos de sus vidas, si sufrimos con sus desventuras, ¿no sería natural llorar su muerte, tal como en su momento hicimos todos con Bambi, King Kong o victimas similares de la vida (cruel)? En cuanto lo leí comencé a gestar la idea de crear un ser de ficción que, en la medida de lo posible, se hiciese querer. Quería ser dueño de mi propio hoax. Obviamente mi treta incluía una pequeña trampa, similar a las que pueblan los guiones de las series americanas, puesto que mi creación debía pasar por real, con la secreta intención de multiplicar el efecto de su muerte (2). El objetivo final de esta pequeña farsa era, como se habrá adivinado, crear una ficción real que me ayudase a reflejar y valorar en su justa medida la sugerencia que hace Carrión en “Los Muertos”. Espero haberlo conseguido. 

Y esta es toda la verdad. Esto es todo lo que hay. La “Oblomovka Herida” es ahora la “Oblomovka Muerta” (chiste) y yo soy su propietario tal como lo fui desde el comienzo. Pido disculpas a todos aquellos (que sé que los hay) que sintiesen por el pobre Oblomov cierto cariño o gustasen de sus peculiares entradas y también a todos los que creyesen realmente en su suicidio. Me comprometo a mentir de vez en cuando en su memoria, incluyendo aquí entradas del tipo que hacía para él, pero me niego a reabrir su blog por ser a todas luces innecesario, amén de la escasa popularidad de la gozaba y que no quiero heredar. Al fin y al cabo ya sabemos que la cópula y los hoax son abominables pues multiplican el número de blogs. 





(1) http://oblomovkaherida.blogspot.com/2010/09/marionetismo-ano-x-numero-121.html 

(2) Encontrará ahora explicación el amigo lector a tanto fúnebre comentario de Oblomov a lo largo de su blogvida. 





miércoles, 13 de octubre de 2010

Epitafio (no autorizado) a Oblomov Varese




Después de esto:

http://oblomovkaherida.blogspot.com/2010/10/oblomovka-muerta.html

Después de eso, no tengo palabras.

Ha muerto. Oblomov, mi amigo Oblomov; se ha suicidado. Me asaltan las lágrimas, los sollozos. No acierto con las teclas adecuadas. No creo siquiera que existan. Ha muerto Oblomov Varese. Necesito repetirlo para creerlo. Lo ha hecho en silencio, sin otra publicidad que una entrada en su blog. Lo descubro publicado y no me lo creo. Lo llamo y no me contesta. Le escribo y no me responde. Hace dos días ya que ocurrió. Que lo hizo. Que se mató. Sólo sabía de él que vivía en Toledo. Nada más que eso. Esto es todo lo cerca que he estado de ubicarlo, de contextualizarlo. Me he puesto en contacto con la policía local y me confirman que efectivamente hubo levantamiento del cadáver el lunes. Me lleva horas localizar una reseña en algún periódico. Toledo es pequeño. Oblomov, a su lado, insignificante. 

A las 21:00 horas del lunes, el agente del Ministerio Público acudió al número 2 de la calle Olmedo para realizar el levantamiento de cadáver de quien respondía al nombre de D.H.Q. 
De acuerdo a lo establecido en la constancia de hechos 927/2010/OH el difunto vivía solo y era atendido regularmente por los servicios sanitarios del Hospital Psiquiatrico “San José”, perteneciente a la Diputación Provincial, que afirman que D.H.Q. se recuperaba actualmente de una grave crisis depresiva. 
No dejó relato póstumo en el que explique los motivos que tuvo para quitarse la vida. 

Parece una broma de mal gusto que sea una cita tan espantosa la que dé un punto y aparte a su vida. Que sea una prosa tan lamentable al final de un enlace que trata accidentes laborales y errores existenciales por igual. Me niego aun así a hacerle otro epitafio que éste o a escribirle exequias porque sé que de eso se ha ocupado él. Parecían gestos divertidos aquellos negros augurios que ahora revierten en mí como señales no atendidas. Eran los gritos de ayuda de los que siempre renegó, que adjudicaba a otros, pobladores de las historias de Pynchon, secundarios de las suyas propias. No alcanzo a entender el motivo de su marcha ni mi implicación en ella. No sé si mi silencio de estos días tuvo algo que ver o si fue, como él dijo, culpa toda de Alvaro Colomer y cierta determinación existencial nacida en la lectura de la novela. No sé qué absurdo nihilismo lo alejó tanto de todos ni cómo pudo en su omoblovismo alcanzar tal desesperanza. Leo “Los bosques de Upsala”, que ahora descansa en mi regazo a medio terminar pero no hay nada en esta maldita novela, no hay rastros. Sólo señales invisibles de sentirme yo en parte culpable. Viajo con ella en la mano durante el trayecto de vuelta a casa, tras despedirme en silencio de él al recoger su legado en una gélida oficina de correos: una inmensa colección de cartas manuscritas, algunos relatos de su pasado y varios libros que siempre insistía en legarme. Me abrazo a uno de ellos (“Los Bosques….”); lo toco, lo abro, lo cierro, lo sobo y lo miro una y otra vez. Busco párrafos, pistas, señales, marcas, páginas gastadas, esquinas dobladas, líneas discontinuas de algún lápiz traidor. No hay nada más que el mismo vacío existencial tan lleno de palabras como lo estaba él mismo. No hay nada que me haga pensar que no tengo parte de culpa en todo esto. Su silencio es tan voraz que me consume por dentro, que me mata y me atenaza y no me deja respirar. 

Ha muerto Oblomov Varese. Y con él mis palabras. Ha matado su muerte mi pasión por escribir. No tenemos nada más que decir y, así, no decimos nada.

viernes, 8 de octubre de 2010

Viajeros al blog!: Primer Viaje


Viajeros al blog!, será, si nadie lo remedia, la primera sección fija de este espacio. Es de ley reconocer que la idea me la dio el “Dietario Voluble” de Enrique Vila-Matas. Concretamente el siguiente párrafo:

Hace unos días entré en un diario blog peruano de carácter literario y ese blog me llevó a otro y acabé entrando en un tercer blog, también peruano y literario, el del escritor…

La intención -por si no ha quedado bastante claro con la cita- es la entregarme periódicamente a un viaje todo lo literario que sea posible a través de los blogs de la red, con un itinerario sin definir, sin concretar el tipo ni la cantidad de paradas y contando siempre con un final incierto: justo destino para un viaje cuyo punto de partida debe ser lo más azaroso posible.



EL PRIMER VIAJE


Para este (espero que breve) primer viaje decido rendir un homenaje partiendo desde una estación conocida: se trata de uno de mis blogs literarios  favoritos de cuántos pueblan la red, que es también el de un amigo, culpable sin quererlo (que no sin saberlo) de la existencia de éste. Bolmangani habla en una de sus entradas de algo (a pesar de todo) tan literario como son las malas novelas. Aunque inicialmente su objetivo se centra en dos obras muy concretas no está en su naturaleza evitar una reflexión más global que en este caso tiene su origen en una traducción que una revista literaria gratuita en la red, de periodicidad variable (esto me encanta) hace de un ensayo de B.R. Myers publicado en el número de julio/agosto de 2001 en la revista Atlantic Monthly y por la que fue calificado de “amateur, outsider, y sensacionalista”; puesto que el artículo es demasiado largo me lo imprimo para llevarlo en la mochila y leerlo tranquilamente en el banco de algún parque, pero hasta que llegue el momento busco saciar mi curiosidad sobre el tema y encuentro un lugar común en que citan, mucho más brevemente, este mismo libro y destacan -cosa que no hace Hermano Cerdo- un irónico decálogo que sirve de apéndice al mencionado ensayo y en el que descubro, no sin cierta satisfacción, que el quinto mandamiento del buen escritor (“Si la frase no es larga y aburre, entonces seguro que no es literatura”) pone mi comatoso estilo en el buen camino -el de la alta literatura- y empiezo inmediatamente a sentir la presión de los grandes escritores que viene acompañado de un vértigo terrible y decido que lo mejor que puedo hacer es ir acabando esta frase y buscarme otro tópico menos estresante en el que caer. Puesto que este “lugar común” es el final de una vía y no me ofrece continuidad opto por bajarme y esperar el viaje de vuelta tomando un café mientras leo el ensayo de B. R. Myers, triste al pensar que este corto trayecto me aleja de la excelencia.